DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (31).

Continuación de Diálogo vivo con san Juan de la Cruz: Conversaciones subiendo al monte (30).

Por Silvio Pereira.

31. Dejarle obrar a Dios

«…cuidar de buscar la desnudez y pobreza espiritual y sensitiva, que consiste en querer de veras carecer de todo arrimo consolatorio y aprehensivo, así interior como exterior» (SMC L3, Cap. 13,1).

«…no apagar el espíritu, porque apagarle ha si el alma se quisiese haber de otra manera que Dios la lleva» (SMC L3, Cap. 13,3).

Estimado hermano mío, venimos insistiendo quizás hasta el hartazgo en algunos temas, pero bien sabemos que es tenaz la resistencia y poca la docilidad del natural humano aún sin purga y cuán a contracorriente resulta siempre el camino seguro de la Cruz. La vía espiritual, que debe cuidar de mantenerse desnuda y pobre, debe renunciar a los «arrimos consolatorios» e intentar andar siempre de continuo «como Dios la lleve». Una tal libertad interior, un despojo tan sublime y santo, no puede ser sino consecuencia de un trato de amor crecido, de un haber perdido todas las cosas en Dios y un estar sin reserva entre sus manos.

«…si el alma entonces quiere obrar por fuerza, no ha de ser su obra más que natural, porque de suyo no puede más; porque a la sobrenatural no se mueve ella ni se puede mover, sino muévela Dios y pónela en ella. Y así, si entonces el alma quiere obrar de fuerza, en cuanto en sí es, ha de impedir con su obra activa la pasiva que Dios le está comunicando, que (es) el espíritu, porque se pone en su propia obra, que es de otro género y más baja que la que Dios la comunica; porque la de Dios es pasiva y sobrenatural y la del alma, activa y natural. Y esto sería apagar el espíritu» (SMC L3, Cap. 13,3).

Nos lo explicas simple y magistralmente. Pero bien sabemos que rápidamente se levantan objeciones porque nos cuesta increíblemente —desorden del pecado por medio, claro…— aceptar que Dios es más grande y sabio que nosotros. ¡Que no queremos de ninguna forma soltar el timón del barco ni las riendas del carruaje! No se trata en modo alguno de quietismo esta pasividad receptiva y amorosa sino de consentimiento teologal. De un sano dejarle a Dios que haga en nosotros. En fe enceguecida por su Misterio tan luminoso reconocer que no es contra nosotros sino con nosotros y más allá de nuestra potencialidad natural, en su sobrenatural influjo al que consentimos entregarnos, que hará aquella obra que supera cuánto pudiésemos esperar. En esperanza alegre y serena, diría jubilosa, pues las maravillas de su Amor nos serán reveladas al entregarnos dócilmente a sus planes que sobrepasan todo entendimiento y voluntad. En amor ardiente a impulsos de su Amor comunicado, que todo en nosotros consume sin aniquilar pues aniquila purificando y transforma recreando, regenerando, reorientándonos hacia el fin último de la Unión y de la Gloria.

Pero el natural aún no purgado quiere intervenir, se entromete y estorba. Si tan solo aceptase renunciar al predominio y dejarle la preeminencia a su Dios y Señor. ¡Déjale trabajar en ti y hacer su obra! Y si no se lo permites al menos descubre que te falla el amor, que te dejas vencer por la desconfianza y el temor, que aún eres esclavo de tu soberbia. ¡Conviértete!

«…las potencias del alma no pueden de suyo hacer reflexión y operación, sino sobre alguna forma, figura e imagen; donde la diferencia que hay entre la operación activa y pasiva, y la ventaja, es la que hay entre lo que se está haciendo y está ya hecho, que es como entre lo que se pretende conseguir y alcanzar y entre lo que está ya —conseguido y—alcanzado.

…si el alma quiere emplear activamente sus potencias en las tales aprehensiones sobrenaturales —en que, como habemos dicho, le da Dios el espíritu de ellas pasivamente—, no sería menos que dejar lo hecho para volverlo a hacer, y ni gozaría lo hecho ni con sus acciones haría nada sino impedir a lo hecho. Y así las ha de dejar habiéndose en ellas pasiva y negativamente; porque entonces Dios mueve al alma a más que ella pudiera ni supiera» (SMC L3, Cap. 13,4).

Pues aquí surge el interrogante: ¿entonces yo que hago? La respuesta es tan simple como desafiante: «¡Déjate amar por Dios!». Permítele rescatarte y hacerte gracia. Abandónate a su acción Sabia y Misericordiosa. Humilde y agradecida tu alma se ponga a recibirlo en todo, a seguirlo en todo, a cooperar y secundarlo en todo.

Había claro divina humildad y abajamiento encarnatorio en el Señor Jesús que lava los pies a sus discípulos. ¿Y no nos vemos a nosotros reflejados en San Pedro? ¡Cuánto nos cuesta dejar que Dios nos lave los pies! «Si yo no te lavo no podrás compartir mi suerte».

En cambio la Virgen Madre, María, se muestra tan gozosa porque el Todopoderoso ha hecho en su
pequeñez grandes cosas. La «llena de gracia», siempre dócil y disponible al Espíritu, se ha dejado elegir,
llamar, nombrar, consagrar, enviar, destinar… ¡Toda entera y sin reservas se ha dejado amar por el
Amor!

¿Qué es lo único crucial que debemos en este punto del camino interior poner por obra?

«…sólo advertir en tener el amor de Dios que interiormente le causan al alma. Y de esta manera han de hacer caso de los sentimientos no de sabor, o suavidad, o figuras, sino de los sentimientos de amor que le causan. Y para sólo este efecto bien podrá algunas veces acordarse de aquella imagen y aprehensión que le causó el amor, para poner el espíritu en motivo de amor» (SMC L3, Cap. 13,6).

Para ir donde no sabes ni puedes por ti mismo, hacia la Unión y Gloria, debes liberarte de todo arrimo y dejar que solo Él se arrime; pobre y desnuda el alma entregarse al Amor que la ama, abandonarse en su Amor y que la lleve.

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (31).

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí