JEREMÍAS: EL PROFETA DE LA INTERIORIDAD, ATRAVESADO POR EL SUFRIMIENTO (6).

Continuación de Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (5).

Por Silvio Pereira.

En la pericopa 9,1-8 se nos ofrece una cruda descripción de la situación en la que se encuentra el Pueblo
de Dios.

¡Quién me diese en el desierto una posada de caminantes, para poder dejar a mi pueblo y alejarme de su compañía! (Jer 9,1a).

La primera afirmación es sorprendente y gravísima: Dios quiere alejarse de su Pueblo, huir al desierto y recluirse en algún refugio fuera de su alcance, retirarse a la soledad lejos de la compañía de Israel. ¿Qué mueve al Señor a tomar distancia y ya no gozar de convivir con su Pueblo?

Porque todos ellos son adúlteros, un hatajo de traidores que tienden su lengua como un arco. Es la mentira, que no la verdad, lo que prevalece en esta tierra. Van de mal en peor, y a Yahveh desconocen (Jer 9,1b-2).

Se describe a los habitantes como «adúlteros y traidores», bajo la temática del desconocimiento de Yahvéh por la inclinación a las prácticas idolátricas. Pero también se introduce el problema de la ausencia de verdad por la multiplicación de la mentira y un mal uso de la comunicación: su lengua se ha entregado al pecado. Esto configura un ambiente muy difícil y poco grato para la convivencia.

¡Que cada cual se guarde de su prójimo!, ¡desconfiad de cualquier hermano!, porque todo hermano pone la zancadilla, y todo prójimo propala la calumnia. Se engañan unos a otros, no dicen la verdad; han avezado sus lenguas a mentir, se han pervertido, incapaces de convertirse. Fraude por fraude, engaño por engaño, se niegan a reconocer a Yahveh (Jer 9,3-5).

El Pueblo se ha tornado un ambiente peligroso, que ya no da cobijo ni seguridad. Es muy impresionante que Dios clame: «¡Desconfía de tus hermanos, no hay nadie en quien puedas fiarte!». La fraternidad se ha quebrado y todos se mueven como falsos hermanos que en cualquier momento tienden una trampa y buscan lastimar a los demás. El engaño, la hipocresía y las calumnias han teñido todo el entramado de los vínculos. ¿Quién no se siente solo aquí? Ya no hay verdad ni justicia entre los ciudadanos sino que solo circula el fraude como moneda común. ¿Quién no teme por su vida aquí? Se entiende pues perfectamente por qué Dios quiere separarse y apartarse de ellos huyendo al yermo. ¿Quién no se sentiría impulsado a huir de un tal ambiente?

Por ende, así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo voy a afinarlos y probarlos; mas ¿cómo haré para tratar a la hija de mi pueblo? Su lengua es saeta mortífera, las palabras de su boca, embusteras. Se saluda al prójimo, pero por dentro se le pone celada. Y por estas acciones, ¿no les he de castigar? oráculo de Yahveh, ¿de una nación así no se vengará mi alma? (Jer 9,6-8).

El oráculo cierra con una sentencia de castigo. El Señor, aunque se resguarde y se ponga lejos de su alcance, no es indiferente a esta perversión de las relaciones fraternas que desfigura totalmente el rostro de la Alianza de la Salvación. El Pueblo deberá ser corregido y mediante la prueba ser purificado. Dios desearía devolverlo a la verdad para que reine la caridad entre los hermanos y se restablezca la convivencia con Él. ¡Esta forma de relacionarse se ha hecho sinceramente invivible!

Cuidemos el ambiente comunitario

Lamentablemente al oír esta descripción, estoy seguro que todos hemos reconocido en ella experiencias dolorosas de nuestra vida eclesial. ¡No debiera ser así pero sucede!

A veces nuestras comunidades, si el pecado personal no ha sido extirpado, si la conversión no ha alcanzado un nivel que asegure la sana relación fraterna, se tornan hostiles y áridas con resequedad de desconfianza. Un ambiente eclesial donde no se puede creer en los demás, como si toda la convivencia se volviera un tablero de ajedrez repleto de estrategias de defensa y ataque. Un tal ambiente resulta opresivo y asfixiante. Es terriblemente cansador estar midiendo todo gesto y palabra para que no pueda ser usada en tu contra, estar siempre volteando la mirada por sobre la espalda para evitar la traición y puñalada por detrás.

Es cierto que una tan desgraciada situación no solo es fruto de una malicia fríamente calculada sino también de la enfermedad o la falta de madurez humana: acomplejamientos e inseguridades, sospechas paranoicas, apetencias desmedidas de protagonismo, poder y fama, manipulaciones afectivas o ideológicas, incapacidad para ser transparente, traumas del pasado que limitan confiarse en manos de otros, heridas interiores que distorsionan la mirada y el juicio sobre la realidad, junto a una lista extensa de carencias no asumidas por las cuales miramos el mundo transformándolo en un espacio árido y sin resguardo posible. Vivir así es descorazonador. Solo se habilita la acumulación de decepciones y el sentimiento de frustración.

La esperanza según el profeta no se encuentra en un voluntarismo para cambiar de conducta sino en un retorno a Dios. Solo si el Señor está presente en cada corazón y entre los hermanos, su gracia y santidad lograrán purificarnos, sanarnos y hacernos crecer para vivir unas relaciones fraternas sanas y gozosas bajo su mirada.

Por eso estoy convencido desde hace largo tiempo que uno de los grandes problemas de la Iglesia contemporánea radica en su excesivo funcionalismo que orienta todos los vínculos hacia la jerarquización y especialización de los miembros de la comunidad, hacia una fría operatividad en busca de eficacia, configurándolos más a los modelos organizacionales meramente humanos que al Misterio de comunión que nos anuncia y al que nos llama el Dios Trinidad.

Sin duda habrá que recuperar la prevalencia del Misterio del Amor para liberar nuestros vínculos comunitarios de toda tentación y pecado. Nos urge volver a formar comunidades «inútiles», en el sentido de que lo primero no es hacer algo sino reunirnos en Nombre del Señor, sabiendo que Él nos ha convocado. La Iglesia estoy seguro surgirá como un ambiente vivo, consolador y refulgente de luz en medio del mundo, cuando todos los hermanos pongamos en el centro de nuestra vida común la Alianza con Dios y existir solo para hacer su Santa Voluntad. Esto supone claro priorizar un camino de sanación personal y comunitaria como de maduración en nosotros del proyecto santificador de Dios. Sin esta conversión en su interior y vida ordinaria, no podrá la Iglesia ser signo del Reino.

JEREMÍAS: EL PROFETA DE LA INTERIORIDAD, ATRAVESADO POR EL SUFRIMIENTO (6). Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

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