DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (5).

Continuación de Diálogo vivo con san Juan de la Cruz: Conversaciones subiendo al monte (4).

Por Silvio Pereira.

5. Todo
«Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.
Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
Para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.

Modo para no impedir al todo
Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.
Porque para venir del todo al todo has de negarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.
Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro.
En esta desnudez halla el espiritual su quietud y descanso,
porque, no codiciando nada,
nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo,
porque está en el centro de su humildad.
Porque, cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga» (SMC L1, Cap.13,11-13).

Queridísimo Fray Juan, al dialogar contigo según el orden de tu obra, me encuentro con estas palabras de tan honda sabiduría, y me temo que nuestros interlocutores no podrán aún con ellas. Por eso con urgencia ruego devotamente a Dios que envíe su Espíritu para que el corazón pueda abrevar en tan profunda fuente de Vida.

Dios es Todo. «Mi Dios y mi todo», justamente es una expresión habitual de San Francisco de Asís para dirigirse a Dios según los cronistas. Aunque tú, hermano mío, seguramente estarías oyendo la voz de los Padres del Desierto. Recordemos que Evagrio Póntico había formulado el ideal de la oración como: «Dejarlo todo para obtenerlo todo».

Dios es Todo y nosotros nada. Esto hay que entenderlo claro, relativamente. Por supuesto que el hombre, creado a imagen y semejanza de su Señor, goza de increíble valor y dignidad. ¿Cómo desvalorizarlo de algún modo si por la Encarnación el Hijo enviado por el Padre en el Espíritu Santo asumió nuestra naturaleza? Y sin embargo cuando el hombre se encuentra con Dios se experimenta tan sobrepasado, tan distante frente a su cercanía y tan pequeño. Es la experiencia de la trascendencia divina, del Totalmente Otro, de su majestad inconmensurable y de su divinidad que pide la humilde postración. Se desvela y se oculta pues frente al alma todo su Misterio.

Por eso queridísimo Fray Juan tú nos adviertes que si queremos unirnos a Dios no podremos alcanzarlo —o mejor, ser alcanzados por Él—, por el camino de nuestros gustos, posesiones, quereres y saberes. Como venimos hablando frecuentemente, la purificación es absolutamente necesaria. Pues Dios está mucho más allá de nuestros apetitos naturales y estos deben ser repuestos en sus manos de Padre. Serán en gracia como vaciados y recreados, saneados y reubicados para un tan alto encuentro con el Esposo. Debe el hombre recuperar aquella direccionalidad hacia Dios que le es esencial pero que el pecado ha confundido y desordenado. Debe renunciarse a sí mismo para reencontrarse a sí mismo en su Señor.

Si quiere tener gusto y disfrute en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios. Si quiere tener posesiones y bienes —aunque sean espirituales— en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios. Si quiere afirmar sus quereres —dejando de gozarse desnudo en la voluntad divina— en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios. Si quiere incrementar sus saberes —dejando de estar humildemente arrodillado frente al Misterio— en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios.

Por eso, si quiere el hombre ir hacia Dios en camino de Espíritu, si quiere unirse a ese Señor Totalmente Otro —desde su nada hacia su Todo, por así decirlo contigo—, a quien aún en verdad ni gusta, ni sabe, ni posee, ni es; debe ir por el camino de Dios que todavía no gusta, ni sabe, ni posee, ni es.

Claramente nos das, hermano, indicación acerca del impedimento que obtura el camino. Aunque en el fondo es afirmar lo mismo de otro modo con más precisión y concreción acerca de la conversión del corazón. Nos lo dices con sencillez y contundencia: «Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo». Porque para venir a Unión con Dios debes abandonarte enteramente a Él por el amor —«venir del todo al todo»—; renunciándote a ti mismo, o sea, a creer que puedes ser algo sin Él o que parte de ti puedes reservártela para ti escondiéndosela a Él —«negarte del todo en todo»—. Porque cuando te halles unido a Dios en cuanto en esta vida en gracia es posible —como arras de Bienaventuranza—, habrá un solo querer en ti, el querer y movimiento de tu Dios a quien tu humana voluntad se ha unido en transformación de amor. «Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro».

Una sola sabiduría tiene el cristiano y no hay otra: entregarle su vida a Dios sin reserva y sin medida. Cuando encontramos ese tipo de sabiduría encarnada en alguien la llamamos santidad. Y es un camino digamos que asciende de entrega hacia mayor entrega, de renuncia hacia mayor renuncia, de despojamiento hacia mayor despojamiento, de desnudez hacia mayor desnudez, de abandono hacia mayor abandono. Y cuando sea nada lo tendrá Todo. Y en esto se resume la verdadera vida en el Espíritu, pues un espiritual es quien se ha quedado desnudo en las manos de su Dios, totalmente confiado en su Providencia y no queriendo más ni menos de lo que quiere su Señor. Descansa entonces seguro y alcanza la paz.

Tú lo sentencias con belleza y realismo: «En esta desnudez halla el espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad».

Ya ven queridos lectores, que junto a Fray Juan, les venimos constantemente afirmando lo mismo: la Cruz, el único camino y la única puerta es la Cruz. Para unirse a Dios por el amor hay que dejarse crucificar por Él, en Él y para Él. Crucificado con tu Esposo lo tendrás todo.

*SMC: Subida al Monte Carmelo.

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ. CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (5).

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro.

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