DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (17).

Continuación de Diálogo vivo con san Juan de la Cruz: Conversaciones subiendo al monte (16).

Por Silvio Pereira.

17. La única locución finalmente atendible

Mi hermano San Juan de la Cruz, habiendo explicado algo ya acerca de las diversas representaciones, conversaremos pues ahora sobre las locuciones o palabras interiores que adjudicamos a Dios en el ejercicio de la oración.

«…el que se atare a la letra, o locución, o forma, o figura aprehensible de la visión, no podrá dejar de errar mucho y hallarse después muy corto y confuso, por haberse guiado según el sentido en ellas y no dado lugar al espíritu en desnudez del sentido» (SMC L2, Cap. 19,5).

«De donde se ve que, aunque los dichos y revelaciones sean de Dios, no nos podemos asegurar en ellos, pues nos podemos mucho y muy fácilmente engañar en nuestra manera de entenderlos; porque ellos todos son abismo y profundidad de espíritu…» (SMC L2, Cap. 19,10).

Seguimos claro con la misma tónica, prefiriendo la desnudez de espíritu, pues en cuanto interpretamos podemos errar o ser engañados. De hecho he visto tantas personas confiarse ciegamente a alguna palabra interior recibida o proferida por mediación de otros, que han equivocado tristemente el camino y se han debido lamentar por ello. Entonces les suele sobrevenir la crisis de fe: ¿por qué Dios me ha engañado?, ¿acaso yo no me confié en esta palabra Suya? Sin llegar a advertir que la confusión proviene de otra fuente, de nosotros, a quienes nos falta la debida humildad para aceptar que cuanto entendemos del Misterio será siempre limitado y la debida prudencia para no entregarnos mágica e ingenuamente a cualquier señal pues esperamos ser conducidos sin poner nada de nuestra parte. De esta forma nunca el error es nuestro sino de Dios que no sabe explicarse o que simplemente nos miente o nos dice apenas medias verdades.

¿Entonces nunca podremos consentir las comunicaciones divinas en nuestro corazón? Obviamente debemos aceptarlas agradecidos pero con espíritu de maduro discernimiento.

Entre la comunicación de Dios y la «audición» que hace la persona, la interpretación es relativa a factores que inciden significativamente. No interpreta igual el santo que el pecador, quien se conduce más carnalmente o más espiritualmente, quien es más inmaduro en las cuestiones de la fe y quien es más experimentado y se halla más probado en gracia, quien posee una mayor formación o quien es prácticamente ignorante.

Querido fray, cuántas veces he enseñado teología te confieso que he recurrido a esta sentencia tuya para bien introducirnos en la contemplación del Misterio.

«Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos, sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo» (SMC L2, Cap. 20,5).

Dios habla en camino de eternidad… Nosotros estamos ciegos sobre la tierra… Por tanto solo entendemos vías de carne y tiempo

¡Cuántas veces, al pasar el tiempo, una interpretación de lo que Dios nos ha comunicado ha terminado ampliamente superada! Nos pusimos en camino creyendo que era esto o aquello lo que el Señor nos pedía, y ya andado gran parte del trayecto al mirar hacia atrás, descubrimos cuán insuficiente era nuestra interpretación primera. Dios quería decirnos mucho más de lo que podíamos en principio asimilar. Ahora el camino transitado nos ayuda a comprender todo cuanto Él quería para nosotros. Por eso yo suelo decir: «Los caminos de Dios no son en principio para ser comprendidos. Los caminos de Dios son para ser caminados».

Caminamos impulsados por estas «locuciones divinas» —sean del tipo que fueren—, pero esta «audición espiritual de su voz» sin embargo debe ser humilde y en fe adulta, sabiendo aceptar desde el comienzo que su Misterio nos sobrepasa y que andamos como a tientas. La fe pues es esperanza, hasta diría que la fe es apuesta y abandono.

Claramente tenemos resguardos y seguros, señalamientos precisos que nos orientan. —Ya hablaremos de la importancia de la Revelación de Dios contenida en la Tradición y en la Escritura—. Como deberíamos tener maestros espirituales que nos ayuden a discernir, no intentar caminar solos sino en la solicitud de la Iglesia que nos acompaña en diálogo pastoral.

Pero aquí sin embargo surge una objeción. ¿Por qué Dios en la oración comunica lo que puede ser mal interpretado?

«Tiene un padre de familia en su mesa muchos y diferentes manjares y unos mejores que otros. Está un niño pidiéndole de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra; y pide de aquél porque él sabe comer de aquél mejor que de otro. Y, como el padre ve que aunque le dé del mejor manjar no lo ha de tomar, sino aquel que pide, y que no tiene gusto sino en aquél, porque no se quede sin su comida y desconsolado, dale de aquél con tristeza.

Condesciende Dios con algunas almas, concediéndoles lo que no les está mejor, porque ellas no quieren o no saben ir sino por allí. Y así, también algunas alcanzan ternuras y suavidad de espíritu o sentido, y dáselo Dios porque no son para comer el manjar más fuerte y sólido de los trabajos de la cruz de su Hijo, a que él querría echasen mano más que a otra alguna cosa» (SMC L2, Cap. 21,5).

Ya vemos que el Padre acompaña pedagógicamente el crecimiento de sus hijos. Porque de una no podrán digerir el manjar escondido. Pero el problema se produce cuando los hijos se quedan detenidos caprichosamente en ciertas experiencias espirituales a las cuales se aficionan, interrumpiendo pues su andar. No quieren ya avanzar, se apropian de lo que no les pertenece y erróneamente consideran alto lo que aún es bajo. Porque les falta la humildad creen ser de los adelantados sin aceptar que siguen siendo principiantes. El Padre les da lo que aceptan para que no se queden sin nada, pero ciertamente quiere que se alimenten mejor y más nutritivamente. Por ello no debe cansarse el buen maestro espiritual de señalar la Cruz que está por delante. Debe ser un buen hermano, ayudando a los discípulos a liberarse de las ataduras que los retienen y favoreciendo que se encaminen a ser introducidos en el lenguaje de la Cruz; insensatez y locura para quienes no crecen, pero Sabiduría escondida de Dios para quienes son llevados a Unión.

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar» (SMC L2, Cap. 22,3).

«Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación» (SMC L2, Cap. 22,5).

Finalmente debemos recordar que la Palabra de Dios es Jesucristo y que dicha gloriosa y salutífera Palabra se nos ha transmitido a través de la Tradición y la Sagrada Escritura. Como también recordamos que al Magisterio le toca como servicio guardar, transmitir e interpretar este Depósito de Fe para todo bien en la Iglesia. Por tanto la locución divina que el orante oye y la interpretación que realiza se mide siempre bajo el canon de la fe auténtica, es decir, no puede quitar ni agregar, completar o disminuir, menos cambiar o corregir el contenido de la Revelación pública. Es Jesucristo, Verbo del Padre, «el mismo ayer que hoy y para siempre» quien habla a los hombres para su Salvación. Esta Palabra Eterna y Testigo Fiel, según cuantos modos la economía de la gracia provee, se dirige a todos para sellar con cada uno Alianza de Amor.

Además queridísimo Fray Juan, insistámoslo una vez más, esta bendita Palabra de Vida se muestra esplendorosa y elocuente en la Cruz. Por tanto toda locución que se oiga contraria a este santo derrotero de la entrega de la vida por amor, la Suya por nosotros y la nuestra hacia Él, simplemente no viene de Dios ni conduce a Él. Porque toda Palabra que Dios ha querido dirigirnos ha sido proferida en plenitud en el silencio desnudo de la Cruz.

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (17).

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí