TEMA 21: BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN (2).

Continuación de Bautismo y confirmación (1).

Por Juan María Gallardo.

Celebración litúrgica

Los «ritos de acogida» intentan discernir debidamente la voluntad de los candidatos, o de sus padres, de recibir el sacramento y de asumir sus consecuencias. Siguen las lecturas bíblicas, que ilustran el misterio bautismal, y son comentadas en la homilía. Se invoca luego la intercesión de los santos, en cuya comunión el candidato será integrado; con la oración de exorcismo y la unción con el óleo de catecúmenos se significa la protección divina contra las insidias del maligno. A continuación se bendice el agua con fórmulas de alto contenido catequético, que dan forma litúrgica al nexo agua-Espíritu. La fe y la conversión se hacen presentes mediante la profesión trinitaria y la renuncia a Satanás y al pecado.

Presentación de tema 21: Bautismo y confirmación (2) 

Se entra ahora en la fase sacramental del rito, mediante el baño del agua en virtud de la palabra (Ef 5,26). La ablución, sea por infusión, sea por inmersión, se realiza en modo tal que el agua corra por la cabeza, significando así el verdadero lavado del alma. La materia válida del Sacramento es el agua tenida como tal según el común juicio de los hombres. Mientras el ministro derrama tres veces el agua sobre la cabeza del candidato, o la sumerge, pronuncia las palabras: «NN, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». En las liturgias orientales se usa la fórmula: «El siervo de Dios, NN., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo».

Los ritos posbautismales —o explicativos— ilustran el misterio realizado. Se unge la cabeza del candidato —si no sigue inmediatamente la confirmación—, para significar su participación en el sacerdocio común y evocar la futura crismación. Se entrega una vestidura blanca como exhortación a conservar la inocencia bautismal y como símbolo de la nueva vida conferida. La candela encendida en el cirio pascual simboliza la luz de Cristo, entregada para vivir como hijos de la luz por la fe recibida. El rito del effeta, que tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca en las orejas y en la boca del candidato, quiere significar la actitud de escucha y de proclamación de la palabra de Dios. Finalmente, la recitación del Padrenuestro ante el altar —en los adultos, dentro de la liturgia eucarística— pone de manifiesto la nueva condición de hijo de Dios.

Ministro y sujeto. El bautismo en la vida del cristiano

Ministro ordinario es el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono. En caso de necesidad, puede bautizar cualquier hombre o mujer, incluso no cristiano, con tal de que tenga la intención de realizar lo que la Iglesia cree cuando así actúa. El bautismo está destinado a todos los hombres y mujeres que aún no lo hayan recibido. Las cualidades necesarias del candidato dependen de su condición de niño o adulto. Los primeros, que no han llegado aún al uso de razón, han de recibir el sacramento durante los primeros días de vida, apenas lo permita su salud y la de la madre. En efecto, como puerta a la vida de la gracia, el bautismo es un evento absolutamente gratuito, para cuya validez basta que no sea rechazado; por otra parte, la fe del candidato, que es necesariamente fe eclesial, se hace presente en la fe de la Iglesia, a la cual participará una vez llegado a la vida adulta. Existen, sin embargo, determinados límites a la praxis del bautismo de los niños: es ilícita si falta el consenso de los padres, o si no existe garantía suficiente de la futura educación en la fe católica. En vista de asegurar esto último se designan los padrinos, elegidos entre personas de vida ejemplar.

Los candidatos adultos se preparan a través del catecumenado, estructurado según las diversas praxis locales, en vista de recibir en la misma ceremonia también la confirmación y la primera Comunión. Durante este período se busca excitar el deseo de la gracia, lo que incluye la intención de recibir el sacramento, que es condición de validez. Ello va unido a la instrucción doctrinal, que progresivamente impartida suscita en el candidato la virtud sobrenatural de la fe, y a la verdadera conversión del corazón, lo que puede pedir cambios radicales en la vida del candidato.

El carácter sacramental, ya mencionado, es un signo espiritual configurativo con Cristo, que imprime en el alma una semejanza con Él, una imagen de Cristo, a quien desde ese momento pertenecemos y a quien debemos asemejarnos siempre más. Esta inicial configuración constituye, pues, un reclamo permanente a la identificación final con Cristo, a reproducir la imagen de su Hijo, para que él sea el Primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29). Es este el fundamento bautismal de la llamada universal a la santidad, de la que se hace eco el Concilio Vaticano II: «Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Lumen gentium, n. 40).

Este mismo carácter bautismal es también signo espiritual distintivo y dispositivo. Es decir, por distintivo se entiende que, «hacia afuera», distingue a los cristianos de los no cristianos, mientras que por dispositivo se quiere expresar que, «hacia adentro», el carácter bautismal constituye la base sobre la que se apoya la radical igualdad de todos los bautizados: como dice san Pablo, ya que todos vosotros, que habéis sido bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos vosotros no sois más que uno en Cristo Jesús (Gal 3,27-28). Esta igualdad fundamental, conjuntamente con el ser «uno» en Cristo, nos impulsa a vivir la fraternidad apoyándonos en una realidad que va más allá de la sola afinidad humana. Finalmente, como signo dispositivo el carácter se constituye como capacidad sobrenatural para poder recibir y asimilar fructuosamente la gracia salvadora proveniente de los demás sacramentos: en este sentido, el bautismo orienta nuestra vida hacia los otros sacramentos. Sería, pues, una incoherencia recibir el bautismo e ignorar los demás sacramentos.

Fundamentos bíblicos e históricos de la Confirmación

Las profecías sobre el Mesías habían anunciado que reposará sobre él el espíritu de Yahvéh (Is 11,2), y esto estaría unido a su elección como enviado: He aquí a mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones (Is 42,1). El texto profético es aún más explícito cuando es puesto en labios del Mesías: El espíritu del Señor Yahvéh está sobre mí, por cuanto me ha ungido Yahvéh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado (Is 61,1). Algo similar se anuncia también para el entero pueblo de Dios; a sus miembros Dios dice: infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos (Ez 36,27); y en Jl 3,2 se acentúa la universalidad de esta difusión: hasta en los siervos y las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días.

Con el misterio de la Encarnación se realiza la profecía mesiánica (cf. Lc 1,35), confirmada, completada y públicamente manifestada en la unción del Jordán (cf. Lc 3,21-22), cuando desciende sobre Cristo el Espíritu en forma de paloma y la voz del Padre actualiza la profecía de elección. El mismo Señor se presenta al comienzo de su ministerio como el ungido de Yahvéh en quien se cumplen las profecías (cf. Lc 4,18-19), y se deja guiar por el Espíritu (cf. Lc 4,1; 4,14; 10,21) hasta el mismo momento de su muerte (cf. Hb 9,14).

Antes de ofrecer su vida por nosotros, Jesús promete el envío del Espíritu (cf. Jn 14,16; 15,26; 16,13), como efectivamente sucede en Pentecostés (cf. Hch 2,1-4), en referencia explícita a la profecía de Joel (cf. Hch 2,17-18), dando así inicio a la misión universal de la Iglesia.

El mismo Espíritu derramado en Jerusalén sobre los apóstoles es por ellos comunicado a los bautizados mediante la imposición de las manos y la oración (cf. Hch 8,14-17; 19,6); esta praxis llega a ser tan conocida en la Iglesia primitiva, que es atestiguada en la Carta a los Hebreos como parte de la «enseñanza elemental» y de «los temas fundamentales» (Hb 6,1-2). Este cuadro bíblico se completa con la tradición paulina y joánica que vincula los conceptos de «unción» y «sello» con el Espíritu infundido sobre los cristianos (cf. 2 Co 1,21-22; Ef 1,13; 1 Jn 2,20.27). Esto último encontró expresión litúrgica ya en los más antiguos documentos, con la unción del candidato con óleo perfumado.

Fragmento del texto original de Tema 21: Bautismo y confirmación (2).

  • (1) Libro electrónico «Síntesis de la fe católica», que aborda algunas de las principales verdades de la fe. Son textos preparados por teólogos y canonistas con un enfoque primordialmente catequético, que remiten a la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, las enseñanzas de los Padres y el Magisterio.

TEMA 21: BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN (2).

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