TEMA 7: LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS PARA UNA VIDA CRISTIANA AUTÉNTICA: LA PERSPECTIVA DE LOS PADRES.

Continuación de El acompañamiento pastoral de los cónyuges en el sacramento de la Penitencia y en la dirección espiritual.

Por Juan María Gallardo.

Annamaria Roggero (*) Danilo Centilozzi (**).

1. Introducción

En continuidad con lo que hemos escrito en el capítulo dedicado a los cursos prematrimoniales, aquí nos centraremos en algunos aspectos en que los padres podemos obtener un gran apoyo en los sacerdotes para la tarea de educar a nuestros hijos.

Nos permitimos hacer esta propuesta desde nuestra experiencia sobre el terreno, como padres preocupados por el desarrollo físico e intelectual de nuestros hijos, por su bien y por el bien que podrán aportar a la sociedad en la que vivirán. Somos una familia como tantas que un sacerdote puede encontrar en su parroquia, pero además nos gustaría ser la voz de otras familias cristianas que viven en un barrio de una ciudad cualquiera. Y lo más importante es que queremos educar a nuestros hijos a una vida cristiana auténtica.

En cierto sentido queremos proponer un intercambio de experiencias en el que cada una de las partes —padres y sacerdotes— tiene algo que aportar a la otra. Por nuestra parte queremos orientar a nuestros hijos a un estilo de vida en que se encuentren cómodos, que les ayude a cumplir sus deseos y que esté verdaderamente orientado a su bien. Esto significa esencialmente que nos preocupamos de aspectos como:

  • que sean personas satisfechas de sí mismas;
  • que realicen sus deseos más íntimos;
  • que sean buenos y generosos;
  • que estén preparados profesional, física y mentalmente;
  • que puedan decidir por sí mismos.

Ciertamente no todos los padres son conscientes de que una vida plenamente realizada está ligada a una vida cristiana coherente, justo en este punto consideramos indispensable la función de los sacerdotes: pueden ayudarnos a redescubrir este compromiso de vida, a dejarnos guiar en esta tarea a veces ardua y en la que sufrimos muchas influencias por parte de la sociedad.

A lo largo de los años un niño irá frecuentando diversos ambientes, generalmente en este orden:

  • familia, que es —y será siempre— el primer ámbito de la educación;
  • escuela —trabajo profesional cuando sean adultos—;
  • amistades;
  • actividades deportivas;
  • parroquia;
  • clubes juveniles, asociaciones culturales, etc.

Como se ve, el ambiente parroquial no es el primero al que asisten los niños. En consecuencia, para contar con la ayuda de los sacerdotes en la educación cristiana será necesario aprovechar los momentos en los que el elemento religioso está más presente en la vida del chico. Será fácil en el caso de las familias creyentes y practicantes, pero en todo caso se podrá tomar pie de los cursos de preparación para los sacramentos de iniciación cristiana.

2. El derecho/deber de educar a los hijos

Nuestro punto de partida será el siguiente: a menudo las parejas se casan por la Iglesia y bautizan a sus hijos, pero no tienen clara la responsabilidad que asumieron al casarse ni la misión educativa a la que están llamados. Los dos compromisos que se derivan del matrimonio —válidos también para los que no están casados por la Iglesia o conviven more uxorio— son esencialmente:

  • la fidelidad: ser fieles el uno al otro en lo bueno y en lo malo, lo que implica la unidad y la
    indisolubilidad;
  • la misión educativa: educar a los hijos, fruto del amor de la pareja.

Un concepto fundamental, que quizás se olvida con demasiada frecuencia, es que los padres tienen el derecho/deber de educar a sus hijos. No pueden ‘abdicar’ de su tarea como educadores pensando, por ejemplo, que la escuela les sustituye, si bien es del todo conveniente que se establezca una fructífera colaboración entre padres y profesores para alcanzar determinados objetivos educativos. De manera similar, los padres no deben delegar en la parroquia la tarea de educar a sus hijos a una vida cristiana auténtica, ya que ellos son los primeros llamados a esta importante tarea. No hay discontinuidad entre la educación en sentido personal o social y la educación cristiana: constituyen una unidad inseparable en la medida en que se pretende formar a la persona en su totalidad, en su dimensión humana y trascendente.

¿En qué modelo educativo deben basarse los padres que se han casado por la Iglesia y han bautizado a sus hijos? La respuesta puede parecer obvia pero no lo es tanto. Si no se tiene un proyecto educativo para los hijos no es fácil comprender en qué modelo hay que basarse para formarlos en una vida auténtica y llena de sentido. La educación cristiana se basa esencialmente en la fe profesada por al menos uno los dos padres, una fe viva y operante que no se basa solo en el cumplimiento del precepto dominical y en la santificación de las fiestas; esto sería solamente un objetivo mínimo.

El magisterio pontificio más reciente ha reiterado que la educación cristiana debe comenzar por la familia y que los sacerdotes, como parte de su vocación, están llamados a acercarse a ellas para ayudarlas de manera concreta y activa en esta tarea.

¿Cómo puede un sacerdote ayudar a los padres a redescubrir la belleza de su derecho y deber? A
continuación, proponemos algunas sugerencias tomadas de nuestra experiencia como familia implicada en una parroquia.

En primer lugar, un sacerdote no debería pensar que la educación cristiana de un niño o adolescente se puede limitar a las horas semanales de catecismo en la parroquia. Una visión de este tipo quitaría el sentido específico de la vocación sacerdotal como llamada de Dios a llevar la Buena Nueva a todo el mundo, reduciéndola a una visión ‘burocrática’; de sus tareas, una especie de oficio ministerial que se  traduciría en dedicar unas horas a esa tarea, como cualquier empleado público o privado.

En segundo lugar, se trata de hacer que los padres sean conscientes de que están llamados a educar a sus hijos de manera cristiana por el mero hecho de ser padres, ya que están llamados por Dios a custodiar la vida de los hijos que Él les ha confiado. Esto se puede lograr a través de una seria preparación de los padres para el bautismo de sus hijos, reafirmando el compromiso que este sacramento conlleva para ellos.

Finalmente, retomando lo dicho en el capítulo sobre los cursos de preparación al matrimonio, otra tarea del sacerdote podría ser la de mantener el contacto con la pareja después de la celebración del sacramento que los ha unido para siempre. Un objetivo principal de este seguimiento sería la mejor y más intensa recepción de los sacramentos que animan la vida ordinaria: la reconciliación y la Eucaristía.

Al tratar de la colaboración entre sacerdotes y padres nos parece fundamental profundizar en la formación ética de los hijos, es decir, la educación sobre el bien y el mal, sobre lo que hay que hacer o evitar. Se trata de un interesante campo en que confluyen lo natural y lo sobrenatural, lo humano y lo divino, que va más allá las nociones básicas de la fe y las principales oraciones vocales que se enseñan en los primeros años.

La ética, al igual que la moral, se refiere al comportamiento de la persona. Por eso creemos que un aspecto fundamental de la educación cristiana es la formación en las virtudes, siguiendo un camino que parte de las virtudes humanas más básicas, pasa por las cardinales —prudencia, justicia, fortaleza y templanza— y llega al redescubrimiento de las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad—, infundidas por Dios en el momento del bautismo. Los sacerdotes pueden partir de estas bases humanas al hablar de Dios, ya que las virtudes humanas actúan como fundamento de las sobrenaturales.

El objetivo de las familias que quieren educar éticamente a sus hijos es hacer que posean buenos hábitos o virtudes. En la edad adulta darán como fruto un estilo de vida personal respetuoso tanto con los demás como con los recursos materiales que utilizarán.

Algunas de estas virtudes que hay que fomentar en la vida familiar son:

  • la sobriedad;
  • el espíritu de servicio;
  • la laboriosidad;
  • la sinceridad;
  • el orden;
  • la modestia;
  • la alegría;
  • la paz;
  • el perdón.

Esta lista no es exhaustiva sino un primer esbozo del itinerario que lleva a los hijos hacia el verdadero epicentro de la educación ética: la libertad personal y la consiguiente responsabilidad. Sin libertad no sería posible educar cristianamente a los hijos, porque el mensaje cristiano está completamente orientado al seguimiento de Cristo en la libertad de los hijos de Dios (cfr. Rm 8,21).

Como en todo ámbito educativo, no se trata simplemente de «hablar de las virtudes» ni de exigir a los hijos metas altas con el único fin de sobresalir por encima de los demás. Se trata más bien de ser un ejemplo vivo, un punto de referencia: los hechos cuentan mucho más que las palabras. Cuando los padres no están atentos a una determinada virtud humana, los sacerdotes pueden animarlos a crecer y a luchar en ella. De igual modo, los sacerdotes están llamados con su ejemplo a destacar y valorar las virtudes aprendidas en la familia. En este campo los padres y los sacerdotes están «expuestos»; al juicio de sus hijos, desde que son niños hasta el delicado período de la adolescencia.

Educar éticamente a los hijos para conducirlos a una vida cristiana auténtica: este es el sentido de la colaboración entre los padres y los sacerdotes. Una colaboración que tendrá éxito si se basa en los dos elementos activos del comportamiento ético: las palabras —conversaciones— y las obras —testimonio personal—.

4. Tareas específicas de los sacerdotes para ayudar a los padres

Después de esta breve exposición de los diversos aspectos de la educación cristiana, veremos ahora de modo más concreto cómo los sacerdotes pueden apoyar a los padres.

La primera tarea, tal vez la más urgente, es educar a los educadores dándoles las Herramientas concretas para guiar a sus hijos en el camino de la fe. A menudo los padres no tienen las bases cristianas necesarias para hacerlo o durante algún tiempo han descuidado su práctica religiosa. Por este motivo, los sacerdotes tratarán de animar a los padres ya antes de que sus hijos lleguen a la edad de la catequesis previa a la primera comunión, por ejemplo, mediante una buena preparación para el bautismo de sus hijos que haga hincapié en el compromiso que están asumiendo. No se trata de asustarlos o de ponerlos frente a una tarea demasiado ardua, sino de acentuar la belleza e importancia de su vocación educativa. Los sacerdotes pueden ayudar a los padres a comprender que las raíces de la fe tienen una larga fase de crecimiento. El niño tiene un fuerte sentido de la trascendencia desde una edad muy temprana y esta tendencia debe ser aprovechada ya en los primeros años.

Además, gracias a la ayuda de los sacerdotes, los padres podrán comprender que no es eficaz limitar la educación cristiana de sus hijos a las horas de catequesis en la parroquia, porque la educación cristiana pasa necesariamente por la vida en familia. Una hora de catecismo a la semana quedará prácticamente en nada si no va acompañada de una vida familiar en la que se participe en la Misa dominical y se dedique tiempo a la oración, tanto personal como en familia. En este sentido se debe hacer hincapié en la importancia de la asistencia personal —especialmente por parte de los padres— a los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía.

La segunda tarea, no menos importante y que tal vez debería ponerse en primer lugar, es escuchar a los padres en sus dudas, sus deseos y sus planes sobre los hijos, así como en sus miedos ante los desafíos que presenta nuestra sociedad. Esto permitirá a los sacerdotes proponer, con la ayuda de expertos y profesionales, iniciativas en diversas áreas, como el manejo de las tecnologías y de los medios de comunicación u otros temas actuales como el acoso escolar y los desafíos bioéticos.

Con los años se planteará la posibilidad del acompañamiento del niño o del joven que quiere confiarse a un camino de dirección espiritual, obviamente adaptado a su edad. Esto requiere formar bien a los catequistas y al resto de laicos que colaboran en la pastoral parroquial; de ellos depende en gran medida una adecuada orientación de los niños, los jóvenes y las familias. Este segundo aspecto implica un intenso trabajo de «formación de formadores», sin delegar las propias tareas a otros sino colaborando cada uno según su propio estado de vida.

Un campo todavía poco explorado es la posibilidad de que las familias se encuentren entre sí: desde la peregrinación a algún santuario hasta otros momentos como comidas y fiestas en ocasiones particulares. Se trata de momentos que pueden favorecer un conocimiento más profundo entre los sacerdotes y las familias, y de las familias entre sí. De esta manera se formará una sólida red de familias que comparten los mismos valores y sienten más fuertemente la pertenencia a una comunidad eclesial y el apoyo que esta supone.

Cuando se vea oportuno se puede implicar a los padres en las actividades de la parroquia, especialmente las que conciernen a sus hijos. A modo de ejemplo, mencionamos la organización de eventos para recaudar fondos, las actividades de Caritas o la posibilidad de poner sus competencias profesionales al servicio de la comunidad —desde el médico hasta el psicólogo, pasando por el cocinero, el fisioterapeuta, etc.—. El compromiso de los laicos en las comunidades parroquiales es fundamental y permite que los padres se sientan parte de un proyecto en favor de sus hijos y no solo «usuarios» de un servicio ofrecido por la parroquia.

5. La moral sexual: ¿desafío o problema?

Al hablar de la educación de un niño o un adolescente a una vida cristiana auténtica no se puede omitir la ayuda que los sacerdotes pueden prestar a los padres en el delicado pero importante tema de la moral sexual.

¿Conviene que los sacerdotes hablen de estas cuestiones? Creemos que es muy importante, porque la mora sexual, al igual que la de otras conductas «éticas», tiene como primer punto de referencia la propia familia y concretamente los padres. ¿Pero qué conocimientos tienen los padres sobre estos temas? ¿Saben cómo explicarlos?

No se debe minusvalorar la importancia de la formación en este ámbito: aquí se da a los jóvenes las bases para amar, para cuidar del prójimo, para respetar el alma y el cuerpo, templo del Espíritu Santo. Por tanto, sí: también los sacerdotes deberían tratar estas cuestiones. Hemos visto demasiadas veces una excesiva timidez y una cierta prisa al abordar estos temas en los encuentros formativos en la parroquia. Y sin embargo, especialmente en la adolescencia, es un tema que despierta curiosidad; incluso ya desde pequeños empiezan a preguntarse «¿cómo nacen los niños?».

¿Cómo tratar este tema? Sin duda partiendo de las preguntas que hagan los chicos, pero hay que saber también adelantarse con delicadeza para no arriesgarse a que reciban una información equivocada por parte de otras personas o de los medios de comunicación. Desde un punto de vista práctico creemos que es importante:

  • abordarlo con decisión, sin una falsa prudencia o miedo de incomodar a unos jóvenes que
    probablemente están ya buscando respuestas;
  • no trivializar el tema del sexo;
  • no demonizar el sexo como algo incompatible con la fe cristiana;
  • dar una respuesta adecuada a las preguntas de los jóvenes y, cuando no se sabe, pedir ayuda a expertos;
  • fomentar una relación personal con el o la joven a través de la dirección espiritual y la confesión, teniendo en cuenta la edad y el interés que manifieste. A menudo se dicen a un sacerdote cosas que por vergüenza les resulta más difícil decir a sus padres.

6. Conclusiones

En estas pocas páginas hemos tratado de resumir nuestra experiencia como padres en la educación cristiana de nuestros hijos. Estamos aún en una etapa muy temprana, ya que nuestros hijos aún no han entrado en la temida fase de la adolescencia. Sin embargo, conocemos a muchas familias que ya han cruzado este umbral y a otras que, por desgracia, no han tenido todavía la alegría de emprender el camino del Evangelio para descubrir hasta qué punto la vida cristiana no es algo abstracto que concierne solo a la interioridad del sujeto, sino que, por el contrario, es un modo de realizarse plenamente como personas libres y responsables.

Sabemos bien que los sacerdotes están cargados de tareas. Sin embargo, siempre que tenemos la oportunidad tratamos de hacerles comprender que la fe cristiana florece ante todo en las familias con el ejemplo de padres santos capaces de llevar adelante su vida cotidiana, sin milagros pero con la ayuda indispensable de la Providencia y de su propia competencia humana.

Por eso, con renovada confianza, animamos a todos los sacerdotes y religiosos a escuchar a las familias, a considerar la educación cristiana de los padres como uno de los objetivos más importantes de este nuevo siglo. Consideramos que esta tarea es indispensable para devolver la paz y la serenidad a esta sociedad nuestra imbuida de consumismo, que está dejando de lado el sentido de lo sagrado y la belleza de los dones divinos para limitarse a la experiencia de una libertad irresponsable. Es en la familia cristiana donde florecen las vocaciones al matrimonio y al sacerdocio más resistentes a las intemperies de la vida.

La Iglesia del futuro pasa necesariamente por la pastoral de la familia, sobre todo ahora que está más atacada. El sacerdote sigue siendo para nosotros una figura fundamental para ayudarnos a educar éticamente a nuestros hijos, sobre todo cuando sabe dar un testimonio concreto del mensaje por el que ha elegido dar su vida y cuando nos enseña a mejorar en nuestra labor de educadores.

(*) Annamaria Roggero —annamaria.roggero@gmail.com— es psicóloga y experta en mediación familiar.

(**) Danilo Gentilozzi —d.gentilozzi@fondazionerui.it— es licenciado en Derecho y periodista; trabaja en la Fundación Rui. Están casados y son padres de cinco hijos.

TEMA 7: LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS PARA UNA VIDA CRISTIANA AUTÉNTICA: LA PERSPECTIVA DE LOS PADRES.

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