TEMA 8: LA AYUDA A LAS PAREJAS EN CRISIS.

Continuación de La educación de los hijos para una vida cristiana auténtica: la perspectiva de los padres.

Por Juan María Gallardo.

Mariolina Ceriotti Migliarese.

1. Premisa

Antes de entrar en las consideraciones humanas y psicológicas que constituyen el contenido de este capítulo, creo necesario recordar que no es posible entender la indisolubilidad del matrimonio cristiano solo como fruto de una elección y un compromiso personal de la pareja. Es esencial comprender que es, a todos los efectos, un hecho, la indisolubilidad no es una característica que nosotros podemos, por simple voluntad, imprimir a la relación.

El amor humano contiene en sí mismo una vocación a durar para siempre, pero solo el sacramento lo hace indisoluble. Con la bendición del Señor tiene lugar algo que cambia la naturaleza misma de la relación y forma, a través de la intención y la promesa sincera de amor entre un hombre y una mujer —inevitablemente limitados y frágiles— una nueva entidad que antes no existía. Allí la vocación personal de cada uno encontrará el camino adecuado para su realización. Hoy más que nunca es indispensable una renovada comprensión de esta premisa para afrontar las dificultades y crisis cada vez más frecuentes y profundas en la vida de los matrimonios cristianos.

Las familias de los creyentes sufren un fuerte contraste entre el hermoso proyecto familiar en el que siguen creyendo y la posibilidad concreta de su realización. Experimentan las penurias, limitaciones y fracasos, tan comunes y extendidos en nuestro contexto sociocultural, con la misma frecuencia e intensidad que los que no tienen fe. Aunque no siempre se explicite, se está extendiendo una sutil duda sobre la posibilidad de que el matrimonio pueda suponer un proyecto al mismo tiempo indisoluble y humanamente feliz.

También en los ambientes católicos notamos especialmente la carencia, o al menos la insuficiente difusión, de una buena cultura de las relaciones. Hoy día no basta tener un buen proyecto de familia: para que una relación tenga las bases necesarias para mantenerse en el tiempo es necesario también desarrollar unas adecuadas capacidades personales y de pareja a través de una reflexión que tenga en cuenta la complejidad de los elementos en juego. Necesitamos una mayor capacidad para leer las relaciones, que no son estructuras estables y definidas de una vez por todas, sino cuerpos vivos que necesitan continuas adaptaciones.

En nuestros días la pareja ya no vive en un contexto de reglas «fuertes» y socialmente compartidas. No se puede dar nada por descontado: ni la diferencia entre hombre y mujer, ni la atribución de tareas y roles ni un proyecto de paternidad.

Por otra parte, hay algunos modos de pensar muy extendidos que a menudo condicionan inconscientemente nuestra predisposición hacia los proyectos afectivos. Me limitaré a mencionar brevemente algunos de ellos, como una simple lista provisional e incompleta que merecería una apropiada profundización y reflexión:

  • La lectura fuertemente idealizada del concepto de amor, con un fuerte acento en el componente emocional a expensas de una planificación realista;
  • La idea de que la relación de pareja debe representar la respuesta a la necesidad personal de felicidad que todos tenemos;
  • Un concepto de felicidad que se identifica con el bienestar subjetivo y la autorrealización;
  • La convicción de que una vida verdaderamente lograda coincide con la posibilidad de alcanzar el éxito, especialmente en el trabajo;
  • La creencia de que el valor de una relación se mide por la ausencia de conflictos.

Una vez expuestas estas premisas creo esencial hacer una lectura de lo que el matrimonio representa realmente desde el punto de vista psicológico. Esto nos permitirá entender cómo apoyar a las parejas, jóvenes o menos jóvenes, en las diferentes fases de su vida en común y en los inevitables momentos de crisis.

2. El Matrimonio como vínculo específico

La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo se configura el matrimonio desde el punto de vista psicológico? ¿Qué tipo de relación es? En mi opinión, los puntos de partida son:

  • El vínculo matrimonial es un vínculo específico también a nivel emocional y psicológico, porque se forma con la firme idea de que «se mantenga en el tiempo». El matrimonio cristiano, en particular, se basa en una promesa «para siempre». Esta especificidad psicológica representa un elemento constante e invariable que va en continuidad con el pasado. De aquí se derivan algunas de las características y dificultades inherentes a la relación, que están en la base de lo que podemos llamar las nuevas dificultades, que son las vinculadas a la situación sociocultural actual.
  • La especificidad a la que nos hemos referido —un vínculo «para siempre»— requiere la necesidad de desarrollar las habilidades necesarias para afrontar eventuales situaciones de crisis sin destruir la relación. Esto implica que el hombre y la mujer —a nivel individual y en cuanto pareja— han de pasar por momentos complejos y a veces exigentes de renegociación de su relación, que abren el camino a la continua regeneración de su vínculo.
  • La relación de pareja tiene, por tanto, un carácter necesariamente dinámico y presenta una alternancia de fases y procesos que podemos resumir como «idealización, desilusión y reorganización». Estas fases, claramente reconocibles sobre todo al inicio de la relación, reaparecen, aunque con algunas diferencias, a lo largo de la vida de la pareja, planteando siempre nuevos retos.

Por esta razón, los fenómenos de «crisis» no deben considerarse como un hecho excepcional y no indican necesariamente una disfunción o una patología de la pareja en cuanto tal. Por el contario, cada crisis señala la necesidad de un cambio y exige que la relación se ponga en discusión y se reorganice con nuevos equilibrios, introduciendo los cambios necesarios para mantener tanto su vitalidad como su estabilidad.

Para explicarnos con más claridad, el resto del capítulo se dividirá en dos partes:

  • Una reflexión sobre la fisiología de las diferentes fases de la vida de pareja. Veremos así la existencia de situaciones críticas cíclicas que no son patológicas, así como las continuas adaptaciones que son necesarias para mantener una relación viva y sana;
  • Una reflexión —también inevitablemente breve e incompleta— sobre el significado de lo que podríamos llamar «la» crisis. Se trata de aquellas situaciones en las que, por diferentes motivos, la relación encuentra un sufrimiento particular que pone en tela de juicio la propia decisión sobre el matrimonio.

La salud psíquica de la pareja requiere la capacidad de mantener la relación de una forma dinámica, que permita la «realización de la experiencia del yo en el contexto de una relación íntima». Esto significa que en una relación sana cada uno de los dos cónyuges debe ser capaz de desarrollar de la mejor manera posible su propia personalidad —con sus personales características, dones y vocación— sin perder nunca de vista el contacto y el intercambio con el otro. Se trata de mantener en una relación viva dos Yo diferentes, cada uno de los cuales, a su vez, busca siempre un equilibrio entre la continuidad y el cambio. Como se intuye, no es un desafío fácil.

Para esto es necesaria una continua adaptación mutua que pasa por la resolución de las pequeñas situaciones conflictivas y críticas que se dan en la vida cotidiana. Este «trabajo psíquico» consiste en dialogar, discutir, mostrar el desacuerdo, mediar y ponerse de acuerdo; es lo que permite que la relación se vaya modificando con el tiempo sin perder su configuración específica subyacente.

Como veremos, las crisis más graves son consecuencia de la prolongada dificultad para afrontar y superar significativamente la criticidad fisiológica de la relación a través de una auténtica reorganización y remodelación. En las situaciones de crisis la incapacidad de comprender las dinámicas en juego y de cambiar progresivamente de manera flexible conduce a una rigidificación de la estructura de la relación, a veces con la intención explícita de protegerla.

En ausencia de una adaptación progresiva y recíproca, que tenga en cuenta el cambio constante debido al desarrollo de la vida, la relación tiende hacerse poco a poco asfixiante e insatisfactoria, hasta el punto de deslizarse hacia el problema que hará explotar la situación.

La crisis grave, incluso cuando no conduce a la separación, de alguna manera marca siempre el fin de la relación, o para ser más exactos el fin del modo concreto en que esa pareja ha vivido su relación. Para que la relación se recupere y siga viviendo es necesario entonces un trabajo específico —y no pocas veces especializado— de descodificación y reconstrucción, que solo puede comenzar a partir de la decisión consciente de refundar la relación sobre nuevas bases.

3. Las fases de la vida de pareja

a) La formación de la pareja, enamoramiento e idealización. El modelo de funcionamiento de toda relación de pareja hunde sus raíces en el enamoramiento.

El enamoramiento es un acontecimiento específico, fuertemente anclado en las vicisitudes de la historia personal. Sigmund Freud decía que supone una especie de «reconocimiento» del objeto: algo del otro nos llama la atención de manera particular, como si la persona, en realidad desconocida, no fuera completamente nueva para nosotros sino que tuviera características que la hacen familiar. La referencia básica para este conocimiento son los primeros objetos de amor, tanto en positivo —por similitud— como en negativo —por diferencia—.

No se trata solo, como se suele creer, de la huella que dejaron el padre o la madre del sexo opuesto, sino también de las características del padre o la madre del mismo sexo. También tiene una gran importancia a nivel inconsciente el modelo de pareja que formaban los propios padres, que determina el estilo relacional que hemos conocido en nuestra infancia.

En cualquier caso, la fase de enamoramiento está ligada a un movimiento de idealización que implica a nivel inconsciente la negación —al menos parcial— de los aspectos insatisfactorios del objeto y de la relación.

De aquí derivan algunos modos de funcionamiento característicos de la pareja. En primer lugar, para seguir siendo «ideal», la relación debe mantenerse en la medida de lo posible fuera de la vida temporal contingente, con sus desafíos potencialmente conflictivos. Las parejas que tienen una fuerte necesidad de mantener su relación a este nivel —que es particularmente agradable y satisfactorio— a veces tienden a posponer lo más posible una elección definitiva como el matrimonio por temor a que la vida cotidiana, con sus momentos prosaicos y la vida en común, lleve a una caída de la tensión amorosa y de los aspectos emocionales gratificantes.

En segundo lugar, la pareja se estructura a nivel inconsciente para mantener «fuera» del espacio compartido todas las percepciones desagradables que les conciernen. A esto corresponden una serie de fantasías, tanto conscientes como inconscientes, que tienden a leer la relación como absolutamente especial y diferente de todas las demás. Podríamos expresarlo así: «Yo soy bueno/a, tú eres bueno/a, nuestra pareja es buena; somos especiales; nuestra relación es diferente de las demás; nuestra relación no es imperfecta como la de nuestros padres». Es más, a menudo la pareja tiende a aislarse para evitar inconscientemente la confrontación de uno o ambos con una realidad que podría dar críticas no deseadas y poner en crisis la idealización.

b) La crisis: convivencia y desidealización

Cuando la pareja inicia su vida en común, la constante cercanía y la necesidad de compartir los espacios y los tiempos de la vida cotidiana de manera más estable hacen que cada vez sea más difícil mantener permanentemente altos la tensión emocional y el nivel de idealización.

Poco a poco se va abriendo paso la inevitable confrontación con la totalidad del otro, no solo con sus aspectos idealizados sino con toda su personalidad, con sus méritos, límites y defectos. En esta fase surgen con claridad sentimientos de desilusión, cuando no de verdadera decepción, que representan a todos los efectos un momento crítico.

Es muy importante comprender —y eventualmente hacer comprender a los cónyuges— que el proceso de decepción no es algo objetivo —es decir, ligado a las características del objeto— sino subjetivo: el otro no ha cambiado realmente, sigue siendo lo que era antes. El cambio percibido se refiere a la imposibilidad de mantener fuera de la conciencia lo que menos nos gusta de él, aceptando la imperfección natural de la persona de la que nos hemos enamorado y a la que hemos elegido.

Para desarrollarse de manera satisfactoria para ambos, la vida de una pareja tiene que afrontar muchas encrucijadas que son a la vez psicológicas y prácticas. Las enumeraré también brevemente:

  • Los problemas de interdependencia recíproca —aprender a «funcionar» juntos renunciando a la total independencia de la vida anterior—;
  • los problemas de delimitación/fusión —encontrar la distancia adecuada en la relación para ser «nosotros» sin que ninguno pierda el propio «yo»—;
  • las dificultades de comunicación —fuertemente ligadas a la diferencia, incluida la sexual—;
  • la necesidad de definir una relación equilibrada entre la nueva familia y las dos familias de origen, a fin de obtener la plena legitimidad del nuevo núcleo familiar;
  • la redefinición de la relación que cada miembro de la pareja tiene con su propia familia;
  • el acuerdo para una vida sexual mutuamente satisfactoria;
  • el acuerdo sobre el desarrollo futuro de la familia, que incluye la apertura a los hijos y la dedicación de cada cónyuge al trabajo.

Cada uno de estos puntos representa un desafío fascinante y complejo que se desarrolla sobre todo, pero no solo, en los primeros años de la vida en común. Mediante el trabajo progresivo en estos puntos la pareja adquiere gradualmente su propia forma específica, que supone también un estilo familiar en el que ambos se reconocen.

Desde el punto de vista psicológico es necesario no solo salir del pensamiento idealizado sobre el otro sino también asumir los propios límites, que incluyen nuestra capacidad de amar, que es siempre limitada.

Por lo tanto, hay que despedirse tanto del objeto idealizado como del Yo idealizado y aceptar la inevitable imperfección propia y ajena.

Todos estos retos y otros que no he mencionado exigen que la pareja aprenda a confrontarse e incluso a entrar en conflicto sin llegar romperse; que consiga reorganizarse a diversos niveles en base a nuevos equilibrios.

c) La reorganización de la pareja: la necesidad de aceptar la ambivalencia La tarea fundamental es, por tanto, aceptar la decepción, contextualizarla y aceptar al otro tal como es, con sus aspectos positivos y negativos. Desde el punto de vista psicológico se habla del «acceso a la sana ambivalencia».

Para llegar aquí es necesario replantearse algunas convicciones —conscientes o inconscientes— sobre la relación y asumir que quizá habrá que modificarlas. Me gustaría mencionar las más significativas y frecuentes:

  • Contrariamente a lo que se piensa, la presencia de conflictos y dificultades no es un signo de que la relación vaya mal; es inevitable que haya situaciones de desacuerdo y debemos aprender no tanto a evitar los conflictos sino a gestionarlos de manera no destructiva, como una oportunidad de crecimiento mutuo.
  • Es natural que se experimenten sentimientos encontrados hacia las personas que amamos. Hay aspectos del otro que no nos gustan y que tal vez nunca nos gustarán; pero no se puede cambiar todo lo que no nos gusta.
  • La persona que hemos elegido no puede ser «la mejor» —en sentido absoluto— de todas las personas que conocemos. Sin embargo, el enamoramiento nos hace percibir que se trata de alguien «único», y es el descubrimiento de esta unicidad lo que debemos valorar, guardar en nuestro corazón y alimentar.

Precisamente esta singularidad representa para el creyente la cuestión central: es precisamente a través de la específica persona del otro, tal como es, por donde pasa el desafío de nuestra vocación.

  • No todas las necesidades pueden ser satisfechas en la relación de pareja, por muy rica y satisfactoria que sea.
  • Ser amados no es, como a veces se piensa, un «derecho»: para ser amados debemos aprender a ser amables. Paralelamente el amor por el otro está destinado a transformarse en un amor paciente.
  • «Entenderse» es una palabra engañosa: no es verdadero amor solo aquel en el que nos entendemos sin dificultad. Pero es cierto que la diferencia dificulta la comprensión y es por tanto necesario decidir si queremos hacer el esfuerzo para comprendernos, lo que implica escucharnos mutuamente con verdadera disponibilidad.
  • La verdadera comunicación solo es posible cuando hay una actitud de verdadera «comprensión»: «El comienzo de toda comprensión reside en que el uno conceda al otro lo que es. […] Presupone que se dé al otro su derecho a sí mismo: que no se le considere como un trozo del propio mundo circundante, que se usa, sino como un ser que tiene un centro original, su ordenación vital, sus deseos y derechos propios».

Para alcanzar la comprensión recíproca, cada uno debe reconocer la legitimidad de las experiencias subjetivas del otro, incluso en el cambio continuo derivado de su evolución en el ciclo vital. Nos puede servir de guía una actitud de sincera curiosidad por la subjetividad del otro, aprender a escuchar sus estados afectivos sin juzgarlos, desarrollar nuestra capacidad de introspección. Es importante desarrollar la dimensión reflexiva, porque el amor mutuo no es solo fruto de un sentimiento espontáneo.

4. Presentación de una historia: Ana y Lucas

El horizonte cultural actual, caracterizado por la frecuencia y la aceptación social de las rupturas matrimoniales, requiere nuevas preguntas: ¿qué se puede hacer cuando ocurre algo más grave en la pareja? ¿Cómo actuar cuando se dan eventos que ya no son fisiológicos, como es el caso de la traición, el enamoramiento de otra persona u otras situaciones que socavan gravemente la confianza recíproca? ¿Es posible reconstruir la relación después de una traición? ¿Es posible volver a enamorarse después de una profunda decepción?

Para los creyentes, una crisis matrimonial importante abre a menudo cuestiones más amplias que conciernen también a la fe y al sentido vocacional de la elección que se hizo: ¿cómo se pueden conjugar la desilusión y el amor? ¿Cómo es posible continuar una relación después de la ruptura de la promesa o cuando el enamoramiento desaparece? ¿Cómo es posible que Dios —el Dios de la alegría— realmente quiera esto?

No es infrecuente incluso en los creyentes que estas situaciones despierten la sospecha de que en estos casos mantener la fidelidad a la elección realizada es solo una forma de masoquismo o de aferrarse a los aspectos meramente formales de la promesa. No es fácil responder a todas estas preguntas.

Creo que una forma de reflexionar sobre el tema es presentar la historia de una pareja a la que tuve ocasión de asesorar. Narraré el trabajo que realizamos juntos tratando de destacar tanto los elementos que llevaron a su grave crisis —resultado de una larga traición de él— como los pasos que se dieron para tratar de restablecer su alianza sobre bases renovadas y más sólidas. Por supuesto se trata solo de una historia entre tantas, con todas las limitaciones que eso conlleva: cada pareja representa una historia en sí misma, con variables que no siempre son superponibles.

Los dos protagonistas son Ana y Lucas. Tienen una edad similar, llevan casados 27 años y tienen tres hijos ya mayores. Llegan a la consulta por una importante crisis ligada al descubrimiento de una traición de Lucas que comenzó casi dos años antes de que Ana la descubriera casualmente. Ambos son creyentes y a pesar de la profundidad de su dolor y decepción expresan la voluntad de hacer un intento serio de superar la crisis y recomenzar. Durante el primer encuentro Ana se muestra muy dolorida y enfadada, y declara que no sabe si le será posible perdonar. Lucas en cambio está confundido; se declara arrepentido del daño causado a Ana y parece sobre todo preocupado por la posibilidad de una separación que no desea.

En mi trabajo con las parejas el punto de partida es siempre acoger como paciente a la relación herida con su historia, sus vicisitudes, sus contradicciones. Este es el sujeto que entre todos debemos tratar de comprender y curar. Cada pareja tiene una fisonomía particular y específica que va mucho más allá de la simple suma de los individuos. Para comprenderla plenamente es necesario recorrer juntos la historia común tal y como cada uno la ha vivido. Por lo tanto, no es tan importante descubrir objetivamente los hechos sino hacer una lectura compartida de las dos subjetividades que se han encontrado.

Suelo invitar a cada uno de los cónyuges a hablar —sobre sí mismo, su historia, la historia de ambos— y a escuchar, situándose en una nueva dimensión abierta y sin pretensión de juzgar. Esto no significa «justificar» un comportamiento objetivamente negativo —como la traición—, que es reconocido como tal sin ambigüedades; más bien significa compartir y comprender los hechos que han alejado tanto a dos personas que se aman.

El punto de partida es a menudo la narración que hacen uno y otra sobre su fase de enamoramiento: allí se puede reconocer ya cómo intuyeron profundamente la unicidad y el valor del otro y allí es posible encontrar también la fuente de la energía positiva que ha alimentado su convivencia hasta ahora.

a) El enamoramiento y su especificidad

El enamoramiento es, como ya he dicho, un acontecimiento complejo y muy específico, que implica una especie de «reconocimiento» del otro, que es sentido como «diferente, especial, particular, único». El encuentro es único porque implica al mismo tiempo dos niveles de funcionamiento de la persona:

  • la organización libidinal: es el ideal del yo, lo que conscientemente me llama la atención y me gusta del otro;
  • la organización defensiva: consiste en las características del otro que inconscientemente «me van bien»; su modo de ser es en cierto modo complementario al mío y me permite sentirme estable en mi modo de funcionar.

La forma más fácil de entender estos dos niveles son las palabras de Ana y Lucas.

En lo que se refiere a la organización libidinal —lo que ha llamado la atención, lo que gustó del otro— las cosas son bastante simples:

A: Me llamó la atención su alegría y su sencillez. Era guapo e inmediatamente me sentí muy atraída físicamente. Luego vi como se relacionaba con los demás: me gustaba su compañía, me reía con él y me sentía bien. Estaba serena.

L: Era bonita, dulce, me dio un sentido de familia incluso antes de que hablara con ella. Inmediatamente pensé: «Si no me alejo, me casaré con ella».

En cuanto a la organización defensiva, la cuestión es más compleja, porque está ligada a elementos principalmente inconscientes. Estos tienen su origen tanto en la historia remota —las primeras relaciones en la infancia, que ponen las bases para el funcionamiento afectivo— como en acontecimientos más recientes —personas conocidas, enamoramientos, experiencias vividas desde la adolescencia— que han contribuido a modificar de forma positiva o negativa el estilo afectivo de cada uno.

Veamos algunos elementos importantes de la historia personal:

L: Mi madre se casó muy joven —17 años— porque estaba embarazada de mí. Papá tenía 25 años. Vivíamos con mi abuela, que me crió. Papá engañaba a mamá y ella se desahogaba conmigo. Mi madre es posesiva y aprensiva; todavía tiende a tratarme como un niño. Siempre he pensado que el matrimonio no era más que un trozo de papel inútil y le tenía miedo.

A: Tengo una familia normal y unida. Mis padres a veces discuten, pero luego hacen las paces. Siempre me han dejado muy libre, pero me han dado mucha responsabilidad. Cuando tenía 9 años mi madre tuvo una crisis nerviosa y tuve que cuidar de mi hermana. En mi familia soy la eficiente y responsable, un apoyo para todos. Cuando conocí a L. había reencontrado la fe y me sentía lista para un proyecto definitivo.

Pasemos a algunos eventos emocionales anteriores a su relación:

A: Ya estaba viviendo sola. Primero había tenido una relación de cuatro años con un chico un poco mayor que yo, con el que también habíamos hecho planes para el futuro. Luego perdí la cabeza por otro, diez años mayor que yo, que había convivido con una mujer y tenía una hija pequeña. Tuvimos una historia intensa, pero terminó pronto; cambié de ciudad y me fui a vivir sola.

L: Vivía con mi familia mientras estaba estudiando y trabajando: siempre he trabajado mientras estudiaba. Tuve una novia dos años más joven, una historia que comenzó en la escuela secundaria y que fue adelante con altibajos. Estábamos siempre juntos en una especie de simbiosis, pero sin hacer planes. Corté mis amistades para estar solo con ella. Cuando conocí a A. estaba por primera vez fuera de casa debido a unas prácticas en la empresa, por tanto, lejos de ella desde hacía unos meses. Me sentía cansado de mi historia sentimental y quería un poco de aire fresco.

Aunque de manera esquemática, estos breves relatos nos dan ya muchos elementos para comprender las razones de la atracción no solo consciente —libidinal— sino también inconsciente —defensiva— entre Ana y Lucas.

Los elementos conscientes del enamoramiento son las cualidades reconocidas en el otro:

  • A Lucas le atrae la independencia y la seguridad de Ana —que a él le faltan—;
  • Ana se siente atraída por una forma de vivir la vida más aireada y menos basada en el deber de la que ella ha vivido en su familia.

Los elementos inconscientes de la atracción recíproca se refieren al hecho de que cada uno de los dos es «perfecto» para favorecer la estabilización de la estructura defensiva del otro. Dicho con otras palabras, cada uno encuentra en el otro la expresión de una parte que le falta y/o está inacabada. Cuando están juntos ambos encuentran una confirmación y un refuerzo de su «modo de funcionar». La relación hace que encuentren el mejor modo de funcionar alcanzado hasta entonces, después de una larga historia de búsqueda de equilibrio entre sus propias necesidades y las necesidades de su entorno vital. El encuentro entre Ana y Lucas es «especial» porque inicia una nueva realidad, una «mente común» en la que las necesidades de ambos se expresan y se sostienen:

  • para Ana el modo de ser de Lucas expresa por un lado lo que no puede o no sabe expresar —que debe relajar su excesivo sentido del deber— y por otro lado justifica y refuerza su necesidad de ser fuerte y competente, en continuidad con su propia historia. En efecto, Lucas requiere que ella siga siendo exactamente lo que es;
  • para Lucas, de modo similar, el modo de ser de Ana completa lo que él no puede o no sabe expresar —que necesita autonomía respecto al mundo de su madre—; pero al mismo tiempo justifica y refuerza sus dimensiones positivas, como el hecho de ser alegre, sencillo, capaz de una sociabilidad que hace a Ana sentirse bien: ella necesita que él siga siendo exactamente lo que es.

b) Criticidad de la relación antes de la crisis

Esta lectura ayuda a leer la especificidad del enamoramiento —una especie de reconocimiento del otro como «necesario»—, pero también muestra sus elementos limitantes: es precisamente sobre estas mismas características de complementariedad donde se inserta la potencial criticidad de la relación. Para entenderlo mejor podemos analizar lo que ambos reconocen como las dificultades básicas de su relación en el período anterior a la crisis. Dejemos que hablen ellos:

L: Ella es fuerte, es madre, es valiosa. Pero a veces es «demasiado» y no confía en mí, me hace sentir de poco valor, como si yo fuera irrelevante.

A: Él es encantador, alegre, se toma las cosas de manera agradablemente sencilla. Pero a veces me hace sentir sin apoyo, sin protección.

El circuito que refuerza las posiciones del otro —que, como hemos visto, es inicialmente funcional para ambos según un modelo de complementariedad— se vuelve gradualmente rígido y disfuncional, perjudicando a ambos. Hablamos en este caso de un refuerzo circular disfuncional de las posiciones.

A: Cuando he tenido problemas él se retiraba: no estaba presente en mis peticiones de ayuda. Cuando los niños eran pequeños él pasó por un momento difícil en el trabajo y entró en una depresión: tuve que hacerme cargo de todo. Reduje mi dedicación al trabajo, que me importaba mucho, para que él pudiera hacer su carrera: fue una elección libre, no me arrepiento, pero… Me deja todas las decisiones importantes; dice: «Decide tú». Lo hace porque dice que confía en mí, que soy eficiente. Pero nunca puedo apoyarme en él.

L: Ana siempre ha sido una roca para mí, pero cuando me necesita no sé cómo ayudarla: parece tan independiente, nunca parece que me necesita realmente. Ella puede hacer todo muy bien por su cuenta.

A: menudo me parece que no confía en mí, ni siquiera en lo que se refiere a mi trabajo.

Podemos mencionar ahora otro elemento importante: la diversa posición de ambos cónyuges en el proceso de maduración de su fe, que sigue dos velocidades diferentes:

A: Vengo de una familia creyente, pero durante varios años me distancié de la fe. Cuando conocí a L. había iniciado un importante camino de acercamiento y había vuelto a asistir a los sacramentos. Quería un matrimonio religioso.

L: En el momento de nuestro encuentro estaba muy lejos de los temas religiosos; durante nuestro compromiso empecé a ir a Misa por amor a A.: la estima y la admiración por ella me convencieron. Me casé por la Iglesia, pero en ese momento la fe no era para mí un tema central de la vida.

Durante los primeros años de matrimonio A. profundizó cada vez más en las razones de su fe, lo que cambió poco a poco su planteamiento de algunos temas relacionados con la vida de pareja, especialmente en el delicado campo de la vida sexual. Cuando se conocieron, A. usaba píldoras anticonceptivas, pero como resultado de su itinerario espiritual le dijo a Lucas que quería dejar de tomarlas y recurrir a los métodos naturales. Siempre por amor a ella y arrastrado por su determinación, L intentó seguir a A. y compartir su camino; incluso comenzó a asistir con ella a algunos encuentros formativos. Sin embargo, cuando abordamos el tema en la consulta él hizo esta observación: «En esa época sentí que mi esposa había cambiado; ella se había enamorado del Señor y yo había pasado a un segundo lugar». Con respecto a la decisión de abandonar el uso de anticonceptivos añade: «Solo podíamos hacer el amor algunos días, pero hacerlo en aquellos días se convirtió casi en un deber para mí». Y añade: «Traté de entender, de continuar. Pero me sentí traicionado». Esta doble velocidad en la pareja —en este y en otros niveles— es un elemento de dificultad importante que hay que tener en cuenta y sobre el que conviene reflexionar.

c) La crisis —la traición—

Lucas traicionó a Ana: no fue un episodio sino una historia larga, aunque fraccionada en el tiempo. La traición es un hecho objetivamente grave, que rompe el pacto de confianza instaurado libremente en el matrimonio. Como hecho objetivamente grave, la traición no es «justificable»: es muy importante compartir esta observación con la pareja por respeto a la persona traicionada y por respeto a la verdad. Pero para poder trabajar con vistas a una relación renovada y a un nuevo pacto, es indispensable encontrar un sentido a lo que ha sucedido, y por lo tanto tratar de entender su dinámica. Para entender —y no para justificar— el comportamiento de Lucas, escuchemos sus palabras.

L: Soy muy sensible al encanto femenino, tengo una fuerte necesidad de sentirme deseado. Ella —la otra mujer— era una chica mucho más joven que yo y muy problemática: me hacía sentir indispensable, parecía que no podía vivir sin mí. Yo era su pigmalión. También sexualmente: era como si hubiese sido yo quien la hizo una mujer. Esto me hizo sentir muy valorado. Ana es muy independiente, puede valerse por sí misma, nunca me he sentido indispensable para ella.

Aquí está una de las raíces centrales de la crisis: Ana y Lucas se rigidificaron en sus posiciones de partida complementarias sin encontrar adaptaciones más flexibles. Se creó una circularidad en la que estas posiciones se reforzaron mutuamente:

• Ana, reconocida y «recompensada» por Lucas como la «fuerte, capaz, independiente», no encontró espacio para expresar sus necesidades y fragilidades;

• Lucas, por su parte, se apoyó en la fuerza de Ana pero era incapaz de intuir las necesidades de ella. Terminó reforzando cada vez más el papel de Ana y, por otro lado, sintiéndose poco estimado y valorado, hasta el punto de percibir la situación como una ofensa intolerable para él.

También para Ana la relación se estaba volviendo cada vez menos satisfactoria. Sin embargo, acostumbrada como estaba a «hacerlo todo por sí misma», en el período anterior al estallido de la crisis intensificó sus compromisos laborales sin darse cuenta de la progresiva distancia de Lucas. La comunicación entre ambos no era suficiente para que pudieran hablar con confianza sobre su cansancio recíproco. La facilidad de Lucas para conocer a otras mujeres en sus viajes de trabajo hizo el resto.

5. Cómo ayudar a la pareja

Las situaciones de crisis grave necesitan a menudo la ayuda de un especialista para afrontarlas adecuadamente. Un primer requisito para la terapia es que quien asesora a la pareja conserve durante el tiempo necesario la actitud de confianza en el futuro que falta a la pareja en esos momentos de dificultad.

No es posible profundizar aquí en los contenidos y modalidades del trabajo terapéutico. Considero que es útil mencionar, al menos de manera esquemática, algunos puntos esenciales: se trata de las preguntas de fondo que hay que afrontar junto a la pareja durante el camino de la ayuda, un camino que siempre es diferente porque está ligado a la infinidad de variables involucradas.

a) La decisión fundamental: ¿juntos o separados?

Para enfrentar una crisis grave es necesario no dar por sentado su resultado: hay que tomar una posición personal basada en un proceso consciente de toma de decisiones. Para tomar una decisión verdaderamente libre es importante hacerse algunas preguntas, la primera de las cuales es: ¿cuál es el para mí valor de la relación?

  • Cada relación tiene un valor tanto subjetivo como objetivo. En una crisis seria a menudo es posible apoyarse inicialmente solo en el valor objetivo del matrimonio. En este contexto también es central recuperar el valor de la promesa que se hicieron y el peso real de la Palabra y de la bendición de Dios sobre nosotros.
  • Los hijos son para la pareja el valor objetivo más importante y a menudo el más motivador. No se puede «permanecer juntos solo por los hijos», pero ellos son una razón importante para intentar reconciliarse y dar una nueva oportunidad a la relación.
  • Para redescubrir los orígenes del valor subjetivo que se ha perdido, es importante leer la historia común: ¿de dónde venimos? ¿De qué me enamoré? ¿Qué intuí al enamorarme de ese «tú» tan especial para mí? Ahí está el origen del sentido que tienen para mí nuestro encuentro y nuestra historia.
  • Es necesario tomar una posición decisiva: la de quedarse —y restablecer la confianza— o separarse. No se puede subordinar la decisión al comportamiento del otro: la confianza es un don que libremente se decide —o no— renovar. La confianza es un «algo más», algo supererogatorio, no se puede «recuperar» una vez traicionada: solo se puede volver a donar, como la primera vez, sin garantías.
  • Cuando la crisis es profunda, la decisión inicial es una decisión de la voluntad razonablemente motivada. Es un salto antes de que los sentimientos entren en juego.

b) Entender la crisis: el punto de ruptura de la relación

El matrimonio se ha roto, no puede volver a ser como antes. ¿Pero es posible dar vida a una relación renovada y vital? ¿Es posible volver a casarse con la misma persona? ¿Y cómo podemos confiar en que las cosas cambiarán, que no repetiremos los mismos errores? Para responder son necesarias algunas premisas. En primer lugar, es importante redescubrir la relación en su especificidad y valor. Podemos encontrar la clave para comprender los recursos que aún contiene la relación haciendo una lectura profunda y compartida de su origen: el encuentro con el otro fue realmente único y especial. El solo hecho de que ambos lo comprendan y lo reconozcan puede confirmar su decisión de volver a empezar.

A continuación, es necesario que inicien juntos un camino para comprender la dinámica que condujo a la crisis. Hay que comenzar por descubrir que la raíz de las dificultades no fue algo externo, sino que estaba contenido en la historia desde su origen: lo que nos gusta del otro y el motivo por el que lo elegimos también esconde potencialmente en sí mismo lo que lo hará «difícil». Nos hemos elegido por nuestra diferencia, que nos hizo complementarios, pero es precisamente esta misma diferencia la que nos ha puesto en dificultades.

Los cambios que conlleva la vida requieren que cambiemos poco a poco nuestra forma de estar juntos, negociando modalidades y espacios para que cada uno pueda seguir creciendo en relación con el otro, pero haciéndose cada vez más plenamente él mismo. En otras palabras, el cambio en el tiempo hace necesario cambiar el paradigma de la relación: es necesario pasar de la relación inicial de complementariedad a una relación basada en la alianza. La crisis tiene su origen en la incomprensión de esta necesidad de cambiar, de adaptarse uno a otro de forma progresiva y flexible.

c) Superar la crisis: de la complementariedad a la alianza

El verdadero desafío del matrimonio es la «realización de la experiencia de sí mismo en el contexto de una relación íntima». A menudo la situación de crisis hace que cada uno vuelva a poner el acento en sí mismo: el sufrimiento relacional lleva a pensar que el otro representa un obstáculo para la plena realización de la propia tarea vital y la propia felicidad. El desafío consiste precisamente en comprender que no hay una oposición necesaria entre el vínculo —aunque sea difícil de mantener— y el cumplimiento de la propia vocación. Por el contrario, es posible reconocer al otro, con su diferencia, como el que específicamente pone en evidencia los límites y los puntos vulnerables de cada uno de los cónyuges. Más allá de las dificultades, esto puede representar también la ocasión para poner en marcha un verdadero crecimiento y un verdadero cambio personal: el esfuerzo y el dolor, en este caso, pueden volver a encontrar un sentido.

El camino hacia la curación pasa por una mejor comprensión de uno mismo y del otro: llegar a reconocer la legitimidad de la experiencia subjetiva cultivando la curiosidad por la propia experiencia. La narración de la historia personal del otro —el otro «en sí mismo», no el otro «para mí»— y de su «significado» abren la mente a la comprensión mutua. La lectura compartida del pasado se abre a la comprensión compartida del presente. Esto permite leer lo que ha sucedido bajo una nueva luz y abre a una renovada capacidad de comunicación y de escucha.

Es muy importante observar juntos algunas formas de funcionar rígidas y disfuncionales. Muy a menudo las parejas tienden a perpetuar en el conflicto esas formas repetitivas inducidas recíprocamente. Es posible cambiar siempre y cuando entendamos las dinámicas que están en juego. Por último, es fundamental dar un nuevo sentido a la relación, que se puede redefinir como una alianza basada no ya en la necesidad mutua sino en compartir proyectos comunes. Ser «nosotros» representa un punto de partida que hay que redescubrir: a partir de ahí la pareja podrá trabajar con vistas al futuro, redescubriendo en la relectura de la propia historia lo que le da unidad y la hace única más allá de la difícil experiencia de la crisis.

TEMA 8: LA AYUDA A LAS PAREJAS EN CRISIS.

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