TEMA 13: ITINERARIOS CATECUMENALES PARA LA VIDA MATRIMONIAL (2).

Continuación de Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial (1).

Por Juan María Gallardo.

C. Fase catecumenal

48. El catecumenado será un período de formación de duración variable, que comprende la preparación próxima, la preparación inmediata y el acompañamiento durante los primeros años de matrimonio. Las indicaciones que siguen pretenden ser sólo orientativas y deben ser aplicadas con inteligencia pastoral según las posibilidades concretas que se presenten en cada Iglesia particular. En líneas generales, se sugiere que la preparación próxima dure aproximadamente un año, dependiendo de la experiencia previa de la pareja en materia de fe y participación eclesial. Una vez tomada la decisión de casarse —momento que podría sellarse con el rito del compromiso— se podría iniciar la preparación inmediata al matrimonio, de unos meses de duración, para configurarse como una verdadera y propia iniciación al sacramento nupcial. La duración de estas etapas debe adaptarse, repetimos, teniendo en cuenta los aspectos religiosos, culturales y sociales del entorno en el que se vive e incluso la situación personal de cada pareja. Lo esencial es salvaguardar el ritmo de los encuentros para acostumbrar a las parejas a cuidar responsablemente su vocación y su matrimonio.

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Primera etapa: preparación próxima

49. El catecumenado matrimonial en esta etapa adquirirá el carácter de un verdadero itinerario de fe, durante el cual el mensaje cristiano será redescubierto y reproducido en su perenne novedad y frescura. Junto con la propuesta de una catequesis de iniciación cristiana a la fe, se revisarán los sacramentos de iniciación cristiana —el bautismo, la confirmación y la eucaristía— y el sacramento de la reconciliación. Un punto de referencia constante para las parejas serán las Sagradas Escrituras, especialmente el Génesis, los Profetas y el Cantar de los Cantares, que contienen textos fundacionales y simbólicos para el sacramento del matrimonio. Los candidatos al matrimonio también se iniciarán gradualmente en la oración cristiana —oración individual, comunitaria y de pareja— para adquirir un hábito de oración que será un gran apoyo para su futura vida matrimonial, especialmente en los momentos de dificultad. En esta etapa no se debe descuidar la preparación para la misión específica de los esposos, ya que el matrimonio es un sacramento para la misión.

50. Se ayudará a las parejas a acercarse a la vida eclesial y a participar en ella. Con delicadeza y calor humano, se les invitará a participar en los momentos de oración, en la eucaristía dominical, en la confesión, en los retiros, pero también en los momentos de celebración y convivencia. La propuesta debe aplicarse gradualmente —según la experiencia concreta de las personas—, de modo que se ayude a cada pareja a sentirse a gusto en los diversos ámbitos de la vida comunitaria —litúrgicos, caritativos, agregativos— sin coacciones ni forzamientos, sino, por el contrario, sintiéndose objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita» por haber recibido la llamada y el don de formar parte de la gran familia de los discípulos de Cristo.

51. Además de reanudar la iniciación cristiana en la fe, la preparación próxima supondrá también una iniciación al sacramento del matrimonio. Por este motivo, será fundamental preparar un itinerario de reflexión sobre los bienes propios del matrimonio durante esta etapa, para que las nuevas generaciones de casados se acerquen al sacramento con mayor conciencia, conociendo las notas esenciales que lo hacen tal, las gracias que se desprenden de él y los bienes que implica, pudiendo así disponerse a acoger estas gracias y abrazar estos bienes como un don.

52. Será importante en esta etapa profundizar en todo lo que tiene que ver con la relación de pareja y la dinámica interpersonal que conlleva, con sus «reglas», sus leyes de crecimiento, los elementos que la fortalecen y los que la debilitan. Será de gran utilidad conocer mejor las diferentes actitudes psicológicas y afectivas típicas de hombres y mujeres, sus diferentes sensibilidades, sus diferentes formas de establecer y cultivar las relaciones, los «matices» propios del carácter masculino y femenino que entran en juego en toda relación de dos. La realidad antropológica de la persona humana en general, y de los dos sexos en particular, creada y querida por Dios, debe ser conocida y comprendida bien, porque constituye el «material humano» que está en la base de la relación conyugal. Hay una «verdad» de la persona humana, así como una «verdad» específica del ser hombre y del ser mujer, que hay que aceptar y abrazar, ya que todo lo que va en contra de estas «verdades» y las pisotea, incluso dentro del matrimonio, genera malestar y sufrimiento.

53. Hay también muchos otros aspectos vinculados a la realidad humana de la persona y de la pareja que deben ser debidamente explorados: la dinámica humana de la sexualidad conyugal, la concepción correcta de la paternidad-maternidad responsable, la educación de los hijos. Las catequesis y las enseñanzas cristianas ayudarán a consolidar el conocimiento de la verdad relacionada con el matrimonio y la formación de la conciencia personal. En esta etapa, será valioso mejorar la experiencia de los cónyuges que ya tienen varios años de matrimonio a sus espaldas.

54. Este trabajo de profundización de la realidad humana de la persona y de la pareja, ha de tomar conciencia de las posibles carencias psicológicas y/o afectivas, que pueden debilitar o incluso anular por completo el compromiso de entrega y de amor mutuo que los cónyuges se prometen. Sin embargo, el descubrimiento de posibles carencias personales no tiene por qué suponer el abandono de la elección de la vida matrimonial, sino que puede ser el estímulo para iniciar un proceso más serio de crecimiento que prepare para alcanzar una condición suficiente de libertad interior y madurez psicológica para abrazar la vida conyugal con alegría y serenidad.

55. El objetivo específico de esta etapa es finalizar el discernimiento de cada pareja sobre su vocación matrimonial. Esto puede llevar a la decisión libre, responsable y meditada de contraer matrimonio, o puede llevar a la decisión igualmente libre y meditada de terminar la relación y no casarse. Para ofrecer «materia» de discernimiento a la pareja, esta etapa explorará no sólo la teología del matrimonio, sino también los muchos otros aspectos relacionados con la «práctica» de la vida conyugal: las intenciones que se tienen con respecto a la voluntad de comprometerse para toda la vida y con respecto a la descendencia, las posibles incompatibilidades, las expectativas y la visión personal que se tiene con respecto al amor y a la vida conyugal. Se trata de hacerles comprender la diferencia entre «prepararse para el día de la boda» —preparation of a wedding— y «prepararse a la vida matrimonial»—preparation to a marriage—.

Se invitará a los futuros cónyuges a discernir con realismo y sinceridad —cada uno por su lado y juntos— si el camino matrimonial corresponde a lo que desean y a lo que el Señor les llama. Este discernimiento, que debe realizarse también en el marco del diálogo espiritual, tanto personal como de pareja, no debe subestimarse, ya que la experiencia de los tribunales eclesiásticos muestra la extrema fragilidad de las parejas que, a pesar de su fe y entusiasmo inicial, carecen de los requisitos fundamentales que serían necesarios para contraer matrimonio: capacidad y voluntad.

56. Cada persona será acompañada en su camino de reflexión, conversión y comprensión del significado de la vida conyugal, siguiendo siempre la lógica del respeto, la paciencia y la misericordia. La lógica de la misericordia, sin embargo, nunca lleva a oscurecer las exigencias de verdad y caridad del Evangelio propuestas por la Iglesia, y nunca debe permitirse oscurecer el designio divino sobre el amor humano y el matrimonio en toda su belleza y grandeza. Los ideales más elevados y nobles pueden parecer exigentes y arduos, pero también son los que atraen más poderosamente al alma humana, la estimulan a superarse y confieren valor y dignidad a nuestra existencia terrenal.

57. En este sentido, a la Iglesia no le debe faltar nunca el valor de proponer la preciosa virtud de la castidad, por mucho que ahora esté en rotundo contraste con la mentalidad común. La castidad debe presentarse como una auténtica «aliada del amor», no como su negación. Es, de hecho, la forma privilegiada de aprender a respetar la individualidad y la dignidad del otro, sin subordinarlo a los propios deseos. La castidad enseña a los recién casados los tiempos y los caminos del amor verdadero, delicado y generoso, y los prepara para el auténtico don de sí mismos que se vivirá luego durante toda la vida en el matrimonio. Es importante, por lo tanto, mostrar que la virtud de la castidad no sólo tiene una dimensión negativa que pide a cada uno, según su estado de vida, abstenerse de un uso desordenado de la sexualidad, sino que también posee una dimensión positiva muy importante de libertad de la posesión del otro —en términos físicos, morales y espirituales— que, en el caso de la llamada al matrimonio, tiene una importancia fundamental para orientar y alimentar el amor conyugal, preservándolo de cualquier manipulación. La castidad, en definitiva, enseña, en cualquier estado de la vida, a ser fiel a la verdad del propio amor. Esto significará, para los novios, vivir la castidad en continencia y, una vez casados, vivir la intimidad conyugal con rectitud moral.

La castidad vivida en continencia permite que la relación madure gradualmente y en profundidad. Cuando, de hecho, como sucede a menudo, la dimensión sexual-genital se convierte en el elemento principal, si no el único, que mantiene unida a una pareja, todos los demás aspectos, inevitablemente, pasan a un segundo plano o se oscurecen y la relación no progresa. La castidad vivida en continencia, por el contrario, facilita el conocimiento recíproco entre los novios, porque al evitar que la relación se fije en la instrumentalización física del otro, permite un diálogo más profundo, una manifestación más libre del corazón y el surgimiento de todos los aspectos de la propia personalidad —humanos y espirituales, intelectuales y afectivos— de manera que se permita un verdadero crecimiento en la relación, en la comunión personal, en el descubrimiento de la riqueza y de los límites del otro: y en esto consiste la verdadera finalidad del tiempo de noviazgo.

Nunca es inútil hablar de la virtud de la castidad, ni siquiera cuando se habla a las parejas que conviven. Esta virtud enseña a todo bautizado, en cualquier condición de vida, el recto uso de su sexualidad, y por ello, incluso en la vida matrimonial, es de suprema utilidad. Como esposos, en efecto, emerge aún más claramente la importancia de aquellos valores y atenciones que enseña la virtud de la castidad: el respeto del otro, el cuidado de no someterlo nunca a los propios deseos, la paciencia y la delicadeza con el cónyuge en los momentos de dificultad, física y espiritual, la fortaleza y el autodominio necesarios en los momentos de ausencia o enfermedad de uno de los cónyuges, etc. También en este contexto, la experiencia de los esposos cristianos será importante para explicar la importancia de esta virtud dentro del matrimonio y de la familia.

58. Hay que prestar especial atención al método espiritual que debe seguirse durante esta próxima etapa de preparación. Durante este tiempo de formación e iniciación, es necesario que la transmisión de contenidos teóricos vaya acompañada de la propuesta de un camino espiritual que incluya experiencias de oración —personal, comunitaria y de pareja—, celebración de los sacramentos, retiros espirituales, momentos de adoración eucarística, experiencias misioneras, actividades caritativas —según los contextos pastorales—.

59. Al final de esta etapa, y como señal de entrada en la siguiente etapa de preparación inmediata, podría tener lugar el rito del compromiso. Este rito —con la bendición de los novios y de los anillos de compromiso (allí donde se utiliza esta costumbre)— adquiere todo su sentido sólo cuando se celebra y se vive con fe, ya que en él se piden al Señor las gracias necesarias para crecer en el amor y prepararse dignamente al sacramento del matrimonio. La elección del momento más adecuado para la celebración de este rito será personalizada, en diálogo con los miembros del equipo acompañante y el ministro ordenado.

60. El rito del compromiso, en su valor personal y eclesial, debería ciertamente revalorizarse como un momento significativo en el camino de la fe hacia el sacramento del matrimonio. En este rito, la Iglesia «entrega» a las parejas la misión del noviazgo, que consiste en el discernimiento. Al ritualizar este momento, las parejas se hacen más conscientes de que en los meses siguientes están llamadas a alcanzar una certeza interior respecto a la decisión de casarse y a la persona con la que lo harán. A la luz del prudente juicio humano y a la luz de la fe, cada persona debe llegar a formular esta conclusión en su corazón sobre el futuro cónyuge: es el/la compañero/a que vivirá conmigo en una relación de amor auténtica, fiel y duradera y con el/la que construiremos juntos nuestra futura familia; es el/la compañero/a que el Señor me ha dado para recorrer juntos un camino de santidad, que será padre/madre conmigo de los hijos que Él nos dará, y con el/la que viviré la «misión» de nuestro matrimonio el resto de mi vida. Llegar a esta certeza es la «misión» del discernimiento que la Iglesia confía a la responsabilidad de las parejas, invitándolas a tomarla con la debida seriedad.

61. El rito del compromiso también se entiende como una «promesa de matrimonio». Sin embargo, a partir de esta promesa, no existe ninguna obligación legal de contraer matrimonio y siempre se salvaguarda la libertad del contrayente para expresar su consentimiento matrimonial. La celebración del rito, asimismo, no debe confundirse en ningún caso con el matrimonio: por eso se recomienda no unir nunca los «esponsales» —promesa de matrimonio— o la bendición especial de los novios con la celebración de la Misa. El esquema de la celebración debe ser sencillo y sobrio: ritos iniciales, proclamación de la Palabra de Dios, oración de los fieles, posible «signo de compromiso» —por ejemplo, intercambio de anillos de compromiso—, oración de bendición y conclusión del rito. Es importante recordar explícitamente el tema de la vocación nupcial y que las lecturas bíblicas y las oraciones por las parejas se centren en el amor conyugal, purificado, fortalecido, hecho estable y generoso por el propio amor de Dios derramado en los corazones humanos.

62. El hecho de que en esta etapa del itinerario de algún modo se formalice el «estatus» de los novios tiene una importancia considerable y debe entenderse también en su significado social y eclesial. Para los convivientes, por ejemplo, puede convertirse en una ayuda para «objetivar» su relación —quizá percibida por algunos de ellos sólo en clave personal y «privada»— dándole una dimensión pública, que puede hacerles sentir parte de una comunidad acogedora, que los acompaña y se preocupa por su unión. Para todos ellos, es una invitación a comprender que la futura condición de “esposos”, para la que se están preparando, va mucho más allá de una relación afectiva, confinada al ámbito privado de las experiencias emocionales, y dará lugar a una nueva realidad, la familia, que tiene un papel social y eclesial fundamental.

63. En resumen, los objetivos de la preparación próxima son: a) volver a proponer una catequesis de iniciación a la fe cristiana y un acercamiento a la vida de la Iglesia; b) experimentar una iniciación específica al sacramento del matrimonio y llegar a una clara conciencia de sus notas esenciales; c) profundizar en los temas vinculados a la relación de pareja y tomar conciencia de las propias carencias psicológicas y afectivas; d) completar una primera fase de discernimiento de la pareja sobre la vocación nupcial; e) continuar un camino espiritual con más decisión.

Segunda etapa: preparación inmediata

64. En los meses que preceden a la celebración del matrimonio, tiene lugar la preparación inmediata de las nupcias. El inicio de esta nueva etapa puede estar marcado por un breve retiro espiritual y la entrega de un objeto simbólico, como una oración que las parejas pueden recitar juntas cuando se encuentren.

65. Será oportuno recordar los contenidos principales del camino de preparación seguido hasta ahora: se insistirá en las condiciones indispensables de libertad —en la pareja y de la pareja— y de plena conciencia de los compromisos asumidos con la elección que se va a hacer, ligada a las características esenciales del matrimonio —indisolubilidad, unidad, fidelidad, fecundidad— y que será objeto específico de las charlas canónicamente previstas con el párroco. Al mismo tiempo, se recordarán los aspectos doctrinales, morales y espirituales del matrimonio. De este modo, será posible retomar con provecho los puntos esenciales de la iniciación al sacramento del matrimonio ya realizada en la fase anterior de la preparación próxima, o se podrá presentar como un verdadero «anuncio del evangelio del matrimonio» para las parejas que no vienen de ese camino previo. En efecto, por diversas circunstancias, es posible que algunos matrimonios se inserten sólo ahora en el itinerario catecumenal y que la preparación inmediata sea la única posibilidad concreta para que reciban un mínimo de formación en vista de la celebración del sacramento del matrimonio. Para ellos, sería oportuno concertar algunos encuentros personalizados con el equipo de pastoral de preparación al matrimonio, para hacerles sentir el cuidado y la atención, para profundizar juntos en algunos aspectos más personales de la elección del matrimonio, según la situación de la pareja —que puede tener hijos y llevar mucho tiempo conviviendo—, y para establecer una relación de confianza, cordialidad y amistad con los acompañantes. Al mismo tiempo, es aconsejable hacer que las parejas «nuevas» —que no vienen del camino de la preparación próxima— participen también en las reuniones del grupo, para que se sientan acogidas e incluidas en el contexto eclesial en un tiempo relativamente breve.

66. Por lo tanto, habrá experiencias espirituales específicamente ideadas para las parejas —escucha de la Palabra, celebración de los sacramentos, momentos de oración personal y comunitaria— para volver a poner siempre en el centro el encuentro con el Señor como fuente de toda la vida cristiana. En efecto, siempre es necesario superar la mera visión sociológica del matrimonio para hacer comprender a los cónyuges el misterio de la gracia que está implícito en él y, más generalmente, para hacerles comprender toda la dinámica espiritual de la vida cristiana que subyace en él.

67. Por consiguiente, será útil reformular el anuncio kerigmático de la redención de Cristo que nos salva de la realidad del pecado, que siempre se cierne sobre la vida humana. Los cónyuges no deben olvidar nunca que es el pecado, en última instancia, la verdadera amenaza para su amor. Mucho más grave que cualquier deficiencia psicológica, o cualquier dinámica interpersonal imperfecta, es el alejamiento de Dios, que desencadena en el corazón humano una espiral de cerrazón y egoísmo que impide el verdadero amor, porque impide la apertura, el respeto y la generosidad hacia los demás. Por eso, para poder crecer cada día en el amor mutuo, es indispensable dominar, con la ayuda de la gracia, el pecado que «está al acecho» a la puerta del propio corazón (Gén 4,7) y, además, recurrir al perdón de Dios que, en el sacramento de la reconciliación, otorga su amor con más fuerza que cualquier pecado.

68. A medida que se acerca la boda, será bueno que las parejas tomen conciencia de que no son espectadores, sino, en nombre de Cristo, ministros de la celebración de su matrimonio. De ahí la importancia de dedicar un amplio espacio a la preparación litúrgica de las parejas, es decir, a la plena comprensión de los gestos y significados propios del rito nupcial. El ritual para la liturgia nupcial contiene en sí mismo un itinerario pedagógico, que abarca la riqueza de las dimensiones antropológica —la vida de las personas—, bíblica —el proyecto de Dios sobre la familia—, eclesial —la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo— y espiritual —el camino de conversión y la respuesta a la acción del Espíritu—, de tal manera que constituye el trazado de un camino para esta etapa. Las parejas deben ser iluminadas sobre el extraordinario valor de «signo sacramental» que va a adquirir su vida conyugal: con el rito nupcial, se convertirán en un sacramento permanente de Cristo que ama a la Iglesia. Al igual que los ministros ordenados están llamados a convertirse en «iconos vivos» de Cristo sacerdote, del mismo modo los cónyuges cristianos están llamados a convertirse en «iconos vivos» de Cristo esposo. Más que las palabras, es el mismo modo de vivir y relacionarse de los cónyuges el que debe hacer presente al mundo el amor generoso y total con el que Cristo ama a la Iglesia y a toda la humanidad. Y, en efecto, éste es el extraordinario testimonio que tantos cónyuges cristianos dan al mundo: su capacidad de entrega recíproca y entrega a los hijos, su capacidad de fidelidad, de paciencia, de perdón y de compasión son tales que hacen entrever que a la base de su relación hay una «fuente sobrenatural», un «algo más», inexplicable en términos humanos, que alimenta incesantemente su amor, hasta hacerlo parecer casi heroico.

69. Con vistas a la celebración del matrimonio, se debe procurar que los novios participen en la elección de las lecturas de la Misa y, si es necesario, también en las opciones previstas para otras partes del rito —por ejemplo, las diversas modalidades del rito de entrada, el momento de la bendición nupcial, las formas de oración de los fieles, los himnos, etc.—. Un aspecto que hay que subrayar aún más es la conciencia de una nueva efusión del Espíritu Santo durante el rito nupcial, que, insertándose en el dinamismo de la gracia iniciado en el bautismo, da una nueva connotación a la caridad divina infundida en nosotros desde el mismo bautismo y que adquiere ahora los rasgos de la «caridad conyugal». Con esta nueva efusión del Espíritu, los corazones de los cónyuges se renuevan y su amor conyugal se orienta y se transforma en un amor que tiene en sí la profundidad y la fuerza inagotable del amor divino, es decir, la «caridad conyugal». Los santos invocados en las letanías también actúan como intercesores de esta efusión. Sería de gran ayuda para los contrayentes poder invocar a los santos/beatos casados de nuestro tiempo, que ya han vivido la experiencia de ser esposos y esposas, padres y madres, y también a los santos intercesores, que son importantes para los recién casados, para realzar la dignidad del estado de vida matrimonial en la comunidad eclesial y ayudarles a comprender la belleza y la fuerza de este sacramento en la economía de la salvación.

70. Unos días antes del matrimonio, un retiro espiritual de uno o dos días será muy beneficioso. Aunque esto puede parecer poco realista, dados los numerosos compromisos debidos a la planificación de la boda, hay que decir que, en los casos en que se ha aplicado, ha demostrado tener grandes beneficios. De hecho, es precisamente el ajetreo de las muchas tareas prácticas relacionadas con la próxima celebración lo que puede distraer a los novios de lo que más importa: la celebración del sacramento y el encuentro con el Señor que viene a «habitar» su amor humano llenándolo de su amor divino. La ansiedad excesiva por las «cosas que hay que hacer» puede causar distracción y eclipsar toda la preparación espiritual que se ha llevado a cabo durante meses. En este sentido, un breve retiro en el período previo a la boda puede ayudar a volver a centrarse en lo esencial, a apartar los ojos de las cosas secundarias y dirigirlos, en cambio, hacia el Señor, que sale al encuentro de los novios y lleva a cabo la vocación a la que los ha llamado. En el caso de que un verdadero retiro fuese imposible, podría servir de alternativa un tiempo de oración más corto —por ejemplo, un encuentro vespertino, como una «vigilia de oración»—. En cualquier caso, la propuesta debe tener en cuenta los compromisos concretos de la vida de las parejas en cuestión y sus posibilidades reales de poder disponer de este tiempo de retiro antes de la celebración de la boda, para no hacer inviable la propuesta.

71. En el período previo a la boda —en el contexto del mencionado retiro espiritual o «vigilia de
oración” o incluso en otro contexto— la celebración del sacramento de la reconciliación es de gran importancia. La experiencia demuestra que recibir el perdón de Dios —en su caso, también mediante una confesión más profunda de la vida pasada— dispone a los cónyuges mejor que cualquier otra cosa a aceptar la gracia que Dios les tiene reservada en el sacramento del matrimonio, ya que elimina los profundos sentimientos de culpa que uno «arrastra» del pasado, da paz interior, orienta el espíritu hacia la gracia y la misericordia de Dios y hacia todo lo que realmente importa, y aleja la atención de los aspectos puramente materiales de la boda. Además, la confesión con motivo del matrimonio, a veces después de años de «huir» del sacramento de la reconciliación, es para muchos un momento de retorno a la práctica sacramental. En la medida de lo posible, se podría prever también una celebración comunitaria del sacramento de la reconciliación, con la participación de las familias de origen de los novios, de los testigos y de otras personas que deseen participar, para que el don de la misericordia divina se derrame también sobre las familias de origen de los novios, siempre necesitadas de reconciliación en su interior y de ser edificadas en la comunión. De este modo, se ayudará a todos los que participen en la boda a vivir este momento con la disposición adecuada.

72. Hacer participar a los padres, a los testigos y a los familiares más cercanos en un momento de oración antes de la boda, incluso fuera de la celebración de la confesión, puede resultar una oportunidad muy hermosa para todos, para reunirse en torno a la nueva pareja, para que los novios reciban la bendición de los padres, como es tradición en la Biblia (cf. Tb 10,11-13; 11,17), para que los parientes y amigos comprendan que representan y hacen visible a la comunidad eclesial, que acoge a la nueva familia dentro de la gran familia de la Iglesia y que siente la responsabilidad de apoyar a los recién casados.

73. En resumen, los objetivos de la preparación próxima son: a) recordar los aspectos doctrinales, morales y espirituales del matrimonio —explicitando también los contenidos de las charlas canónicas prescritas—; b) vivir experiencias espirituales de encuentro con el Señor; c) prepararse para una participación consciente y fructífera en la liturgia nupcial.

Tercera etapa: acompañamiento de los primeros años de vida matrimonial

74. El itinerario catecumenal no termina con la celebración del matrimonio. De hecho, más que como un acto aislado, debe considerarse como la entrada en un «estado permanente», que requiere por tanto una «formación permanente» específica, hecha de reflexión, diálogo y ayuda de la Iglesia. Para ello, es necesario «acompañar» al menos los primeros años de vida matrimonial y no dejar a los recién casados en la soledad.

75. Los recién casados deben ser conscientes de que la celebración del matrimonio es el inicio de un camino, y que la pareja es todavía un «proyecto abierto», no una «obra terminada». Es bueno, por lo tanto, que los recién casados sean asistidos en esta primera fase en la que comienzan a poner en práctica el «proyecto de vida» que se inscribe en el matrimonio, pero que aún no se realiza plenamente. En efecto, la gracia contenida en el sacramento no actúa de forma automática, sino que requiere que los cónyuges cooperen con ella, asumiendo responsablemente las tareas y los retos que la vida conyugal presenta.

76. Para que todo esto se pueda dar, se propondrá a las parejas la continuación del itinerario catecumenal, con encuentros periódicos —posiblemente mensuales o con otra periodicidad, a criterio del equipo de acompañamiento y según las posibilidades de las parejas— y otros momentos, tanto comunitarios como de pareja. Si la pareja al casarse cambia de residencia y de parroquia, será bueno que pueda integrarse en la nueva parroquia y que ésta la invite a los itinerarios de acompañamiento de los matrimonios de la nueva comunidad.

77. Este es un momento oportuno para una verdadera «mistagogía matrimonial». Por «mistagogía» se entiende una «introducción al misterio», es decir, un tipo particular de catequesis que los pastores de la Iglesia de los primeros siglos dirigían a los recién bautizados para hacerles comprender lo que había ocurrido en el bautismo recibido durante la solemne Vigilia Pascual. En efecto, la catequesis mistagógica a menudo estaba escalonada de preguntas retóricas como: «¿Saben lo que han recibido?», «¿Saben lo que el Señor ha hecho en ustedes?». Esta catequesis, por lo tanto, después de la celebración del bautismo, debía conducir poco a poco a su plena comprensión, en primer lugar, ritual y simbólica —a través de la explicación del contenido espiritual de cada uno de los aspectos del rito—, pero también en sus implicaciones morales y existenciales, en el sentido que se iluminaban las implicaciones de vida concretas de lo que se había celebrado. Este estilo de catequesis mistagógica puede aplicarse al matrimonio. Repasando los distintos momentos del rito nupcial, se podría profundizar en su rico significado simbólico y espiritual y en sus consecuencias concretas en la vida matrimonial: el consentimiento intercambiado —la voluntad de unirse, y no un sentimiento pasajero, en la base del matrimonio, una voluntad que debe fortalecerse siempre—, la bendición de los signos que recuerdan el matrimonio, por ejemplo los anillos —la promesa de fidelidad que debe renovarse siempre—, la bendición solemne de los cónyuges —la gracia de Dios que desciende sobre la relación humana, la asume y la santifica, a la que hay que estar siempre abiertos—, el recuerdo del matrimonio en el seno de la oración eucarística —sumergir siempre el amor conyugal en el misterio pascual de Cristo para revigorizarlo y hacerlo cada vez más profundo—. En definitiva, con la catequesis matrimonial mistagógica, al igual que con la catequesis bautismal, la invitación que se hace es: «¡Conviértanse en lo que son! Ahora son un matrimonio, por lo tanto, ¡vivan cada vez más como un matrimonio! El Señor ha bendecido y ‘colmado’ su unión con la gracia, así que ¡hagan fructificar esa gracia!». Para ello, es importante hacer que los cónyuges perciban la presencia de Cristo, no sólo en los otros sacramentos, sino en el propio sacramento del matrimonio. Cristo está presente entre ellos como matrimonio: Él alimenta su relación diariamente y pueden dirigirse a Él juntos en la oración. La gracia del sacramento actúa entre ellos y se manifiesta en su vida concreta. Por lo tanto, hay que ayudar a los cónyuges a discernir los «signos» de la presencia de Cristo en su unión. Muchas veces ocurre que la atención de los matrimonios jóvenes se centra en la necesidad de ganar dinero y en los hijos, descuidando el empeño en la calidad de su relación mutua y olvidando la presencia de Dios en su amor. Merece la pena ayudar a los matrimonios jóvenes a saber encontrar tiempo para profundizar en su amistad y acoger la gracia de Dios. Ciertamente, la castidad prematrimonial favorece este camino, porque da a los recién casados tiempo para estar juntos, para conocerse mejor, sin pensar inmediatamente en la procreación y el crecimiento de los hijos.

78. Desde el principio de la vida matrimonial, es importante recibir una ayuda concreta para vivir la relación interpersonal con serenidad. Son muchas las cosas nuevas que hay que aprender: aceptar la diversidad del otro que se manifiesta de inmediato; no tener expectativas irreales de la vida en común y considerarla como un camino de crecimiento; gestionar los conflictos que inevitablemente surgen; conocer las diferentes etapas por las que pasa toda relación de amor; dialogar para buscar un equilibrio entre las necesidades personales y las de la pareja y la familia; adquirir hábitos cotidianos saludables; establecer una relación adecuada con las familias de origen desde el principio; empezar a cultivar una espiritualidad conyugal compartida; y muchas cosas más. Entre las diversas propuestas posibles, se podría sugerir que los cónyuges lleven un «Diario del matrimonio» para una especie de verificación periódica de la comunión conyugal, en el que anotar alegrías y sufrimientos y todo lo que constituye la experiencia concreta de la vida de la pareja. Una especie de «escritura sagrada», para depositar en la memoria cada momento significativo de la vida tocado por la gracia del Espíritu Santo y que puede convertirse en un medio de transmisión de la fe en la familia: un «memorial» de la gracia del Espíritu Santo que actúa en la familia.

79. Hay muchos aspectos de la vida conyugal y familiar que pueden ser objeto de diálogo y catequesis en estos años. Es fundamental, por ejemplo, ilustrar a las parejas sobre el delicado tema de la sexualidad dentro del matrimonio y las cuestiones relacionadas, es decir, la transmisión de la vida y la regulación de los nacimientos, y sobre otras cuestiones morales y bioéticas. Otro ámbito que no debe olvidarse es el de la educación humana y cristiana de los hijos, que constituye una grave responsabilidad para los padres, y respecto a la cual los matrimonios deben ser sensibilizados y convenientemente formados, dada la tendencia cada vez más extendida a dividirse en este tema, o a no ocuparse de la educación de sus hijos, delegándola a otros. En referencia a estas cuestiones, la enseñanza de la Iglesia pone a disposición de los cónyuges un tesoro de sabiduría que, cuando es bien presentado, es muy apreciado y acogido por ellos.

80. Se trata, por lo tanto, de una fase de «aprendizaje» en la que la cercanía y las sugerencias concretas de los matrimonios ya maduros, que comparten con los más jóvenes lo que han aprendido «por el camino», serán de gran ayuda. La disponibilidad de los abuelos para cuidar de sus nietos es un gran recurso. Permite a los recién casados tomarse tiempo para estar juntos. Sin embargo, a veces esto no es posible, lo que obliga a los recién casados a buscar soluciones alternativas. Estos ejemplos de generosidad y ayuda a los jóvenes matrimonios son maravillosos signos de caridad.

81. La pastoral matrimonial será ante todo una pastoral del vínculo: ayudará a las parejas, cada vez que se enfrenten a nuevas dificultades, a tener en el corazón, por encima de todo, la defensa y la consolidación de la unión matrimonial, por su propio bien y por el de sus hijos. Es necesario, en los encuentros que se les proponen, insistir en la sacralidad del vínculo conyugal y, como demuestra la experiencia, en el hecho de que los bienes —espirituales, psicológicos y materiales— que se derivan de la conservación de la unión, son siempre muy superiores a los que se espera obtener de una eventual separación. Esto enseñará la paciencia, la fortaleza y la prudencia que hay que tener en los momentos de dificultad, aprendiendo a no ver en la disolución del vínculo conyugal una solución precipitada de los problemas, como desgraciadamente se aconseja a menudo a las parejas. Aprendiendo a superar los momentos difíciles, se madura en el amor y la unión se fortalece: cada crisis es un momento de crecimiento y una oportunidad para dar un «salto cualitativo» en la relación, que está llamada a una nueva profundidad y autenticidad. Al igual que en la vida cristiana se «entrena» en el «combate de la fe» (1Tm 6,12), en la vida conyugal los cónyuges deben entrenarse para «defender» su matrimonio de todas las amenazas internas y externas, humanas y espirituales, sociales y culturales, que pueden minar su solidez y su propia existencia. Es importante reiterar que la ayuda que se ofrezca debe incluir acompañamiento espiritual, caminos prácticos, estrategias derivadas de la experiencia y orientación psicológica. También será útil indicar a las parejas los lugares y las personas, los centros de asesoramiento o las familias disponibles, a los que pueden acudir en busca de ayuda si surgen dificultades.

82. Es esencial centrar el camino de la pareja en el encuentro con Cristo: la pareja necesita encontrarse continuamente con Cristo y alimentarse de su presencia. Los recién casados deben percibir, en particular, la extraordinaria oportunidad que se les ofrece en el sacramento de la eucaristía y en el sacramento de la reconciliación de tener un contacto vivo con Jesús para conformarse a Él. De la eucaristía, en efecto, los esposos reciben la gracia de superar sus propias cerrazones y egoísmos. En el sacramento de la reconciliación, experimentan la infinita riqueza de la misericordia de Dios, que en su Hijo nos perdona siempre; así aprenden a usar la paciencia y la misericordia entre ellos, porque el perdón recibido se convierte en perdón dado, según la enseñanza de Jesús: ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? (Mt 18,33). En el encuentro con Cristo a través de los sacramentos, la identidad esponsal específica de los cónyuges cristianos madura poco a poco.

83. La atención constante y permanente de la Iglesia hacia los matrimonios puede llevarse a cabo a través de diversos medios pastorales: la escucha de la Palabra de Dios, especialmente a través de la lectio divina; los encuentros de reflexión sobre temas de actualidad relativos a la vida conyugal y familiar; la participación de los matrimonios en las celebraciones litúrgicas especialmente diseñadas para ellos; los retiros espirituales periódicos para los matrimonios; la adoración eucarística organizada para los cónyuges con meditaciones tomadas, por ejemplo, de las biografías de los santos esposos; la conversación y el acompañamiento espiritual; la participación en grupos familiares para poner en común experiencias con otras familias; la participación en actividades caritativas y misioneras. Los esposos necesitan desarrollar una verdadera «espiritualidad conyugal» que alimente y sostenga el camino específico de santidad que recorren en la vida matrimonial. Entre los instrumentos pastorales que deben favorecerse está la celebración del aniversario de boda en el contexto de una celebración litúrgica comunitaria con una bendición especial para los cónyuges. En los aniversarios más importantes —por ejemplo, cada cinco años—, se podría proponer a los cónyuges que celebren ese año la renovación de sus votos matrimoniales. De esta manera, y de otras, se puede ayudar a la familia a sentirse parte integrante de una comunidad eclesial que celebra, comparte la alegría y el camino de los novios, convirtiéndose en una «familia de familias».

84. A medida que la identidad conyugal se desarrolla, el sentido de la misión, que fluye del sacramento, puede crecer. En este momento, por tanto, al finalizar el itinerario catecumenal para la vida matrimonial, es oportuno invitar a los matrimonios a implicarse en la pastoral familiar ordinaria de sus parroquias o de otras realidades eclesiales con las que hayan establecido algún vínculo. Los recién casados, por ejemplo, podrían participar gradualmente en la preparación catecumenal para el matrimonio de los nuevos grupos de novios y en la vida comunitaria, en la atención pastoral de los niños y jóvenes, asumiendo tareas particulares en la animación de la comunidad. Se podrían formar grupos de espiritualidad conyugal —también con la ayuda de posibles movimientos familiares— y de pastoral matrimonial.

85. En resumen, los objetivos del acompañamiento en los primeros años de vida matrimonial son: a) presentar, en una «catequesis matrimonial mistagógica», las consecuencias espirituales y existenciales del sacramento celebrado en la vida concreta; b) ayudar a las parejas, desde el principio, a establecer la relación interpersonal de forma correcta para cuando estén casados; c) profundizar en los temas de la sexualidad en la vida matrimonial, la transmisión de la vida y la educación de los hijos d) infundir en los matrimonios la firme voluntad de defender el vínculo matrimonial en cualquier situación de crisis que se presente; e) proponer el encuentro con Cristo como fuente indispensable de renovación de la gracia matrimonial y adquirir una espiritualidad conyugal; f) recordar el sentido de la misión específica de los matrimonios cristianos.

86. Como corolario de esta propuesta, no se puede pasar por alto la urgencia de una formación más adecuada de los sacerdotes, seminaristas y laicos —incluidos los matrimonios— en el ministerio de acompañamiento de los jóvenes al matrimonio. Abordar sistemáticamente la formación y actualización de los sacerdotes/religiosos y agentes de pastoral, con vistas al catecumenado matrimonial, es indispensable para superar los viejos hábitos y capacitarlos en un estilo de acompañamiento, así como en el conocimiento de contenidos —teológicos, morales, bioéticos y espirituales— adecuados a la realidad de las parejas de hoy, que a menudo ya están conviviendo y tienen hijos cuando se acercan a la Iglesia para casarse. En muchos contextos pastorales, en particular, se ha hecho indispensable una formación de los seminaristas y de los sacerdotes más centrada en los nuevos desafíos de la pastoral matrimonial y familiar, incluidas las cuestiones relacionadas con la moral sexual, la moral conyugal y la bioética, que ahora forman parte de la vida cotidiana de las familias en muchas partes del mundo. Para una efectiva y eficaz participación de los cónyuges como agentes de pastoral, es indispensable comprender el vínculo de complementariedad y corresponsabilidad eclesial que existe entre el ordo sacerdotalis y el ordo coniugatorum, para abrir la acción de los sacerdotes a una mayor colaboración con los laicos y las familias, reconociendo sus significativas funciones pastorales en las parroquias y a nivel diocesano. A menudo, lo que falta en muchas realidades locales es precisamente la posibilidad de que los cónyuges tengan espacios para actuar en la pastoral, como cónyuges. En efecto, es indudable que para expresar el carácter misionero de la pastoral matrimonial, junto al acompañamiento específico de los pastores, es necesario el testimonio de las familias y de los cónyuges: en este sentido, no es bueno separar ecclesia docens y ecclesia discens, precisamente por la rica y concreta experiencia de vida nupcial y familiar que poseen los matrimonios.

TEMA 13: ITINERARIOS CATECUMENALES PARA LA VIDA MATRIMONIAL (2).

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