Por Silvio Pereira. ¡Ven, báculo de los pobres!

La verdad nos hará libres

La cuarentena en mis tierras ha excedido los ‘cuarenta días’ y los ‘números bíblicos’ van dando paso a los simbólica de las ‘mil y una noches’ que –como diría Borges- es una imagen para insinuar el infinito. La temporada de aislamiento social comenzada a finales de la Cuaresma ya nos ha tomado todo la Cincuentena Pascual y en la zona más poblada de Buenos Aires sólo parece quedarnos como expectativa pasar el invierno y esperar el día en que florezca aromáticamente respirable la primavera. Así la celebración anual de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia también ha quedado inmersa bajo el contexto de la pandemia de covid-19, y me urge invocar sacerdotalmente a Quien es llamado Sello y Don. Se trata del ‘Espíritu de la Verdad’ y recordamos que ‘la verdad nos hará libres’.

Escucho recién ahora decir a algunos actores sociales que la cuarentena podría haber sido definida demasiado tempranamente aquí en la Argentina y por tanto con cuestionable realismo acerca del criterio de sustentabilidad. Como recién la última quincena se desliza con más claridad que los contagios crecerán igual que el número de muertes, y que la cuarentena de ‘diseño largo’ tuvo por preeminente intención preparar y fortalecer un sistema de salud debilitado estructuralmente desde hace décadas, que igualmente no dará seguridades en el futuro de no ser sobrepasado. Pues bien, en esta estrategia sanitaria, ahora convergen juntas la curva ascendente de la epidemia viral, la curva ascendente del desgaste anímico-volitivo tanto personal como social y la curva ascendente de la crisis económica. Nosotros lo hemos hecho y no el virus.

Los virus responden a ciclos y contextos biológicos pero nosotros nos movemos con conciencia y libertad decidiendo concretamente cómo vivir una crisis. La actual convergencia es fruto de nuestro diseño para afrontar la problemática. Hoy no es momento de evaluar y cuando el proceso termine discerniremos cuán acertada o no fue la estrategia.

Espíritu de sacrificio

Pero no quisiera que nos excusemos culpabilizando de esto enteramente a los demás —gobernantes o líderes o comunicadores quienes fueran que claro tienen su elevada y propia cuota—. Si no nos hacemos responsables, tampoco vislumbraremos lo que está por delante. El pueblo pues también debe afrontar su colectiva responsabilidad. La ciudadanía debe hacerse cargo de su escaso control inteligente y crítico acerca de los planeamientos y ejecuciones de los representantes electos y funcionarios públicos. La verdad por asumir es que principalmente el miedo ha sido fundante de nuestras decisiones como cuerpo social, de nuestra maleabilidad acrítica; y en el miedo no hay virtud social alguna. Del miedo no sale nada bueno. Quien actúa con miedo solo se esconde de la problemática y no puede percibir que está incoando futuras amenazas. Debemos hacernos responsables de las consecuencias de nuestro miedo y de nuestras negaciones. No para ‘culpabilizarnos’ sino para asumir que el miedo no puede seguir siendo el rector del camino.

Por eso en estos momentos, aunque mi postura parezca antipática y contracorriente, quiero expresar que no sé si es oportuno buscar relajar la disciplina que nos hemos dejado imponer. Si ahora la prolongación de las medidas nos trae o agrava el sufrimiento personal y familiar a diversos niveles, habrá que ser coherentes con la lógica inicial aceptada. No es hora de decir ‘ya no puedo más’; es tarde para ello. Lo que hemos aceptado debemos llevarlo hasta el final. Ahora la virtud social que se nos reclama es vivir con capacidad de sacrificio. Afrontar la hora más difícil y aceptarla cohesionados.

La lógica del don

Culturalmente veníamos desvinculándonos de la enfermedad y la muerte —experiencias humanas ineludibles—, y de ese negacionismo, otra vez, no ha salido nada bueno. Ésta es la hora en que la enfermedad y la muerte nos mostrarán su rostro más duro. Ésta es la hora en que se nos recordará a todos que la vida siempre ha tenido y tendrá enfermedad y muerte. Y ésta es la hora en la cual los cristianos podemos hacer nuestro más valioso aporte. Los cristianos ya deberíamos preguntarnos si hemos testimoniado suficientemente que otra actitud es posible. Debiéramos discernir nuestra responsabilidad en la crisis y a mi ver corregir nuestra propuesta.

Los cristianos debemos pensar, sentir y actuar desde otra lógica: nuestro eje debe ser siempre ‘la donación y ofrenda de uno mismo’; de eso se trata Jesucristo, Revelación del Padre, de eso se trata la Encarnación y la Pascua, y de eso se trata nuestra vocación y camino. Dios nos hace ‘don de Sí’ y nos invita a vivir así —en clave oferente— como proyecto de Salvación. Solo quien parte del ‘don de sí’ no se equivoca al menos en su intención. Podrá errar en las concreciones y los tiempos pero su intención, su punto de partida, estará en Dios. Quien parte siempre del ‘don de sí’ parte del estilo propio del Amor de Dios.

La ‘pascua pandémica’

Los cristianos debemos encarnar mejor que nadie el sacrificio. En definitiva este año 2020 la pandemia del covid-19 ‘es nuestra pascua’. Los cristianos debemos vivir haciendo todo con máxima responsabilidad y anunciando humildemente al mismo tiempo que todo está en manos de Dios. Y como ‘nuestra pascua’, la pandemia nos pregunta si estaremos con fe a los pies de la cruz. Los cristianos debemos sembrar esperanza en el mundo porque la muerte ha sido vencida por nuestro Señor. En la ‘pascua pandémica’ nos mostramos simplemente distintos: tenemos Dios, hemos sido tocados por Él y viviendo en Él nada puede vencernos. Dime muerte: ¿dónde tu victoria?, ¿dónde tu aguijón?

Como sacerdote y pastor contemplo como algunos han abrazado la Cruz desde el comienzo de esta cuarentena, no pocos se han incorporado al calvario durante ella, y ahora la Cruz —purificación, reconciliación y rescate— ‘viene por todos’. Rezo pues por todos. Recemos por aquellos cristianos, hermanos nuestros, que han optado desde el comienzo por vivir una cuarentena en servicio y en clave de entrega de la propia vida. Puede ser la hora de la Revelación de la Gloria de Dios en medio de los males que se avecindan: crecimiento de contagios, quebrantamientos económicos y agudos deterioros anímicos y de vínculos intrapersonales. Por eso debemos clamar al Espíritu.

Ser sacerdote hoy es más que nunca clamar e invocar al Espíritu, encabezar la oración del Pueblo que ruega le sea enviado el Don de lo alto, celebrar y vivir un ministerio ‘epiclético’. Necesitamos más que nunca que el Espíritu Santo nos anime ahora que inevitablemente se nos pedirá esa valentía propia de la fe, porque ‘el amor vence al temor’. Solo en el amor, en ‘el don de sí’, la Cruz se percibe como Salvación de Dios. Y esta sabiduría no se alcanza sino en el Espíritu de Dios que brota del costado abierto del Crucificado como fuente viva para la Iglesia.

Ven Espíritu Santo, báculo del pobre. Ven y haznos pobres para que tengamos un báculo donde apoyarnos para caminar, el báculo de nuestro Buen Pastor, el báculo de la Cruz.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí