Por Nicolás Lafferriere. «Teología de la liturgia» de Joseph Ratzinger

La publicación de las Obras Completas de Joseph Ratzinger por la Biblioteca de Autores Cristianos comenzó por el volumen XI dedicado a la «Teología de la liturgia». Así lo explica el mismo autor: «cuando tras algunas vacilaciones me decidí a aceptar el proyecto de una edición de mis obras completas, me resultó claro que en ellas debía primar el orden de prioridades del Concilio y que, por tanto, el volumen de mis escritos sobre liturgia debía ir al principio» (Obras Completas de Joseph Ratzinger, Tomo XI. Teología de la Liturgia, BAC, Madrid, 2012, p. xiii).

Para quienes no somos teólogos, el libro es una clara y diáfana explicación del gran tesoro que es la liturgia católica, transmitida desde la fe profunda de un pastor y profesor. También expresa un pensamiento agudo, incisivo, que interpela al lector desde una madurada y profunda experiencia de fe en Cristo Jesús y amor a la Iglesia, en diálogo con las corrientes de pensamiento que han escrito sobre el tema en el cristianismo. En este breve comentario quisiera reseñar algunas enseñanzas que me dejó la lectura del libro, sin otra pretensión que la de compartir una riqueza que tiene su fuente en el misterio de Dios revelado en Cristo y confiado a la Iglesia, de la que Ratzinger es preclaro servidor. El volumen se estructura en cinco partes y comprende el libro “El Espíritu de la liturgia” en la parte A, y luego una compilación de ponencias, conferencias, homilías, recensiones y entrevistas que toca temas como la fundamentación sacramental de la existencia cristiana -Typos, Mysterium y Sacramentum- (parte B), la celebración de la Eucaristía (parte C), teología de la música sagrada (parte D) y perspectivas complementarias (Parte E).

La liturgia es una obra de Dios, no de los hombres: A lo largo de las páginas, una idea surge siempre con decisiva centralidad: la liturgia es obra de Dios. Para Ratzinger, uno de los problemas de la “crisis de la liturgia” está dado por la opinión de que “la liturgia es una celebración comunitaria, un acto en el que la comunidad se construye y experimenta como tal” (p. 285). Ello ha conducido a entender la liturgia en clave de un entretenimiento. Ante esta perspectiva, en varios pasajes de su obra, Ratzinger insiste en que la liturgia que es entendida como entretenimiento pierde el verdadero interés interior. “En efecto, éste no proviene de lo que nosotros hacemos, sino de que en la liturgia se realiza algo que, justamente, nosotros mismos, todos juntos, no podemos hacer. Lo que a lo largo de los siglos ha dado a la liturgia su posición es que en ella actúa un poder que nadie puede darse a sí mismo, acontece lo totalmente distinto, hace su entrada entre nosotros el que es totalmente otro…” (p. 477).

En tiempos en que prima el activismo y la confianza en las propias ideas y fuerzas para “hacer” la Iglesia, Ratzinger nos lleva al corazón de la fe, para descubrir la iniciativa redentora de Dios, su poder que vino en Cristo a salvarnos en el amor y que nos dejó la posibilidad de participar en ese acto de redención. Explica el autor: “Teología de la liturgia significa que Dios actúa a través de Cristo en la liturgia y que nosotros podemos actuar por él y con él. A partir de lo propio no podemos construir el camino hacia Dios. Ese camino solo se nos abre si Dios mismo se convierte en camino… Teología de la liturgia significa, además, que en la liturgia nos habla el Logos mismo, y no solo habla, viene con cuerpo y alma, carne y sangre, divinidad y humanidad, para unirnos consigo, para hacernos su ‘cuerpo’. En la liturgia cristiana está presente y es asumida y llevada a su meta toda la historia de la salvación, más aun, toda la historia de la búsqueda humana de Dios” (p. 495).

Esta necesidad de reconocer que la liturgia no es una creación del grupo sino una obra de Dios se plantea en temas como la música sagrada, la construcción de templos, la orientación en la Santa Misa, la introducción de muchas palabras y fórmulas creativas en lugar de los textos oficialmente aprobados.

La liturgia es actualización de la Pascua de Cristo y por eso es su obra. Así lo explica el autor:

“Para que el acontecimiento de entonces se haga presente tienen que decirse las palabras: este es mi cuerpo, esta es mi sangre. Pero en esas palabras se presupone que habla el yo de Jesucristo. Solo él puede decir semejante cosa: son sus palabras. Nadie puede arrogarse la afirmación de que el yo de Jesucristo sea el suyo propio. Nadie puede decir aquí a partir de sí mismo ‘yo’ y ‘mi’. Pero hay que decirlo si es que el misterio salvador no ha de convertirse en pasado remoto. De ese modo, solo puede ser dicho a partir de una potestad que nadie puede darse a sí mismo, de una potestad que tampoco puede transmitir una comunidad o muchas comunidades, sino que solo puede fundarse en la habilitación ‘sacramental’ del mismo Jesucristo, recibida por la Iglesia en su conjunto. La palabra tiene que estar, por así decirlo, inserta en el sacramento, en la participación en el ‘sacramento’ de la Iglesia, en la participación en la potestad que ella no se da a sí misma, sino en la que ella transmite lo que la trasciende. Justamente esto es lo que se llama ‘ordenación sacerdotal’ y ‘sacerdocio’. Si se entiende esto, se hace evidente por sí mismo que en la eucaristía de la Iglesia acontece algo que va más allá de todo tipo de celebración y de reunión humana, también más allá de todo tipo de diseño litúrgico de las comunidades: el misterio de Dios, que Jesucristo nos ha regalado a través de su muerte y resurrección. En eso se fundan el carácter irreemplazable de la eucaristía y su identidad, que no han sido modificados por la reforma, sino que solo debían ser nuevamente sacados a la luz” (p. 473).

Interpretando al Concilio Vaticano II: muchas de las reflexiones del libro tienen como eje al Concilio Vaticano II y sobre todo la posterior aplicación de los textos y algunas reformas que no respetaron lo que el Concilio se propuso. Podríamos decir que Ratzinger está constantemente tratando de buscar la fiel interpretación de los textos conciliares. Como bien sabemos, Ratzinger rechaza una hermenéutica de la ruptura, que consiste en interpretar el Concilio como una asamblea en la que la Iglesia se reinventa a sí misma. Pero, a su vez, no asume una postura “conservadora” y a la defensiva. Su visión está llena de vida, de confianza en la obra del Espíritu Santo que guía a la Iglesia y valora los cambios que trajo el Concilio para la vida litúrgica. Lo que trata por todos los medios es buscar una fiel interpretación del Concilio Vaticano II, que trata siempre de entroncar con la tradición viva de la Iglesia. Sobre todo, se esfuerza por mostrar cuáles eran las grandes orientaciones que inspiraban al movimiento litúrgico del Siglo XX que tanto influyó en el Concilio.

Ratzinger no duda en denunciar abusos y falsas interpretaciones del Concilio, pero lo hace con la altura de la caridad, con la sabiduría de quien sabe recoger las semillas de verdad que muchas veces tienen algunas tendencias eclesiales equivocadas, con el afán de enseñar y llevar a todos a la plenitud de Dios. Cuando Ratzinger denuncia esas falsas interpretaciones del Concilio, no lo hace bajo un impulso acusatorio, sino animado por un amor a las personas, buscando explicar cómo la construcción de una liturgia desde una mirada puramente humana es una decisión que no responde a los verdaderos anhelos del corazón humano. No niega que la Iglesia sea una realidad viva y que siempre requiere purificaciones y maduraciones, que pueden llevar cambios, pero sin alterar lo sustancial y sin opacar el hecho decisivo que la liturgia es obra de Dios.

Inteligibilidad, participación y sencillez: Según Ratzinger, tres categorías fundamentales surgen del Concilio Vaticano II para esa tarea de encaminar la reforma litúrgica: inteligibilidad, participación y sencillez (p. 518). Especialmente importante es la profundización del concepto de “participación activa” (participatio actuosa) que en varios pasajes del libro es analizada. En definitiva, nuevamente vuelve a ser decisiva la iniciativa y acción (actio) de Dios.

Centralidad del misterio pascual: “Me parece que la mayoría de los problemas que se suscitan en la ejecución concreta de la reforma litúrgica dependen de que no se ha tenido suficientemente presente el punto de partida del Concilio, es decir, la Pascua. Se ha atendido demasiado a lo meramente práctico y, con ello, se ha consumado el peligro de perder de vista el centro” (p. 515). Nuevamente en este punto Ratzinger insiste en que la liturgia nos introduce en la obra de Cristo, que por su Cruz y Resurrección nos regala la reconciliación.

Para que se comprenda esa continuidad viva que hay en la Iglesia, que lleva a cuidar el tesoro recibido de la Tradición y buscar purificarlo para que se despliegue todo el potencial que Dios quiere revelar, Ratzinger explica en su obra los orígenes de la liturgia cristiana, mostrando los elementos de continuidad del Nuevo Testamento con el Antiguo, así como los elementos de novedad que introduce Cristo. También está presente toda la historia de la Iglesia, en especial el drama de la reforma protestante y el lugar de la Iglesia Católica en la modernidad. Así, podemos aprender la continuidad de la liturgia de la Palabra con la Sinagoga y de la liturgia eucarística con el templo y con la Pascua judía, conociendo también los puntos decisivos en que irrumpe la novedad de Cristo.

En cuanto a los fundamentos bíblicos de la liturgia, Ratzinger reitera en varias ocasiones la importancia del pasaje en que San Pablo habla de ofrecer un culto razonable a Dios (Rm 12,1). También considera clave el pasaje del Evangelio según San Juan en que Jesús responder a las autoridades: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn 2,18s), para enfatizar que en el momento en que Jesús se hace cordero, queda destruido el templo y ahora es el cuerpo resucitado el verdadero templo en que la humanidad puede adorar en espíritu y en verdad (Jn 4,23). La Eucaristía es sacramento de ese misterio de fe.

Los desarrollos que nos ofrece el autor tratan de conectar con las concepciones antropológicas y sociales subyacentes, procurando demostrar la influencia que tiene una imagen del hombre que se ha vuelto “demasiado individualista” (p. 490). También nos ofrecen profundas reflexiones sobre la dimensión cósmica de la liturgia.

Muchos temas son profundizados a lo largo de este importante volumen, como la noción misma de sacramento y la dificultad para su comprensión en un mundo que todo lo comprende en clave funcional, la cuestión del domingo como día del Señor, la relación entre forma y liturgia, la música sagrada, la conexión entre arte y liturgia, las imágenes y los movimientos iconoclastas, los tiempos y espacios litúrgicos, los gestos, el significado de la fiesta y su conexión con la liturgia, la conexión entre Eucaristía y misión, la Eucaristía como sacrificio, etc. En todo el texto, emerge la fe profunda de Ratzinger y su constante invitación a adorar al Señor Jesús, nuestro redentor, en la Iglesia:

La liturgia tiene la grandeza de lo que ella misma es, no de lo que nosotros hacemos con ella… Es revelación recibida en la fe y la oración y, por eso, su medida es la fe de la Iglesia, que es el recipiente de la revelación… En última instancia, la esencia de la liturgia está resumida en la invocación transmitida por Pablo (1 Cor 16,22) y por la Didaché (10,6): Maran atha: nuestro Señor está presente, ¡ven, Señor nuestro! En la eucaristía se realiza ya la parusía, pero de tal modo que nos pone en tensión hacia el Señor que viene, y, justamente así, nos enseña a clamar: Ven, Señor Jesús. Y nos hace captar y experimentar siempre de nuevo la verdad de la respuesta: ‘Sí, vengo pronto’ (Ap 22,17.20)” (p. 496).

Publicado originalmente en @tevangelizar 

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