SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS.

Por Mario Ortega.

Mc 9, 2-13. Qué bien se está aquí. 6 de agosto. Transfiguración del Señor

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.

Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Le preguntaron:

«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».

Les contestó él:

«Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito acerca de él».

Se transfiguró delante de ellos

1. El misterio de la Transfiguración que hoy celebramos constituye una experiencia única y sublime en la vida cristiana, puesto que nos anticipa la resurrección del Señor y también la plenitud de nuestro gozo al contemplar la gloria de Dios. Efectivamente, así lo expresa San Pedro cuando él y los otros dos apóstoles se ven sumergidos en la luz y la paz que irradia el cuerpo transfigurado de Jesús. Pedro exclama: Señor, ¡qué bien se está aquí! O siguiendo otra traducción igualmente válida: qué bueno es para nosotros encontrarnos aquí.

2. Siempre que decimos aquí, nos referimos a este mundo, con sus luces, pero también con sus sombras, con sus gozos junto con sus fatigas. Pero los tres apóstoles, ante el misterio de Cristo transfigurado en la cima del Tabor, experimentan otro «aquí». Es más bien el «allí» del Cielo, que se hace presente. Por eso, saborean de algún modo la vida eterna, el ver la gloria de Dios.

3. Y es que ésta es la alegría de la vida cristiana, la novedad absoluta de nuestra fe y del Evangelio. Que el allí lejano del Cielo, en Cristo y con Cristo es un aquí, presente y experimentable ya en este mundo. Es el gozo inmenso de vivir en gracia de Dios, en la certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte, en saber que nuestra sed de infinito puede ser saciada, puesto que lo infinito ha irrumpido ya en nuestra historia a través de Jesucristo. La vida cristiana es una existencia transfigurada, una condición mortal nada más que provisional, puesto que la gloria que nos manifiesta hoy Jesús en su transfiguración, anticipo de su resurrección, es la condición existencial, principal y definitiva, de los que creemos en Él.

SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS.

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