Religiosas que asisten a niños con discapacidad deciden quedarse en Afganistán pese al peligro en el país, después que las fuerzas internacionales dejan el país. 2 monjas que administran un Centro de Día para niños con discapacidad mental precisaron la situación que atraviesan, en un relato forma parte de una entrevista que será publicada en el próximo número de ‘Mondo e Missione’. El establecimiento, que es la única escuela de este tipo en todo Afganistán, surgió por la labor de la asociación ‘Por los Niños de Kabul’ (PBK), fundada para responder al llamado a «salvar a los niños afganos» que lanzó san Juan Pablo II en su discurso de Navidad de 2001.
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«En Afganistán, la violencia es la norma y la situación empeora día a día», precisó sor Shahnaz Bhatti, una religiosa pakistaní que vive desde hace varios años en Kabul. Sostuvo que a 2 décadas del inicio de la misión encabezada por Estados Unidos que se suponía traería paz y democracia «la sangre corre por las calles como si fuese agua». El 11 de septiembre, los últimos soldados estadounidenses dejaron el país, dado que el acuerdo firmado el año pasado por Washington y los talibanes en Doha preveía la retirada de las fuerzas militares extranjeras a cambio del cese de los atentados terroristas, mientras que los militares islamistas afganos también se habían comprometido a no dar refugio a agrupaciones yihadistas como Al Qaeda. Pese a esto, hay noticias cotidianas sobre bombas y homicidios de funcionarios, periodistas, abogados e incluso de trabajadores sanitarios, estudiantes y colegialas. «Además de la violencia, lo que azota al pueblo es la pobreza: el desempleo está por las nubes y para vivir, la gente se ve obligada a mendigar», aseguró Shahnaz, la religiosa de 45 años de la Caridad de Santa Juana Antida.
Shahnaz trabaja como administradora junto a sor Teresia Crasta, la monja india de 50 años del Instituto de la Virgen Niña, que se encuentra en Afganistán desde 2018 y es la actual directora del establecimiento. El Centro PBK recibe a 50 niños de entre 6 y 12 años con retrasos en el desarrollo y algunos con Síndrome de Down. «Nuestro objetivo es desarrollar su potencial y, cuando sea posible, permitir su inclusión en el sistema educativo. Estos niños pertenecen a familias muy pobres, que no tienen medios para cuidarlos. En Afganistán, los niños suelen sufrir traumas en el vientre materno y no es raro que nazcan con problemas, malformaciones o algún tipo de discapacidad», explicó Teresia. Shahnaz enfatizó que los alumnos proceden de barrios «donde no pasa un día sin que haya una explosión». «A pesar de los riesgos, decidimos no instalarnos en la zona verde, más segura, porque queríamos vivir entre la gente común y corriente», ratificó, tras indicar que los profesores y el personal de la escuela —que es gratuita e incluye el almuerzo para los niños— son afganos.
«La pandemia de coronavirus impuso algunos periodos de cierre, pero nunca dejamos de asistir a nuestros niños y a las familias más necesitadas del barrio: proporcionamos alimentos, ropa, libros escolares, medicamentos y artículos de higiene», ratificó la monja, que precisó que durante muchos años las organizaciones internacionales las apoyaron con sus donaciones para brindar estas ayudas, pero ahora las están dejando solas. «Estamos muy preocupadas», reconocieron las 2 religiosas que asisten a niños con discapacidad, frente a la posibilidad de un gobierno dirigido por los talibanes y el riesgo de un nuevo conflicto civil. Pese a ello, se proponen redoblar sus esfuerzos, puesto que a partir del próximo ciclo lectivo, el número de alumnos aumentará a 60. Además, mientras todos abandonan Afganistán, una nueva monja llegará al Centro PBK en las próximas semanas.
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