Las religiosas de Birmania se desplazan de pueblo en pueblo con la gente desde hace meses para escapar de los bombardeos de la junta militar. En junio de 2021, la iglesia de Nuestra Señora de la Paz, ubicada junto al edificio donde se alojaban, fue atacado. El 10 de marzo pasado, la junta militar birmana bombardeó un convento de las Hermanas de la Reparación en Doungankha, un pueblo en el estado de Kayah. El edificio incluía una capilla, una cocina y un centro de ejercicios espirituales dedicado al fundador de la congregación. El convento era utilizado como casa de reposo por las hermanas mayores pero llevaba varios meses deshabitado cuando fue atacado. Tras el golpe de estado que destituyó al gobierno civil de Aung San Suu Kyi en febrero de 2021, las religiosas recibieron durante varios meses a 150 mujeres, niños y ancianos que buscaban un refugio en medio del conflicto.
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Una de las Hermanas de la Reparación, cuyo convento fue bombardeado hace pocos días, brindó su testimonio anónimo. Las monjas, que deben desplazarse de pueblo en pueblo con la gente para escapar de los bombardeos militares, pasaron por 12 conventos en los últimos meses. «En el convento de Kunta —estado de Kayah—, junto a las hermanas, había también ancianos y niños huérfanos, un total de 18 personas. Era muy peligroso salir: la gente huía, regresaba a sus casas y volvía a huir. Vivíamos en medio de las balas y de noche no podíamos dormir; estábamos aterrorizados. El 28 de septiembre fue un día de pesadilla, que nunca olvidaré. A las 10 de la mañana oímos los primeros disparos cerca de nuestra casa. Había 3 familias con nosotros: una abuela enferma, 2 niños pequeños y una mujer embarazada. Cuando oímos los impactos de las balas en el techo y los vidrios de las ventanas que estallaban, nos dimos cuenta de que ya no podíamos escapar. Nos escondimos en una habitación, incluso debajo de la cama», aseguró, indicar que «el tiroteo duró todo el día y se intensificó por la tarde. Los ancianos estaban muy asustados y los niños lloraban».
«No sabíamos qué hacer: llorábamos y rezábamos para ahogar el sonido de los disparos. Una niña me preguntó entre lágrimas: ‘Hermana, ¿vamos a morir aquí esta noche?’. La abracé, asegurándole que nadie moriría porque el Señor nos protegería y la Virgen velaba por nosotros. Fue una noche terrible y no hicimos más que encomendarnos al Señor», indicó la hermana. «Al día siguiente el tiroteo había cesado y salimos a ver los daños: agujeros de bala, cristales rotos, parte de nuestra casa destrozada por el bombardeo. Dimos gracias al Señor porque se habían ido. Pero en ese mismo momento volvimos a oír disparos y la superiora nos dijo: ‘Hermanas, no podemos quedarnos aquí más tiempo, vámonos’. De modo que informó al obispo de que abandonábamos la casa y pidió ayuda para evacuar a los ancianos y a los niños», explicó, quien es una de religiosas de Birmania que se desplazan con la gente desde hace meses para escapar de bombardeos. «Los ancianos se fueron en un auto acompañados por la superiora. Las hermanas del convento nos quedamos con los niños asustados y sus madres y nos pusimos en marcha para encontrar un lugar más seguro. Cuando finalmente llegamos a una parroquia, nos topamos con una situación similar a la que acabábamos de dejar: ancianos que no podían escapar, niños llorando y el humo de los bombardeos. Todo esto me causó un inmenso dolor», lamentó.
Recordó que «los combates continuaron durante 3 días; hubo muchos muertos y heridos y decenas de casas destruidas». «Las personas que sobrevivieron quedaron profundamente traumatizadas. Después de una semana, intentamos regresar a nuestro pueblo: las casas habían sido quemadas junto con la gente, los animales domésticos habían muerto de hambre. Algunas familias lo habían perdido todo. Esta nueva situación obligó a la gente a huir a las montañas, donde enfermaron por el frío y la falta de alimentos, y donde no tenían ninguna posibilidad de recibir atención médica. A finales de octubre, el intendente del pueblo aconsejó a todos que huyeran de nuevo porque la situación no era segura. Fuimos a Loikaw, al seminario menor. Todo parecía tranquilo y nos quedamos allí hasta que los militares empezaron a bombardear los campos de refugiados a finales de diciembre. Ya no había ningún lugar seguro para esconderse», enfatizó la monja, al afirmar que se encontraron «huyendo una vez más junto con la gente y hasta el día de hoy las hermanas jóvenes y ancianas» de su comunidad no pudieron regresaron a su convento.
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