CÓMO ACOMPAÑAR EN EL CAMINO MATRIMONIAL. TEMA 4: LA MADUREZ DE LOS NOVIOS EN LA PREPARACIÓN AL MATRIMONIO.

Continuación de La ayuda y la experiencia de los laicos en los cursos de preparación al Matrimonio.

Por Juan María Gallardo.

Wenceslao Vial (*)

  1. Introducción 

Una señora de edad avanzada que acudía a Misa con sus coetáneas le dijo una vez a su párroco: «No nos hable tanto del divorcio, que nosotras ya no estamos para eso; si tenemos marido, no lo vamos a dejar ahora». Ojalá los recién casados, mujeres y hombres jóvenes, pudieran repetir una afirmación parecida: «Si te he prometido un amor para siempre, no te voy a dejar ahora». Es el deseo profundo de quien se enamora. No he conocido parejas que se hayan prometido un te quiero temporal, un te quiero con condiciones: solo mientras seas joven o mientras estés sano, o hasta que pierdas tu atractivo.

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A este para siempre se llega por el camino del noviazgo, que es un proceso tan natural y antiguo como el de la madurez. Pero si el proceso de madurez tiene como meta la armonía de la personalidad y por tanto no termina, el noviazgo ha de tener un final con dos posibles resultados: o un adiós de buenos amigos, o un para siempre… Será un periodo de mutuo conocimiento y atenta comprensión, una etapa para decidir sobre el paso sucesivo, la donación del uno al otro. Como en cualquier evento humano, también en este camino intervienen factores psicológicos y espirituales que pueden determinar su éxito o su fracaso.

Los novios deberán discernir si están en condiciones de compartir un proyecto vital con la otra persona, si están en condiciones de construir juntos una familia, ese «lugar donde nace la vida y el amor no termina nunca», como se define en ocasiones. El noviazgo es de algún modo la prehistoria de este ambiente. Entender mejor cuál es la madurez necesaria para casarse y cómo alcanzarla es fundamental en la prevención de los fracasos matrimoniales. Lograr que la vida de las parejas sea más segura, con un mejor funcionamiento, confianza y conocimiento mutuo, conlleva una mayor felicidad de los esposos y de los hijos, con una disminución de la enfermedad mental.

La importancia de la formación de los novios ha sido comentada con frecuencia. Aparece en un párrafo entero de la exhortación apostólica Amoris laetitia. El Papa Francisco ha recordado numerosas veces que la persona humana no puede ser considerada como un objeto de uso desechable, que se puede tirar una vez utilizada. Es preciso ayudar a los novios a que aprendan pronto a cuidar el uno del otro, que sepan tomarse de la mano y mirar el futuro con alegría, teniendo a Jesús y a la Iglesia siempre a su lado y en el horizonte.

El cuadro ‘On The Sailing Boat’ (1819), de Friedrich Caspar David, nos ofrece una bonita imagen de esta formación. El pintor lo terminó un año después de su matrimonio con Caroline. Se representa a una pareja que se tiene de las manos en la proa de un barco de vela. Ambos miran al horizonte. Quien lo admira desde fuera se ve introducido en la escena como si estuviera navegando; es fácil mirar con los ojos de los protagonistas. Esto es lo que intentaremos en el presente capítulo para subrayar los aspectos más importantes de la madurez. Estamos convencidos de que esas notas que veremos consiguen romper un círculo vicioso: la inmadurez de la personalidad provoca un aumento de problemas matrimoniales y enfermedades psíquicas, y esto afecta a los hijos, que pueden tener a su vez más dificultades de pareja en el futuro.

Como manifestación de la unidad de la persona, en el enamoramiento y en el amor que permanece en el tiempo se encuentran componentes psicológicos y espirituales que tienen un sustrato fisiológico o corporal. Si podemos abordar el tema es precisamente porque existe una común naturaleza humana. Hay maneras de respirar, de alimentarse, de comportarse, de amar, de pensar y de rezar que no varían con las épocas. Es posible, por tanto, hablar de buenos hábitos, es decir, de aquellos que preservan y mejoran una sociedad.

No estudiaremos aquí la madurez necesaria para la validez del consentimiento sino las características que fortalecen el vínculo matrimonial sucesivo. Hay que recordar que las leyes de la Iglesia establecen que el matrimonio es válido solo después de los 16 años para los varones y de los 14 para las mujeres. Sobre la madurez de la persona humana se afirma explícitamente que los fieles «tienen derecho a una educación cristiana por la que se les instruya convenientemente»; y esa educación tiene lugar en la familia.

El objetivo de estas líneas es acompañar a quienes recorren el camino de noviazgo y ayudarles a responder sus preguntas decisivas: ¿estoy maduro para dar el siguiente paso? ¿soy capaz de darme a un tú?

Empezaremos por recordar algunos aspectos generales de la madurez para conocer, por así decir, la partitura sobre la que se dibuja el crecimiento en el amor, y para advertir tanto los progresos como las posibles dificultades o faltas. Hablaremos después de las claves para alcanzar una madurez que permita construir el futuro matrimonio sobre cimientos firmes.

  1. La madurez en general 

La madurez no es un estado sino un proceso que dura toda la vida. Se refiere tanto a la plenitud del ser como al desarrollo y el crecimiento adecuados. La persona madura es capaz de hacer suyo un proyecto de vida. A diferencia de una fruta, el ser humano siempre está madurando y puede incluso retroceder: puede volver a estar verde. Por esto, no solo necesita de sol y tiempo, sino de alguien que lo sostenga y le brinde educación, principalmente en un hogar que le sirva de modelo.

Llegar a la plenitud implica un camino dinámico, estar en movimiento. Y para alcanzar la meta deseada necesitamos de alguien que nos acompañe. Así se alcanza una síntesis serena, única e irrepetible, con los propios modos y los propios mundos. Se consigue llegar a ser lo que Dios quiere que seamos. Con san Francisco de Sales, podemos ver la vida cristiana como una partitura y a cada cristiano como a un músico distinto que realiza una interpretación personalísima.

Algunas características de la madurez son el orden, la coherencia y la primacía de la inteligencia y de la voluntad sobre el mundo afectivo, ese complejo tejido de las emociones, sentimientos, pasiones y estados de ánimo. La razón ilumina la interioridad y permite intuir, por ejemplo, que en una relación interpersonal de pareja se suceden estaciones: no todo es primavera o noviazgo, sino que hay otoños e inviernos

Los animales suelen arreglárselas bastante bien sin sus padres gracias a los instintos connaturales a su ser. Los jóvenes humanos no funcionan así: necesitamos de la experiencia de los más veteranos para evitar caer en los mismos errores. La madurez va más allá del envejecer: significa mantener la audacia, la sonrisa, el entusiasmo y la vitalidad a pesar de una disminución de las energías físicas. Tal vez no estuviera muy lejos de la realidad Platón cuando afirmaba que se necesitan 50 años para que un hombre sea capaz de gobernar.

Pero no hay que esperar a la senectud para alcanzar un nivel apropiado de madurez en los diversos ámbitos de la vida, incluido formar una familia. Mujer y hombre maduran gradualmente, cada uno a su modo y con una psicología propia. En la adolescencia se adquiere una mayor identidad y los años sucesivos están marcados por un incremento progresivo de la intimidad. Identidad e intimidad son características muy importantes para las relaciones interpersonales futuras. Se cuenta con que los jóvenes adquirirán una propia visión del mundo y de sí mismos. Serán claves la influencia del grupo, los modelos que ellos mismos elijan y el control de las fuerzas instintivas que se despiertan. El adolescente va haciendo un plan de vida personal.

Desde niños se va madurando también hacia fuera de uno mismo. Esta característica, llamada autotrascendencia, es la que más influirá en nuestro trato con otras personas. Qué importante es fomentarla desde los primeros años, en que poco a poco los chicos y chicas abandonan el ¡mío, mío! que caracteriza la infancia. Así se adquiere la capacidad de ser fieles y de amar, tan necesarias para el matrimonio, que abrirán paso a la integridad, a la capacidad de cuidar a los demás y a la sabiduría. La psicología confirma que «la madurez progresa en la proporción en que nuestras vidas dejan de estar centradas en la inmediata proximidad del cuerpo y en el yo».

En el libro ‘Madurez psicológica y espiritual’ menciono algunas notas de madurez que se pueden resumir alfabéticamente. Autonomía del que se sabe criatura y Autoestima unida a la caridad, que centra el valor propio y de los demás en ser hijos de Dios. Buena vida del que adquiere la libertad en la virtud y no se hace esclavo de los vicios. Coherencia con los valores, con el «manual de instrucciones» que Dios ha puesto en el alma. Diálogo con quienes piensan distinto. Empatía que me pone en el lugar del otro y me lleva a comprenderles, a quererles con su pasado, sus sentimientos, sus heridas… Familia que sostiene, educa y sirve de modelo. Grupos como la escuela, los amigos, mi ciudad, la Iglesia y la humanidad entera. Identidad, que es como un broche que lo marca todo: el que sabe quién es actúa de acuerdo con esa realidad y avanza.

  1. Signos de madurez de los novios

Junto con estas notas generales los novios, que deben haber superado la crisis de identidad de la adolescencia, tienen como meta saber si cabe un proyecto en común. Para esto es bueno que el humus, la base o terreno donde se desea construir, sea semejante: la cultura, el lenguaje y una religión acordes favorecen una buena relación. Es importante que ambos conozcan su pasado, en particular las familias de proveniencia. Al noviazgo se llega con una historia, en la cual puede haber también heridas que quizá se manifiesten en la relación conyugal. Habrá que preguntarse si los valores e ideales son los mismos. ¿Cuál es el plan de vida del otro? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Qué medios quiere poner para alcanzarlos? Como escribió Saint-Exupéry, «amar no consiste en mirarse el uno al otro, sino que uno y otro miren en la misma dirección».

Será la comunicación en la diferencia lo que posibilite el conocimiento profundo y, con él, la respuesta a tantos interrogantes. La madurez está en comprender las discrepancias, en no pretender modificarlas a toda costa o poner la esperanza en un «ya cambiará cuando nos casemos». Un trato superficial o encandilado no permite ver los defectos de la otra persona. Este itinerario de conocimiento mutuo se ve también hoy entorpecido por quienes banalizan la sexualidad o niegan todo tipo de diferencias entre el hombre y la mujer: genéticas, fisiológicas, psicológicas, lingüísticas, etc.

La práctica de esta comunicación no es fácil. Como señala John Cray, los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Es importante tener en cuenta que los hombres están más orientados al problema solving o resolución de problemas y que se centran más en lo que hay o sucede hoy y ahora. En las mujeres, en cambio, brilla el deseo de servir, al mismo tiempo que notan con más facilidad aquello que por algún motivo falta. El varón, en situaciones de estrés, busca prioritariamente el aislamiento o desempeñar otras actividades como deportes, leer el periódico o ver la televisión. La mujer, en las mismas situaciones estresantes, tiene más necesidad y deseo de hablar. El hombre es más abstracto en la comprensión de la realidad. La mujer se acerca a ella de una manera más concreta y personal, es capaz de ver más detalles, incluso en sí misma; está más dispuesta a la donación, es más sensible, advierte la presencia o ausencia de cualquier pequeña muestra de amor o de alabanza y tiene más facilidad para sonreír de muchas formas y con muchos significados.

Conseguir conocer al otro o a la otra implica una profunda tarea de atención y no dejarse engañar por mensajes superficiales. Para cosechar buenos resultados en el noviazgo es imprescindible respetarlas etapas. El amor sabe esperar, busca la felicidad y el bien del otro, rechaza el uso de cualquier persona. Nadie puede ser considerado un objeto desechable. Unos novios maduros saben que el amor no es solo placer físico y llegan al otro en su psicología y espiritualidad. Así, el eros da paso a un amor pleno que se caracteriza por la capacidad de sacrificio y donación. Se descubre una paradoja: que amar implica sufrir. Se supera la afectividad egocéntrica del «te quiero porque me haces sentir bien». Con una intimidad sólo física y anticipada nada se ve de todo esto. «Quemar las etapas termina por quemar el amor».

La persona madura vive su sexualidad de modo humano. Transforma el instinto en tendencia: reconoce un fin grande y elevado en la capacidad reproductiva, convierte los actos en gestos llenos de significado. No se detiene en la comunicación física, sino que se abre al espíritu. Para llegar a estas cumbres del amor se necesita la castidad, que es como una vacuna contra el egocentrismo. Quien es querido castamente sabe que está ante un amor incondicional y que él o ella no le harán daño. Solo si se vive bien este aspecto se llega a conocer de verdad al otro. Esta virtud protege la libertad y la verdad y se transforma en una joya que adorna la personalidad. De este modo se puede decidir el paso del enamoramiento a la donación completa en el matrimonio.

Puede suceder también que, después de un periodo de conocimiento suficiente, durante el que se habrán tenido abundantes conversaciones apacibles, se descubra que hay poco en común, escasos puntos de contacto sobre los que fundar una relación estable. Será un signo de madurez interrumpir entonces el proceso, aunque persista una cierta atracción, pues «nada es más volátil, precario e imprevisible que el deseo».

Las personas enamoradas a modo humano, que incluye la dimensión espiritual, se prometen un afecto imperecedero y «se sienten transfiguradas por la magia del amor naciente, salvo los que no ven en la unión de los sexos más que una ocasión de placer y de diversión. Para estos, como dice el adagio, ‘el amor hace pasar el tiempo y el tiempo hace pasar el amor’».

En ese tipo particular de amistad que es el noviazgo es preciso reconocer los límites que no se deben traspasar. Hay que estar atentos a las banderas que indican el peligro. El cine a menudo no tiene en cuenta estas líneas rojas. En las películas parece que, ante cualquier oportunidad, después de un primer encuentro con la otra persona, todo vale y no pasa nada. Se dice poco sobre la capacidad de desencadenar tormentas que se esconde detrás de un cierto tipo de mirada, de caricia, de beso o de forma de vestir, aunque es evidente que son capaces de desencadenar emociones incontrolables y más instintivas, como las de un animal. Sería útil recordar a las chicas que, también por respeto y estima a sí mismas, estén atentas para no dar mensajes que indican más o menos explícitamente: «Estoy disponible para que me uses…». Es bueno que sepan que su lenguaje corporal tiene un mayor impacto en los chicos: como ya se ha dicho, los varones se encienden visualmente. Los chicos, por su parte, deben aprender a mirar a las mujeres a los ojos, con verdadero afecto y respeto.

La virtud de la pureza o castidad en el noviazgo se protege con formas y actitudes concretas. Por ejemplo, conviene que los encuentros tengan lugar en lugares públicos, evitar quedarse solos en la casa o en el dormitorio; evitar determinadas conversaciones, salir solos hasta altas horas de la madrugada, etc. En ocasiones se oye que la solución para los múltiples problemas relacionados con la sexualidad sería enseñar en la escuela todo lo que tiene que ver con su ejercicio. Pero diferentes estudios científicos demuestran que es más eficaz hablar de otros aspectos como las ventajas de la abstinencia antes del matrimonio, el modo de custodiar la intimidad, el pudor y los buenos modales. El papa Francisco dice al respecto: «¿Quién habla hoy de estas cosas? ¿Quién es capaz de tomarse en serio a los jóvenes? ¿Quién les ayuda a prepararse en serio para un amor grande y generoso? Se toma demasiado a la ligera la educación sexual».

  1. Percibir las notas desafinadas

La magia de la que hablaba Thibon no lleva a idealizar al otro: la idealización es un peligro que rompe la armonía de la relación y que es posible captar desde fuera de la pareja como una nota desafinada. Puede ser el resultado de múltiples factores, como por ejemplo la complicidad en el vicio, que ciega y no permite ver los defectos. Cuando se mira la realidad desde la óptica del placer, las carencias de la personalidad quedan en un plano inalcanzable. Por el contrario, el realismo lleva a querer al otro con sus defectos y no solo a pesar de ellos. No se trata de buscar a un tú perfecto y saber si me atrae, sino de comprender que ese ideal no existe y preguntarse serenamente: ¿podré hablar siempre con esta persona?

En cualquier nota de la madurez puede faltar la sana tensión. Entre los signos de esta tensión destaca el amor verdadero capaz de sacrificarse. Quien se ancla sólo en el placer, en una sexualidad no controlada, tal vez encuentre un cierto equilibrio, una apariencia de seguridad inestable y encerrada en sí misma. «No podemos tratar los vínculos de la carne con ligereza, sin abrir alguna herida duradera en el espíritu». La psicología demuestra que una relación sexual deja siempre una huella imborrable. El inicio precoz de la actividad sexual puede llevar a la esterilidad del amor, y extinguir incluso el placer que se buscaba.

Sucede como en la tierra sobreexplotada, que necesita cada vez de más productos químicos para volver a ser fértil. Falta la tensión sana, las miradas se enturbian. Y, paradójicamente, se crean nuevas tensiones enfermizas, como un sentido falso de fidelidad, reflejo más bien de una dependencia emotiva, hacia la persona que ha sido cómplice en las relaciones. Esta tensión exagerada daña las cuerdas del alma y se paga con la desilusión. Se abre paso a una serie de relaciones superficiales en que todo da lo mismo, a la cultura del usar y tirar. No es infrecuente acabar, como el terreno seco y exprimido, necesitando de sustancias —experiencias— cada vez más fuertes para seguir viviendo en equilibrio.

La prioridad del placer oscurece la finalidad profunda de la sexualidad y del sexo. Lleva a conformarse con «sentirse bien y nada más», a vivir desconectados de una ética necesaria para edificar la personalidad. La exaltación del placer busca justificaciones más allá del bien y del mal, como el eslogan de reminiscencias infantiles «el cuerpo es mío». Por esta vía se desemboca fácilmente en un rechazo a la maternidad y a la paternidad, se cambia la felicidad por un bienestar pasajero. El espíritu es incapaz de volar porque ha perdido sus alas, le falta la tensión del amor verdadero. Hay quienes no quieren amar ni comprometerse en el matrimonio porque no consiguen escapar de la red del hedonismo, de la incapacidad de sacrificarse por alguien.

El hedonismo, el egoísmo y el egocentrismo conducen a un equilibrio peligroso e inestable. El amor verdadero, saber esperar y respetar el lenguaje corporal, genera en cambio una tensión saludable. La excesiva atención a lo sexual, la búsqueda del placer artificial en el autoerotismo o en la pornografía, son también notas desafinadas que lesionan la intimidad y la identidad. Si se focaliza la atención en el consumo anónimo de placer, sin respetar la alteridad, se pierde la capacidad de distinguir «la buena música». Lo real se confunde con lo virtual. Incluso el otro o la otra desaparecen en la impersonalidad de una relación oscura: no se sabe ni importa quién sea «ese» o «esa». Los jóvenes que se embarcan en este camino ven muy limitados sus intereses y horizontes espirituales: con la sexualidad reducida solo a placer, se «cortan las alas del espíritu».

Pero siempre hay espacio para la esperanza. Quien descubre que ha quemado las etapas —por ejemplo, viviendo con otra persona sin estar casados— puede empezar de nuevo. Necesitará tiempo, paciencia y sobre todo la gracia de Dios para entender la belleza de lo que se está perdiendo. De alguna manera tendrá que empezar desde el principio, volverse a fijar en la partitura siguiendo y mirando cada nota como si fuera la primera vez. Este camino a menudo requiere dejarse ayudar, estar dispuestos a vivir por un tiempo verdaderamente como novios y no como marido y mujer. La experiencia demuestra que este sacrificio da frutos y permite volar de nuevo.

Si hay tantos factores, ¿no se podría medir la madurez de los novios como se capta la pureza de los sonidos o la sazón de una fruta? Existen numerosos tests individuales y de pareja. Ninguno de ellos, sin embargo, supera al conocimiento que da el tiempo, sin que sea necesario alargarlo demasiado, porque nunca se llegará a una certeza absoluta. La relación entre el noviazgo y la madurez de cada persona no puede ser analizada solo experimentalmente. Tampoco se puede medir «probando», como se haría con una manzana: si después del primer bocado noto que no está madura, la dejo; si no me gusta la tiro y busco otra. Vale la pena repetirlo: las personas no se usan.

  1. Alcanzar la armonía 

Hoy, como siempre, es necesario hacer brillar de un modo nuevo la belleza de un noviazgo bien vivido. Hoy, como siempre, es necesaria una educación que ayude a contemplar la belleza de una obra de arte, de una pieza musical, del universo… En 1981, san Juan Pablo II escribió: «Muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida familiar derivan del hecho de que, en las nuevas situaciones, los jóvenes no solo pierden de vista la justa jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida familiar en general van mejor que los demás».

El para siempre es posible y no se improvisa. Estas palabras deberían sonar como nota de fondo. Es preciso recordar que la mujer y el hombre están capacitados para tomar decisiones definitivas. Así lo decía el papa a los novios: «Por favor, no debemos dejarnos vencer por la ‘cultura de lo provisional. Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona!».

Para estar en condiciones de tomar decisiones definitivas es necesario aceptar la posibilidad de equivocarse. Nietzsche advertía que, a diferencia de los animales, el ser humano posee la capacidad de hacer promesas. Se debe añadir que es también capaz de mantenerlas. Y sin fe en un destino eterno esto resulta más difícil.

La armonía en el noviazgo solo se alcanza con una interpretación que dos personas intentan hacer bien. Saldrá mejor si se procura afinar cada cuerda, tanto las de la madurez general como las del mensaje cristiano de las bienaventuranzas. Son estas un programa centrado en el amor, con sugerencias prácticas para distinguir los bienes verdaderos de los espejismos, para hacer sonar la nota justa en cada momento. Jesucristo comienza alabando el alma de los pobres, pues un corazón avaro o centrado solo en aspectos materiales se incapacita para amar de verdad. Siguen el elogio de la mansedumbre, con el dominio sobre uno mismo, el dolor por los errores, el llorar con los que lloran y reír con sentido… El hambre y la sed de justicia, la misericordia, la limpieza de un corazón liberado del egoísmo y la búsqueda de la paz (cfr. Mt, 5,1-12).

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8), dice el Señor. Vale la pena que los novios tengan esto en mente y siempre dejen entrar a Jesús en su relación. Les servirá lo que Robert Benson aconsejaba sobre la amistad: verla como un triunvirato, formada por yo, el otro y Cristo.

A lo largo del concierto no faltará el cansancio. Hay momentos más difíciles y notas que resulta arduo alcanzar. Como escribió Thibon, «los obstáculos están hechos para remontarlos. El amor, coloreado en el comienzo por una perfección ilusoria, debida al deseo y a la imaginación, no podrá durar sin la voluntad».

Hablando del noviazgo, san Josemaría decía que, «como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza». Se trata de un proceso que requiere tiempo y diálogo. A veces hay muchos desafíos internos y externos que lo dificultan.

No es posible llegar a la armonía en medio de tanto ruido: rumiar desmesuradamente los propios sentimientos y pensamientos o dejarse distraer por un insaciable afán de noticias y chismes. Es preciso también ‘desconectar’ de redes anónimas —WhatsApp, Instagram, Facebook, etc.— y fomentar diversiones, intereses y amistades offline, para conseguir oír. La paz y el silencio interior y exterior son fundamentales para conseguir los acordes y alcanzar la sintonía.

Resumiendo, las principales notas de la armonía en el noviazgo son: considerar el amor como sacrificio, respetar y querer al otro, pasar del instinto a la tendencia, controlar las emociones con la inteligencia, saber esperar y abrirse a un diálogo fecundo. El proceso del noviazgo no debe ser tan corto que impida el conocimiento ni tan largo que caiga en la rutina. Si ha comenzado ya de otro modo, tal vez conviviendo, se puede recomenzar, como he recordado antes. El amor, como la música, tiene algo de inmaterial, que busca el bien de la persona que se quiere y perdura en el tiempo.

  1. El director de orquesta

La clave más importante para una buena interpretación musical será dejarse guiar. «La alianza del amor del hombre y la mujer se aprende y se afina. Me permito decir que se trata de una alianza artesanal. Hacer de dos vidas una vida sola, es incluso casi un milagro, un milagro de la libertad y del corazón, confiado a la fe». Para conseguirlo, el cristiano tiene la asistencia amorosa del Espíritu Santo, que bien puede verse como el director de orquesta. Cuando él actúa en el alma se consigue la armonía. Con la fe es más fácil considerarse administradores y no propietarios del cuerpo, entender la sexualidad en el marco de la persona y contemplar la belleza. La esperanza lleva a poner los medios para alcanzar el fin; la caridad permite el sacrificio. De este modo, los novios comprenden también que el matrimonio no es el final del camino, sino una vocación que lanza hacia adelante.

La madurez de los novios es un largo proceso que comienza en la infancia. No son suficientes los cursos de preparación al Matrimonio, sino que se requiere una extensa catequesis, especialmente en la familia de procedencia. Es ahí donde se aprende que vale la pena un proyecto de vida buena y se adquiere la responsabilidad. Es ahí donde se entiende el lenguaje del cuerpo, de la psique y del espíritu. Si queremos que muchos jóvenes digan yo te amaré para siempre y no te dejaré, necesitamos realzar el valor de la coherencia y la identidad, fomentar el diálogo y el conocimiento mutuo, verdadera sabiduría de la mente y del corazón. Así serán capaces de crear corrientes nuevas; más que ir contra corriente, influirán con alegría en muchos otros.

En esta aventura cuentan con la ayuda de la gracia de Dios y de los demás, también para renovar cada día el amor. No somos las piezas inertes de ébano o marfil del teclado de un piano. La armonía que se intenta será imperfecta, propia de seres libres e imperfectos. En el periodo de prueba que es el noviazgo, resultará útil preguntarse, y preguntarle al Señor, si se está en condiciones de continuar hacia un proyecto en común con otra persona. Bien reflejan esas ansias por dilucidar las dudas la siguiente canción escrita por Paul McCartney: 

«Ebony and Ivory Uve together

in peifect harmony Side by side on my piano keyboard, oh Lord, why don’t we?».

—«Ébano y marfil conviven en perfecta armonía, uno junto al otro, en el teclado de mi piano.

¿Por qué no hacemos nosotros lo mismo, Señor?»—. 

(*) Médico y sacerdote. Docente de Psicología y vida espiritual de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.

CÓMO ACOMPAÑAR EN EL CAMINO MATRIMONIAL. TEMA 4: LA MADUREZ DE LOS NOVIOS EN LA PREPARACIÓN AL MATRIMONIO.

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