CÓMO ACOMPAÑAR EN EL CAMINO MATRIMONIAL. TEMA 3: LA AYUDA Y LA EXPERIENCIA DE LOS LAICOS EN LOS CURSOS DE PREPARACIÓN AL MATRIMONIO.

Continuación de Estructura y contenido de un curso de preparación al sacramento del Matrimonio.

Por Juan María Gallardo.

Anamaría Roggero, Danilo Centilozzi(*)

1. ¿Tienes un buen recuerdo del curso prematrimonial?

Los cursos de preparación al sacramento del matrimonio suponen una ocasión en que la pareja debe obligatoriamente acercarse a la parroquia. Puede hacerlo con más o menos buena voluntad y deseo de profundizar en los temas que se tratarán.

Para plantear las necesidades de los laicos en este campo hemos realizado a algunos matrimonios una breve encuesta con preguntas sobre el curso al que asistieron. Las preguntas fueron:

• ¿Tienes un buen recuerdo del curso prematrimonial?
• ¿Qué te sirvió y qué aprendiste?
• ¿En qué te hubiera gustado que fuera diferente?
• ¿Dónde te hubiera gustado profundizar? ¿Aspectos espirituales? ¿Aspectos psicológicos de relación de pareja? ¿Temas relacionados con la sexualidad y la vida afectiva?

La mayoría de los entrevistados guardaban un buen recuerdo del curso prematrimonial y lo consideraban un importante período formativo. Manifestaban que les hizo ganar en conciencia del paso que estaban a punto de dar y de las responsabilidades que estaban asumiendo.

Con respecto al segundo punto muchas parejas expresaron su satisfacción por las cuestiones doctrinales y de fe. Sin embargo, echaban de menos una preparación más precisa para los momentos difíciles del matrimonio, los problemas y dificultades que pueden surgir y la importancia de buscar en esos momentos apoyo en su relación con Dios y en la disponibilidad de los sacerdotes.

En relación con las dos últimas preguntas varias personas sugirieron la conveniencia de un curso más abierto a aspectos concretos de la vida matrimonial, especialmente las cuestiones psicológicas y, más concretamente, la educación de la afectividad. También destacaron la conveniencia de tener momentos de diálogo con otras parejas ya casadas que puedan dar un testimonio de vida familiar. En este ámbito sería deseable que los cursos supongan también una ocasión para que se conozcan diversas parejas, pasen tiempo juntos y comiencen una amistad que puede ser duradera.

2. El noviazgo, tiempo oportuno para conocerse mutuamente

El Papa Francisco ha hablado a menudo del noviazgo como una oportunidad única para conocerse mutuamente y para conocer el plan de Dios para la pareja. «Los cursos prematrimoniales son una expresión especial de la preparación. Y vemos muchas parejas que tal vez llegan al curso con un poco de desgana: ‘¡Estos curas nos hacen hacer un curso! ¿Por qué? Nosotros sabemos’… y van con desgana. Pero luego están contentos y agradecen, porque, en efecto, encontraron allí la ocasión —a menudo la única— para reflexionar sobre su experiencia en términos no banales. (…) Por ello se debe revaluar el noviazgo como tiempo de conocimiento mutuo y de compartir un proyecto. El camino de preparación al Matrimonio se debe plantear en esta perspectiva, valiéndose incluso del testimonio sencillo pero intenso de cónyuges cristianos».

Estas palabras del Pontífice ponen de relieve, en primer lugar, la importancia del noviazgo, una etapa que no debe ser considerada simplemente como una preparación al Matrimonio sino que ha de ser redescubierta y vivida plenamente en su dimensión vocacional. Podemos destacar algunas dimensiones de ese período:

• Es un tiempo de crecimiento en el que la pareja crece a la par en el conocimiento y en la aceptación del otro con sus características particulares; se descubre su forma de pensar y de ver la vida y se supera el egoísmo y el egocentrismo en una perspectiva de don de sí. También se crece con la expresión de ideas divergentes, con momentos de diálogo e incluso de desacuerdo que pueden fortalecer y madurar aún más la relación.
• Es un tiempo de responsabilidad, especialmente cuando se ve en clave vocacional. Cada uno se cuestiona de una manera más consciente sobre la propia vocación al Matrimonio y sobre la elección del otro para toda la vida. Aquí se inserta la responsabilidad de dar estabilidad a una relación que tiene características distintas de la simple amistad y que por tanto debe ser preservada en un contexto de exclusividad y fidelidad.
• Es finalmente un tiempo de gracia, caracterizado por una espiritualidad propia y una participación específica en la vida de la Iglesia. Es un don recibido de Dios que debe crecer y madurar por Él y cerca de Él.

Ciertamente no todos los novios son conscientes de la importancia de este período. Parte de la función del sacerdote es despertar en ellos el deseo de descubrirla.

3. Preparación próxima y preparación remota

Por todo lo dicho nos parece muy importante que la atención pastoral de los novios no se limite a la preparación para el Matrimonio, sino que valore el mismo período del noviazgo. Obviamente se encontrarán situaciones diferentes dentro de la parroquia: habrá parejas que la frecuentan con asiduidad y muchas otras que acuden solamente para asistir al curso prematrimonial.

En el caso de las parejas que se acercan de nuevo a la Iglesia después de varios años alejadas, los cursos son una gran ocasión para impartir formación no solo en vista del sacramento del Matrimonio sino también para infundir nociones más amplias sobre la vida cristiana, una especie de catequesis para adultos.

Los sacerdotes intentarán que se sientan acogidos. Esto facilitará que se predispongan a recibir una formación adaptada a sus necesidades, a su situación de adultos en un contexto social determinado. No es infrecuente encontrar personas que creen que la Iglesia tiene «algo que decir» solo a los niños y a los ancianos. Hablando con conocidos y amigos a menudo les oímos decir que las parroquias son lugares donde uno ha sido llevado por sus padres para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana —Bautismo, Comunión y Confirmación— pero no una comunidad a la que uno pertenece y en la que se siente en casa, un ambiente que ayuda a encontrar los recursos adecuados para afrontar los desafíos que nos presenta la sociedad actual.

Con ocasión de estos cursos se podría replantear esta dimensión eclesial, mostrar que la Iglesia tiene algo que aportar en lo que las parejas, y en última instancia cualquier adulto, viven en la realidad concreta de su vida cotidiana. De este modo podrán sentirla más cercana e iniciar un nuevo camino espiritual, comprendiendo la importancia de la relación con Dios en su propia vida.

Para iniciar este camino los sacerdotes se han de acercar a estas parejas dedicándoles tiempo, escuchando sus necesidades, inquietudes y dudas. En función de las situaciones particulares se podrían proponer momentos de oración en común u organizar encuentros ad hoc. La participación en la vida parroquial podría ser una oportunidad para fomentar en estas parejas el sentido de pertenencia a la Iglesia, la familia de los hijos de Dios.

4. Posibles contenidos de un curso prematrimonial

Por lo que respecta a los contenidos del curso, se podrían proponer y organizar encuentros con expertos sobre diversos temas relacionados con la vida de pareja, empezando por las cuestiones psicológicas. En este aspecto nos sentimos particularmente obligados a insistir, dada la formación como psicóloga de uno de los autores de este capítulo. Nos gustaría destacar la importancia de una preparación específica sobre estos temas, que son muy importantes para mantener unida a la pareja y para poner una base sólida desde el inicio de la relación.

Nos referimos, por ejemplo, al vasto campo de la comunicación interpersonal y su importancia en la vida de la pareja y de la familia, las delicadas relaciones de cada cónyuge con sus respectivas familias de origen —el equilibrio entre pertenencia y desapego de sus padres al crear una nueva familia—, el conocimiento más profundo de algunos pilares del amor, como la fidelidad, la sinceridad, el olvido de sí, etc.

Obviamente en un curso no habrá tiempo suficiente para dar una formación adecuada en todos estos temas, pero nos parece importante que se ofrezcan al menos unas ideas globales o bien se recomienden libros para leer o eventos en los que participar.

Además, se debería dedicar algún tiempo a profundizar en la dimensión sexual de la vida de pareja: desde la transmisión de la vida hasta las técnicas de regulación natural de la fertilidad, así como la maternidad y la paternidad responsables. No es infrecuente que los documentos del Magisterio de la Iglesia que tratan estos temas sean omitidos o «silenciados» como anticuados y caducos. Sería muy útil que los novios redescubrieran estos textos en todo su valor y dimensión universal, dándose cuenta de que son siempre actuales y se adaptan a las diversas situaciones de la vida. En la época actual es muy importante formar adecuadamente a la pareja en la ética cristiana de la sexualidad, deteniéndose en el delicado tema de las relaciones prematrimoniales.

Estas cuestiones pueden ser tratadas ya con los jóvenes que frecuentan los diversos grupos de formación, porque a menudo muchos de ellos están iniciando ya un noviazgo. Cuando una pareja se presenta al curso prematrimonial unos meses antes de la boda es probable que tenga ya su propia visión sobre estos argumentos. Además, cada vez es más frecuente que inicien el curso parejas ya casadas civilmente, que conviven o que incluso tienen hijos. Se tratará pues de adaptar los contenidos a estas realidades sin dejar de exponer con claridad las enseñanzas de la Iglesia.

Cada parroquia está llamada a cuidar de estas parejas en un ambiente de colaboración activa entre sacerdotes, catequistas, animadores, representantes de asociaciones y movimientos, y laicos casados. Obviamente la formación será siempre coordinada por los sacerdotes, pero contando con la preciosa ayuda de los laicos. Estos pueden aportar su experiencia, establecer una relación entre iguales con los participantes en el curso, recoger sus inquietudes y convertirse en un punto de referencia para los momentos de dificultad.

Se ha demostrado muy útil la promoción de conversaciones periódicas entre el párroco y la pareja, que en muchos casos pueden desembocar en una verdadera dirección espiritual personal. Esta ayuda no es muy conocida por las personas alejadas de la Iglesia, que con frecuencia no terminan de entender su finalidad. Tal vez puede comprenderse mejor si se compara con el coaching profesional, una persona que orienta a otra para realizar una determinada función y que, si bien ejerce una cierta influencia en su capacidad de decisión y en su conciencia, respeta siempre las elecciones de quien pide asesoramiento. Un posible error sería confundir estas conversaciones con una simple charla entre iguales, donde el director espiritual no sería más que un amigo con quien se tienen confidencias; por el contrario, conviene considerar al sacerdote más bien como un guía que acompaña a la persona en el discernimiento de la voluntad de Dios para su vida. Puesto que se trata de un recurso que la Iglesia pone a disposición de los fieles, se pueden aprovechar los cursos prematrimoniales para darlo a conocer a los participantes.

5. ¿Y después del Matrimonio?

Evidentemente hay que seguir acompañando a las parejas después del Matrimonio, tanto en su vida conyugal como en su camino de fe. Por ejemplo, se podrían organizar encuentros de oración o de formación a la luz de las necesidades que vayan emergiendo en las conversaciones personales o con ocasión de circunstancias sociales. Otra posibilidad sería constituir grupos de trabajo que exploren temas relacionados con la vida matrimonial, a partir de los cuales se podría establecer una especie de red de familias que participan en la vida de la parroquia.

La pertenencia a la Iglesia debe ser percibida por quienes se acercan a ella como un apoyo y fuente de Verdad, pero también como una base segura desde la que se inicia una misión a la que todos los laicos estamos llamados. Así lo señaló el Papa Francisco en una de las primeras entrevistas de su pontificado: «¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios? Sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia deben ser misericordiosos, cuidando a las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela al prójimo. (…) Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de calentar el corazón de las personas, de caminar con ellas de noche, de saber dialogar y también de descender a su noche, a su oscuridad, sin perderse».

(*) Annamaria Roggero —annamaria.roggero@gmail.com— es psicóloga y experta en mediación familiar. Danilo Gentilozzi —d.gentilozzi@fondazionerui.it— es licenciado de Derecho y periodista; trabaja en la Fundación Rui. Están casados y son padres de cinco hijos.

CÓMO ACOMPAÑAR EN EL CAMINO MATRIMONIAL. TEMA 3: LA AYUDA Y LA EXPERIENCIA DE LOS LAICOS EN LOS CURSOS DE PREPARACIÓN AL MATRIMONIO.

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