LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA Y LAS LECCIONES DE LA HISTORIA.

Por Silvio Pereira.

La praxis de la comunión sacramental de los fieles en la historia de la Iglesia

He necesitado recurrir a esa gran maestra que es la historia. La liturgia —culto público— es más dinámica que el estatismo percibido. La repetición propia de los ritos —que favorece un espiral de profundización y ascensión hermenéutica— puede también ayudar a esta idea de inmovilidad. Sin embargo si realizáramos una historia de la Misa descubriríamos que lo fundamental —recibido del Señor— ha permanecido mientras las formas han variado según acentos teológicos epocales y coordenadas culturales contextuales. Pues también la práctica de la comunión eucarística por los fieles ha tenido matices diversos. ¿Qué ha pasado en la historia de la comunión sacramental?

Intentemos una periodización demasiado simple y tal vez superficial pero didáctica. Tras lo cual podremos quizás entrever algunas cuestiones aleccionadoras y sobre todo hacernos mejores preguntas hacia el futuro. En todo caso esa es la función más noble de la historia: comprender cómo se ha configurado este presente y ayudarnos a proyectar el porvenir. Buscamos luz sobre la comunión eucarística tratando de aprender las lecciones de la historia.

Los orígenes cristianos

  1. El siglo I: Los tiempos apostólicos nos muestran una cotidianeidad de la celebración y de la comunión eucarística. Al principio se hacía en las casas junto a la cena o ágape fraterno según lo atestiguan las Escrituras (Hch 2,42; 1 Cor 11,28-29). Seguramente, cumpliendo el mandato y la novedad del Señor, aún se mantenía cierta continuidad con la cena pascual y las comidas rituales vetero-testamentarias, como otras comidas rituales también celebradas en el paganismo podían servir de contexto cultural. De allí las dificultades surgidas con ciertos excesos y discriminaciones que obligan a realizar un llamado a discernir las disposiciones para comulgar con el Cuerpo del Señor y a reconocer el aspecto sagrado de esas reuniones. La cultura contemporánea no comprendía ese culto nuevo y tenía acusaciones crecientes y sospechas contra los cristianos y sus rituales. Las celebraciones se hacían en ese clima potente de fervor misionero y propagación testimonial de la fe, a la par que de clandestinidad y polémica, propia de los orígenes. Las suponemos auténticas experiencias del Espíritu, con mayor preponderancia de la dinámica carismática sobre la institucional, cargadas de alegría por la Vida Nueva del Resucitado.
  2. Los siglos II-III: La primera edad patrística (apostólica y apologética) nos trae con el testimonio de San Justino (150) un principio de separación entre la Eucaristía celebración sacramental y la cena o ágape fraterno. La ausencia de la generación apostólica ha llevado a un desarrollo de la Liturgia de la Palabra y a la lectura de textos considerados inspirados y que dependen de la autoridad de aquella primera generación de testigos. Y tras la ruptura con el culto sinagogal se han consolidado elementos como cantos, himnos y oraciones propios. De la original libertad para crear y adaptar fórmulas se va pasando progresivamente a cierta normatividad y fijación de textos y ritos como atestigua Hipólito de Roma hacia el 215. La práctica de la comunión eucarística seguía muy ligada al testimonio de una vida cristiana sospechada y amenazada por el Imperio. Las persecuciones seguían dando contexto de clandestinidad a la participación eucarística. Lo cual redundaba en celebrarla con clara espiritualidad martirial y firme decisión vocacional. Además la disciplina del arcano —el secreto que se guardaba para con los aún no iniciados y paganos— le daba una atmósfera tan densa de Misterio.

Lección primera: ¿Cuánto necesita el fiel del contexto martirial para dimensionar la Eucaristía?

Por supuesto que prácticamente no puede dar cuenta de la complejidad de los procesos históricos la sucinta presentación esquemática realizada. Pero nos sirve para comprender como aquellos orígenes difíciles reclamaban una mayor conciencia testimonial; un anhelo de santidad era el clima propicio en el cual los cristianos se acercaban a la comunión sacramental. Y la realidad les imponía la certeza que el seguimiento de Jesucristo los pondría frente a la oportunidad de entregar la propia vida. Participar de la Eucaristía estaba bastante cerca de participar personalmente del Sacrificio Pascual del Señor.

«Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno», cantaba el Martín Fierro. Los orígenes cristianos nos traen contextos nada apacibles para la celebración. La Eucaristía inhería en lo cotidiano donde se volvía centro de comunidades vivas y fecundas a la par que perseguidas y en constante polémica con el mundo y la cultura de su tiempo. En ese ámbito la Eucaristía emergía claramente como sacramento de la Pascua de Jesucristo, de la entrega de su vida por amor.

En los tiempos de la pandemia he visto algunos notables procesos de acercamiento a la Eucaristía. Como pocas veces en la historia reciente la Eucaristía se volvió ‘sospechosa y peligrosa’. Cierto clima de ‘clandestinidad’ permitía que los fieles pudiesen volver a tocar los filosos riesgos del Sacrificio celebrado en el altar.

¿Qué tan necesario le es al fiel un contexto martirial para valorar el sacramento? Sinceramente no creo que la oportunidad de dar testimonio de Jesús haya desaparecido nunca de la historia de la Iglesia, siempre hubo y habrá ataques sobre ella y persecuciones contra la fe de diversa índole. Tal vez cuando la Eucaristía se vuelve demasiado institucionalizada, como algo ya dado y habitual, algún sacudón nos hace bien y termina resultando eclesialmente terapéutico. Se trata de despertarnos a la realidad de la Pascua celebrada en cada Eucaristía. Debe renovarse en nosotros el escándalo de la Cruz. Comer Eucaristía es entregarse a la muerte para dar Vida.

LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA Y LAS LECCIONES DE LA HISTORIA. Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

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