TEMA 12: ITINERARIOS CATECUMENALES PARA LA VIDA MATRIMONIAL (1).

Continuación de Discernimiento de las posibles causas de nulidad.

Por Juan María Gallardo.

Índice

Prefacio del Santo Padre Francisco
La propuesta del Santo Padre Francisco de un «catecumenado matrimonial»
I. Indicaciones generales
Por qué un catecumenado
Quién se encarga de esta tarea
Para que una pastoral renovada de la vida conyugal
II. Una propuesta concreta
Modalidades
Fases y etapas
Dos especificaciones
A. Fase pre-catecumenal: preparación remota
B. Fase intermedia: acogida de los candidatos
C. Fase catecumenal
Primera etapa: preparación próxima
Segunda etapa: preparación inmediata
Tercera etapa: acompañar los primeros años de vida matrimonial
Acompañar a las parejas en crisis
Conclusión

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Prefacio del Santo Padre Francisco 

«El anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia» (Amoris laetitia, 1). Esta declaración de la relatio finalis del Sínodo de los Obispos sobre la familia mereció abrir la Exhortación apostólica Amoris laetitia. Porque la Iglesia, en todo tiempo, está llamada a anunciar nuevamente, especialmente a los jóvenes, la belleza y la abundancia de gracia que encierra el sacramento del matrimonio y la vida familiar que de él se deriva. Cinco años después de su publicación, el Año «Familia Amoris laetitia» pretende volver a situar a la familia en el centro, hacernos reflexionar sobre los temas de la Exhortación apostólica y animar a toda la Iglesia en el alegre compromiso de la evangelización para las familias y con las familias.

Uno de los frutos de este Año especial son los «Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial», que ahora tengo el placer de entregar a los pastores, a los cónyuges y a todos los que trabajan en la pastoral familiar. Se trata de una herramienta pastoral preparada por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida a raíz de una indicación que he expresado en repetidas ocasiones, o sea, «la necesidad de un «nuevo catecumenado» en preparación al matrimonio»; de hecho, «es urgente aplicar concretamente todo lo ya propuesto en la Familiaris consortio (n. 66), es decir, que así como para el bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, también la preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo el procedimiento del matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes» (Discurso a la Rota Romana, 21 de enero de 2017).

Lo que se puso de manifiesto fue la grave preocupación de que, con una preparación demasiado superficial, las parejas corran el riesgo real de celebrar un matrimonio nulo o con unos cimientos tan débiles que se «desmorone» en poco tiempo y no pueda resistir ni siquiera las primeras crisis inevitables. Estos fracasos traen consigo un gran sufrimiento y dejan profundas heridas en las personas. Se desilusionan, se amargan y, en los casos más dolorosos, acaban incluso por dejar de creer en la vocación al amor, inscrita por Dios mismo en el corazón del ser humano. Por tanto, existe ante todo el deber de acompañar con responsabilidad a quienes expresan la intención de unirse en matrimonio, para que sean preservados de los traumas de la separación y no pierdan nunca la fe en el amor.

Sin embargo, también hay un sentimiento de justicia que debe animarnos. La Iglesia es una madre, y una madre no tiene preferencias entre sus hijos. No los trata de forma desigual, les da a todos el mismo cuidado, la misma atención, el mismo tiempo. Dedicar tiempo es una señal de amor: si no dedicamos tiempo a una persona, es una señal de que no la queremos. Esto me viene a la mente muchas veces cuando pienso que la Iglesia dedica mucho tiempo, varios años, a la preparación de los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, pero dedica poco tiempo, sólo unas semanas, a los que se preparan para el matrimonio. Al igual que los sacerdotes y las personas consagradas, los matrimonios también son hijos de la madre Iglesia, y una diferencia de trato tan grande no es justa. Los matrimonios constituyen la gran mayoría de los fieles, y a menudo son pilares en las parroquias, grupos de voluntarios, asociaciones y movimientos. Son verdaderos «guardianes de la vida», no sólo porque engendran hijos, los educan y los acompañan en su crecimiento, sino también porque se ocupan de los mayores en la familia, se dedican al servicio de las personas con discapacidad y, a menudo, a muchas situaciones de pobreza con las que entran en contacto. Es de las familias de donde nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; y son las familias las que componen el tejido de la sociedad y «remiendan sus desgarros» con paciencia y sacrificios diarios. Por ello, es un deber de justicia para la Iglesia madre dedicar tiempo y energías a preparar a quienes el Señor llama a una misión tan grande como la familia.

De esta manera, para concretar esta urgente necesidad, «aconsejé realizar un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente sucesivos» (Discurso a los participantes en un curso sobre el proceso matrimonial, 25 de febrero de 2017). Esto es lo que propone el Documento que presento aquí y por el que doy las gracias. Se estructura según las tres etapas: la preparación al matrimonio —remota, próxima e inmediata—; la celebración de la boda; el acompañamiento de los primeros años de vida conyugal. Como verán, se trata de recorrer un tramo importante del camino junto a las parejas en su trayectoria vital, incluso después de la boda, especialmente cuando pueden pasar por crisis y momentos de desánimo. De este modo, intentaremos ser fieles a la Iglesia, que es madre, maestra y compañera de viaje, siempre a nuestro lado.

Es mi ferviente deseo que a este primer Documento le siga cuanto antes otro, en el que se indiquen métodos pastorales concretos y posibles itinerarios de acompañamiento, dedicados específicamente a aquellas parejas que han experimentado el fracaso de su matrimonio y viven en una nueva unión o se han vuelto a casar civilmente. La Iglesia, en efecto, quiere estar cerca de estas parejas y caminar también con ellas por la via caritatis (cf. Amoris laetitia, 306), para que no se sientan abandonadas y puedan encontrar en las comunidades lugares accesibles y fraternos de acogida, de ayuda al discernimiento y de participación.

Este primer Documento que se presenta ahora es a la vez un don y una tarea. Un don, porque pone a
disposición de todos un material abundante y estimulante, fruto de la reflexión y de experiencias
pastorales ya puestas en práctica en diversas diócesis/eparquías del mundo. Y también es una tarea,
porque no se trata de «fórmulas mágicas» que funcionan automáticamente. Es un vestido que debe
estar «hecho a medida» de las personas que lo van a llevar. Se trata, en efecto, de orientaciones que
piden ser recibidas, adaptadas y puestas en práctica en las situaciones sociales, culturales y eclesiales
concretas en las que cada Iglesia particular se encuentra. Apelo, por tanto, a la docilidad, al celo y a
la creatividad de los pastores de la Iglesia y de sus colaboradores, para hacer más eficaz esta vital e indispensable labor de formación, de anuncio y de acompañamiento de las familias, que el Espíritu Santo nos pide en este momento.

«Ustedes saben que no he omitido nada que pudiera serles útil; les prediqué y les enseñé» (Hch 20,20). Invito a todos los que trabajan en la pastoral familiar a hacer suyas estas palabras del apóstol Pablo y a no desanimarse ante una tarea que puede parecer difícil, exigente o incluso superior a nuestras posibilidades. ¡Ánimo! ¡Demos los primeros pasos! ¡Iniciemos procesos de renovación pastoral! Pongamos nuestra mente y nuestro corazón al servicio de las futuras familias, y les aseguro que el  Señor nos sostendrá, nos dará sabiduría y fuerza, hará crecer el entusiasmo en todos nosotros y, sobre todo, nos hará experimentar la «dulce y confortadora alegría de evangelizar» (Evangelii gaudium, 9), mientras anunciamos el Evangelio de la familia a las nuevas generaciones.

Preámbulo: La propuesta del Santo Padre Francisco de un «catecumenado matrimonial»

  1. En varias ocasiones, el Santo Padre Francisco ha expresado su preocupación para que en el seno de la Iglesia haya una mejor y más profunda preparación para el matrimonio de las parejas jóvenes, insistiendo en la necesidad de un itinerario relativamente amplio, inspirado en el catecumenado bautismal, que les permita vivir más conscientemente el sacramento del matrimonio, a partir de una experiencia de fe y de un encuentro con Jesús.
  2. El presente documento, recogiendo lo ya expuesto sobre el mismo tema en un documento del entonces Pontificio Consejo para la Familia, quiere ser una respuesta a esta preocupación del Santo Padre y una ayuda a las Iglesias particulares para pensar o repensar sus itinerarios de preparación al sacramento del matrimonio y de acompañamiento de los primeros años de vida matrimonial. Estas «orientaciones pastorales» no deben entenderse, por lo tanto, como un «curso prematrimonial» estructurado y completo, en forma y contenido, listo para ser utilizado en la pastoral ordinaria. El objetivo, en cambio, es exponer algunos principios generales y una propuesta pastoral concreta y completa, que cada Iglesia local está invitada a tener en cuenta a la hora de elaborar su propio itinerario catecumenal para la vida conyugal, respondiendo así de forma creativa a la llamada del
    Papa.
  3. La situación actual exige un renovado esfuerzo pastoral para reforzar la preparación al sacramento del matrimonio en las diócesis/eparquías y parroquias de todos los continentes. El número cada vez menor de personas que se casan en general, pero también y sobre todo la corta duración de los matrimonios, incluso sacramentales, así como el problema de la validez de los matrimonios celebrados, constituyen un desafío urgente, que pone en juego la realización y la felicidad de tantos fieles laicos en el mundo. En la raíz de muchas de las dificultades que experimentan las familias se encuentra una evidente fragilidad del matrimonio, causada a su vez por una serie de factores como: la mentalidad hedonista que desvirtúa la belleza y la profundidad de la sexualidad humana, la autorreferencialidad que dificulta la toma de los compromisos de la vida conyugal, una limitada comprensión del don del sacramento del matrimonio, del significado del amor esponsal y de su carácter de auténtica vocación, es decir, de respuesta a la llamada de Dios al hombre y a la mujer que deciden casarse, etc. La preocupación que la Iglesia-madre siente por estos hijos suyos, necesitados de ayuda y orientación, debe llevarla a invertir nuevas energías en favor de las parejas «para que su experiencia de amor pueda convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación».

I. Indicaciones generales: Por qué un catecumenado

4. La idea de construir itinerarios catecumenales para el matrimonio no es nueva en la reflexión eclesial. Tras los dos Sínodos sobre la familia de 2014 y 2015, el papa Francisco lo propuso en varias ocasiones en su magisterio ordinario, y ha ido tomando forma en su reflexión pastoral, trazando las líneas de los renovados caminos de acompañamiento al matrimonio.

5. En la Iglesia primitiva —según la convicción común de los Padres— una clara orientación cristiana de la vida debía preceder a la celebración del sacramento. «Primero hay que hacerse discípulo del Señor y luego ser admitido al santo bautismo», afirma san Basilio. Los signos claros de la nueva orientación de la vida eran la fe y la conversión. El antiguo catecumenado era, en efecto, el momento en que se formaba a los candidatos al bautismo alimentando en ellos la fe y animándolos a la conversión. La fe abría el corazón y la mente a Dios y a la obra de salvación de Jesucristo, la conversión pretendía corregir comportamientos, hábitos y prácticas de vida incompatibles con la nueva existencia cristiana que los catecúmenos iban a abrazar. A semejanza de lo que ocurría con el bautismo en la Iglesia antigua, una formación en la fe y un acompañamiento en la adquisición de un estilo de vida cristiano, dirigidos específicamente a las parejas, serían de gran ayuda hoy en día con vistas a la celebración del matrimonio. El catecumenado, en efecto, puede inspirar nuevos caminos de renovación de la fe en cada época, porque propone un estilo de acompañamiento de las personas —pedagógico, gradual, ritualizado— que siempre conserva su eficacia. El catecumenado matrimonial, en concreto, no pretende ser una mera catequesis, ni transmitir una doctrina. Pretende hacer resonar entre los cónyuges el misterio de la gracia sacramental, que les corresponde en virtud del sacramento: hacer que la presencia de Cristo viva con ellos y entre ellos. Por eso es necesario, con respecto a los que pretenden casarse, superar el estilo de una formación sólo intelectual, teórica y general —alfabetización religiosa—. Es necesario recorrer con ellos el camino que los lleva a tener un encuentro con Cristo, o a profundizar en esta relación, y a hacer un auténtico discernimiento de la propia vocación nupcial, tanto a nivel personal como de pareja.

Quién se encarga de esta tarea

6. Elaborar un itinerario de preparación al matrimonio de tipo catecumenal y acompañar concretamente a las parejas en este camino es una tarea de toda la comunidad eclesial, en un camino compartido entre sacerdotes, esposos cristianos, religiosos y agentes de pastoral, que deben colaborar entre sí y de acuerdo con su obispo. El matrimonio no es sólo un hecho social, sino que para los cristianos es un hecho «eclesial». Por eso, toda la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, se hace cargo de ella y siente la necesidad de ponerse al servicio de las futuras familias.

7. La convicción de la que hay que partir, tanto para las parejas que se preparan para el matrimonio como para los agentes de pastoral que les acompañan, es que el matrimonio no es un punto de llegada: es una vocación, es un camino de santidad que abarca toda la vida de la persona. Además, en virtud de su participación del sacerdocio profético y real de Cristo, los fieles laicos reciben también en el sacramento del matrimonio una misión eclesial específica para la que deben estar preparados y acompañados. Así como la Iglesia se preocupa de preparar mejor a los sacerdotes y a los religiosos para vivir su vocación y su misión, dedicándoles largos años de formación, del mismo modo es deber de la Iglesia preparar adecuadamente a los fieles laicos, que se sienten llamados, a acoger la vocación al matrimonio y a perseverar en ella a lo largo de toda su vida realizando la misión que les es propia. El sacramento del orden, la consagración religiosa y el sacramento del matrimonio merecen el mismo cuidado, ya que el Señor llama a hombres y mujeres a una u otra vocación con la misma intensidad y amor.

8. Para llevar a cabo eficazmente una renovada pastoral de la vida conyugal, es indispensable que tanto los matrimonios acompañantes, en las parroquias y en los movimientos familiares, como los sacerdotes, desde su formación en el seminario, y los religiosos y consagrados, estén adecuadamente formados y preparados para la complementariedad recíproca y la corresponsabilidad eclesial. Esta comunión natural en el apostolado entre los cónyuges y los célibes consagrados ha estado presente en la vida de la Iglesia desde sus inicios, como muestra el ejemplo de Pablo acompañado en la evangelización por Aquila y Priscila, pero debe ser redescubierta y vivida plenamente en las parroquias y a nivel diocesano, ya que la diversidad de estilos y lenguajes, la diversidad de experiencias vitales, la diversidad de carismas y dones espirituales propios de cada vocación y estado de vida son de gran enriquecimiento en la transmisión de la fe a los jóvenes esposos y en su iniciación a la vida matrimonial.

9. Los responsables de la acción pastoral —párrocos, religiosos, obispos— realizan una importante labor de animación y coordinación. Los sacerdotes y los párrocos, en particular, al ser normalmente los primeros en recibir la petición de los jóvenes que desean casarse por la Iglesia, tienen una gran responsabilidad de acoger, animar y orientar bien a las parejas, haciendo aparecer desde el principio la profunda dimensión religiosa implícita en el matrimonio cristiano, muy superior a un simple «rito civil» o «costumbre».

10. Junto a los sacerdotes y religiosos, un papel primordial debe ser desempeñado por los matrimonios. La preparación de las parejas para el matrimonio es una verdadera obra de evangelización y los fieles laicos, especialmente los matrimonios, están llamados, como los religiosos y los ministros ordenados, a participar en la misión evangelizadora de la Iglesia: son un sujeto pastoral. En virtud de su experiencia específica, podrán concretar los caminos del acompañamiento, antes del matrimonio y durante el mismo, interviniendo como testigos y acompañantes de las parejas en relación con muchos aspectos de la vida nupcial —afectivos, sexuales, dialógicos, espirituales— y de la vida familiar —tareas de cuidado y crianza, apertura a la vida, don recíproco, educación de los hijos, apoyo en las labores cotidianas, en las dificultades y en la enfermedad—. Los cónyuges que se ponen a disposición de este precioso servicio de acompañamiento se benefician enormemente: llevar a cabo un compromiso pastoral juntos y anunciar el «evangelio del matrimonio» a los demás, constituye un factor de gran unión espiritual y de enriquecimiento personal y de pareja. Es necesario, sin embargo, evitar el riesgo de que los laicos, y en particular los cónyuges, al vivir este protagonismo eclesial, ocupen el lugar del sacerdote, asumiendo papeles y funciones que no les corresponden. Los sacerdotes y religiosos, por su parte, procurarán no reducir la presencia de los laicos a la de meros testigos, ya que tienen derecho a un espacio de corresponsabilidad efectiva. Los sacerdotes y religiosos, por lo tanto, tratarán de adoptar una actitud de constante escucha y verificación del camino con los matrimonios que colaboran con ellos y que experimentan la dimensión familiar en primera persona, evitando ser los únicos actores o, por el contrario, exigir demasiado y delegar demasiado, corriendo el riesgo de «agotar a las familias».

Para una pastoral renovada de la vida conyugal

11. Por lo tanto, la renovación pastoral deseada por el papa Francisco desde el inicio de su pontificado debe referirse también a la pastoral de la vida conyugal. En este ámbito, el camino de la renovación puede indicarse a partir de tres «notas» específicas: transversalidad, sinodalidad y continuidad.

12. «Transversalidad» significa que la pastoral de la vida conyugal no se limita al ámbito restringido de los «encuentros de novios», sino que «atraviesa» muchos otros ámbitos pastorales y se tiene siempre presente en ellos. Esto evita una cierta división del trabajo pastoral en «compartimentos herméticos», que disminuye su eficacia. Por otra parte, la pastoral infantil, la pastoral juvenil y la pastoral familiar deben caminar juntas, en sinergia. Deben ser conscientes mutuamente de los caminos y objetivos pastorales que se proponen para dar lugar a un proceso de crecimiento lineal y a una profundización gradual de la fe. El párroco debe desempeñar un importante papel de coordinación en este sentido, que deberá compartir con el equipo pastoral. Además, sería muy beneficioso que en estos tres ámbitos estuviera siempre presente la perspectiva vocacional, que unifica y da coherencia al camino de fe y de vida de las personas. Incluso la pastoral social debe integrarse con la pastoral familiar, pues no se puede entender una pastoral social adecuada hoy en día sin «escuchar» a la familia, al igual que no se puede entender a las familias sin tener en cuenta cómo son influenciadas por la realidad social actual.

13. La «sinodalidad» define el modus vivendi et operandi específico de la Iglesia. La Iglesia es comunión y realiza concretamente su ser comunión en el caminar juntos, en la coordinación de todos los ámbitos pastorales y en la participación activa de todos sus miembros en su misión evangelizadora. De la misma manera, la pastoral de la vida conyugal debe vivirse en este estilo sinodal, que debe ser «asumido» corresponsablemente por todos en la Iglesia, debe abarcar todos los ámbitos pastorales y debe ir de la mano del camino común de la Iglesia en cada época histórica, creciendo con ella, actualizándose y renovándose con ella.

14. La «continuidad» se refiere al carácter no «episódico» sino «prolongado en el tiempo» —incluso se podría decir «permanente»— de la pastoral de la vida conyugal. Esto permite establecer itinerarios pedagógicos que, en las distintas etapas del crecimiento —humano y de la fe—, acompañen a los niños y a los jóvenes al descubrimiento gradual de su vocación: ya sea al matrimonio, al sacerdocio o a la vida religiosa. Por eso es necesario enraizar la vocación al matrimonio en el camino de iniciación cristiana en la fe desde la infancia.

15. A la luz de lo que se acaba de decir, es necesario repensar seriamente el modo en que la Iglesia acompaña el crecimiento humano y espiritual de las personas. De hecho, en no pocos países, en la vida y la actividad ordinaria de las parroquias, hay largos períodos de «abandono pastoral» de ciertas fases de la vida de las personas y de las familias, que lamentablemente provocan el alejamiento de la comunidad y, a menudo, también de la fe: pensemos, por ejemplo, en los padres después de las catequesis para el bautismo de sus hijos, o en los niños después de la primera comunión. Precisamente para colmar estas «lagunas pastorales», conviene pensar en itinerarios vocacionales específicos como continuación de la formación catequética de base y de otros itinerarios de acompañamiento, para que los padres puedan seguir el crecimiento espiritual de sus hijos durante la infancia y la adolescencia y se sientan apoyados por una comunidad con la que puedan compartir sus reflexiones y experiencias.

II. Una propuesta concreta

16. El papa Francisco aconsejó «realizar un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente sucesivos». Como ya se ha dicho, corresponde a cada diócesis/eparquía elaborar, o repensar, su propio itinerario de preparación al matrimonio inspirado en el catecumenado prebautismal. Habrá que hacerlo, obviamente, teniendo en cuenta las posibilidades y los límites definidos por el propio contexto geográfico, cultural y pastoral, inspirándose en estas directrices de forma flexible y creativa.

En la elaboración de este proyecto hay que tener en cuenta ciertos requisitos:

  • que dure el tiempo suficiente para que las parejas puedan reflexionar y madurar;
  • que, partiendo de la experiencia concreta del amor humano, la fe y el encuentro con Cristo se sitúen en el centro de la preparación al matrimonio;
  • que se organice por etapas, marcadas —cuando sea posible y apropiado— por ritos de pasos que se celebren dentro de la comunidad;
  • que englobe todos estos elementos —sin excluir ninguno—: formación, reflexión, diálogo, confrontación, liturgia, comunidad, oración, fiesta.

Es importante, sin embargo, subrayar que incluso cuando una diócesis/eparquía ha desarrollado su propio itinerario de preparación al matrimonio, esta «herramienta pastoral» no puede ser simplemente «impuesta» como la única manera de preparar el matrimonio, sino que debe ser utilizada con discernimiento y sentido común, sabiendo muy bien que hay casos en los que el catecumenado matrimonial no podrá o no deberá ser seguido, sino que hay que encontrar otras maneras y formas de preparación al matrimonio.

Modalidades

17. Será oportuno, después de haber elaborado el propio itinerario del catecumenado matrimonial, que la diócesis/eparquía lo someta a un período de experimentación y prueba a través de un «proyecto piloto», que se pondrá en marcha, en un primer momento, en todas o sólo en algunas parroquias —según la realidad pastoral—. Tras este primer ensayo, será necesario recoger las opiniones y evaluaciones tanto de los agentes de pastoral como de las parejas participantes, para reflexionar juntos sobre los méritos y las deficiencias encontradas, y hacer los ajustes necesarios en consecuencia.

18. Ante la pluralidad de situaciones personales, la diócesis/eparquía podría prever una forma común de itinerario catecumenal, evaluando seguidamente cómo personalizar el camino según las parejas. La creatividad pastoral será esencial, así como la flexibilidad con respecto a la situación concreta de las diferentes parejas: práctica religiosa, motivaciones sociales y económicas, edad, convivencia, presencia de hijos y otros factores relacionados con la decisión de casarse.

19. El Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos puede ser un marco de referencia general en el que inspirarse. Será especialmente importante hacer hincapié en lo que precede y sigue al catecumenado —primera evangelización y mistagogía, respectivamente—; asegurar que las transiciones de un tiempo a otro estén marcadas por el discernimiento, los símbolos y los ritos —cuando no sea desaconsejable por razones culturales—; que haya una clara conexión entre los otros sacramentos —bautismo, eucaristía, confirmación— y el matrimonio. Todo ello, teniendo en cuenta que la pedagogía de la fe implica el encuentro personal con Cristo, la conversión del corazón y de la vida práctica, y la experiencia del Espíritu en la comunión eclesial.

20. Es necesario que todos aquellos que acompañan —matrimonios, sacerdotes y agentes de pastoral en general— tengan una formación y un estilo de acompañamiento adecuados al itinerario catecumenal. Como ya se ha dicho, no se trata tanto de transmitir nociones o de adquirir competencias, sino de guiar, ayudar y estar cerca de las parejas en un camino que hay que recorrer juntos. El catecumenado matrimonial no es una preparación para un «examen que hay que pasar», sino para una «vida que hay que vivir». Para ello, es prioritaria la formación y actualización continua de los sacerdotes y religiosos, que a menudo utilizan un lenguaje «alejado» de la realidad concreta de las familias e incomprensible para ellas, también por los contenidos demasiado abstractos en la forma de presentarlos. Lo mismo ocurre con el «tono» general que debe emplearse en este camino catecumenal, que debe ir mucho más allá de la «llamada moralista» y ser, en cambio, proactivo, persuasivo, alentador y todo orientado hacia lo bueno y lo bello que es posible vivir en el matrimonio. En definitiva, la exhaustividad, la precisión de los contenidos y el estilo del acompañamiento deben tener como objetivo resaltar la dignidad y el valor de cada persona y, al mismo tiempo, la dignidad y el valor de la vocación a la que está llamada, siempre enmarcada en una realidad concreta. Este cuidado del estilo es particularmente importante hoy en día, a la luz del hecho de que muchas parejas de novios viven en situaciones de convivencia complejas, en las que les resulta difícil comprender el significado sacramental de la elección que van a hacer y la «conversión» que dicha elección conlleva, aunque «vislumbren» el misterio más grande del sacramento respecto a la mera convivencia. Por lo tanto, será necesaria la gradualidad, la acogida y el apoyo, pero también el testimonio de otros cónyuges cristianos que acojan y «estén presentes» en el camino. Por ello, es importante que en las comunidades se dé más espacio a la presencia activa de los cónyuges como matrimonios, como agentes de la pastoral matrimonial, y no sólo como creyentes individuales. Las experiencias «personalizadas» en subgrupos deben reforzarse para trabajar, escuchar y preparar —si es necesario también con cada pareja por separado— para que las parejas sean seguidas de cerca por los matrimonios acompañantes, que pueden contribuir a crear un clima de amistad y confianza. Usar la casa también sirve para que se sientan acogidos y a gusto.

21. El equipo de acompañantes que guía el camino puede estar formado por matrimonios ayudados por un sacerdote y otros expertos en pastoral familiar, así como por religiosos e incluso por parejas separadas que han permanecido fieles al sacramento, que pueden ofrecer su testimonio y experiencia vocacional de forma constructiva, contribuyendo así a mostrar el rostro de una Iglesia acogedora, plenamente inmersa en la realidad, y que está al lado de todos. Hay que procurar asignar esta tarea no a una sola, sino a varias parejas, preferiblemente de diferentes edades, y no asignar el mismo equipo durante muchos años, previendo una rotación adecuada. La colaboración entre parroquias y/o áreas pastorales es también indispensable para favorecer la diversificación de caminos y la posibilidad de ofrecer un camino de formación a todos.

22. Algunas temáticas complejas relativas a la sexualidad conyugal o a la apertura a la vida —por ejemplo, la paternidad responsable, la inseminación artificial, el diagnóstico prenatal y otras cuestiones bioéticas— tienen fuertes implicaciones éticas, relacionales y espirituales para los cónyuges, y requieren hoy en día una formación específica y una claridad de ideas. Sobre todo, porque algunas formas de abordar estas cuestiones presentan aspectos morales problemáticos. Los propios acompañantes no siempre están capacitados para tratar estas cuestiones, que en cambio están muy extendidas. La participación de personas más experimentadas, en estos casos, es aún más apropiada.

23. En el transcurso del itinerario, los ritos tienen la función de marcar la conclusión de una etapa y el comienzo de la siguiente, y pueden ser el lugar apropiado para manifestar libremente la voluntad de continuar el itinerario, marcando así la profundización gradual del camino. El rito también marca la compenetración gradual entre el crecimiento de la fe y el crecimiento del amor de los novios. Entre los ritos a considerar, antes de llegar al rito matrimonial propiamente dicho, pueden estar: la entrega de la Biblia a los novios, la presentación a la comunidad, la bendición de los anillos de compromiso, la entrega de una «oración de pareja» que los acompañará en su camino. La conveniencia de esto se evaluará según la realidad eclesial local. Cada uno de estos ritos puede ir acompañado de un retiro, que puede convertirse en una oportunidad para el discernimiento y la decisión de continuar o no con la siguiente etapa, en diálogo espiritual con el equipo acompañante. A su vez, en los primeros años de vida matrimonial, se podría sugerir la entronización de un «altar familiar», es decir, un lugar en el hogar donde los cónyuges y los hijos se recojan en oración.

Fases y etapas

24. En una perspectiva pastoral a largo plazo, sería bueno que el itinerario propiamente catecumenal fuera precedido por una fase pre-catecumenal: esto coincidiría prácticamente con el largo tiempo de «preparación remota» al matrimonio, que comienza desde la infancia. La fase propiamente catecumenal consta de tres etapas distintas: la preparación próxima, la preparación inmediata y el acompañamiento de los primeros años de vida matrimonial. Entre la fase pre-catecumenal y la propiamente catecumenal, se puede prever una fase intermedia en la que tiene lugar la acogida de los candidatos, que podría terminar con un rito de entrada en el catecumenado matrimonial. Resumiendo, de forma esquemática lo que se expondrá más adelante, ésta podría ser la sucesión de las distintas fases y etapas, con algunos de los ritos y retiros que marcan su paso:

A. Fase pre-catecumenal: preparación remota
– Pastoral de la infancia
– Pastoral juvenil

B. Fase intermedia —algunas semanas—: tiempo de acogida de los candidatos
Rito de entrada al catecumenado —al final de la fase de acogida—

C. Fase catecumenal
– Primera etapa: preparación próxima —aproximadamente un año—
Rito del compromiso —al final de la preparación próxima—
Breve retiro de entrada a la preparación inmediata
– Segunda etapa: preparación inmediata —varios meses—
Breve retiro de preparación para la boda —unos días antes de la celebración—
– Tercera etapa: primeros años de vida matrimonial —2-3 años—

Dos especificaciones

25. La experiencia pastoral en gran parte del mundo muestra ahora la presencia constante y generalizada de «nuevas solicitudes» de preparación al matrimonio sacramental por parte de parejas que ya viven juntas, han celebrado un matrimonio civil y tienen hijos. Tales peticiones ya no pueden ser eludidas por la Iglesia, ni pueden ser aplanadas dentro de caminos trazados para quienes vienen de un camino mínimo de fe; más bien, requieren formas de acompañamiento personalizado, o en pequeños grupos, orientadas a una maduración personal y de pareja hacia el matrimonio cristiano, a través del redescubrimiento de la fe a partir del bautismo y la comprensión gradual del significado del rito y sacramento del matrimonio. Para estas parejas, las Iglesias particulares podrían pensar en itinerarios catecumenales fuera de la pastoral evolutiva de la juventud y del noviazgo —como el que se propone en este documento— que, aunque conduzcan a la misma conciencia vocacional y sacramental, parten de su específica experiencia concreta de vida. Esto daría forma a una nueva propuesta para tratar de responder a las necesidades de una realidad familiar contemporánea diferente a la de décadas anteriores, pero aún deseosa de acercarse a la Iglesia y al «gran misterio» del matrimonio.

26. En la siguiente descripción, el itinerario presenta algunos «ritos». Hay que prestar atención a cómo se realizan estos ritos y, sobre todo, a cómo se perciben. De hecho, aunque la acogida por parte de las parejas que participan en este itinerario de formación es generalmente muy positiva, la experiencia también ha demostrado que pueden existir posibles riesgos, especialmente en algunos países, debido a una cultura y a una mentalidad especialmente sensibles a los gestos rituales y a su relevancia social. Se ha constatado, en efecto, que la excesiva «exposición» pública de los novios, con la participación en los diversos ritos del itinerario catecumenal de las familias y de toda la comunidad parroquial, hace que estos ritos sean percibidos casi como «anticipaciones» del matrimonio, generando falsas expectativas y una indebida presión psicológica sobre los novios. Es evidente que todo esto podría influir negativamente en el proceso de discernimiento de los novios y limitar su libertad, creando así las condiciones para una celebración nula del matrimonio. Recomendamos, por lo tanto, la necesaria prudencia y una cuidadosa evaluación de cómo proponer estos ritos, según el contexto social en el que se actúe. En algunos casos, por ejemplo, puede ser preferible que estos ritos se celebren sólo dentro del grupo de parejas que sigue el itinerario, sin involucrar a las familias u otras personas. En otros casos, sin embargo, es preferible evitarlos por completo.

A. Fase pre-catecumenal: preparación remota

27. La preparación remota precede el itinerario catecumenal propiamente dicho. Pretende, desde la infancia, «preparar el terreno» en el que se puedan injertar las semillas de la futura vocación a la vida matrimonial. El «terreno» está bien preparado si se inculca a los niños la estima por cada valor humano auténtico, si se cultiva la estima de sí mismo y la estima por los demás, si se enseña el autocontrol incluso en las cosas pequeñas, el uso correcto de las propias inclinaciones, el respeto por las personas de otro sexo y la dignidad de todo ser humano en general.

28. La Iglesia, con premuroso cuidado maternal, buscará el modo más adecuado de «narrar» a los niños el proyecto de amor que Dios tiene para cada persona, del que el matrimonio es un signo, y que, también en su caso, se manifestará como una llamada vocacional. La felicidad de generaciones enteras depende de ello. Al fin y al cabo, la vocación familiar concierne a la mayoría de las personas del mundo. Para ello, será necesario formar ya en los niños una sana antropología cristiana —que incluya los primeros elementos de la sexualidad humana y de la teología del cuerpo— y desarrollar su identidad bautismal en una perspectiva vocacional, tanto al matrimonio como a la vida religiosa.

29. El proceso de formación iniciado con los niños podrá ser continuado y profundizado con los adolescentes y jóvenes, para que no lleguen a la decisión de casarse casi por casualidad y después de una adolescencia marcada por experiencias afectivas y sexuales dolorosas para su vida espiritual. Estas experiencias pueden causar profundas heridas afectivas, que resurgirán cuando sean adultos en su vida sexual y conyugal. Si esto ocurre, el equipo pastoral debe ser capaz de proponer la ayuda de expertos que, a nivel personal, puedan acompañar a estos jóvenes. Muchos de ellos, además, por diversas razones, debido a su contexto familiar, social o cultural, llegan a la edad adulta sin ninguna preparación para la vida conyugal, y otros tantos nunca han pensado en el matrimonio como una vocación y, por lo tanto, se conforman con la cohabitación. La mayoría de las veces, esto ocurre no por una aversión explícita a la dimensión religiosa, sino por desconocimiento de la inmensa riqueza que contiene la gracia sacramental del matrimonio cristiano, o por otras razones sociales o culturales. Por esta razón, será importante preparar a los agentes de pastoral para que sepan utilizar un lenguaje adecuado y sepan presentar la Palabra de una manera que los jóvenes puedan comprenderla, que se sitúe en su realidad, y que sea capaz de suscitar en ellos un verdadero interés.

30. Los jóvenes están expuestos a dos peligros: por un lado, la difusión de una mentalidad hedonista y consumista que les priva de toda capacidad de comprender el bello y profundo significado de la sexualidad humana. Por otro, la separación entre la sexualidad y el «para siempre» del matrimonio. Los procesos de educación de la afectividad y de la sexualidad —en el horizonte de «una educación sexual positiva y prudente»— que se proponen a los niños «a medida que crecen», no deben limitarse al horizonte del amor «a secas», ya que éste, en la interpretación cultural dominante se entiende principalmente como amor romántico, por el contrario, deben insertarse en una clara visión conyugal del amor, entendido como una entrega recíproca de los cónyuges, como un saber amar y un saber dejarse amar, como un intercambio mutuo de afecto y aceptación incondicional, como un saber alegrarse y saber sufrir por el otro. Es especialmente urgente crear o reforzar los itinerarios pastorales dirigidos especialmente a los jóvenes en edad de pubertad y adolescencia. En efecto, ante los retos actuales, la familia no puede y no logra ser el único lugar de educación en la afectividad. Por eso necesita la ayuda de la Iglesia. Para ello, será importante formar adecuadamente a los formadores que acompañan a los más jóvenes en la educación de la sexualidad y la afectividad, implicando a expertos y creando sinergias, por ejemplo, con centros de asesoramiento de inspiración cristiana o proyectos pastorales de educación de la afectividad aprobados y conocidos por la diócesis/eparquía o por la conferencia episcopal.

31. Tanto la fase de la infancia como la de la adolescencia y de la primera juventud forman parte de un único itinerario educativo, sin interrupción en la continuidad, basado en dos verdades fundamentales: «la primera es que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor; la segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo» en una vocación. Iluminar a los jóvenes sobre la relación que tiene el amor con la verdad les ayudará a no temer de forma fatalista los sentimientos cambiantes y la prueba del tiempo.

32. El itinerario educativo de la preparación remota debe ser tenido en cuenta en el enfoque pastoral de cada parroquia u otra realidad eclesial. En particular, debería anunciarse explícitamente en el contexto de la pastoral juvenil —incluidos los grupos de adolescentes— y proponerse como un momento favorable para comenzar a madurar la vocación esponsal. Sería oportuno iniciar la colaboración con las asociaciones y movimientos laicales para llevar a cabo intervenciones pastorales en sinergia y con un espíritu de comunión eclesial.

33. Lo que ayuda mucho a los jóvenes es un acompañamiento cercano y rico de testimonio. Siempre despierta un gran interés entre los jóvenes escuchar directamente a los cónyuges que cuentan su historia como pareja, dando las razones de su «Sí», o el testimonio de las parejas de novios —incluso de los que aún no han decidido casarse— que buscan vivir cristianamente su noviazgo como un importante tiempo de discernimiento y verificación, incluyendo a los que han hecho la elección de la castidad antes del matrimonio, y que cuentan a los jóvenes las razones de su elección y los frutos espirituales que se derivan de ella.

34. Los jóvenes también necesitan momentos personalizados, dedicados a cada uno individualmente, para arrojar luz sobre las dudas y perplejidades, para enfrentarse a los miedos e inseguridades, para ser ayudados a reflexionar sobre la posible inmadurez, para aprender a superar la cerrazón del ego y abrirse al amor concreto de otra persona.

35. Muchos jóvenes no captan el estrecho vínculo que existe entre vida de fe y vida afectiva. Cultivar el amor humano verdadero y sincero predispone al encuentro con el amor más grande de Dios y facilita el descubrimiento —o redescubrimiento— de la fe. Al mismo tiempo, el encuentro con el amor de Dios y el descubrimiento —o redescubrimiento— de la fe dan un nuevo sentido y profundidad a la experiencia del amor humano. La fe en sí posee una forma de conocimiento que le es propia, que viene del amor y se abre al amor. Los jóvenes, por tanto, en esta etapa remota, necesitan ser guiados en un crecimiento armónico que una las dimensiones humana y espiritual del amor, especialmente en aquellos que se acercan a la preparación al matrimonio con una experiencia de fe muy aproximada y sin participar activamente en la vida eclesial.

36. En resumen, los objetivos de la preparación remota son: a) educar a los niños en la estima de sí mismos y en la estima de los demás, en el conocimiento de la propia dignidad y en el respeto a de los demás; b) presentar a los niños la antropología cristiana y la perspectiva vocacional contenida en el bautismo que conducirá al matrimonio o a la vida consagrada; c) educar a los adolescentes en l afectividad y la sexualidad en vista de la futura llamada a un amor generoso, exclusivo y fiel (ya sea en el matrimonio, en el sacerdocio o en la vida consagrada); d) proponer a los jóvenes un camino de crecimiento humano y espiritual para superar la inmadurez, los miedos y las resistencias a abrirse a relaciones de amistad y de amor, no posesivas ni narcisistas, sino libres, generosas y oblativas.

B. Fase intermedia: acogida de los candidatos

37. La fase intermedia de acogida puede tener una duración variable: unas semanas para los que ya provienen de un proceso de formación cristiana, unos meses para los que, además de hacer un primer discernimiento en su compromiso, necesitan profundizar en su identidad bautismal. También se puede prever una fase de acogida para las parejas que se incorporan al itinerario más tarde.

38. El momento de la acogida no debe limitarse a una cita formal para presentarse y ocuparse de las formalidades burocráticas, sino que debe vivirse como un momento de encuentro y conocimiento personalizado. El estilo de relación y de acogida implementado por el equipo pastoral será determinante. Esto se aplica tanto a los que vienen de un período de formación remota —y, por tanto, de una vida de fe y participación eclesial ya consolidada— como a los que se acercan a la comunidad parroquial por primera vez. En este segundo caso, sobre todo cuando se trata de personas alejadas de la práctica religiosa y, a menudo, de cualquier argumento de fe, es importante que el momento de la acogida se convierta en una proclamación del kerigma, para que el amor misericordioso de Cristo constituya el auténtico «lugar espiritual» en el que se acoge a la pareja.

39. No sólo el «primer anuncio» de la fe tiene un carácter kerigmático, sino que el mismo sacramento del matrimonio debe ser objeto de un verdadero anuncio por parte de la Iglesia, especialmente en relación con las personas que carecen de una experiencia madura de fe y de compromiso eclesial. Dichas personas deben ser capaces de ver en las parejas ya casadas, y experimentar por sí mismos, que la vida conyugal es la respuesta a las expectativas más profundas de la persona humana en su deseo de reciprocidad, comunión y fecundidad, tanto física como espiritual. La propuesta catequética, por lo tanto, tratará de resaltar la naturaleza conyugal y familiar del amor y destacará todas sus características peculiares: totalidad, complementariedad, unicidad, definitividad, fidelidad, fecundidad, carácter público. El «anuncio evangélico» sobre el matrimonio mostrará que estas son las características que surgen del dinamismo intrínseco del amor humano. Esto significa que la fidelidad, la unicidad, la definitividad, la fecundidad, la totalidad, son, al fin y al cabo, las «dimensiones esenciales» de todo vínculo de amor auténtico, comprendido, deseado y coherentemente vivido por un hombre y una mujer, y no sólo las «características conocidas» del matrimonio «católico». En consecuencia, el sacramento del matrimonio puede presentarse a las parejas no como una mera obligación moral o legal a la que someterse, sino como un don, una gracia ofrecida, una ayuda que Dios pone a su disposición precisamente para realizar las exigencias del auténtico amor. La pastoral conyugal, en definitiva, debe tener siempre un tono alegre y kerigmático —vigoroso y al mismo tiempo proactivo— en línea con lo que Juan Pablo II y Francisco sugieren. El testimonio, la belleza y la fuerza motriz de las familias cristianas podrán acudir en ayuda de los pastores ante estos desafíos.

40. En este momento en el que se empieza a conocer a las parejas que pueden ser invitadas al catecumenado matrimonial, se debe prestar especial atención a todas aquellas que han preferido convivir juntas sin casarse, pero que, sin embargo, siguen abiertas al tema religioso y dispuestas a acercarse a la Iglesia. Con una mirada comprensiva, han de ser acogidas con calidez y sin legalismo, apreciando su «deseo de familia», evitando ejercer cualquier presión sobre ellas, sino simplemente invitándoles a un tiempo de escucha y reflexión, dejando claro que la eventual decisión de celebrar el matrimonio sacramental la tomarán ellas, de forma autónoma y por convicción personal, como fruto de este tiempo de discernimiento.

41. La acogida puede estar a cargo de una pareja de esposos, asistidos, cuando sea posible, por el sacerdote. Puede consistir en algunos encuentros durante los cuales, en un ambiente cómodo y fraterno, se intentará comprender, junto con la pareja, las verdaderas razones por las que piden prepararse para el matrimonio, o en todo caso hacer un camino de discernimiento. Es el momento oportuno para purificar las motivaciones ambiguas que pueden subyacer a la petición de matrimonio en la Iglesia y, en el caso de las personas que se han alejado de la práctica religiosa, para una primera proclamación de la fe. Se dejará tiempo para que la pareja piense junta, decida y haga una elección consciente. Por lo tanto, es bueno que el diálogo con los candidatos se produzca en varios momentos. Para orientar y concretar el trabajo de introspección de la pareja, puede ser útil dejar un esquema de reflexión con vistas a los encuentros posteriores.

42. Tanto para los que ya viven la dimensión religiosa y eclesial como para los que carecen de una experiencia de fe, es importante que exista una voluntad interior de iniciar con el catecumenado matrimonial un camino de fe-conversión. Sólo cuando las parejas hayan madurado su decisión de continuar en el camino de la fe, pasarán a la siguiente etapa.

43. Como ya se ha dicho, la presencia muy numerosa hoy en día de personas bautizadas que piden matrimonio por la Iglesia sin una experiencia madura de fe y de implicación eclesial requiere una actitud pastoral de mayor atención hacia ellas que la que se ha tenido hasta ahora. Se ha de tener un gran cuidado en abordar estas situaciones con la actitud adecuada, evitando propuestas superficiales y apresuradas, viéndolas, en cambio, como una preciosa oportunidad para anunciar y estar cerca de los hermanos y hermanas «pequeños en la fe», a los que hay que acompañar hacia la plenitud de la vida cristiana y hacia la plenitud del sacramento nupcial, de modo que «todo hombre y toda mujer que se casan, celebren el sacramento del matrimonio no sólo válida sino también fructuosamente».

44. A las personas bautizadas no practicantes, con poca o ninguna experiencia de fe, será más necesario que nunca dirigirles una invitación explícita a seguir un itinerario catecumenal, orientado a una acogida del kerigma, a una formación de la mente y del corazón según las enseñanzas de Jesús, y a una integración en la vida de la Iglesia. El magisterio de los tres últimos papas, de hecho, ha subrayado y reafirmado la relación entre la fe y el sacramento del matrimonio. La presencia de una fe viva y explícita en las parejas es, obviamente, la situación ideal para llegar al matrimonio con una intención clara y consciente de celebrar un verdadero matrimonio: indisoluble y exclusivo, ordenado al bien de los cónyuges y abierto a la descendencia. Sin embargo, una condición necesaria para el acceso al sacramento del matrimonio y su validez sigue siendo, no un cierto «nivel mínimo de fe» por parte de los que se quieren casar establecido a priori, sino su intención de hacer lo que la Iglesia entiende realizar al celebrar el matrimonio entre bautizados.

45. En el plano pastoral, hay que valorar cuidadosamente las diferentes situaciones de los bautizados que muestran una insuficiente disposición a creer. Si rechazan explícita y formalmente lo que la Iglesia quiere realizar al celebrar el matrimonio, los novios no podrán ser admitidos a la celebración sacramental. A veces ocurre que este rechazo está realmente presente en la mente y en el corazón de los novios sin que sean plenamente conscientes de ello o sin que lo manifiesten abiertamente. Es, por tanto, un grave deber de los agentes de la pastoral hacer aflorar las verdaderas intenciones de los novios para que ellos mismos tomen conciencia de ellas y las manifiesten sinceramente a sus acompañantes, a fin de evitar que la preparación y la celebración del matrimonio se reduzcan a actos puramente exteriores. Si, por el contrario, sin negar lo que quiere realizar la Iglesia, existe una disposición imperfecta por parte de los que se quieren casar, no debe excluirse su admisión a la celebración del sacramento. Los agentes de la pastoral no dejarán de aprovechar esta situación como un momento favorable para que las parejas redescubran su fe y la lleven a una mayor madurez, volviendo a las raíces de su bautismo, reavivando la «semilla» de vida divina que ya ha sido sembrada en ellos, e invitándoles a reflexionar sobre la elección del matrimonio sacramental como consolidación, santificación y realización plena de su amor. Sólo redescubriendo el don de ser cristianos —nuevas criaturas, hijos de Dios, amados y llamados por Él— es posible un claro discernimiento del sacramento del matrimonio, en continuidad con la propia identidad bautismal y como realización de una llamada específica de Dios. El despertar de la fe, en efecto, lleva naturalmente a percibir la fuerza de la gracia sacramental presente en el matrimonio y a disponerse a acogerla de la mejor manera posible.

46. Algunas situaciones, cada vez más frecuentes en todas las regiones del mundo, merecen una atención especial y un cuidado pastoral: se trata de aquellas parejas en las que una parte es cristiana y la otra es de una religión no cristiana, o en las que una parte es católica y la otra es de otra confesión cristiana, no católica. Asimismo, puede haber parejas en las que ambas partes son católicas, pero una de ellas se niega a seguir el camino catecumenal. En todos estos casos, corresponderá al presbítero valorar la mejor manera de proceder en la preparación al matrimonio.

47. Al final de la fase de acogida, si la decisión de entrar en el itinerario catecumenal ha madurado, la pareja se introducirá en el primer período de formación para el matrimonio —preparación próxima—. Este paso puede expresarse con un rito de entrada al catecumenado propiamente dicho. Esto puede hacerse de forma sencilla, presentando a las parejas a la comunidad durante la celebración dominical, con una breve formula, una oración apropiada al momento y algunos gestos concretos, como la entrega de la Biblia, pero evitando que dicho rito pueda parecer de alguna manera un «rito matrimonial». La comunidad debe tener claro que estas parejas entran en el camino catecumenal, como un período de discernimiento respecto a la elección del matrimonio. Como alternativa, especialmente si por razones culturales fuera más apropiado evitar un ritual «público» y comunitario, se podría invitar a las parejas a un momento más íntimo de oración, dentro del grupo de nuevos catecúmenos, junto con el equipo de acompañamiento, y entregarles la Biblia u otro símbolo adecuado para la ocasión.

TEMA 12: ITINERARIOS CATECUMENALES PARA LA VIDA MATRIMONIAL (1).

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