IGLESIA, ¿QUÉ TE ESPERA EN TU FUTURO? (10/1). El redescubrimiento del horizonte escatológico (1)

Por Silvio Pereira.

Bienestar terreno y trascendente en el Antiguo Testamento

La ‘teología del bienestar’ ha sido tal vez la primera aproximación bíblica del Antiguo Testamento al sentido de la fe. La expresó la antiquísima tradición del Pentateuco conocida como ‘el Yavista’. Podríamos decir que ‘el Yavista’ es el teólogo de la bendición. Dios bendice y cuida en esta vida de aquellos que llama y que le responden en fe. La historia patriarcal da cuenta de esta teología de un Dios que beneficia a sus seguidores. Obviamente aquella aproximación teológica entró en crisis cuando a los que tenían fe y eran ‘buenos seguidores’ sin embargo les tocaba el sufrimiento en la vida. ¿Por qué sobre mí recae esta tragedia que me parece injusta en comparación con mi fidelidad creyente? ¿Por qué a los buenos le pasan cosas malas?

Clásicamente el libro de Job aborda esta problemática. No es el momento de hacer ahora una lectura de las diversas interpretaciones teológicas del hombre veterotestamentario sobre la existencia del mal, pero evidentemente hacia el final de ese proceso se da la oportunidad para la revelación de la escatología. Hay un ‘más allá’ de esta vida y el justo o sabio tiene ese horizonte como un punto más válido de orientación de sus acciones terrenas que lo que parece valioso en la historia. La trascendencia salvífica de Dios vence sobre las condiciones fácticas propias a la inmanencia del mundo.

La crisis de la teología del bienestar intra-mundano

Hoy quizás la pandemia del covid-19 desnudó cierta práctica de la teología del bienestar que también se ha desarrollado en la Iglesia. La experimentamos así, con menos envergadura mental que nuestros antecesores: «si tienes fe te irá bien». Esta convicción pueril ha entrado claramente en crisis frente a la renovada y contundente evidencia de nuestra inevitable e imprevisible mortalidad.

¿Cómo reaccionamos al baldazo de agua helada? Me ha estremecido el repliegue masivo hacia un refugio meramente sanitario por medio de la cuarentena de tantos creyentes. ¡Cuántos cristianos se han recluido en sus casas sin solicitar el auxilio de la Gracia en la Eucaristía, la Reconciliación y la Unción de los Enfermos! ¿Es que Dios a través de los Sacramentos de la Pascua no tiene nada para aportar en esta crisis? ¿Todos han pensado que de ese modo no les tocaría la enfermedad?

¿Ha sido consiente o inconsciente la decisión de una posible muerte sin Sacramentos? ¿Se trató acaso de apoyarnos en nosotros mismos y los medios humanos desconfiando de un Dios que no nos evitó el mal de la pandemia? ¿Si el Señor no detuvo la pandemia qué entra exactamente en crisis: nuestra fe o nuestra insuficiente ‘teología del bienestar intra-mundano’? ¿Nuestro recurso a la oración y a la ‘sacramentalidad online’ nos ha devuelto a una fe ‘intra-uterina, domiciliaria, privada’, una especie de regresión espiritual? La crisis del covid-19 ha puesto en crisis nuestra forma de comprender y vivir la fe cristiana.

La popularización de una fe intra-mundana que ha fracasado

La expectativa acerca de que Dios hace presente su Reino en la historia no supone mayor problema salvo porque se ha interpretado reductivamente. El ‘Reino de Dios’ o ‘Reino de los Cielos’ permanece meta-histórico como una realidad que hallará consumación en la Gloria y que preeminentemente es Gracia más que construcción humana. Pero me temo que también la Iglesia ha podido ser seducida en no pocos de sus miembros por ‘los paraísos terrenales’ de las propuestas políticas en sentido amplio o restringido.

¿Acaso hemos perdido de vista la profundidad del misterio de iniquidad que hiere la historia? Toda pretensión de construir y alcanzar la plena vigencia de un Reino intramundano fracasará indefectiblemente por la fuerza del pecado presente. El Reino de Dios supone la total comunión con el Señor que justamente reina en los corazones. Los santos son los ciudadanos del Reino. Esa es nuestra fe.

Pero a la fe la contemporaneidad cultural le exige ser funcional y útil al bienestar de la vida. A veces nos quejamos los católicos de otros cristianos que reducen el mensaje al leimotiv ‘Jesucristo sana y salva’ y a cierta publicidad de éxito y salvación rápida para quienes adhieran con su fe al Señor. Pero sin ofender a nadie, yo no encuentro tanta distancia entre aquella presentación kerygmática en tono carismático (seguramente incompleta en sus matices) y algunas expresiones de la plegaria católica ya sea devocional o litúrgica.

¿Qué pedimos a Dios en nuestra oración personal y litúrgica?

De hecho los creyentes católicos suelen rezar en el mismo sentido en la liturgia de la Misa cuando la oración universal conocida como ‘oración de los fieles’ es enunciada. Es interesante comparar los formularios de dicha oración redactados por los laicos con aquellos formularios típicos propuestos por el Misal. Como es esclarecedor comparar la praxis de la ‘oración de los fieles’ con las preces de la Liturgia de la Horas para notar la diferencia. Explicado quizás por la diversa preparación teológica y conocimiento de la fe de ambos grupos de redactores, no deja de llamar la atención que mientras unos parecen mirar principalmente al hombre en sus circunstancias otros —sin desconocer aquello— elevan el corazón a la contemplación del misterio de Dios y de su acción salvadora.

Se me podrá decir que la Liturgia de la Misa está sin embargo compensada pues los textos eucológicos (oraciones colecta, sobre las ofrendas y poscomunión, prefacios, plegarias eucarísticas y bendiciones) expresan integralmente el misterio de la fe. A lo cual me pregunto si el pueblo fiel escucha comprensivamente esos textos y se los apropia.

El estado del ‘rezo popular’ con sus diversas devociones no corre suerte distinta. Me animaría a decir que de las orientaciones para la oración que nos ofrece el ‘Padre nuestro’ nos hemos quedado sobre todo con ‘el pan de cada día’ y mucho menos con el santificar el Nombre, implorar que venga su Reino y que se haga su Voluntad. Tal vez en la apretura recurramos al ‘líbranos de la tentación y protégenos del mal’ y en ocasiones la conciencia nos pide recitar el ‘perdónanos como perdonamos’ aunque no sé con cuanta inteligencia de haber sido llamados a vivir una vocación reconciliadora.

Quiero decir que gran parte de nuestra plegaria suele agotarse en ‘las cosas de la historia’. Los creyentes están acostumbrados a introducir en ella los habituales temas cotidianos del trabajo, del sustento de la propia vida, de la enfermedad y la salud, de los afectos, de los proyectos personales y unas repetidas variaciones de necesidades mundanas. Del horizonte trascendente y de nuestra vocación a la Gloria poca noticia se parece tener.

A veces rezamos por los difuntos y consideramos el Cielo. A veces rezamos por las vocaciones y consideramos el llamado de Dios a una Vida Nueva y tan distinta de la que nos ofrece el mundo. Pero sólo a veces parece que la Iglesia introduce puntualmente unas temáticas más puramente religiosas (en el sentido que religan al Misterio) casi como una excepcionalidad a la ‘normalidad cotidiana’.

Un Dios funcional

Y si lo consideramos brevemente también nuestra pastoral tiene estos acentos. Nuestras preocupaciones pastorales tienden a resolver las problemáticas del hombre de hoy en su aquí y su ahora con sus urgencias. De nuevo insisto que esto no es malo si no fuera reductivo e insuficiente.

Hemos delineado casi inconscientemente lo que llamo una ‘soteriología intramundana’ o ‘soteriología inmanente’. La ‘salvación’ que esperamos sucede mas bien dentro del horizonte del mundo y de la historia. Y hasta casi parece que Dios tiene valor en cuanto ayude a solucionar nuestros problemas y preocupaciones. Por eso tantas crisis de fe cuando creemos que Dios no quiere respondernos o que retrasa el favor que le solicitamos.

Es que hemos delineado ‘un Dios funcional a nosotros’ que pretendemos ocupar el centro. ¿Y si para Dios lo que nosotros consideramos importante no es relevante? ¿Si su plan para nosotros es distinto del que esperamos y exigimos? ¿Es decir, si Él realmente es Dios y no nosotros?

Efecto péndulo

¿Cómo hemos llegado a esta impostación? Intuyo que la vieja crítica marxista de la ‘religión como opio de los pueblos’ tenía su racionalidad en cuanto denunciaba que la otrora modalidad cristiana de afirmación de lo trascendente parecía anestesiarnos y descomprometernos de la historia.

La reacción nos ha llevado en movimiento pendular al otro extremo. Nuestra respuesta ha dado a luz una concientización del valor de la historia que en su desproporción diluye el horizonte escatológico. También el secularismo toca a la Iglesia como proceso de reducción a lo puramente inmanente. La historia amenaza ahora robarnos la Gloria. Urge un redescubrimiento del horizonte escatológico de nuestra fe.

EL REDESCUBRIMIENTO DEL HORIZONTE ESCATOLÓGICO (1). Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

3 COMENTARIOS

  1. Realmente no se comprende tanta necedad, cuánto tenemos que hacer higiene del corazón en estás comunidades y pastores. Por otro lado esta bien cuidarnos pero tambien. Hay que cuidar el semillero, los niños primero.
    Ahora con el covid 19 muchos dejan de ir a los templos pero esto ya sucedia de antes y a nadie le importaba.
    Me recuerda a los desacuerdos de los hermanos, dejamos de ir a la casa de los padres para no cruzarme con mí hermano y así nos vamos alejando de los lazos de amor.
    Cuánto debemos aprender de la fraternidad.
    Roguemos a Jesús a tener un corazón abierto para poder abrazar a todos.

  2. Muy interesante, un artículo que nos hace pensar en donde estamos parados con respecto a nuestra Fe y nuestro proceder en este tiempo de pandemia que nos toca vivir.

  3. Gracias padre : por esta docencia espiritual, nos enriquece en como debemos conducirnos ante la presencia del AMADO . Cada celebración de la palabra , cada misa . es un encuentro personal ,es degustar y saborear desde el principio al final su amor , su presencia. ¡ Que bonito es JESUS!

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