EL DIÁLOGO CONYUGAL (2).
Continuación de El diálogo conyugal.
Por Juan María Gallardo.
3. Diálogo en situaciones de crisis
No siempre las conversaciones entre marido y mujer son sobre temas amables y agradables. Es muy bueno y conveniente que los cónyuges busquen temas comunes de interés, de estudio, de conversación o de descanso. De modo de poder seguir creciendo en conocimiento y admiración mutua.
Es muy triste escuchar afirmaciones cómo:
«-Sólo hablamos para discutir», o «-Cada vez que hablamos es para pelear».
Aún en los matrimonios en los que la convivencia ordinaria es muy buena, los problemas tampoco faltan. Que «van a existir conflictos» es una realidad que deberían conocer todos los novios que van a casarse. A veces contraen matrimonio pensando que toda la vida será «un lecho de rosas» y, cuando comienzan las dificultades, creen que «sólo ellos tienen problemas» y no se dan cuenta de que, resolviendo pacíficamente aquellos problemas —por los que suelen pasar todos los matrimonios—, es como se consigue madurar y crecer.
Una tormenta fuerte puede hacer naufragar a un matrimonio; pero si consiguen superarla juntos, se verán fortalecidos y con una importante experiencia para el futuro. Muchos matrimonios jóvenes no tienen paciencia y no están dispuestos a luchar por encontrar soluciones a sus problemas. Les falta fortaleza y generosidad para sufrir y «jugarse» por sacar adelante su familia. Ingenuamente creen que «abandonando el barco» van a encontrar la felicidad, y no se dan cuenta de que, muchas veces, están sacando el pasaporte a la frustración.
Las situaciones de crisis traen dificultades pero, al mismo tiempo, ofrecen posibilidades de enriquecimiento y crecimiento personal y conyugal.
Los problemas interconyugales pueden llegar a convertirse, incluso, en ejercicios prácticos para aprender el difícil arte de vivir en familia.
A continuación, enumeraremos algunas actitudes y comportamientos positivos y convenientes para una conversación en una situación de crisis.
A. Superar el «primo primi»
El impacto emotivo que puede tener en un cónyuge una noticia que lastima la relación conyugal puede ser muy distinto, como distintos son los caracteres de las personas y diferentes son las circunstancias. Existen personas más frías, racionales y pacíficas y otras más pasionales, coléricas o violentas.
Cuando el enojo se instala en la razón y en el corazón, de un modo desenfrenado e inmanejable, convendrá encontrar mecanismos o medios para ubicarla en el lugar que le corresponde.
El tiempo —horas o días— ayudará a superar ese primer momento de pasión en el que la reacción es más fuerte. El llorar, pedir consejo, desahogarse, salir a correr o hacer deporte, puede servir para «descargar» el enojo.
Para poder iniciar una conversación sobre el conflicto es necesaria una cierta serenidad. En un estado de alteración o de ira descontrolada difícilmente pueda llegarse a una charla constructiva. Como decíamos, convendrá esperar un tiempo o buscar la forma de recuperar el equilibrio emocional.
B. Analizar serenamente la cuestión
Con la cabeza un poco más fría podrá analizarse la cuestión con mayor serenidad. Puede llegar a ser muy conveniente procurar «chequear» la veracidad de la infeliz noticia. Los «chismes», las sospechas o las suposiciones pueden ser infundadas y falsas.
El desglosar la cuestión tratando de abarcarla en su totalidad podrá ayudar a encontrar soluciones al problema.
C. Pedir consejo
Hemos dicho ya que puede ser muy bueno pedir consejo a quien lo pueda dar. El consultar a una persona con criterio puede convertirse en una gran ayuda. Este tercero podrá brindar una visión más objetiva. Cuando uno se ve involucrado en alguna delicada e importante cuestión —que le afecta en lo más profundo de su ser— es muy factible que pierda aquella objetividad que necesita.
Si se tratara de una persona religiosa, le aconsejaría que, desde el primer momento, pida ayuda a Dios. Ayuda para superar el trance, ayuda para ver las cosas con serenidad, ayuda para tratar el problema con el cónyuge, ayuda para su cónyuge, etc., etc.
Si se tratara de una persona religiosa le diría que, antes de hablar con su cónyuge, hable con Dios: que le cuente a su Padre Dios cuál es el problema —aunque Él ya lo conoce— y que le pida luces en su inteligencia para obrar con prudencia, justicia y caridad. Será especialmente importante estar abierto a escuchar la voz de Dios. Él tiene mucho que ver con ese matrimonio y con la felicidad de ambos. Él está dispuesto a ayudar. Conviene contar con Él.
D. Planear una conversación
Si se tratara de una persona religiosa, le diría que prepare, con Dios, en la oración, la conversación que va a tener con su cónyuge.
Si se tratara de una persona que no cree, le diría que se introduzca en la verdad más profunda de su ser y que, con sinceridad y paz, trate de encontrar las palabras más convenientes para preparar la conversación de la que estamos hablando.
Puede ayudar a preparar esta conversación tomar lápiz y papel y enumerar por orden los temas, cuestiones o argumentos que se quieren charlar.
E. Buscar el momento y el lugar
Puede no ser conveniente tratar la cuestión en el primer momento que se encuentre al cónyuge. —Pueden estar los hijos presentes y la experiencia indica que no es bueno para ellos ver discutir a sus padres… El otro cónyuge puede estar muy poco receptivo por encontrarse cansado, irritado o molesto por alguna otra cuestión. Etcétera—.
Quizás la propia casa no ofrezca un espacio apropiado para este tipo de conversación. Por estos motivos el buscar un momento y un lugar adecuado puede ayudar al posterior desarrollo de la conversación.
F. Una alternativa al diálogo
Puede darse el caso de que el otro cónyuge no quiera ni hablar ni escuchar.
Puede darse el caso de que el cónyuge que quiera hablar se sienta intimidado o en inferioridad de condiciones.
Un medio que puede ayudar cuando el diálogo está «bloqueado» es escribir. Escribir una carta puede ser una forma de comunicarse.
Escribir es distinto a hablar. Quien lee no suele tener el mismo ánimo que el que escribe; por eso, fácilmente puede mal interpretarse el texto.
Cuando se escribe hay que ser especialmente delicado. Si un «mensaje acusador oral» causa rechazo en el receptor, cuando está por escrito es mucho más fuerte aún.
Escribir un borrador y leerlo —después y despacio— es bueno. Quitar los adjetivos calificativos, remitirse a los «hechos» y dárselo a una persona juiciosa para pedirle una opinión es muy bueno.
G. ¿Proponer una estrategia?
Algo que suele ser muy poco corriente —pero no por eso menos oportuno— es que el transmisor —el cónyuge que quiere hablar, sea el ofendido o el causante de la ofensa…— proponga al receptor una estrategia para el desarrollo de la conversación… Podría decirle, por ejemplo:
«-Quiero hablar con vos un tema que considero sumamente importante. Si no te parece mal, me gustaría hacerlo de la siguiente manera: Yo te explico el problema. Vos me escuchas y me decís: Uno, si se me entendió; dos, cuál es tu opinión al respecto; tres, cuáles te parecen que son los caminos para resolver el problema; cuatro, qué es lo que vas a hacer vos al respecto y cinco, qué te parece que debería hacer yo».
H. Una virtud: La asertividad
La asertividad es una virtud importante para quienes necesiten dar un mensaje.
Desde nuestra perspectiva, quien quiera manifestar una idea lo hará de un modo asertivo cuando posea la capacidad de poder expresar aquello que quiere, que siente o que es, con claridad y de forma de que no sea recibido como una agresión.
La asertividad va de la mano de los buenos modales, de las formas amables, de los modos y de los tonos agradables. La asertividad se opone a los modos, formas o tonos violentos y agresivos, antipáticos, insolentes o impertinentes.
En las conversaciones —sobre todo si se trata de temas importantes— el contenido del mensaje es, obviamente, importante… Pero, también lo es la forma o el modo cómo se transmite dicho contenido. Se pueden enunciar, defender, predicar o corregir con «las verdades» más indiscutibles, pero, si se lo hace de un modo violento, no se puede dialogar.
Un «contenido bueno» manifestado con ironía, agresividad, pasión desenfrenada, odio o cualquier otra forma de violencia siempre produce rechazo.
Estas «malas formas» de comunicar suponen una falta de respeto y un atropello a la dignidad de la otra persona, por más razón que se tenga —el fin no justifica los medios—.
Quien manifiesta «verdades» —y muchas veces pueden no ser verdades sino cuestiones opinables e, incluso, perspectivas equivocadas o erróneas— de esta forma chocante es responsable de la reacción de quien recibe un mensaje así.
Las formas —el tono, los gestos, la actitud— son como el corazón de las palabras. Es vital el esfuerzo por cuidar con esmero el modo de comunicar.
La asertividad, como toda virtud humana puede mejorarse. El procurar ser cálido, confiado, solícito, amable, cordial… en el trato conyugal es una exigencia de aquella entrega o donación que lleva a la felicidad matrimonial.
I. Suposiciones inconvenientes
Condición importante para evitar malas interpretaciones es hacer el esfuerzo por dar claramente el mensaje, el contenido de lo que se quiere manifestar.
Un error muy generalizado es pensar que el cónyuge tiene la capacidad de «leer» los sentimientos o pensamientos por el sencillo hecho de estar presente. En este sentido, las suposiciones pueden llegar a generar verdaderos problemas.
Es verdad que el conocimiento mutuo puede llevar a comprender los silencios o actitudes del otro. Pero, muchas veces, uno se equivoca cuando supone que el otro tiene que darse cuenta de las necesidades o de lo que uno piensa.
No se puede pretender que el otro imagine los propios deseos.
No se puede esperar que el otro siempre interprete las necesidades. Es muy difícil poder llegar a intuir las necesidades del otro; no es fácil «adivinar»… Es corriente escuchar declaraciones como las siguientes:
«-Es que debería darse cuenta…»; o «-Si no se da cuenta es señal de que no le interesa…, o de que no me quiere…».
Es verdad que muchas veces el cónyuge debería darse cuenta de ciertas cosas; pero muchas veces, sin ninguna mala intención, no se da cuenta; y, no es que no le interese, es que está cansado, preocupado, o con la cabeza otra cosa…
«-Ya estoy cansado de repetirlo…», también se escucha decir; pero es importante no cansarse: No hay que dejar de comunicar —con sentido común, obviamente— cuáles son los deseos, las aspiraciones, los proyectos, los reclamos, las inquietudes, etc.
Es muy factible que el motivo por el que el cónyuge «no se dio por enterado» sea la falta de una comunicación clara.
Lo que no se puede pretender es que se interprete lo ininterpretable.
Los planteos, requerimientos, pedidos, deseos, etc., deben manifestarse, repito, claramente.
Claridad y asertividad no tienen por qué oponerse; más aún, deben sumarse.
J. Reacción del cónyuge receptor
Puede ser que, aún cuando el cónyuge transmisor procure dar un mensaje amable y prudente, en vez de lograr que el otro escuche y reflexione, produzca una reacción emocional fuerte.
Si la situación amenaza una escalada y un aumento de la tensión que puede llevar a una fuerte discusión, es el momento en el que el cónyuge transmisor conserve la paz y trate de llevar a la persona irritada a encontrar el modo de recuperar la serenidad para poder seguir dialogando.
El silencio y la atención del cónyuge transmisor será una manifestación de respeto y buena voluntad hacia el otro. Convendrá que el cónyuge transmisor demuestre que comprende los reclamos y que explique que los tendrá muy en cuenta. De esta manera se va preparando nuevamente el camino para retomar el tema.
Si el cónyuge enojado sigue hablando sin parar y sin escuchar razones, convendrá escucharlo con paciencia el tiempo que sea necesario y, después, podrá pedírsele que escuche, ya que él fue escuchado con respeto.
K. Mensajes que acusan
Con cierta frecuencia, de un modo voluntario —o no— se emiten mensajes en los que se responsabiliza al otro de los propios sentimientos desagradables, de los propios errores, frustraciones o malos humores.
Los mensajes amenazadores o acusadores están siempre cargados de agresividad.
Decir, por ejemplo: «Por tu culpa…»; o «-Vos sos responsable de mi equivocación», claramente complican la relación y perturban la comunicación.
Cuando se han dicho con ira, seguramente se ha exagerado y hasta se pudo ser injusto con tal apreciación.
Como es lógico, quien recibe un mensaje de este estilo, se siente herido y provocado. Una forma de defenderse suele ser, cerrarse o dar por terminada la conversación.
L. Mensaje en «clave personal»
Una forma delicada de comunicar las propias perspectivas, opiniones o pensamientos es mantener el «yo».
Desde esta manera, el cónyuge puede expresarse desde su interior, desde su propia personalidad, sin herir ni crear hostilidades.
Al decir: «Yo siento…», «Yo pienso…», «Yo necesitaría…»; se muestra una personal forma de ver las cosas que deja un espacio para una opinión diferente.
Hablar en «yo» supone estar en contacto con mi personal percepción y con mis sentimientos; es un modo positivo de plantear las cosas; así pueden expresarse sentimientos, necesidades y valores con respeto y amabilidad.
Este comportamiento afirmativo puede expresar también desacuerdo y enojo, pero no se hace en forma acusadora. Puede decirse: «-Cuando llegás tarde, me siento molesto…»; o «-Me abruma sobremanera tu actitud…».
La expresión en «yo» conforma un mensaje humilde y sincero. Si yo digo a alguien cómo me siento ante una situación bien precisa, no lo acuso y evito que se ponga a la defensiva. También lo ayudo a entenderme.
La honestidad en la expresión genera apertura en el otro.
De esta manera, se expresa, con sencillez, cuál es la consecuencia para mí de la situación creada por el otro, en lugar de decirle qué es lo que debe hacer para solucionar mi problema. De este modo, también, le estoy ofreciendo la oportunidad de ayudarme.
Es importante recordar que lo que puede lastimar al cónyuge y, por lo tanto, dañar la comunicación no es la expresión de sentimientos, sino la actitud agresiva.
Cuando el mensaje en clave «yo» no funciona, será conveniente analizar si no se trata de un «mensaje acusador-camuflado» y verificar el tono, el modo, la forma.
M. Mensajes claros
Hemos dicho que se debe tener cuidado con las suposiciones que llevan a no transmitir el mensaje. También conviene estar atento en dar un mensaje que esté lógicamente expresado: con un principio, un desarrollo y un fin; con un contenido y un objetivo.
Cuando se trata de un mensaje importante, recomiendo, no sólo dedicar un tiempo oportuno a pensar y «preparar» dicho mensaje; creo que será muy conveniente —ya lo he dicho— hablar con Dios de este tema, en la oración. También he recomendado no dejar de pedir consejo a quien lo pueda dar con sabiduría y prudencia.
Ponerse en el lugar del otro, puede ayudar a preparar mejor ese mensaje.
Se puede «chequear» la comunicación que se quiere expresar, fijándose si se explican todos los temas, si están ordenados y si se expresarán de un modo —con una terminología— delicado y prudente.
N. Otra virtud: La empatía
La empatía es una virtud que no puede faltar en un buen receptor.
Cuando hablamos de empatía nos referimos a la disposición habitual, de la persona que escucha, para «ponerse en el lugar del otro».
La Real Academia de la Lengua la describe como: «Participación afectiva, y por tanto emotiva, de un sujeto en una realidad ajena».
En toda conversación o diálogo, hay que estar «preparado» para escuchar. El diálogo es comunicación de ida y vuelta; no es un monólogo; debe existir interacción.
La empatía exigirá liberarse de prejuicios, espíritu crítico, juicios automáticos y de estructuras mentales pre-concebidas.
Para una escucha empática deberá buscarse la apertura mental. Deben evitarse que, los enojos o rencores, lleven a cerrar el propio entendimiento con ideas fijas. La actitud de «sabelotodo» tampoco colaborará en la recepción del mensaje.
Para comprender lo que se nos quiere manifestar hay que querer entender. Si el cónyuge receptor, mientras le hablan, piensa cómo «retrucar» o cuál es el lado débil del argumento para «contra-atacar», no va a poder recibir el mensaje en su totalidad.
Escuchar empáticamente es escuchar activamente, haciendo el esfuerzo por comprender todo lo que se quiere transmitir; si fuera factible, con auténtica curiosidad…
Escuchar receptivamente manifiesta comprensión y aceptación, respeto y valoración.
A continuación, enumeraremos cuatro convenientes exigencias para la empática escucha: entender el mensaje, agradecerlo, dar feed-back y comprometerse.
- Entender el mensaje: La escucha empática —lo hemos dicho y lo repetimos—, llevará a preguntarse si se ha conseguido hacerse cargo de la situación del otro, del problema del otro o de la cuestión que el otro plantea. Entender el mensaje es una condición fundamental para poder conversar y entenderse. Agradecer el mensaje: El agradecimiento del mensaje manifestará respeto por el cónyuge transmisor, buena educación, apertura y buena voluntad en la persona que ha escuchado y que ha recibido la indicación, el mandato, la corrección o la sugerencia. Independientemente de las intenciones del cónyuge transmisor —que pueden conocerse, o no— convendrá agradecer el mensaje.
- Obviamente, cuanto mejor se haya transmitido el mensaje —cuanto más asertivo haya sido—, más fácil será agradecerlo. Si se ha recibido un mensaje cargado de violencia y agresividad, será mucho más difícil hacerlo. Aquella forma fuerte de dar el mensaje puede estar más o menos justificado. De todas maneras, lo hemos dicho, la violencia —habitualmente— no ayuda a construir ni a resolver los problemas. Dar feed-back —retorno—: Existe retorno —feed-back— cuando se puede resumir fielmente lo escuchado y retransmitir, al cónyuge transmisor, lo que se entendió. Este retorno ayuda al encuadramiento de la cuestión. También es un modo de mostrar al otro que se ha comprendido perfectamente lo que ha dicho.
- El feed-back suele producir satisfacción en el cónyuge transmisor.
- Comprometerse: Con la opinión que manifieste el cónyuge transmisor sobre el retorno, el receptor podrá verificar que lo que entendió es lo que le dijeron. Luego de interpretarlo equilibradamente, podrá manifestar algunas alternativas positivas o soluciones a la cuestión planteada.
Cuando el tema planteado fuera difícil, requiriera más información o dejara completamente perplejo al receptor puede llegar a ser conveniente que éste pida un tiempo de reflexión personal para poder evaluar la cuestión. Puede ser una demostración de cariño y cortesía que el mismo cónyuge transmisor «ofrezca» a su consorte un tiempo para pensar en el tema…
O. Acuerdos mutuos y reconciliación
La vida conyugal exige generosidad y grandeza para encontrar la forma de resolver los problemas y lograr la reconciliación.
La solución de los conflictos conyugales suele requerir lo mejor de uno: la mejor integración de cabeza y corazón; de razones y sentimientos. Si cada uno defendiera su opinión como la única posible y razonable y tomara como inaceptable la de su cónyuge, no se podría llegar nunca a una solución.
Como consecuencia de las conversaciones de los cónyuges, pueden surgir algunos acuerdos o compromisos. Algunos se manifestarán externamente e, incluso, podrán llegar a concretarse puntualmente en algunas metas u objetivos; otros no serán necesarios manifestarlos por su propia evidencia, por que están implícitamente entendidos o por que «caen por su propio peso».
Estos compromisos servirán en la medida en que los dos se sientan satisfechos. Si alguno tiene que violentarse completamente para realizar una acción común, difícilmente se alcanzará la armonía buscada.
La superación de la crisis llevará a los cónyuges a un tránsito del sentimiento de adversidad al sentimiento de paz; al cambio del sentimiento de rechazo por el de unidad.
El matrimonio, por ser la relación más íntima, exige una generosa capacidad de reconciliación.
Es muy importante terminar el conflicto verdaderamente reconciliados. Si alguno -o ambos- han sido agresivos será muy recomendable que no dejen de pedirse las oportunas disculpas. Es realmente noble –y necesario, también- disculparse por las palabras o las actitudes hirientes o injustas.
4. «Otro nuevo amor»
Los motivos de crisis en el matrimonio pueden ser muy diversos: problemas de dinero, diferencias de criterio en la educación de los hijos, cuestiones referentes al trabajo del marido o de la mujer, la relación con los parientes políticos, una infidelidad ocasional, etc.
Un tema que querría tratar ahora, aunque sea de modo genérico, es la crisis que se genera en el matrimonio cuando «un nuevo amor» irrumpe en el corazón de alguno de los cónyuges.
A. El cuidado del corazón
La experiencia indica que, las personas, no pueden actuar impulsadas solamente por el sentimiento o el corazón. Emociones —como por ejemplo: el hecho de estar triste, sentir rechazo por algo o alguien, etc.— difícilmente puedan «controlarse» con la razón. Aunque una persona tomara «intelectualmente» la firme decisión de no extrañar, de dejar de estar angustiado o de superar un sentimiento de rechazo, es muy factible que no lo consiga. Es muy difícil manejar los afectos. Es más fácil, en cambio, gobernar las propias acciones independientemente de los estados de ánimo que se padezcan.
Una persona casada ha comprometido su amor y su corazón. Por este motivo, no puede ir «con el corazón en la mano», ofreciéndolo a quien lo quiera.
Los corazones —las personas— son enamoradizos por naturaleza. Esta es una realidad que no se debe olvidar. Para llegar a enamorarse de una persona hay que recorrer un camino, quien se ha ya comprometido, procurará no comenzarlo con otra persona. La naturalidad no tiene por qué oponerse a una sabia prudencia en el comportamiento con personas del sexo opuesto.
Quien se ha casado, se ha enamorado por lo menos una vez. Ya conoce el camino que no le conviene recorrer con otra mujer u otro hombre, si quiere ser fiel.
B. Enamorarse «sin querer»
Dejando de lado al cónyuge que ha decidido buscar a otra persona por que considera que su matrimonio ha fracasado. Dejando de lado, también, a quien se permite esporádicas infidelidades o lleva una doble vida. Existe el caso de quien se enamora «sin querer».
No es infrecuente que, quizás sin darse cuenta del todo, un cónyuge comience a «compartir» —tristezas, alegrías, horas de trabajo, de deporte o de descanso, proyectos, preocupaciones, etc.— con otra persona. Después de un tiempo, si existe sintonía de carácter, de gustos, de «cosmovisiones», es muy factible que comience a surgir el amor. Ese amor que lleva a pensar mucho en aquella persona y a querer compartir tiempo juntos, etc.
Comienza a recorrerse el camino del enamoramiento con una velocidad mucho más vertiginosa cuando se descubre que, los afectos son recíprocos: cuando se dan cuenta que los dos están enamorados y se lo han comunicado.
C. El «enfriamiento» conyugal
La experiencia indica que, si aquel «otro nuevo amor» ha encontrado acogida o espacio en el corazón de aquél cónyuge, es por que existen problemas en el matrimonio. —He conocido casos de un nuevo enamoramiento aún cuando no existían problemas serios entre los cónyuges—.
Si las cosas no marchaban del todo bien entre marido y mujer, el hecho de que aparezca un tercero en escena hará que las cosas se pongan más difíciles aún.
Quizás de un modo no del todo consciente, quien se ha nuevamente enamorado comenzará a tener un comportamiento mucho más frío y más distante para con su consorte. Aquél «otro nuevo amor» potenciará los defectos y falencias del propio cónyuge y le hará mucho más difícil la convivencia y la permanencia en su casa, donde no se siente a gusto.
«Un amor saca a otro amor». El amor al propio cónyuge no se evapora o desaparece como por arte de magia. Otro amor ha ocupado su lugar. Puede ser el amor a otra persona; puede ser, también, el amor a otra cosa —al trabajo, al dinero, puede ser el amor propio o el egoísmo, que es un desordenado amor a uno mismo—. Recordemos que el amor es sinónimo de entrega o donación y, cuando ha dejado de darse, el amor comienza a enfriarse…
He escuchado decir a muchas personas: «-Este ‘nuevo amor’ no tiene nada que ver con los problemas que tengo con mi cónyuge». Algunas personas creen que «ese asunto» no tiene nada que ver con el otro; y no se dan cuenta que están completamente equivocadas: sí tiene mucho que ver, aunque no se dé cuenta.
D. La decisión
La vida es una constante elección. Continuamente uno se encuentra en disyuntivas que le exigen una opción. Es el caso de la persona casada en la que un «nuevo amor» ha irrumpido en su vida. —Puede ser que «se elija» no hacer nada y dejar «que las aguas sigan su curso» sin tomar ninguna decisión. Esta también es una opción, una decisión—.
Quien quiera ser fiel a su mujer —o a su marido— y cuidar su matrimonio —ahora en peligro— tendrá que tomar la dolorosa y necesaria decisión —dolorosa por que estas decisiones «duelen» en el corazón— de poner los medios para ubicar aquellos afectos en el lugar que les corresponde.
La decisión es el primer paso. Después hay que llevarla adelante.
Tomar la decisión puede costar mucho, pero, llevarla adelante, costará mucho más.
En este momento —en el momento de cumplir lo decidido— es donde se debe procurar obrar más «con la cabeza» que seguir los dictados del corazón. El corazón pedirá o buscará la unión con aquella persona a la que se extraña. La inteligencia mostrará que aquello no conviene, por lo menos en ese momento y en esas circunstancias.
E. La prudencia para hablar
La prudencia es la virtud que dispone a la razón para discernir qué es lo bueno y conveniente y a elegir los medios adecuados para realizarlo.
Es totalmente prudencial la conveniencia de manifestar —o no— al cónyuge el «problema del nuevo amor». Quizás convenga buscar en el cónyuge la fuerza y la ayuda para pasar ese difícil momento, quizás convenga evitarle un disgusto que no pueda superar.
Dependerá de las circunstancias qué es lo conveniente. Con Quien sí conviene hablar desde el primer momento que se ha descubierto «el problema» es con Dios. A Dios conviene pedirle claridad mental y fortaleza para obrar correctamente. A Dios puede preguntársele, en la oración, sobre la conveniencia de hablar con el cónyuge. A Dios será bueno pedirle por el propio cónyuge y por aquella tercera persona, de la cuál hay que distanciarse afectivamente.
F. Ejemplo de la película «Mr. Holland´s opus»
Quizás el lector haya visto y recuerde la película «Mr. Holland´s opus» —titulada «Maestro de música», en castellano— protagonizada por Richard Dreyfuss.
En un momento, la historia muestra que, las horas de práctica y de trabajo despiertan el amor entre el maestro y la bella y virtuosa alumna.
Ella, le pide que la acompañe, en su camino de iniciación artística.
Ella, le propone partir juntos, después de la gran actuación que están preparando.
Él siempre se ha comportado como corresponde.
Él, después de la actuación, acude a la cita en la terminal de ómnibus.
Él, con una conducta casi paterna, le deseó suerte, le besó la frente y la despidió.
Cuando llegó a su casa, tomó el álbum de fotos familiares y se «llenó» de bellos recuerdos mirando las imágenes de su mujer y de su hijo…
La palabra recordar es una construcción latina que quiere decir «volver a pasar por el corazón». Ser fiel es recordar lo prometido y vivirlo.
EL DIÁLOGO CONYUGAL (2).