TEMA 9: EL ACOMPAÑAMIENTO PASTORAL DE LAS FAMILIAS HERIDAS A LA LUZ DE AMORIS LAETITIA.
Continuación de La ayuda a las parejas en crisis.
Por Juan María Gallardo.
Silvia Frisulli (*)
1. Status quaestionis: ¿a qué acompañamiento está llamada la pastoral?
El verbo acompañar, en la primera acepción del Diccionario de la Real Academia, indica «Estar o ir en compañía de otra u otras personas». Este sentido se enriquece con un matiz afectivo en la quinta acepción: «Participar en los sentimientos de alguien».
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Si aplicamos estos significados al acompañamiento pastoral de las familias heridas, es evidente que hablamos de cercanía y acogida, no de superioridad o juicio ni mucho menos de prejuicio. Un acompañamiento entendido en esta perspectiva es un camino que se recorre junto a los que se encuentran en una situación de crisis familiar o han experimentado el fracaso de su matrimonio, pero siempre es un camino en la Iglesia. Podríamos decir que todas las historias de estos fieles son sencillamente una historia más de fragilidad humana de entre las muchas que están escritas en la única historia de salvación que Dios ha diseñado para todas las personas.
Esta aclaración nos parece necesaria porque permite identificar una premisa básica para el acompañamiento: saberse bajo la mirada misericordiosa de Dios Padre, que con amor y por amor siempre está a nuestro lado, acogiendo y acompañando a todos sus hijos desde de la creación del mundo y del hombre.
No podemos olvidar esta dinámica de salvación que concierne a cada uno de nosotros y en la que inscribimos nuestro ser cristianos, hijos de Dios. Ha de ser por tanto el punto de referencia de toda pastoral matrimonial y especialmente de los casos que vamos a estudiar. El modo de atender a las familias heridas debe estar en sintonía con lo que el Papa Francisco definió en Evangelii gaudium como el paradigma de la misericordia y la ternura, expresión de una Iglesia en salida atenta a las periferias existenciales y capaz de actuar como madre de todos sus hijos.
Las familias heridas necesitan una comunidad eclesial inclusiva y no excluyente, atenta a sus sufrimientos. Por su parte, toda la comunidad, cada uno a su modo, está llamada como el buen samaritano a detenerse, a acercarse a cuidarlas.
En una entrevista con el director de la revista La Civiltá Cattolica, el Santo Padre dijo: «Veo claramente lo que más necesita la Iglesia hoy día: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía, la proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. ¡Es inútil preguntar a un herido si tiene el colesterol y el azúcar altos! Hay que tratar sus heridas. Después podremos hablar de todo lo demás […]. Y debemos empezar desde abajo, desde la condición en la que viven las personas».
Aplicado a nuestro tema, se puede pensar que el Santo Padre quiere mostrarnos la necesidad de hacernos cargo de los que han visto el fin de su matrimonio interesándonos, en primer lugar, por su vínculo herido, por sus afectos, por la relación dañada que debe ser tratada en sus diversos significados: la relación conyugal, parental, filial, divina.
De estas primeras consideraciones se desprende que el problema de las parejas en crisis y de las situaciones conyugales difíciles o irregulares debe ser tratado como un tema delicado y urgente. No es una exageración hablar de «emergencia familiar». Los datos estadísticos, tanto en Italia como en la mayoría de los países de la Comunidad Europea y del mundo occidental, muestran que el fracaso matrimonial va en aumento. La crisis de la familia es un tema cada vez más evidente y se hace patente ya desde los primeros años del matrimonio.
Como diría el filósofo Bauman, está difundida la idea de un «amor líquido», de usar y tirar. Estamos subyugados por las redes sociales, por las relaciones rápidas, conectados a la red informática pero desconectados de la red humana. Hay una falta de relaciones auténticas estables y duraderas. Todos estos factores influyen negativamente en la estabilidad de las relaciones familiares: a menudo nos conocemos en los chats y rompemos la relación con un mensaje de WhatsApp.
La misión de la Iglesia ante esta emergencia consiste en sostener a las familias, sobre todo a aquellas que pasan por momentos de dificultad, para que no se sientan excluidas de la vida comunitaria. Las comunidades eclesiales tienen la obligación moral de diseñar para los fieles en situación de crisis, separados o divorciados, unos itinerarios adaptados a las circunstancias individuales donde confluyan el amor a la verdad y la verdad del amor dentro de un horizonte teológico y pastoral. No se puede pensar en un acompañamiento sin pensaren la integridad corporal-espiritual de la persona.
Por otra parte, hay que distinguir las situaciones de crisis, las situaciones difíciles y las situaciones irregulares. Es objetivamente diferente la situación de los cónyuges que han visto fracasar su matrimonio pero no han comenzado una nueva unión, de la de aquellos que después del divorcio se han vuelto a casar o han comenzado otra convivencia.
2. Aspectos de la herida del vínculo matrimonial
Cuando en la pastoral matrimonial se habla de los fieles separados y divorciados se suele utilizar las siguientes expresiones:
- Familias heridas: destaca la red de relaciones —cónyuges, hijos, familias de origen, comunidad—.
- Lazos heridos o amor herido: se centra en la esfera afectiva o psicológica.
- Parejas heridas: se refiere a la dualidad de los sujetos involucrados.
Se puede hablar también del acompañamiento de los cónyuges heridos o del acompañamiento de las parejas de cónyuges heridos. Aunque esta última expresión puede resultar genérica, se convierte en concreta si asume la especificidad de la conyugalidad, característica peculiar del vínculo matrimonial con respecto a otros vínculos. Aquí un yo y un tú se convierten en un nosotros, con lo que se establece una relación única, indisoluble, fiel y abierta a la vida en el amor mutuo.
Teniendo esto en cuenta, el presente capítulo analizará el acompañamiento desde la perspectiva de un hombre y una mujer que, después de la elección conyugal mutua que hicieron libremente en el momento del matrimonio, han sufrido posteriormente una fractura, una herida de su alianza matrimonial.
Sucede a menudo que la ruptura de un matrimonio no ha sido deseada sino más bien aceptada con resignación o incluso soportada. Esto cambia la intensidad de la percepción del desgarro de la relación tanto por parte del cónyuge individual como como a nivel de la relación dual —de la pareja—, y también determina la manera de intentar aliviar o curar la herida por parte de quien acompañará a estos cónyuges. La acción pastoral habrá de ser más intensa, más cargada de significado, para aquel cónyuge que ha sufrido la separación como algo que no debería haber sucedido en su vida matrimonial y por tanto siente más intensamente el dolor y el abandono.
Hay diferentes dimensiones de relación herida, de amor herido, de conyugalidad herida. Por tanto, es legítimo preguntarse si la herida del vínculo conyugal se debe solamente a la ruptura matrimonial o si, por el contrario, sería preferible hablar de heridas originadas ya durante la vida matrimonial.
En efecto, la experiencia demuestra que la herida incurable causada por una separación o por un divorcio es la consecuencia de heridas que no habían sido sanadas durante la vida conyugal, en el día a día de la relación, cuando faltaban los elementos característicos de un buen matrimonio debido a la insuficiente voluntad o capacidad de los cónyuges para manejar los conflictos de la vida doméstica.
Tampoco podemos subestimar las fragilidades que la familia respira en la vida social, en el trabajo, en la vivencia de su propia fe, en las relaciones humanas. Todos estos aspectos afectan también al matrimonio y a la solidez de la relación entre los cónyuges.
La ruptura de un matrimonio es siempre consecuencia de algo que no iba bien ya antes, en la vida de la pareja. Por tanto, la pastoral y el acompañamiento familiar deben trabajar a un nivel preventivo para no tener que intervenir tras la ruptura de un matrimonio. Es más necesaria una acción preventiva que una curativa.
El Papa Francisco nos da algunas indicaciones precisas en el capítulo VI de Amoris laetitia, titulado Algunas perspectivas pastorales. Los números 231-241 están dedicados precisamente a las crisis y dificultades que los cónyuges encuentran durante su vida matrimonial. Después de haber dado algunas indicaciones sobre la preparación al matrimonio, el Santo Padre trata de la dinámica de la vida matrimonial ilustrando los momentos críticos: es aquí donde la pastoral familiar debe adelantarse, porque es en las pequeñas cosas cotidianas donde se producen las primeras heridas que, si no se tratan, generan otras cada vez mayores que pueden llevar a la desestructuración de la conyugalidad. Es preciso acompañar a los cónyuges en estas fases críticas de su matrimonio, ayudándoles a reestructurar positivamente sus dinámicas relacionales.
La advertencia de Francisco es especialmente clara en estas palabras: «Hay que ayudar a descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión»; y más adelante añade: «Es bueno acompañar a los cónyuges para que puedan aceptar las crisis que lleguen, tomar el guante y hacerles un lugar en la vida familiar. Los matrimonios experimentados y formados deben estar dispuestos a acompañar a otros en este descubrimiento, de manera que las crisis no los asusten ni los lleven a tomar decisiones apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón».
En el lenguaje común el término crisis se asocia a una situación de fracaso. Pero si vamos a su etimología —del griego krino, que significa distinguir, escoger, juzgar, interpretar, preguntadlo— la crisis podría ser un momento dramático lleno de posibilidades de crecimiento en el que la pareja, bajo el empuje de dificultades que causan un intenso sufrimiento, se pone en discusión a sí misma, se interroga sobre su propio pasado y busca un nuevo camino para el futuro. Se abre así paso a la búsqueda de cómo mejorar la relación matrimonial.
3. Acompañar escuchando
En las relaciones de ayuda la escucha es un elemento fundamental, y para practicar la escucha hay que aprender a ser discreto. Santo Tomás de Aquino pone la discreción en relación con la humildad. En efecto, en el acompañamiento pastoral no se pueden tener preparadas las soluciones antes de escuchar.
La escucha requiere silencio, proximidad; y también una persona que inspire el deseo de abrirse, porque sin confianza no se puede construir nada duradero.
Una buena escucha requiere un silencio respetuoso por parte del oyente para observar y hacerse cargo de la necesidad que está en juego. Es necesario dar voz al sufrimiento a través de la palabra mientras se está atento al lenguaje no verbal: el rostro, el cuerpo. Observar es también escuchar los silencios, como en la música: tanto las notas como las pausas —el silencio— forman parte de la partitura. En la escucha, también el silencio es parte del diálogo.
Los ingredientes necesarios para practicar la escucha son:
- La amabilidad, que permite comprender a la persona que tengo delante. Lévinas diría que el otro es un rostro que me interpela y no me deja indiferente. El rostro que me mira interpela mi conciencia, me lleva a preguntarme quién soy yo respecto al otro.
- La compasión, que permite ver el sufrimiento, la fatiga, y ayuda a entender los comportamientos desagradables y agresivos que surgen de este sufrimiento. Hay que ir más allá de las apariencias y leer el significado interior de los gestos.
- La ecuanimidad, que nos permite ser imparciales y no emitir juicios, ver la objetividad de los hechos.
No podemos dejarnos llevar por el sentimentalismo, la subjetivación de las circunstancias. Debemos evitar la arbitrariedad, una actitud puramente emotiva.
En Amoris laetitia el Santo Padre exhorta a estar presentes y abiertos a la escucha, pero comprende la dificultad de los cónyuges para abrirse en un diálogo sincero del corazón. A menudo la pareja «no acude al acompañamiento pastoral, ya que no lo siente comprensivo, cercano, realista, encarnado. Por eso, tratemos ahora de acercarnos a las crisis matrimoniales con una mirada que no ignore su carga de dolor y de angustia».
El Papa Francisco ya iluminó sobre este amor que sabe acoger los sufrimientos y el dolor en su exhortación apostólica Evangelii gaudium. Lo hizo animando a no elegir un camino meramente moralista sino una pedagogía del amor de Dios que perdona: «La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio».
Posteriormente, en Amoris laetitia subrayó que «saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia fundamental en la vida familiar». Pero la capacidad de perdonar no se da por descontada; el perdón debe elaborarse e interiorizarse para que después pueda fluir. Requiere varias etapas con tiempos diferentes en cada sujeto, y necesita la ayuda y el consuelo de los demás. A este respecto, de nuevo en el número 236 de Amoris laetitia el Papa se refiere a «la generosa colaboración de familiares y amigos, y a veces incluso de ayuda externa y profesional».
Con todo, hay situaciones en que, a pesar de los esfuerzos realizados por los cónyuges para salvar el matrimonio, no puede evitarse la separación. A veces sucede que uno de los dos decide separarse, aunque el otro no esté de acuerdo, porque ha iniciado una relación extramatrimonial; o bien la separación se hace inevitable por razones de protección física o psicológica del propio cónyuge o de los hijos, o por una incapacidad psicológica de uno de los cónyuges para cumplir las obligaciones matrimoniales. Las razones que llevan a la separación son muy variadas.
4. Destinatarios del acompañamiento
En el n. 242 de Amoris laetitia se hace referencia a «los separados, los divorciados, los abandonados». La casuística en los casos concretos es muy amplia, lo que nos ayuda a comprender la complejidad del tema y la dificultad que a veces se encuentra para implementar itinerarios de acompañamiento específicos. Sin embargo, como insiste el papa Francisco en ese mismo número, es indispensable un discernimiento particular para acompañar pastoralmente estas diferentes situaciones.
Sin entrar en cuestiones de carácter moral, veremos brevemente quiénes son los destinatarios del acompañamiento:
- Separados: son los cónyuges que han decidido o se han visto obligados a suspender la vida en común. Siguen siendo marido y mujer tanto para el estado civil como para la Iglesia y su situación no es irregular sino difícil.
- Separados y divorciados que permanecen fieles a su compromiso de indisolubilidad: cada vez son más los que eligen permanecer fieles a su matrimonio y se santifican con espíritu de sacrificio en la dedicación a los hijos, el perdón y el testimonio de vida. Es fundamental acompañar adecuadamente a estas personas, porque representan un signo vivo de la fidelidad de Cristo-Esposo a la Iglesia-Esposa (2 Co 11,2; 5,25-27) y dan testimonio del carácter indisoluble del matrimonio cristiano.
San Juan Pablo II indicó en Familiaris consortio que a un cónyuge en esta situación «la comunidad eclesial debe particularmente sostenerlo, procurarle estima, solidaridad, comprensión y ayuda concreta, de manera que le sea posible conservar la fidelidad, incluso en la difícil situación en la que se encuentra».
- Divorciados: son los cónyuges que han obtenido el divorcio del tribunal estatal y, por tanto, están libres de todo vínculo civil. Para la Iglesia, por el contrario, siguen siendo marido y mujer. Estas personas divorciadas son consideradas por la Iglesia de igual modo que los meramente separados, y su situación es considerada difícil.
- Separados o divorciados que han iniciado una nueva convivencia o han vuelto a casarse civilmente: su situación es claramente distinta. Su drama, más en que sentirse solos, consiste en que no pueden ser admitidos a la absolución y a la comunión eucarística debido al vínculo anterior. El Magisterio define su posición como irregular, lo que no implica un juicio sobre las personas y sus conciencias sino un estado de vida en contraste objetivo con el vínculo permanente del sacramento del matrimonio.
Benedicto XVI afirma en Sacramentum caritatis que «los divorciados vueltos a casar (…) siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos».
En Amoris laetitia el Papa Francisco nos recuerda que son parte de la Iglesia y no están excomulgados.
La no admisión a los sacramentos no significa que no sean amados por Dios o que estén fuera de la Iglesia (n. 243). En este caso un buen acompañamiento no puede eximir de un adecuado discernimiento personal y pastoral de las diferentes situaciones a que se refiere la exhortación en el n. 298.
Separados y divorciados que han iniciado un proceso de nulidad ante un tribunal eclesiástico: estas situaciones se tratan también en el n. 244 de Amoris laetitia. Recordando el motu proprio Mitis ludex Dominus lesus; el Papa Francisco recuerda la necesidad de poner a disposición de estas personas y de las parejas en crisis un servicio diocesano vinculado a la pastoral familiar para la información, asesoramiento y mediación, también en vista de la investigación preliminar de un eventual proceso de nulidad.
Muy a menudo la solicitud de nulidad nace del deseo de consolidar una nueva unión no solo desde el punto de vista civil sino también religioso. También puede originarse por el deseo de acercarse a los sacramentos. En otras ocasiones se inicia con la ilusión de que el proceso podrá anular todo lo que se ha vivido en el matrimonio anterior.
Es necesario señalar que en todos los casos hay siempre heridas abiertas, dificultades, sentimientos de culpa hacia los hijos, hacia las familias de origen, incluso hacia uno mismo. Se pone de manifiesto la necesidad de profundizar en muchos aspectos existenciales —especialmente a nivel moral, espiritual y psicoafectivo— que van más allá del proceso jurídico-canónico. Las situaciones que pueden presentar estos fieles son verdaderamente muy variadas.
- Separados y divorciados con hijos: en Amoris laetitia se pide una atención particular a esta categoría de fieles. En primer lugar, hay que ayudarles a ser buenos padres, acompañándolos para que los hijos no se conviertan en rehenes de su fragilidad. Por otra parte, debido a la separación o a un nuevo matrimonio, a veces estos niños tienen que empezar a vivir en un nuevo núcleo familiar, lo que añade nuevas dificultades.
Hay que subrayar una realidad: ambos cónyuges siguen siendo padres aun después del divorcio; se han separado entre sí, pero no de sus hijos. El acompañamiento debería guiar a los cónyuges separados a recordar que el bien de los hijos sigue siendo primordial y va más allá de cualquier crítica o desavenencia personal. En algunas diócesis se está considerando la posibilidad de iniciar un acompañamiento para los hijos adolescentes o jóvenes con el fin de ayudarles a superar las fragilidades y dificultades vinculadas a la situación familiar. Otro objetivo no menos importante es ayudarles a vivir su afectividad con confianza y a desarrollar una capacidad de vivir positivamente una relación amorosa.
Además del discernimiento en el fuero externo —realizado con un guía espiritual y con eventuales profesionales, abogados, psicólogos, asesores familiares, etc.— también es necesario el discernimiento en el fuero interno. Amoris Laetitia recuerda que «se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que «orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. La conversación con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer» (Relación final 2015, n. 86).
5. Líneas de actuación para un acompañamiento pastoral eficaz
Retomando el número 300 de Amoris laetitia, que recuerda que el acompañamiento no puede prescindir del discernimiento orientado a la toma de conciencia de la situación ante Dios, se pueden identificar tres niveles de actuación.
a) Acompañar motivando
En nuestra vida diaria hacemos elecciones que pueden resultar difíciles de llevar a cabo cuando son particularmente exigentes. Para que los fieles tomen conciencia de la conveniencia de solicitar un acompañamiento son importantes los momentos de oración y de reflexión, así como una adecuada atención a sus necesidades. El acompañamiento debe desarrollarse a medio-largo plazo, durante al menos medio año, pues los que acuden tienen un bagaje existencial que necesitan compartir. Son personas que buscan una nueva motivación para llevar adelante la condición de vida que les ha tocado vivir. Acompañar motivando significa para los agentes pastorales crear un ambiente familiar y confidencial. Son de gran utilidad los testimonios de situaciones similares, donde las personas se identifican al ver que se habla de su propia historia. Ese ambiente cordial favorecerá la perseverancia en el itinerario de acompañamiento. Podrán compartir con los agentes pastorales y con otras personas que están en su misma situación la propia experiencia de un matrimonio cristiano lamentablemente interrumpido y la necesidad de releer la propia vida a la luz de la fe, con el fin de reelaborar la propia experiencia existencial —pasado-presente-futuro—.
b) Acompañar discerniendo
El discernimiento tiende a sacar a la luz la verdad de los hechos, tanto en su dimensión objetiva como en la subjetiva. Tomar conciencia de la verdad de los hechos requiere tiempo y paciencia, porque deben emerger los aspectos más profundos del conflicto interior, lo que no ocurre de manera inmediata. Será necesario interrogarse sobre todas las heridas que se han sufrido, también las anteriores al matrimonio que ha fracasado. Esto ayuda a realizar un discernimiento sobre cada momento de la propia vida. En esta etapa el mayor desafío es transformar un fracaso en una ocasión de crecimiento y maduración humana y religiosa. La persona separada, divorciada o casada de nuevo que pide ser reacogida en la Iglesia es ante todo una persona en relación, especialmente en relación con Dios. El acompañamiento debe analizar por tanto no solo la situación objetiva sino también la posibilidad que tiene el sujeto de abrirse a un sentido trascendente de la vida, de adherirse con fe a una esperanza cierta que se actualiza a través de las diferentes fuentes de la gracia que el Señor pone en las manos de la Iglesia para aumentar la fe en Cristo el Señor.
c) Acompañar reconciliando e integrando
No es infrecuente en estas situaciones que el amor inicial y las promesas matrimoniales hayan dejado paso al enfado, el resentimiento y la decepción, hasta el punto de considerar que es casi imposible perdonar. El objetivo de esta fase es madurar una nueva capacidad de amar y de perdonar, lo que implica ponerse en la perspectiva del otro con esa pietas que consigue comprender la fragilidad ajena. En el perdón hay compasión, que es la conciencia de que compartimos los errores propios de la fragilidad humana. El primer paso es la reconciliación con uno mismo, con el excónyuge y, no lo olvidemos, con Dios, con quien se puede haber producido una cierta distancia en los momentos más difíciles. En esta etapa el acompañamiento debe facilitar un cambio espiritual a través de la toma de conciencia del propio ser en la sociedad y en la Iglesia y del modo en que se está llamado a vivir. La experiencia puede transformarse en testimonio, con el que se presta ayuda a otras parejas.
6. Un ejemplo de experiencia pastoral con las familias heridas: la diócesis de Treviso
La diócesis de Treviso, sufragánea del Patriarcado de Venecia, ha madurado un programa que tiene
ya más de diez años para el acompañamiento de familias heridas. Se proponen dos caminos formativo-
espirituales.
a) Separados y divorciados que viven en fidelidad a su compromiso matrimonial
El itinerario se desarrolla a medio-largo plazo, en dos años, y encuentra su fundamento en una pastoral con y para los fieles separados. Está basado en el principio de que la Iglesia no puede prescindir de la familia construida sobre el matrimonio. En la familia brilla el amor de los esposos como imagen del amor de Cristo por la Iglesia y del amor de Dios por la humanidad. Cada historia que nace de un amor verdadero pero luego pasa por dificultades o incluso por el fracaso es una historia habitada por Dios, que nunca rompe su promesa de amor sino que permanece fiel y nunca abandona a nadie. Sobre la base de este amor fiel e indisoluble, los participantes perseveran en la fidelidad a los compromisos familiares y a las obligaciones cristianas incluso después de la separación y el divorcio. El itinerario, nacido de manera experimental en 2005, tiene una estructura bienal, con encuentros mensuales para profundizar en la experiencia de la separación a la luz de Cristo y de la Iglesia. Se apoya en tres pilares: vocación al amor, sacramento del matrimonio y misión. Tiene como destinatarios a los separados y divorciados que no excluyen la posibilidad de seguir siendo fieles al sacramento del matrimonio. Tanto la tipología de los participantes como las situaciones familiares son muy variadas: algunos han llegado a la separación y al divorcio después de diez o quince años de matrimonio y otros por el contrario después de solo dos o tres años. La motivación para solicitar un acompañamiento suele ser la necesidad de sentirse acogidos de nuevo para vivir una nueva relación de fe con el Señor. Se trata de personas «que requieren una adecuada atención pastoral, así como una acción específica de escucha, acogida y ayuda amorosa, lo que no excluye la dificultad de intuir qué camino pastoral interior es adecuado para sostener espiritualmente a la persona en su situación part¡cular».
El programa comienza con una primera entrevista cuyo objetivo es la formación de la conciencia para ayudar a la persona a escuchar y discernir la voz de Dios. Se trata de un tiempo de diálogo, de aclaraciones, de cercanía, de aplacamiento de la ira. A menudo se sienten juzgados por amigos y familiares. Su testimonio es un testimonio de fe que nos hace comprender que incluso en el dolor un corazón herido busca el rostro de Dios. Al principio buscan respuestas inmediatas al sufrimiento, a la rabia, a las dudas, con temor de no ser comprendidos. Al final del bienio muchos tienen una mayor conciencia de su propia realidad y de su propio matrimonio; se sienten reconciliados con Dios y con los demás. Es frecuente que inicialmente los participantes no comprendan realmente el sacramento del matrimonio y que a lo largo del itinerario vayan profundizando en su belleza. Varios se convierten en testigos para los que se preparan para el matrimonio o para las parejas que pasan por momentos de dificultad. También la oración se vive inicialmente con cansancio y con muchos interrogantes que ponen de relieve el deseo de reconciliarse con la Iglesia. Algunas personas se adhieren a distintas formas de espiritualidad —Medjugorje, Renovación del Espíritu, Grupos de oración— para sentirse acogidas, a veces de modo no del todo correcto. Son pasos necesarios e inevitables en un proceso de curación interior.
b) Camino formativo-espiritual con los que viven una nueva unión
El motivo para buscar esta modalidad de acompañamiento suele ser el sufrimiento que la separación y el divorcio han causado en los cónyuges, que se sienten juzgados por la mirada desconfiada de la comunidad. La decisión de romper el matrimonio precedente pudo ser experimentada como una liberación, especialmente por aquellos que tomaron la iniciativa. Sin embargo, en ningún caso es indolora, y menos aún para los que han sido abandonados. Como bautizados, los divorciados que se han vuelto a casar forman parte de la Iglesia, por lo que es necesario suscitar una mentalidad no crítica sino acogedora y cercana con quien ha sido abandonado o se ha alejado. Se requiere una comunidad que sea verdaderamente el Cuerpo de Cristo. Durante el itinerario se procede a una relectura del matrimonio anterior a la luz del Evangelio, suscitando una reflexión sobre la nueva unión. Es una ocasión ideal para verificar la validez del matrimonio precedente y la eventual posibilidad de proceder a la declaración de nulidad. Los contenidos deben ser definidos de año en año en función de las necesidades que vayan surgiendo. Hay previstos cuatro encuentros anuales de tres horas cada uno.
La premisa fundamental es permanecer cerca, acompañar en el silencio y respetar los tiempos de las personas. Cada encuentro se abre y se cierra con un momento de acogida, seguido de la oración, la discusión sobre un tema específico y el trabajo en pareja en el que ambos se escuchan y se interrogan sobre su ser cristianos. Las sesiones tienen lugar los domingos e incluyen una celebración eucarística. En muchos casos este programa ha sido la primera oportunidad para que las parejas de divorciados vueltos a casar se sientan parte de la comunidad. El testimonio de otras parejas y la reflexión comunitaria han calmado los ánimos y han contribuido a una comprensión más adecuada de la actualidad del mensaje del Evangelio. Contrariamente a lo que se podría pensar, el sufrimiento por la falta de acceso a los sacramentos no se siente de manera obsesiva en la mayoría de los casos. Ha sido útil también aclarar el punto de vista canónico sobre el significado de la nulidad matrimonial y el desarrollo de los procesos. Con el fin de sensibilizar y difundir el programa, se suele pedir a los participantes que inviten a sus párrocos a alguno de los encuentros. Además, se organizan convenios abiertos a quienes quieran profundizar en las cuestiones relacionadas con las familias heridas.
[*] Abogada del Tribunal de la Rota Romana. Especialista en Asesoramiento Familiar. E-mail:
silviafrisulli@gmail.com.
TEMA 9: EL ACOMPAÑAMIENTO PASTORAL DE LAS FAMILIAS HERIDAS A LA LUZ DE AMORIS LAETITIA.