IGLESIA, ¿QUÉ TE ESPERA EN TU FUTURO? (1). Crisis y otoño eclesial
Por Silvio Pereira.
¿Y ahora qué? El mundo se ‘ha parado’ y ¿la Iglesia también? El mundo no sabe cómo será el futuro que viene y ¿la Iglesia tampoco Esta correlación con lo que vive el mundo ¿qué nos dice de la Iglesia? ¿Esta Iglesia está en el mundo o ya es el mundo? Iglesia: ¿qué te espera en tu futuro? Hablemos de crisis y otoño eclesial.
El contexto de la crisis
Iniciaría la reflexión poniendo la palabra ‘CRISIS’, pero no se asusten. Aproximémonos a tal concepto. La crisis supone que una realidad puntual o la realidad en general que percibíamos mínimamente organizada, por tanto estratificada según prioridades funcionales y con sentido, se ha vuelto de pronto inestable. Ahora emerge un tiempo de cambios y evolución incierta. Implica una crisis, pues, discernimiento. Y un discernimiento que no sólo nos ayuda a comprender la realidad en su proceso de transformación sino que también nos exige a nosotros cambiar de mentalidad y, claro, terminará tocando nuestra forma de vivir. En rigor a la verdad no podemos presumir que de toda crisis saldremos bien parados; hay crisis que nos hunden en abismos y crisis que nos invitan a florecer. Pero sin duda toda crisis puede ser una oportunidad de crecimiento y maduración. Necesitaremos para ello tomar decisiones. De la crisis se sale con decisiones. Estas decisiones superadoras por supuesto suponen pérdidas (duelos) y ganancias (novedades).
Crisis en la macro-crisis
Hoy podríamos hablar de ‘crisis en la macro-crisis’. Hay una crisis de la Iglesia precedente a la pandemia. Creo que todos podríamos consensuar que la Iglesia ya estaba en crisis. Más difícil sería convenir cuál era esa crisis. Para no retrotraernos largamente yo propondría como primera frontera el hito del Concilio Vaticano II. Es ya de uso común la sentencia que tras el Concilio «se esperaba una primavera y sin embargo ha llegado el otoño». Este otoño ha tenido algunos síntomas que a mi parecer son:
- La crisis vocacional al Orden Sagrado y a la vida consagrada en general, junto a la constante y acentuada pérdida de fieles.
- La falta de sincronización entre una Iglesia que quería abrazar al mundo y un mundo que pareció expresarle que ya era tarde y no le interesaba ese abrazo. Un desencuentro donde la Iglesia pareciera todavía ‘correr detrás del mundo’ a fuer incluso de desnaturalizar su identidad, frente a un mundo que paradójicamente corre apasionada y combativamente hacia una progresiva ‘descristianización’ y si fuese posible una extinción de la Iglesia.
- Y finalmente el horizonte del cambio de época que inicialmente se postuló como ‘posmodernidad’. Hemos empezado a avizorar que como tiempo de transición histórica tiene una profundidad e incertidumbre difícil de abarcar por la inteligencia de una sola generación. Además claramente la generación eclesial que presenció el Concilio y el pos-Concilio y sobre todo intentó instrumentarlo educando a la generación siguiente –generaciones ambas que aún se encuentran encumbradas eclesialmente- no parecen tener la capacidad –salvando excepciones de mentes geniales y corazones santos- de reorganizar sus paradigmas para digerir el fenómeno y con ello aceptar que aquella Iglesia que se deseaba quizás ya está perdida. Esas generaciones probablemente no alcancen sus metas.
Crisis y otoño eclesial
La pandemia del covid-19 se inscribe entonces en el contexto de aquella otra macro-crisis. Es una crisis puntual emergente que sin embargo nos permite una óptica, un ángulo de lectura y el apropiamiento de alguna clave hermeneútica. Como quien se para sobre un montículo o elevación, nos permite mirar ponderadamente el paisaje. Casi muy probablemente las problemáticas y desafíos que descubramos no son propios de esta crisis sino de la precedente, es decir, nos dejen entrever qué nos estaba pasando ya para que en este momento actuemos como lo estamos haciendo. Las problemáticas propias del covid-19 las descubriremos quizás cuando el oleaje de la pandemia se retire y podamos contemplar qué ha dejado en nuestras playas. Pero sin duda esta crisis del presente próximo nos puede permitir aceptar y resolver algunas problemáticas de la crisis precedente. Quizás logremos acceder a unos primeros pasos para comprender la macro-crisis y empezar a superarla.
La Iglesia de Dios
La Iglesia de Dios. Seguramente me corregirían enseguida diciéndome ¡y de los hombres! Es verdad, la Iglesia de Dios y de los hombres, realidad divina y humana, santa por la multiforme acción del Espíritu y pecadora en sus miembros aún necesitados de purificación. La Iglesia no es sin nosotros pero claramente la primacía es de Dios. Más allá de nosotros que a veces cooperamos y otras entorpecemos, estaremos de acuerdo que depende primariamente de Dios. No hay que olvidar ese ‘de’ que tiene primacía. Esa es nuestra esperanza: la Iglesia primeramente es de Dios y como su obra está en sus manos a través de las nuestras. Por eso la barca en la tempestad está segura ya que Dios la conducirá a buen puerto. Repito: como creyentes nuestra esperanza está en Dios.
En este contexto, pues, la pandemia de covid-19 me ha permitido vislumbrar el futuro de la Iglesia en algunos primeros aspectos emergentes. Quisiera organizarlos a corto, mediano y largo plazo. Lo cual no significa que no podamos ya empezar a encararlos todos a la vez sino distinguir entre lo que aparece más urgente y con comienzo de resolución más inmediata, y lo que necesitará procesos más largos y pacientes. Además creo que hay como un orden de correlatividad en el cual las primeras resoluciones ayudan a preparar el terreno para las ulteriores. Es muy difícil hipotizar en cantidad de años ya que depende del consenso y convencimiento eclesial como de la maleabilidad y disponibilidad de las personas para asumir y prepararse a vivir los desafíos futuros. Valga en todo caso como la voz del profeta que en el puesto del centinela avisa a la ciudad lo que se avecinda en el horizonte.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.