Por Jaime Saiz. Breve historia de la Astronomía

El Universo es algo externo a nosotros verdaderamente maravilloso que ha atraído la atención de la Humanidad desde sus primeros momentos. Pero, en realidad, el Universo no es totalmente externo al hombre, ya que éste forma parte del mismo, y una parte muy especial: conoce y conoce que conoce. Precisamente, por la interacción de la materia del mundo externo con sus sentidos, el hombre puede formarse una imagen de tipo sensorial que da paso a una imagen de pensamiento abstracto, en la cual introduce todos los datos de su experiencia y elabora relaciones entre los mismos para formular teorías y leyes que le permiten comprender y predecir el comportamiento de los sistemas del Universo.

Pues el deseo de conocer dónde estamos, de dónde venimos, a dónde vamos, es tan antiguo como la Humanidad.

Los primeros pasos de la Astronomía

Podemos encontrar ya hace más de 10.000 años indicaciones del interés de gente de la Edad de Piedra por conocer el Universo. En las llanuras del sur de Inglaterra, en Stonehenge, se construyó un observatorio con grandes rocas de hasta 50 toneladas de peso, arrastradas más de 30 kilómetros por montes y valles, y colocadas con gran cuidado en alineaciones que permitían calcular el momento exacto del comienzo de las estaciones e, incluso, según algunos autores, predecir eclipses. Es el primer testimonio claro del interés por descubrir regularidades a nuestro alrededor.

¿Qué tipo de regularidades pudieron observar aquellos hombres en el cielo?

  • Se podían apreciar procederes constantes o repetitivos, tal como el giro del cielo alrededor de un punto muy cercano a la estrella que llamamos Estrella Polar. Las estrellas se comportan como si estuviesen engastadas en una bóveda sólida que gira una vez en 24 horas, ya que se observa que, durante seis horas nocturnas, cada estrella describe un arco de 90 grados. Son las llamadas estrellas “fijas”, debido a que su posición relativa no cambia con este giro.
  • Había también otro tipo de fenómenos, más llamativos, como el eclipse de sol, que indica que los astros no son simplemente una decoración fija en una cúpula que gira, sino que son cuerpos tridimensionales que se mueven unos con respecto a otros. Se veía, pues, una combinación de estabilidad y de evolución.

Interpretación mitológica del universo

Sin embargo, lo limitado de estas observaciones a simple vista hacía que, durante los primeros siglos de la Humanidad, y a un nivel popular hasta la Edad Media, la mayor parte de la gente pensara en el Universo como algo muy reducido, a escala humana.

Se agrupaban las estrellas “fijas” en lo que llamamos constelaciones, conjuntos arbitrarios de estrellas, que, para las culturas primitivas, representaban el reflejo de algún conocimiento de tipo literario o mitológico, dando nombres que reflejaban esos mitos. Estas constelaciones variaban según la cultura; así, donde unos veían una osa, otros veían un cazo, otros un arado, un carro, una jirafa… Naturalmente, ninguna de esas figuras tiene realidad física alguna. Las constelaciones son tan arbitrarias como el querer ver caras en las nubes, o en las arrugas de un árbol o de una roca.

Este mismo modo mitológico de interpretar la Naturaleza, llevado a todo el Universo, da lugar a interpretaciones como la de la India: la Tierra es una placa plana con montañas, que está soportada por elefantes gigantescos, que, a su vez, se apoyan en una tortuga enorme, que está nadando en un océano que lo envuelve todo. Algo parecido, sin los animales mitológicos, encontramos en las culturas del cercano Oriente, en Egipto, Mesopotamia y pueblos limítrofes: la Tierra aparece también como una placa plana que debe tener montañas enormes que sirven de apoyo a la bóveda celeste, y se supone que hay agua por encima, puesto que llueve, y por debajo, porque se hacen pozos y se encuentra agua. También encontramos esta interpretación en la Biblia: al hablar del Diluvio Universal, se dice que se rompieron los depósitos del abismo y se abrieron las cataratas del cielo (Gén. 7, 11).

Todo esto es común, pues, en todas las culturas: una interpretación un tanto primitiva del Universo, aun sin caracteres mitológicos, en que la Tierra es plana y el firmamento es una bóveda con estrellas engastadas, que gira una vez al día.

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