ABBA MONTAÑA 4 (PARTE III).

Continuación de Abba Montaña 4 (Parte II).

Por Silvio Pereira.

Y Abba Montaña volvió con el tiempo.
Lo encontró recogido en la caverna,
enteramente quieto y silencioso,
con su mirada desde la oscuridad clavada
en la serena luminosidad del cielo.
Lo llamó paternalmente;
primero le mostró el precipicio allá abajo
y luego le hizo voltear ciento ochenta grados
para que al levantar su mirada hacia arriba
descubriera imponente y próxima la cumbre.
-Ahora sube.
-Pero Abba, es casi una pared vertical.
Ciertamente el ascenso era de gran peligro.
-Sé uno con la Roca.
El discípulo pegó su cara y su pecho al macizo,
sus manos y sus pies se hundieron en las grietas,
y dando la espalda al precipicio
comenzó a ascender sufridamente.

Tercera ola o inmersión en un silencio total

Agonías y Muertes de Amor. «¿A qué, Señor, me has traído aquí? Aquí has venido, hijo mío, a perder todas las cosas». Perderlo todo.

Y aquí, al final de tantas purificaciones, me parece estar en el mismo punto inicial aunque en otro nivel de profundidad. Me explico.

Sin duda identifico aquel retiro espiritual durante el Triduo Pascual, cuando contaba aún dieciocho años, como el punto de partida de mi camino espiritual. Hasta allí la catequesis para los sacramentos y un paso inestable por la vida parroquial. Pero aquel Viernes Santo, donde seguramente se nos ha anunciado a los ejercitantes el Misterio de la Pasión en Cruz del Señor, fue inadvertidamente crucial. En un momento de oración, con imágenes y canciones, cuando todos alrededor mío lloraban emocionados por la entrega de Jesús; yo simplemente me sentí vacío, reseco y frío. Debo haberle dicho a Dios algo que ahora expresaría así: «No tengo lágrimas de amor para ofrecerte. Solo sé que no me encuentro a mí mismo en el camino de la vida, estoy perdido y sin saber qué hacer. Solo puedo ofrecerte mi capitulación. Me has vencido. Yo no sé, solo Tú sabes. Hazte cargo de mí».

Aquella bendita claudicación abrió el tiempo de una profunda conversión. Estaba realmente yo como barro en manos del Alfarero.

Ahora, casi treinta y cinco años después, el camino de purificación me ha traído al mismo punto que quizás nunca he abandonado, pues solo he caminado en espiral. Perder todas las cosas.

Si la primera ola traía oscurecimiento creciente con su apatía de mundo en Fe y la segunda con sus excavaciones y desgarros daba una inocente desnudez pacificadora en Esperanza, esta tercera ola habrá de concluir todo el proceso consolidando una simple y verdadera Caridad.

Este momento purgativo es como estar en el Sepulcro, en el Santo Sepulcro con Él. El alma como encerrada allí por Gracia no escucha más que silencio y no ve más que oscuridad. Todo se ha perdido. Adentrarse en la Muerte del Señor, «ser sepultados con Él para resurgir con Él», renovar místicamente el Misterio del personal Bautismo en la Pascua de Cristo. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, aquí estoy para perder todas las cosas y abandonarme entre tus manos sin reserva». El incremento de la Caridad hacia Dios ha llegado al punto de que el alma postrada, en santa capitulación de amor, se deje vencer definitivamente por un tal Amor y no viva ya más que unida a Él.

Pero esta tercera purgación también acaece porque ha escalado el mal en su embate y son estos tiempos de vérselas con el Enemigo como cara a cara. Inenarrable experiencia de que el otro, el Adversario, furioso como león rugiente se abalance sobre la pequeñez del contemplador para intentar devorarlo. Nada le violenta más al innombrable que la santidad y no puede soportar en modo alguno un alma que en Gracia se va purificando para abrazar enamorada la Cruz. Por eso cuanto se ha vivido como diversas formas de tentación queda atrás, y él también se revela, muestra su horripilante rostro y ataca violenta y descaradamente, diría de modo directo y sin esconderse.

Entonces no hay nada más por hacer que pronunciar el nombre de Jesucristo Señor. Nada más por hacer que confiarse al Padre. Nada más por hacer que invocar al Espíritu. Porque Dios mismo sale en defensa de sus hijos y no permite que los justos sean abatidos. La Caridad ha crecido hasta el punto de ya no ser vencida por el mal, de ya no ser quitada ni desviada el alma de su Dios.

Y aquí el paso final. En arrebato de locura furiosa el Adversario quiere lanzarse contra los hermanos, vengarse en aquellos que pueda vencer. Más el contemplador también ha madurado en Caridad fraterna hacia sus hermanos los hombres, y descubre que puede y ya quiere inmolarse con Él por la salvación del mundo. Misteriosamente participa ya de algún modo de su vocación expiatoria. Se ofrece a sí mismo porque está unido al Cristo que es Cordero de Dios y Sacrificio de agradable aroma. Aunque no sepa bien cómo Dios hará fructificar su entrega se hace disponible: «Padre Santo, unido a tu Hijo, te suplico permitas se descarguen también sobre mí las dolencias y penas, las cadenas que aprisionan y las heridas que laceran. Aquí también estoy en tu Amor, solo por tu Amor, para la liberación y redención de mis hermanos».

Ya no diré más. Un amor crecido combate el mal viviendo el sacrificio. La Cruz no es un mal momento por superar, un trago amargo que pasar. La Cruz lo es todo. No se puede vencer al mal sin ser crucificado. La Cruz permanece porque es el Amor.

Postración con los brazos en cruz y el rostro en tierra. Quien ha perdido todas las cosas, quien lo ha entregado todo, ya no puede ser vencido. Podrá permanecer en serena Caridad.

ABBA MONTAÑA 4 (PARTE III). Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

2 Comentarios

  1. Querido hermano, luego de leer y detenerme en el discernimiento profundo. encuentro las respuestas y el sentido del significado de la cruz y del amor de Jesus. Nada hemos de lograr si pretendemos mantener lo mundano antes que al renunciamiento y carguemos nuestra cruz. Jesus es el unico camino y la subida de la montaña es duro y cargado de tentaciones. pero tenemos las mejores armas para luchar. son ellas el amor, la fe, la caridad, el ayuno y la oracion diaria y permanente. De esta manera abremos eliminado el miedo que paraliza y nos condena a la oscuridad y la muerte. Vivir en Cristo Jesus es el maravilloso camino de la salvacion. Es dura la trepada pero si tenemos el corazon abierto al Señor siempre sera posible y maravilloso. Que la paz del Señor y el Espiritu Santo esten con vos siempre.

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