ABBA MONTAÑA 1.

Por Silvio Pereira.

Le dijo el discípulo:
-Abba Montaña, es tan largo e intrincado
este camino de subida
que me parece se me irá en él la vida;
no sé si me será posible un tal ascenso.
Se le respondió tranquilamente:
-Solo no le quites la mirada a la cima
que atrae con fuerza irresistible.

La vida contemplativa claramente es un camino de ascenso. De hecho son numerosas las obras espirituales bajo el leimotiv del ascenso al monte. Frente a cualquier macizo rocoso supongo, que la experiencia común humana, es tanto la curiosidad y fascinación que provoca hacer cumbre como la percepción de lo esforzada y peligrosa que será la subida. ¿Qué pesará más: el deseo por la gloria o el desaliento por el sacrificio?

No sé si estamos acostumbrados a ascender. Dudo de que vivamos en una cultura verdaderamente aspiracional. Al menos los ejemplos más habituales de encumbramiento personal o comunitario suelen girar en torno a valores materiales y la obtención de centralidad, fama y poder. Se trata de una subida a la cúspide del narcisismo, la dinámica de un egocentrismo profundamente avaro. Y esa subida al éxito mundano —que seguramente tendrá también su precio a pagar— parece un sendero tan plagado de violencia, mentira e injusticia. Paradójicamente quien termina en lo más alto, al mismo tiempo desciende a las regiones inferiores perdiendo en aquella empresa gran parte de su humanidad. Mas bien parece que sube a sus infiernos.

Por otro lado también vivimos una cultura del conformismo y la comodidad. Los procesos de crecimiento y maduración parecen ralentizados y con techos cada vez menos elevados. Se nivela o promedia para abajo y la gente se acostumbra a esa zona de confort donde subsiste con bastante frivolidad sin darse cuenta que esa forma de sobrevivencia pondrá en riesgo toda su existencia. Vuelos cortos y al ras del suelo, nada de desplegar alas y alcanzar las alturas. El espíritu de los hombres parece encadenado a un sinfín de espejismos y esclavitudes de las cuales o no tiene conciencia o la tiene anestesiada.

Justamente una de las clásicas distinciones sobre la Gracia de Dios desde el punto de vista de su efecto salvífico y santificante, nos enseñaba que la Gracia interna es sanante y elevante. Dios que nos ama, justamente porque nos ama, no nos deja iguales. Repara la naturaleza humana debilitada por el pecado pero también la eleva a la participación de la Vida Divina. Y sin embargo cuán demorados parecen tantos cristianos en su proceso de maduración discipular.

A veces decimos metafóricamente que siendo adultos aún siguen viviendo la fe con su «traje o vestido de primera Comunión». ¡Cuántos adultos he encontrado rezando por ejemplo como niños: un Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria por la noche antes de acostarse a dormir! Tal evidencia de desnutrición espiritual me golpea y moviliza.

Las razones de una extensa chatura del cristianismo contemporáneo son varias y no es el momento de tratarlas. Pero claramente el demonio de la mediocridad —la más peligrosa de las tentaciones— nos ha infestado masivamente. La más peligrosa porque nos convence que no estamos tan bien pero tampoco tan mal y que en definitiva la mayoría está como nosotros. Así engendra la autojustificación y la complicidad solidaria en el estancamiento. Nos detiene y ya no caminamos.

Y por supuesto que habrá pecados eclesiales por purgar, sobre todo la insignificante prédica y educación sobre la vocación a la santidad como la pérdida del horizonte escatológico. Ha ganado espacio un buenismo pastoral de falsa y demoníaca misericordia, que hace lo contrario a la obra de Dios: nos contiene y convalida pero nos deja iguales, inmersos en el pus de nuestras heridas y enlodados hasta el cuello en el pecado. Así también una falsa evangelización que a fuer de diálogo con el mundo y de pretendida actualización eclesial para estar más adaptados a los tiempos que corren, termina provocando no la apertura del mundo a Dios, sino la cerrazón de la Iglesia a la Verdad revelada por Dios y una entrega idolátrica al mundo. Una fe que no aspira a la Gloria del Cielo por la vía de la santidad termina inmanentizada y mundanizada sin trascendencia ni identidad. Así a expensas del relativismo tarde o temprano será descimentada.

La vida contemplativa es para la unión con Dios y esto supone un largo camino de ascenso en el Espíritu. No se podrá hacer este trayecto sin la mirada puesta en el Amor de Dios que convoca, seduce y atrae, que enlaza y cautiva en Amor. Pero para ello es necesario dejar de mirarse a sí mismo y renunciar a las fatídicas elevaciones que nos propone el mundo y que nos estrellarán en el abismo del vacío. Para ello es necesario aceptar la noche de la purificación que nos sane de raíz. Para ello debe amanecer la Cruz que pone incandescente la belleza de la entrega de la propia vida.

¿Quién quiere subir conmigo?

ABBA MONTAÑA 1. Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

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