IGLESIA, ¿QUÉ TE ESPERA EN TU FUTURO? (5). A los ministros ordenados se les pedirá más

Por Silvio Pereira.

A los ministros ordenados se les pedirá más

Al continuar desarrollando el tiempo de discernimiento que se impondrá en la Iglesia –si queremos realmente volver saludablemente al camino– toca ahora posar la mirada sobre el desempeño de los ministros ordenados. He elegido un criterio propio de Jesús cuando apercibe a los Apóstoles. A quien mucho se le dio mucho se le pedirá (cf. Lc 12, 41-48). Sobre el administrador fiel y prudente según el v. 48 a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más”.

Los ministros ordenados sobre todo tendrán pues que dar cuenta de su desempeño. A los ministros ordenados se les pedirá más. Permítanme no seguir el orden jerárquico sino otro tipo de orden en la presentación.

Los diáconos permanentes: ¿súper-laicos o infra-ministros?

Los Diáconos Permanentes –pues es ínfimo el número de célibes en este cuerpo– sabemos que viven ese delicado equilibrio entre dos vocaciones: la laical-matrimonial-familiar y la ministerial. Yo siempre he expresado que me parecía muy difícil lograr esa síntesis que exige tan peculiar vocación. Durante una década he ejercido el oficio de formador de los candidatos a la misma. En el refranero popular eclesial suele decirse que los Diáconos Permanentes no son «ni laicos de primera (súper-laicos) ni curas de segunda (infra-ministros)». De hecho a menudo he encontrado ardua la tarea de formar la mentalidad propia de un ministro de la Iglesia en los candidatos. Un sacerdote de mi Diócesis se quejaba siempre de que no adquirían ‘hábitos clericales’ a lo cual le sugería ‘hábitos ministeriales’, más correctamente.

Ahora bien, frente a la crisis del covid-19 los Diáconos Permanentes han sido invitados en los comunicados episcopales que he visto a ofrecer la Liturgia de las Horas por todos y a poco más cargas ministeriales. ¿Será verdad entonces que son apenas súper-laicos e infra-ministros? Y me he preguntado si no son también ellos ministros del altar, al menos configurados a Cristo Servidor y con un ejercicio propio de su vocación en la liturgia de la Misa. ¿A los Presbíteros se les pide celebrar la Misa diaria y a los Diáconos se los exceptúa junto al resto del pueblo del precepto dominical? Algo no suena afinado aquí.

Tal vez cuestiones prácticas del rigor de la cuarentena y de la condescendencia episcopal los han liberado del ejercicio completo del triple munus según la índole propia del primer grado del Orden. La caridad hacia los pobres y el servicio de la Palabra no han sido especificados como ejercicio ministerial adaptado al tiempo de la pandemia. En consecuencia los Diáconos Permanentes, si por motivación propia no han buscado algo más, parecen haber quedado subsumidos a la realidad laical. Su ministerio propio parece oculto, escasamente visibilizado o necesario. Creo que quizás esta situación les ayude a discernir su realidad vocacional, pues a los ministros ordenados se les pedirá más. Pero claramente corresponde a los Obispos, para cuyo servicio los Diáconos son ordenados, la mayor responsabilidad.

Los Obispos: ¿pastores o funcionarios?

Los Obispos son quienes más han recibido y a quiénes más se les pedirá. Con espíritu filial y respeto obediencial hablo de ellos. Rescato que las Conferencias Episcopales parecen haberse mostrado en unidad. Desconozco si al interior del cuerpo ha habido disensiones y voces a contracorriente. Tal vez desde la Santa Sede se ha comunicado una línea de comportamiento global. El alineamiento con los Gobiernos civiles se ha percibido como masivo y rápido. No sé si esa unidad es verdaderamente tanto una virtud fraterna (ad intra) y una virtud social (ad extra) o simplemente expresa el temor corporativo a tomar responsabilidades prefiriendo delegarlas en el Estado. Sinceramente lo desconozco.

Por de pronto creo que los comunicados episcopales acerca de la no participación de fieles en la Misa como la suspensión de otras celebraciones sacramentales (Bautismo y Matrimonio) ha tenido un estilo más asimilable al género literario de los funcionarios que de los padres y pastores. No pienso que haya habido mala intención. Hay un peso de uso y costumbre muy grande e histórico sobre la comunicación eclesial que la hace aproximarse siempre al lenguaje magisterial o disciplinar con su inercia propia hacia lo legislativo. Pero los Obispos pueden quedar visibilizados apenas como quienes comunican normas a los súbditos o tramitan protocolos ante el Estado.

Tal vez la memoria guarde que la primera reacción pública ha sido plegarse y adherirse a la corriente quizás con poca mirada profética, esa mirada capaz de penetrar la realidad e ir más allá de lo inmediato. Probablemente han sido impactados por una realidad que como a todos los sorprendió y superó. Pero sinceramente uno recuerda y extraña esos Obispos de antaño que estaban claramente por encima de la media, que solían otear largamente el horizonte y que descubrían caminos delante de nuestros ojos que la mayoría no veíamos.

Cierto es que a la hora de extenderse el confinamiento han realizado intentos para recuperar la ‘sacramentalidad suspendida’ ofreciendo protocolos –que podrían haberse expuesto desde el comienzo- y que se han encontrado con tajantes y rápidos rechazos de la autoridad civil. Veremos cómo se comportan cuando los Gobiernos vayan dejando para el final, hacia las últimas aperturas, la reinstalación del culto con participación de fieles. Probablemente su magisterio quede lastimado en credibilidad, pues lo que hasta hace poco sostenían como fundamental de pronto lo han suspendido sin gradualidad por causas extraordinarias y cuando la ‘nueva normalidad’ retorne tendrán que motivar a volver a fieles remisos que no entenderán porque no pueden continuar viviendo la fe según las nuevas facilidades extendidas durante la pandemia. En menudo lío se han metido creo nuestros queridos Obispos. Porque si a todos los ministros ordenados se les pedirá más, a ellos, a quienes más.

Supongo que en su propio proceso de fe los Obispos van advirtiendo el peso y la gravedad de la suspensión de la gracia sacramental por un tiempo que se va alargando y se perfila indeterminado. No habrá sido inocua la falta de celebración de la Semana Santa y de la cincuentena pascual en el Pueblo de Dios. Cavilarán espero sobre los peligros a que han sido expuestos los fieles y sobre los daños inevitables que habrá que asumir y subsanar en la Iglesia. Si han cometido un error de lectura frente a una medida extraordinaria, no ponderando responsablemente su profundidad y alcance, será para ellos un tema de conciencia frente a Dios. Mirando solo desde lejos, no quisiera estar en su lugar, pues yo ya me siento temblar.

Los presbíteros: ¿atrincherados o en deserción?

Los Presbíteros han sido dejados para el final pues creo que son quienes han tenido y aprovechado una verdadera y concreta posibilidad de visibilización positiva. No todos claramente y siempre en correspondencia con su generosidad y lucidez espiritual. Junto al resto de los ministros ordenados, se les pedirá más. Muchos de ellos tienen como tantas personas factores de riesgo frente al virus mas no todos ofrecen la misma respuesta a la situación.

La gran mayoría han reaccionado rápidamente y con mucha creatividad encontrando otras formas de conectar con sus fieles para sostenerlos y animarlos en su fe durante el tiempo de la cuarentena. Aunque la mera virtualidad parece insuficiente –desencarnada– y puede tentar a desarrollar narcisismos escénicos.

Seguramente son los Capellanes de centros de salud quienes en la primera línea de acción expresan un testimonio concretísimo e inestimable. No son pocos los que han dejado la vida en el servicio ya lo sabemos.

Los Párrocos y Vicarios Parroquiales –sobre todo quienes viven insertos en las barriadas populares con mayor pobreza estructural– también han podido ofrecer una concretez evangélica en la medida que han logrado mantener los templos abiertos y accesibles, haciendo guardia para atender a los peregrinos que lo requieran. Porque algunos visitantes incluso buscan algún sacramento como la Reconciliación o la Unción de los Enfermos o simplemente un espacio de alivio, de escucha y de discernimiento.

Tal vez han ofrecido los Presbíteros la Comunión Eucarística según el rito previsto fuera de la Misa. Y han extendido esta presencia de Jesús Buen Pastor en su disponibilidad para atender a los enfermos desplazándose a los domicilios y oficiando responsos en tiempos de duelos tan traumáticos.

En la actividad caritativa tanto han recibido a los pobres (los de siempre y los nuevos) que solicitan alimentos y una palabra de consuelo como se han acercado a comedores o espacios barriales donde se nuclea la ayuda. En esta tarea han tenido la alegría de algunos pocos laicos que voluntariamente se han sumado al servicio y la generosidad de toda la comunidad cristiana al compartir sus bienes.

Diríamos que algunos presbíteros han permanecido como buenos soldados en la trinchera, defendiendo la posición para que no avance el Enemigo e incursionando en el campo de batalla para rescatar heridos o para dar estratégicos golpes de Gracia en la refriega. A veces cuando los generales huyen terminan forjando héroes.

Ciertamente no todas son luces y también me han llegado comentarios de parroquias ‘clausuradas y cerradas’ o ‘bloqueadas con barricadas simbólicas’ a los fieles. Algunos laicos lanzados a emprendimientos solidarios y a dar respuesta a los pobres y sufrientes se quejan con dolor de la ausencia de sus sacerdotes junto a ellos. Algunos laicos se sorprenden del miedo, angustia o depresión que experimentan quienes están a cargo de la cura de almas. A veces tras la prudencia parece percibirse un tufillo de deserción frente a la batalla.

Los Presbíteros pues han tenido –si la tomaron– la oportunidad providencial de revertir gran parte de la imagen negativa que pesaba sobre todo el cuerpo a consecuencia de los gravísimos pecados de algunos pocos. Han podido mostrar que la Iglesia en sus pastores ‘más cotidianos’, los de la ‘trinchera diaria’, está presente junto a su pueblo sin abandonarlo. Presente para quienes están confinados en sus casas, presente para quienes en primera línea se exponen a riesgos en tareas esenciales o voluntariados y presente para los más pobres y sufrientes que viven por su misma condición siempre fuera de las fronteras protegidas que no se erigen claramente para todos.

Tú pelea el buen combate

Pienso que los ministros ordenados debemos volver a escuchar aquellos consejos pastorales de San Pablo a quienes hemos recibido el don por la imposición de las manos.

Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos. (1 Tim 6,12)

Esta es la recomendación, hijo mío Timoteo, que yo te hago, de acuerdo con las profecías pronunciadas sobre ti anteriormente. Combate, penetrado de ellas, el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta… (1 Tim 1,18-19)

Tú, pues, hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. (2 Tim 2,1-3)

Quedará pues discernir nuestro desempeño en la pandemia en base a estos criterios. ¿Vivimos nuestro ministerio para conquistar la Vida Eterna que es nuestra vocación? ¿Vivimos la fe como el buen combate para alcanzar el premio de la Gloria? ¿Hemos dado pelea para conservar nuestra fe y una conciencia recta?

Pero sobre todo y esto es más grave ¿qué hemos hecho por la fe de quienes se nos ha confiado? ¿Hemos dado testimonio de buenos soldados de Cristo Jesús y edificado al pueblo fiel incitándolo a abrazar la Cruz con un amor capaz de servir y entregar la vida en medio de la crisis?

Esta ‘pascua de la pandemia’ ha medido la estatura de los ministros ordenados de la Iglesia. Seguramente todos necesitaremos humildemente pasar por el confesionario. Porque a nosotros más que a nadie se nos pedirá cuenta. Temblemos todos porque a nosotros que se nos ha dado más también se nos pedirá más.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

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