DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (22)

Por Silvio Pereira.

22. Una caridad sin fingimiento

Con exquisita delicadeza, admiradísimo San Pablo, nos describes el ejercicio de la Caridad cristiana en plan de alcanzar una madura santidad.

La caridad de ustedes sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndose al bien; amándose cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor… Rom 12,9-11

La caridad de ustedes sea sin fingimiento. Porque verdaderamente es tan bello y luminoso un ambiente cristiano donde los hermanos se aman de verdad, con simplicidad y transparencia. Lamentablemente no siempre experimentamos así el clima de nuestras comunidades. Aún no liberados totalmente del pecado y con nuestra naturaleza inmadura y lastimada, solemos dar lugar a los acomplejamientos y sospechas, engendrando desconfianza y competitividad, un juego retorcido de impostaciones y máscaras, recelos y temores y quien sabe qué más; la enumeración es tediosa de elencar. La comunidad cristiana requiere pues siempre de una gran dosis de purificación de aspectos personales y revisión de prácticas y dinamismos que se nos instalan. La corrección fraterna se torna tan necesaria como esquivada, justamente cuando la caridad tiene sesgos de fingimiento y la libertad para la interrelación se encuentra condicionada, tensa y enredada. Detestando el mal, adhiriéndose al bien. Principio clásico de la vida moral y regla de oro de su discernimiento —enseñado por la Escritura— y ahora aplicado a la vida común. Amarse sin fingimiento y, por tanto sin renuncias acomodaticias, o sea sin concesiones impropias a una mentalidad empecatada y dominada por los falsos respetos humanos de este mundo, será simplemente ayudarnos mutuamente a salir del mal y perseverar en el bien. La Caridad sin fingimientos, la Caridad de Dios reinando entre los cristianos, significa amarnos para la santidad, buscando que el hermano sea santo, ayudándonos mutuamente a permanecer en santidad.

Amándose cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros. Este amor cordial, que involucra el corazón como ese centro espiritual profundo donde Dios se manifiesta y transforma a la persona desde dentro, se verifica en la inclinación a poner a los demás por encima de nosotros mismos. Es la Caridad de Cristo que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos. Caridad de Cristo revelada en plenitud en la Cruz y anticipada de tantas formas como en la parábola del buen samaritano y en los gestos de la última cena, el lavatorio de los pies y claro en la institución de la Eucaristía. Así el mismo Apóstol lo indica en Filipenses 2,5 introduciendo famoso himno: Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

Con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor. Apasionados en el amor fraterno, sirviendo al Señor Jesucristo en los hermanos para que su persona crezca más y más en ellos, cuidándolos con solicitud para que permaneciendo en la Caridad de Dios vivan santamente. Así podríamos quizás traducirlo. ¡Qué paraíso una comunidad cristiana que alcance semejante estatura en Gracia!

Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Rom 12,12-13

¡Cuán magistralmente presentas los frutos de esta comunidad cristiana —auténticamente fraterna— que practica una Caridad sin fingimientos según Dios! En medio del mundo de los hombres resplandece tan serenamente madura y libre. Persevera alegre y llena de esperanza porque sabe de Quien le viene la Vida, de Quien la recibe y Quien se la asegura. Fundada y cimentada en Cristo persevera en las tribulaciones con el buen temple de esa fe informada por el amor que engendra la esperanza. Pero este buen ánimo lo ejercita en la oración constante, en el permanente ofrecerse a sí misma y todo cuanto es y transita, abandonándose entre las manos del buen Dios y Padre. Así florece compartiendo las vicisitudes de los santos y siendo regazo hospitalario para cuantos lo requieran.

Bendigan a quienes los persiguen, no maldigan. Alégrense con los que se alegran; lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros; sin complacerse en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no se complazcan en su propia sabiduría. Rom 12,14-16

De este modo la comunidad cristiana, desde el Señor y bajo su impronta, es fuente de bendición para todos, incluso para quienes traman daños en su contra. Claramente presumimos aquí la identificación con su Maestro que la guía por los senderos que conducen a la Cruz y que desde el comienzo de su ministerio público les ha exhortado: Bienaventurados ustedes cuando los persigan e injurien a causa de mi Nombre. Esta fraternidad verdaderamente caritativa sintoniza con sus interlocutores y su situación vital: llora con los que lloran y se alegra con los que ríen, canta con los que festejan y hace duelo con los sufridos, anhela con los que buscan y alaba a Dios con quienes encuentran. La caridad de Cristo reina en el temple comunitario y le inspira en el trato con sus contemporáneos. Se cumple pues la vocación de la Iglesia como mediación de la presencia fiel del Señor Jesús, continuidad de su mirada compasiva y de sus manos sanadoras en medio del mundo de los hombres.

Atraídos por lo humilde. Esta clave fundamental no solo ad intra es humos de comunión y de sinergia, sino que ad extra garantiza la rectitud de un servicio y misión sellados por la gratuidad. Porque si podemos afirmar de la virtud de la humildad que cuida la puerta como fiel guardiana de la casa del alma y que un sano crecimiento en la vida espiritual no puede realizarse sino de su mano, ¡cuánto más debemos desear y cuidar que en las puertas de la Iglesia de Dios la humildad reine y custodie la casa!

Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres: en lo posible, y en cuanto de ustedes dependa, en paz con todos los hombres; no tomando la justicia por cuenta suya, queridos míos, dejen lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido, dice el Señor. Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien. Rom 12,17-21

No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien. Una comunidad cristiana pacífica —que no ingenua o débil—, sino robusta en la Caridad. Pues la Iglesia es llamada a un adulto realismo: hará el bien a todos en cuanto de ella dependa, sabiendo que ese bien puede ser ignorado o rechazado, o que pueden devolverle injusticia a cambio de su amor. No se desanimará ni se degradará rebajándose a pagar con la misma moneda. Dios es Justo y el juicio está en su mano y allí debe quedarse, en el ámbito de su Voluntad y Sabiduría. El Dios Santo y Misericordioso es el mismo Dios del Juicio y la Retribución. Por tanto a tus enemigos hazles el bien a cambio del mal y en todo caso tu Caridad dará testimonio frente a Dios del desvío de sus corazones. No te amargues ni que su agresión confunda tu mente y descarrile tu corazón. Por la Caridad ejercida en la animosidad contra ti invítalos al arrepentimiento y la penitencia y si se convierten al Señor habrás ganado hermanos. Sino al menos no te habrás perdido a ti misma y quedarás en paz dejando todo Juicio a tu Dios.

Una caridad sin fingimiento. Ha sido el latiguillo constante que nos ha animado durante esta meditación. Roguemos al Espíritu Santo que derrame abundantemente la Caridad de Dios en su Iglesia. Que nuestras comunidades cristianas vivan en constante conversión al Amor de Dios, para vivirlo y testimoniarlo con alegría y paz, en todos los caminos del mundo y sobre todo en las alturas de la Cruz.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro . Su perfil en Facebook es Pbro Silvio Dante Pereira Carro.

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (22).

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