SOY SACERDOTE Y TENGO COVID-19
La incertidumbre del primer momento de no saber si tenía el virus o no, daba vueltas por mi mente todo el tiempo.
Después de que el test me diera positivo, me cayó “como un baldazo de agua fría”. ¡Cuánto me costó recuperar la paz y la calma!… Apenas podía rezar, y aunque oraba con fe, las fuerzas espirituales no me alcanzaban y me sentía desfallecer física y moralmente.
Aislado en estas cuatro paredes, en esta institución, en esta casa, mi mente se hace mil preguntas. La única respuesta que “saco en limpio” es que no puedo sentirme más cerca de la humanidad toda, que está pasando por esta pandemia en el universo entero.
Si quiero, como sacerdote asemejarme a Cristo-Sacerdote, que se hizo igual en todo a nosotros menos en el pecado, no tengo mejor oportunidad que ésta de sentirme igual, “igualado” a tantos hermanos que reciben estos diagnósticos y tienen que transcurrir la tan dolorosa y penosa enfermedad.
Ser uno con el pueblo de Dios, desde el pueblo y para el mismo, sufriendo sus enfermedades, y con la especificidad de ofrecerme y ofrecer como ministro ordenado, ¿no es un regalo de Jesús para aunarme más a mis hermanos? ¿Para santificarme, para purificarme y sentir el consuelo incondicional de la Madre?
Siempre había cuestionado internamente el nombre de la enfermedad: “corona-virus”. Si bien es un nombre propio, me resistía a darle “una corona” interna a algo que produce daño, enfermedad y muerte al ser humano, incluso no lo quería llamar así en voz alta; en consecuencia, cuando me tenía que referir a la enfermedad, le decía simplemente “el virus”; no el “corona-virus”. Además, teniendo en cuenta la tradición bíblica, el nombre no es algo vano, secundario, inocuo; no, precisamente en el nombre está “la misión”.
Considerando esto, quería y quiero entregarle solamente “la Corona” a mi Rey y mi Reina y Madre, que como dice santa Teresita es “más Madre que Reina”, por su corazón volcado totalmente a su hijo predilecto sacerdote. A Jesús y a María le pertenecen las coronas en el Cielo y en la tierra. A Ellos solamente los he coronado en mi corazón; no a un virus.
Meditemos
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: `Jesucristo es el Señor’ (Flp 2, 9-11).
A él le confío mi enfermedad y mi recuperación.
Oración
Jesús, Médico, Redentor y Salvador del género humano, te confío mis dolores corporales y espirituales, mi fiebre, mi pérdida del sentido del olfato y del gusto, mis problemas pulmonares, todo mi ser.
Dame la paz, la bendición y la liberación. Te ofrezco mi sacerdocio, mis manos consagradas, que cada una de ellas sean cáliz y patena, y si por ahora no pueblo celebrar la Santa Misa, mi Misa sea mi cuerpo, altar y ofrenda, por mí y la humanidad entera. Acepta mi ofrenda, Señor. Confío en Ti.
María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros.
El padre Alejandro Antonio Zelaya es miembro del Equipo de Formación Permanente del Clero de la diócesis de Avellaneda-Lanús.