Por Silvio Pereira. ¿Siempre la vocación a la Cruz?
¿Cómo ejercer el sacerdocio ministerial en tiempos del covid-19?
Parto de mi experiencia pastoral concreta y de los cuestionamientos que me hago. Confieso que como sacerdote me parece contradictorio y absurdo decirle a alguien que no lo admito a la celebración de los sacramentos cuando me lo está pidiendo. ¿Qué clase de sacerdote soy que niego mi sacerdocio –que no es mío sino de Cristo en mí para su Pueblo- a quien lo reclama? ¿Debo dejar de hacer el bien en este ‘sábado humano’, Señor? ¿Debo pues celebrar ‘clandestinamente’? ¿Las otras ‘ovejas’ no pensarán que es peligrosa, fanática, orgullosa e irresponsable la praxis desobediente del pastor? Hay santas obediencias, pero ¿a veces es posible que también haya santas rebeldías?
‘Por suerte’ son escasos los cristianos que me solicitan los sacramentos por estos días. ¿Por suerte? Insisto en que son pocos, pero existen fieles que solicitan la gracia sacramental. Y cuando piden ponderada y rectamente sé como sacerdote que debo darle una respuesta personal a Dios. Sé que debo mantenerme fiel en cuanto discierna para no caer también en la apostasía silenciosa.
Porque heridos los pastores se dispersan los rebaños.
Creo también como pastor que el ‘quedarse en casa’ habrá que evaluarlo al final de la crisis. Puede ser una óptima oportunidad para volver a la oración y a la Palabra de Dios pero no soy ingenuo. Puede ser una excelente ocasión para redescubrir a la familia como ‘iglesia doméstica’ pero, insisto, no soy ingenuo. Aunque los presbíteros nos estamos esforzando mucho en ser creativos y los mismos consagrados y laicos se apoyan con diversos subsidios digitales la realidad no se puede esconder. Quien venía ya ‘entrenado’ podrá correr bien la desafiante carrera. Mas quien parte de la ‘falta de ejercicio’ tendrá dificultades. La gracia del Señor es poderosa y Dios puede lo imposible para nosotros, es cierto. Pero no hay que olvidar que nuestras ‘disposiciones’ también cuentan.
La fe vivida en cuarentena puede hacernos redescubrir y valorar dimensiones fundamentales escasamente trabajadas hasta ahora: la oración personal y la escucha de la Palabra. Pero también podría conducirnos a la misma dinámica de la Reforma de Lutero. La catolicidad requiere otros elementos como la sacramentalidad y el concreto ejercicio del ministerio ordenado. La evangelización digital online puede ser de mucha creatividad y de gran alcance y penetración. Pero también puede terminar fomentando cierto ‘delivery religioso’ o algún ‘espiritualismo desencarnado’. El tiempo y nuestra actitud darán un veredicto.
¿Una nueva Iglesia está naciendo?
¿Esta crisis por la pandemia nos permitirá vislumbrar alguna respuesta a esta pregunta que nos veníamos haciendo en el cambio epocal? Claro, la misma Iglesia de siempre, la de Jesucristo ¿pero nueva en su lenguaje, método y ardor?, ¿pero nueva en qué? No lo
sabemos. Yo solo sé que la Eucaristía expresará siempre el quicio de la Cruz. Y en mi óptica sacerdotal –no podría ser de otra manera– estoy convencido de que un largo tiempo de ausencia del sacramento no será inocuo, traerá daños a la fe. Sin Eucaristía, memorial de la Pascua, memorial del Sacrificio Redentor y memorial de la vocación del discípulo en el Maestro a celebrar la entrega de la vida como camino… ¿qué podrá nacer de nuevo?
El pueblo fiel no parece por lo pronto extrañar tanto el templo como ‘lugar teologal’ donde se encarna la fe de una comunidad. Hay un cierto ‘individualismo y privatización’ de la fe que subyacía ya en nuestras celebraciones litúrgicas y ahora se hace más evidente. Suelo enseñar que la tentación más hábil y letal del Maligno es la ‘mediocridad. Nos engaña haciéndonos creer que no estamos tan bien ni tan mal, que somos del montón y que la santidad no es para nosotros. Nos deja a medias. Justamente la naturalización de ese ‘a medias’ siempre es el punto de partida de una declinante apostasía silenciosa.
¿Qué puedo hacer entonces en este contexto para mantener viva la presencia de la fe cristiana, inquietante para el mundo, porque se diferencia de él y de su mentalidad? ¿Qué debo caminar para ser en el mundo discípulo de Jesús, configurado a Él y unido a su Corazón? En definitiva, en cuanto sacerdote ¿cómo celebrar la vida y la crisis ‘en persona de Cristo Cabeza’? Por eso como sacerdote hoy no puedo sino seguir viviendo cristianamente sin mengua y si es el tiempo, enfermar y morir cristianamente también, enseñando por el testimonio de la vida el seguimiento de Jesús. No me está permitido paralizar, ni suspender o posponer el Evangelio. Ser
sacerdote hoy no es cuidar mi vida replegándome sino cuidar la vida de los demás entregando mi vida propia en la expansión amorosa de un servicio que expresa el rescate obrado por Dios. Para ser sacerdote hoy –como siempre– la clave central es la donación, la ofrenda, el sacrificio.
Como sacerdote hoy no puedo dejar de velar por la paz social y ocuparme caritativamente de los más débiles y desprotegidos aun corriendo riesgos. Es mi razón de ser luchar contra el mal exorcizando los demonios del miedo y la angustia, de la mezquindad y del distanciamiento del prójimo sospechado por peligroso. Ser sacerdote hoy no es encerrarme en mi casa sino abrir mi casa para que todo peregrino halle cobijo y consuelo, la cálida fraternidad de otro débil que anuncia que sólo somos fuertes cimentados en Dios. Como sacerdote hoy no puedo menos que ejercer la profecía en la predicación y celebrar la Eucaristía martirial por todos. Seguir configurándome al ‘tomen y coman su Cuerpo mi cuerpo ofrecido’, al ‘tomen y beban su Sangre mi sangre derramada’. Allí en la Persona de Cristo, como puente y cabeza, vivir el culto agradable a Dios.
De nuevo la misma piedra de escándalo
Tras la llamada ‘primavera de Galilea’ el movimiento de Jesús, el Nazareno, se fue encaminando a Jerusalén. En el trayecto fueron creciendo las conspiraciones y contradicciones. Los discípulos que lo seguían alegres por los milagros y palabras de salvación contemplaban azorados el triple anuncio de la Cruz. Allí comenzaron a abandonarlo. Justo allí frente al anuncio de la Cruz comenzó la apostasía silenciosa. Y en Getsemaní los suyos se quedaron dormidos, vencidos por la tristeza y el temor. Hacer
la voluntad del Padre era para Jesús todo su gozo y plenitud. Pero para los discípulos esa voluntad del Padre que se expresaba en la donación de la vida por amor del Hijo no era aún fuente de dicha. Y se tambalearon en la apostasía silenciosa con traición, negación y desaparición de la escena.
La experiencia pascual del Resucitado y la efusión del Espíritu en Pentecostés los sacaron de la apostasía silenciosa a la inflamada predica del kerygma de la salvación. ¿Y dónde mejor experimentar esta gracia transformadora de la Pascua que en la Eucaristía?
Mc 8, 34-38. Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles».
No pienso comentar ni interpretar este pasaje central del Evangelio, habla fuerte y claro por sí mismo. Creo que es nuestra ‘piedra de tropiezo y escándalo’ como lo ha sido para todo discípulo durante toda la historia. Y creo que frente a la pandemia global de covid-19 cuanto hagamos o dejemos de hacer debe ser pasado por el tamiz purificador de esta Palabra viva. Ruego a Dios que en estos tiempos no falten en la Iglesia santos y mártires que expresen jubilosos y oferentes la dimensión testimonial (martirial) de nuestra fe. Estoy convencido que nuestra esperanza eclesial depende de los cristianos que en este tiempo respondan más generosamente a
la gracia y apuesten por la santidad martirial.
Rom 12, 1-2. Les exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual. Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.
Mis felicitaciones y agradecimiento por esta valiosa reflexión en voz alta, de un sacerdote. Vivimos momentos en los que necesitamos reflexión y luz: cuidado de no caer en la apostasía silenciosa. Y cuidado y atención a nuestros queridos pastores. Porque, heridos los pastores, se dispersan los rebaños.
Y gracias, p. Silvio, por abrir su casa para que todo peregrino halle cobijo y consuelo. Sólo en el cielo conocerá hasta dónde Dios ha podido hacer llegar su bondad gracias a ello. Efectivamente, «la cálida fraternidad de otro débil anuncia que sólo somos fuertes cimentados en Dios».