SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, OBISPO Y PATRONO DEL EPISCOPADO HISPANOAMERICANO. 

Por David Saiz.

Personaje extraordinario

Nació en Mayorga, en la actual provincia de Valladolid, España, en 1538.

Los datos de este arzobispo, personaje excepcional en la historia de Sudamérica, producen asombro y maravilla. Los historiadores dicen que santo Toribio fue uno de los regalos más valiosos que España le envió a América. Las gentes lo llamaban un nuevo san Ambrosio, y el Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus actuaciones a san Carlos Borromeo, el famoso arzobispo de Milán.

De seglar a Arzobispo de Lima

Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal de Granada —España— cuando el emperador Felipe II, al conocer sus grandes cualidades, propuso al Sumo Pontífice que lo nombrara arzobispo de Lima. El Papa aceptó y envió el nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.

El arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.

En 1581 llegó Toribio a Lima como arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía 5.000 kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y altitudes. Abarcaba más de 6.000.000 de kilómetros cuadrados.

Intenso trabajo pastoral

Al llegar a Lima, santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba en una situación de grave decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos, para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió que Cristo es Verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque estuvieran en altísimos puestos.

Las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchas persecuciones y atroces calumnias. Él callaba y ofrecía todo por amor a Dios, exclamando: «Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor».

Labor misionera

Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró 5 años y en la tercera empleó 4 años. La mayor parte del recorrido era a pie. A veces en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente fríos a climas ardientes. Eran viajes para acabar con la salud del más fuerte. Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos misérrimos, durmiendo en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los negros, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.

Logró la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.

Santo Toribio recorrió unos 40.000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca habían visto un hombre blanco. Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado el sacramento de la confirmación a más de 800.000 personas.

Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.

Trabajo para mejorar el Clero

Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un Sínodo y cada 7 años a los de las diócesis vecinas. Y en estas reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían leyes pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por santo Toribio, las leyes se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas cumplir.

Fundó el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.

Virtudes heroicas

Celebraba la Misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.

Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya estaba levantado y repetía frecuentemente: «Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo».

Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: «Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que usted se lleve la ropa que tengo para cambiarme».

Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.

Santa muerte

El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de los indios, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas. Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de san Pablo: Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con Jesucristo. Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice: De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor. Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: En tus manos encomiendo mi espíritu.

Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.

Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos: santa Rosa de Lima, san Francisco Solano y san Martín de Porres.

El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726. El Papa san Juan Pablo II lo nombró patrono del Episcopado Hispanoamericano en 1983.

Y toda Sudamérica espera que este gran santo e infatigable apóstol, quizás el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga rogando para que nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en todos estos países.

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, OBISPO Y PATRONO DEL EPISCOPADO HISPANOAMERICANO.

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