SAN GREGORIO MAGNO, PAPA.
Por David Saiz.
San Gregorio Magno es el último de los Papas que ha recibido el apelativo de «Magno», es decir, «Grande», por la magnitud y universalidad de sus obras a favor de la Iglesia. Es difícil encontrar otro Papa que haya logrado ejercer tanta influencia y por tantos siglos en la Iglesia Católica como él. Por ello es también el más famoso de los 99 santos que llevan el nombre de Gregorio.
Joven de talento. Alcalde y monje
Nació en Roma en 540. De buenas dotes intelectuales, estudió Derecho. Cuando Gregorio apenas tenía poco más de 30 años y Roma estaba siendo atacada por feroces enemigos, fue nombrado Prefecto o Alcalde de la ciudad, y en ese cargo se ganó el respeto y la admiración de toda la ciudadanía, demostrando grandes cualidades para gobernante y administrador.
Después de renunciar a la alcaldía, se propuso dedicarse únicamente a la vida espiritual. Con la fortuna heredada de su padre y la venta de todos los adornos y lujos del palacio familiar, financió la construcción de varios monasterios en Roma y repartió sumas de dinero entre los necesitados. Luego se retiró al Monte Celio, con los monjes Benedictinos.
Legado del Papa en Constantinopla. Santa amistad
En 578 fue ordenado presbítero por el Papa Benedicto I, el cual, sabedor de las grandes cualidades de Gregorio, lo envió como nuncio a Constantinopla al año siguiente. Gregorio tuvo que compaginar, pues, la vida de monje benedictino con la de diplomático. En Constantinopla recibió en cierta ocasión a la embajada hispana, de la que formaba parte san Leandro de Sevilla —hermano de San Isidoro, san Fulgencio y santa Florentina—. Al momento se hicieron grandes amigos. Desde entonces estos dos grandes santos y sabios mantuvieron una gran amistad que fue de mucho provecho para el uno y el otro. Se escribían, se consultaban y se aconsejaban frecuentemente. Y se cumplió lo que dice la Sagrada Escritura: «Encontrar un buen amigo, es mejor que encontrar un tesoro». San Leandro le informaría años más tarde —siendo Gregorio ya Papa— de la conversión de la Monarquía española a la fe católica, noticia que llenó de alegría a nuestro santo.
Origen de las misas «gregorianas»
Gregorio volvió a Roma el año 586, donde fue nombrado Abad del monasterio de San Andrés, que él mismo fundó en lo que había sido el palacio de sus padres. Allá sucedió el siguiente episodio: en la celda de uno de sus monjes que acababa de morir se encontraron unas monedas escondidas, lo cual es contrario al voto de pobreza. El Abad Gregorio, como ‘castigo’, mandó enterrarlo no en el cementerio sino en el basurero. Pero después, arrepentido de dicha medida, celebró por el alma del difunto 30 misas seguidas, tras las cuales el difunto se le apareció glorioso y le reveló que con esas misas le había sacado del purgatorio y obtenido la entrada al Cielo.
Sumo Pontífice a la fuerza
El año 590 murió el Papa Pelagio II y el pueblo aclamó a Gregorio como nuevo Pontífice. Él quiso salir huyendo disfrazado de campesino, porque se creía indigno de tan altísimo cargo, pero la gente lo reconoció por el camino y lo hicieron volver a Roma, donde el 3 de septiembre lo coronaron Papa.
El caso de los ingleses
Antiguas tradiciones narran que, yendo por una calle, vio que venían unos esclavos de aspecto tierno y de piel muy blanca. Preguntó qué eran esos jovencitos y le dijeron: «son angli» —son ingleses—, y él respondió: «No son angli, sino angeli —ángeles—, porque tienen el rostro más de ángeles que de hombres». Averiguó que esos niños y toda la gente de su país eran paganos que todavía no conocían el cristianismo. Desde ese día se propuso enviar misioneros a convertirlos.
Eligió a Agustín, el mejor monje de su convento de Roma, y a otros 39 monjes benedictinos, y los envió a evangelizar Inglaterra, logrando la conversión de aquella nación. Agustín fue el primer obispo de ese país, y hoy es conocido como san Agustín de Canterbury.
Notable predicador y escritor. Canto gregoriano
El Papa Gregorio fue un gran predicador y sus sermones eran escuchados con gran satisfacción por sus oyentes. Por eso han sido sumamente estimados por los sacerdotes por más de trece siglos. Pero era también un escritor muy agradable. Su preocupación pastoral se refleja en varias de sus obras: Regla pastoral, Diálogos, Sacramentario y Antifonario. Se distinguió, también, por su obra bíblica —varios comentarios—, ascética —sus comentarios sobre el libro de Job— y epistolar —859 cartas—.
Preocupado además por la mejora de las celebraciones litúrgicas, como buen monje benedictino, hizo coleccionar los mejores cantos que en su tiempo se entonaban en monasterios e iglesias, y a esa colección le pusieron el nombre de ‘Canto Gregoriano’. Por más de diez siglos han sido los cantos que se han entonado en los templos católicos del mundo.
También mandó construir en el Vaticano una Basílica en honor de San Pedro, sobre la antigua edificada por el emperador Constantino en el lugar donde se hallaban los restos mortales del Apóstol. Esa construcción permaneció hasta la remodelación del Papa Julio II en el siglo XVI, que permanece hasta el presente.
Muerte. Últimos elogios
Murió en el año 604. En su tumba escribieron esta hermosa frase: «Gregorio. Gran embajador de Dios, vivió tan santamente como lo recomendaba en lo que enseñaba y se fue a gozar de los triunfos eternos». Incluso un autor protestante exclamaba al leer la historia de la Antigüedad: «Habría sido terrible el caos y el desorden en la Edad Media si el Papa Gregorio Magno no hubiera dejado la Iglesia tan sabiamente ordenada como la dejó».
San Gregorio Magno: ruégale a Dios por nuestro Santo Padre el Papa, por todos los obispos, predicadores y escritores católicos del mundo. Por los monjes benedictinos, los ingleses, las benditas ánimas del purgatorio y por cada uno de nosotros, para que sepamos, como tú, ser fieles hasta la muerte a la Fe que profesamos.
SAN GREGORIO MAGNO, PAPA.