SAN CARLOS BORROMEO, ARZOBISPO.
Por David Saiz.
Entre los hombres extraordinariamente activos a favor de la Iglesia y del pueblo sobresale admirablemente san Carlos Borromeo, un santo que tomó muy en serio aquella frase de Jesús: Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 16, 25). Murió relativamente joven porque desgastó totalmente su vida y sus energías por hacer progresar la religión y por ayudar a los más necesitados. Decía que un obispo demasiado cuidadoso de su salud no consigue llegar a ser santo y que a todo sacerdote y a todo apóstol deben sobrarle trabajos para hacer, en vez de tener tiempo de sobra para perder.
Grandes cualidades
Nació en Arjona —Italia— en 1538. Desde joven dio señales de ser muy consagrado a los estudios y exacto cumplidor de sus deberes de cada día. A los 21 años obtuvo el doctorado en derecho en la Universidad de Milán. Un hermano de su madre, el cardenal Médicis, fue nombrado Papa con el nombre de Pío IV, y éste admirado de sus cualidades nombró a Carlos como secretario de Estado, altísimo cargo para un hombre tan joven. Y contra lo que todos esperaban, nuestro santo empezó a cumplir los deberes de su nuevo cargo con una exactitud que producía admiración. Parece increíble la cantidad de trabajo que Carlos lograba despachar, sin afanes ni precipitaciones, a base de ser metódico y sistemático en todo. Había logrado mortificar y dominar sus sentidos, y su actitud era humilde y paciente.
Un aviso del Cielo
Era de familia muy rica —los Borromeos—, y el día menos pensado su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. Muchos pensaron que ahora Carlos al quedar heredero de tantas riquezas dejaría la vida religiosa y se dedicaría a administrar sus inmensas posesiones. Pero fue todo lo contrario. Él consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a tomarnos cuentas, y entonces renunció a sus riquezas, se ordenó de sacerdote, y luego de obispo y se dedicó por completo a la labor de salvar almas.
En el Concilio de Trento
En 1520 habían aparecido los protestantes como una señal de descontento por ciertas faltas que había en la conducta de muchos en la Iglesia católica. Entonces el Sumo Pontífice invitó a todos los obispos de todo el mundo a una reunión que se llamó Concilio de Trento. Esta reunión se había suspendido y era necesario iniciarla otra vez para que reformara a la Iglesia católica y le diera leyes que la mantuvieran fiel y fervorosa, y san Carlos trabajó intensamente y obtuvo que su tío el Papa Pío IV volviera a convocar a los obispos y se continuara con el Concilio. Como secretario general de tan importante reunión fue nombrado nuestro santo, y de allí salieron importantísimos decretos que le hicieron inmenso bien a la Iglesia y la volvieron mucho más fervorosa.
Arzobispo de Milán
Muerto el Papa Pío IV, obtuvo san Carlos que lo dejaran irse al cargo para el cual lo habían nombrado hacía años, pero que no había podido ejercer por estar trabajando en Roma, el de arzobispo de Milán —que es la ciudad que más habitantes tiene de Italia—. Aquella ciudad hacía muchos años que no tenía arzobispo y la relajación era muy grande. Pero este hombre era incansable para trabajar, y muy pronto, todo empezó a cambiar y a transformarse y mejorar.
Lo primero que hizo al llegar a Milán como arzobispo y cardenal, fue vender todos los lujos del palacio arzobispal y regalar ese dinero a los más pobres. Dicen que para con los débiles y necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo. Tenía un encargado de repartir limosnas, con la orden de distribuir todo lo que llegara. Alguien le propuso que buscara más comodidades para que no encontrara su lecho en invierno tan extremadamente frío. Él le respondió: «lo mejor para no darse cuenta en invierno de que el lecho está exageradamente frío es ir al descanso tan rendido de tanto trabajar que no nos demos cuenta ni siquiera que las sábanas están demasiado frías». Un obispo lo encontró estudiado en pleno invierno, con una sotana delgadita y le dijo: «Así se puede morir de frío». Y él le contestó: «Es la única que tengo y me sirve para verano y para invierno». Pero para los pobres sí repartía con una generosidad inmensa. Y cuando llegó la peste vendió todo lo que había en su palacio y hasta se endeudó para ayudar a los enfermos.
Pagaba muy bien a sus empleados y les insistía en que trataran con mucho respeto a toda clase de personas, de manera que todo el que llegara al palacio del arzobispo se sintiera muy bien recibido. Muchísimos sacerdotes y numerosos obispos iban a hospedarse al palacio de nuestro santo cuando estaban de viaje, porque sabían que allí eran muy bien recibidos y tratados con gran respeto y amabilidad.
Las gentes de Milán eran muy ignorantes en religión porque casi no había quien les enseñara el catecismo. San Carlos fundó 740 escuelas de catecismo con 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. Fundó 6 seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.
Se dedicó a visitar todas y cada una de las muchísimas parroquias que tenía su arzobispado, aun las más lejanas y abandonadas y por caminos peligrosos. En cada parroquia daba clase de catecismo y corregía los errores y abusos que existían. Si algún sacerdote no se estaba comportando de la manera debida, lo destituía y nombraba a uno que tuviera muy buena conducta.
Por sus sacerdotes estaba resuelto a hacer todos los sacrificios posibles. En cierta ocasión en que cuidaba mucho a un sacerdote enfermo, algunos comentaban que él era exagerado en atender a su clero, y respondió: «Los que critican, lo hacen porque no saben lo mucho que vale un sacerdote».
Amigo de varios santos
Tuvo el gusto de darle la primera comunión a san Luis Gonzaga. Cuando el Duque de Saboya estaba muy grave fue a visitarlo, y tan pronto como el santo llegó a la habitación del enfermo, el duque exclamó: «estoy curado», y recuperó la salud. En agradecimiento, cuando San Carlos murió, el duque mandó poner una lámpara de plata junto a su sepulcro. Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, san Felipe Neri, san Félix de Cantalicio y san Andrés Avelino y de varios santos más.
Últimos momentos
Cuando tenía apenas 46 años, sintió que sus fuerzas disminuían notablemente y que una intensa fiebre lo invadía. El Sumo Pontífice Pío V le había recomendado que no ayunara tanto y que no se desmidiera en el trabajo, pero ya era demasiado tarde. De él se podía repetir la frase de aquel sabio: «Un santo es un hombre devorado: todos tienen derecho a devorar su tiempo, a devorar sus bienes, a devorar hasta su salud, con tal de que él logre salvar las almas y conseguir que Dios sea más amado y mejor obedecido». Así le sucedió a san Carlos, y por eso murió en plena juventud.
La noche del 3 al 4 de noviembre de 1584 murió diciendo: «Ya voy, Señor, ya voy». En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Cardenal arzobispo, estaba agonizando. El Secretario del Papa, envió un mensaje a los sacerdotes de Milán diciéndoles: «Por el cardenal Borromeo no ofrezcan misas de difuntos, sino misas de acción de gracias a Dios por haberle concedido tantas gracias y tan grande santidad”.
En Arona, su pueblo natal, le fue levantada una inmensa estatua que todavía existe.
Tenga Dios piedad de nuestras ciudades y pueblos y nos mande obispos y arzobispos como san Carlos Borromeo. Y que este gran santo ruegue cada día por los que tanto estamos necesitando de sus valiosas oraciones.
SAN CARLOS BORROMEO, ARZOBISPO.