SAN ATANASIO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA.
Por David Saiz.
Atanasio es un nombre propio que proviene del griego y significa «inmortal». Es el arzobispo que fue desterrado cinco veces por defender la Religión.
Testigo de mártires y santos
San Atanasio nació en Alejandría, Egipto, hacia el año 297. Siendo todavía un niño, en el año 311, presenció el martirio de su obispo Pedro de Alejandría y de otros cristianos, muertos en la persecución que hicieron los paganos. Luego supo con alegría que el año 313 el emperador Constantino declaraba la libertad religiosa para los cristianos, y se acababa la persecución.
De joven conoció al gran penitente san Antonio Abad y la amistad con tan famoso santo le fue de inmenso provecho durante toda su vida. Después escribirá su biografía.
Joven talentoso
Con grandes cualidades para la oratoria y una brillante inteligencia, se dedicó a prepararse para el sacerdocio, y siendo diácono fue escogido como secretario de Alejandro, arzobispo de Alejandría. En esta joven edad de 23 años escribió su primero libro acerca de la Encarnación de Jesucristo.
Arrio, el hereje
Por aquél tiempo apareció en Alejandría un hereje llamado Arrio, que enseñaba que Jesucristo no era Dios. Si Jesucristo no fuera Dios, nuestra religión sería vana, pues estaríamos adorando a un hombre. Y un hombre no le resuelve los problemas a nade. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
Atanasio de dedicó a combatir al hereje Arrio y obtuvo que su arzobispo reuniera a los obispos de la nación y a muchos sacerdotes y en un Concilio Nacional condenaron a Arrio y le prohibieron enseñar sus errores.
Pero Arrio se dedicó a propagar su herejía por diversos países, y muchos que deseaban vivir una vida más fácil y que sabían que si Cristo no era Dios no había entonces por qué obedecerle ni seguir sus leyes, se dedicaron a propagar su dañosa herejía. Entonces se reunieron los obispos del mundo, en el Primer Concilio Ecuménico, el de Nicea, el año 325, y condenaron a Arrio y decretaron que debía ser derrotado. San Atanasio asistió a ese Concilio como Secretario de su obispo Alejandro y fue su consejero en las discusiones.
El primero de sus cinco destierros
Y sucedió que Eusebio de Nicomedia, un hombre muy influyente en el gobierno, convenció al emperador Constantino de que Arrio debía ser admitido otra vez en la Iglesia católica. Constantino escribió a san Atanasio pidiéndole que admitiera al hereje, y el santo le respondió que jamás podía él aceptar como católico a quien se atrevía a negar que Jesucristo sea Dios. Y entonces el emperador desterró a Atanasio, hacia Tréveris, ciudad de Alemania. Allá estuvo dos años desterrado, e hizo muy buena amistad con san Maximino el obispo de esa ciudad.
Al morir Constantino, su sucesor dio permiso para que volvieran a sus ciudades los que estaban desterrados, y Atanasio volvió a Alejandría, siendo recibido por el pueblo con grandes demostraciones de alegría.
Segundo y tercer destierros
Pero los arrianos y otros enemigos de la verdadera religión le inventaron muchas calumnias y eligieron a un falso arzobispo e hicieron que Atanasio tuviera que irse de la nación por ocho años. Se fue a Roma y allá el Sumo Pontífice se declaró a su favor. Una de las calumnias que le inventaban era que él había matado a un obispo, y presentaban el brazo cortado del tal obispo. San Atanasio supo dónde tenían escondido al obispo aquel y se fue y se lo trajo y cuando ya lo iban a condenar por ese homicidio les presentó al tal muerto, bien vivo y muy lleno de salud y con ambos brazos.
El emperador Constante, que era arriano, expulsó a la fuerza otra vez a Atanasio, porque defendía la divinidad de Cristo. Y el santo tuvo que permanecer escondido seis años entre los monjes del desierto. En estos años escribió sus mejores obras y llegó a una gran santidad.
Cuarto y quinto destierros
Al morir Constante, volvió Atanasio a Alejandría, pero poco después subió al trono un apóstata, renegado, llamado Juliano y lo desterró también. Cuando la policía de Juliano lo iba persiguiendo por el Río Nilo, el santo que iba disfrazado de campesino hizo devolver su embarcación, y al encontrarse con los perseguidores, éstos le preguntaron: «¿Ha pasado por aquí Atanasio? ¿Estará muy lejos?». Y él les respondió: «Sí, pasó hace poco rato y no está lejos». Los otros siguieron río arriba, y no lograron reconocerlo. Al morir Juliano, ya pudo volver el obispo otra vez a Alejandría.
Y llegó un nuevo emperador, Valente, el cual decretó otra vez que Atanasio debía ser desterrado. El santo se refugió en una casa de las afueras de la ciudad, cerca del sepulcro de su padre, y allí estuvo escondido por cuatro meses, durante los cuales escribió una biografía que se ha hecho famosa: La Vida de San Antonio Abad. Pero luego el emperador, por miedo a que en Alejandría estallara alguna revolución, porque los católicos estaban cansados de tanto ver perseguir a su arzobispo, decretó que podía volver otra vez a la ciudad. Y en los últimos siete años ya nadie lo volvió a desterrar. Había estado desterrado por diecisiete años, en sus cinco destierros. Murió el 2 de mayo del año 373, a los 76 años.
Lecciones de un valiente combatiente de Cristo
San Atanasio fue el obispo más famoso de su siglo. Tuvo que vivir en una época sumamente difícil y combatir a enemigos muy peligrosos y traicioneros que pretendían quitarle a la religión católica una verdad fundamental que es la que enseña que Jesucristo es Dios. En sus cuarenta y cinco años de sacerdocio jamás dejó de predicar en favor de Jesucristo. Por eso se dice que después de los apóstoles en la antigüedad quizá ninguno contribuyó más que Atanasio a hacer amar a Jesucristo.
Atanasio fue el campeón de la libertad de la iglesia frente a los poderes civiles que pretendían meterse en lo religioso que a ellos no les pertenece. Tenía temple de luchador, y se enfrentaba sin miedo a cuantos trataban de negar las verdades de la religión católica. Pero a la vez cumplía lo que decía Jesús: «Sean prudentes como serpientes», y cuando veía que sus adversarios le tenían trampas preparadas, huía muy a tiempo antes de caer en sus garras. Algunas de sus fugas fueron espectaculares. Cuando ya los enemigos se imaginaban que caería en sus garras, él aparecía en otros sitios muy distantes escribiendo y hablando en favor de Cristo y previniendo a los creyentes para que no se dejaran engañar de los herejes.
De uno de sus perseguidores, Juliano el apóstata, se dice que le preguntó por burla a un carpintero católico: «¿Qué está haciendo en el cielo su jefe el Carpintero de Nazaret?». Y que el creyente le respondió: «Está fabricando ataúdes para los que se oponen a su santa religión». Y se cuenta también que Juliano al morir atravesado en una batalla, se arrancó la flecha que lo hería y murió mirando al cielo y diciendo: «¡Venciste, Galileo!». En cambio San Atanasio al terminar su existencia pudo exclamar gozoso: «Mi vida fue un calvario. Me persiguieron pero no pudieron conmigo. Te acompañé en esta vida en tu Pasión Dolorosa, oh, Salvador mío, ahora espero acompañarte en tu gloria en la Vida Eterna».
Que el Señor nos conceda muchos Atanasios valerosos y santos que sepan defender nuestra santa religión. Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10, 32).
SAN ATANASIO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA.