SALUD, FAMILIA Y CALIDAD DE VIDA (4).
Continuación de Salud, familia y calidad de vida (3).
Ética de la idea de «calidad»
Aristóteles había analizado la noción de ποιόν —poión— tres siglos antes de que Cicerón tradujera el vocablo ποιότης —poiótēs— como qualitas del cual proviene la palabra «calidad». Según el pensamiento aristotélico qualitas —cualidad o calidad— es un modo de existencia del «ser o ente» —sujeto u objeto— gracias a la cual este se dispone con respecto a sí mismo o a otro. Disponerse significa incorporar orden a sus partes y se expresa, por ejemplo, a través de los hábitos: manera en que una persona se dispone —bien o mal— con respecto a las pasiones. También puede disponerse conforme al desarrollo de sus potencialidades; ahí es cuando adquiere valor la materia de la que está hecha la sustancia —o esencia— y los accidentes —o rasgos accesorios— que constituyen el ente.
En este sentido se dice que una cosa posee buena o mala calidad según el material de que está hecha y de acuerdo a la potencia de cumplir con el fin o propósito para el cual fue pensada, sea este un medio útil o deleitable. Siendo la calidad un estado referenciado a determinado fin, ella existirá siempre que exista ese fin al cual se ordena —o dispone— y del cual también forma parte.
Pero la persona es un fin en sí mismo y no puede ser utilizada solo como medio; por consiguiente, sus actos son medio y al mismo tiempo fin. El fin más alto es la ‘existencia’, ya que gracias a la existencia pueden incluirse todos los fines y calidades posibles (de Janon Quevedo, 2015, pág. 38). Por la sola razón de existir, toda vida humana posee una misma calidad o valor, sin estratos ni graduaciones. En otras palabras, cada persona que existe porta todas las potencialidades propias a su ser: el humano, y en ello radica su valor ontológico.
Desde sus orígenes, la humanidad ha admitido este valor y no en vano le ha otorgado el estatus de primer imperativo: la vida de los congéneres debe ser respetada. En términos éticos diremos que, independientemente de su nivel evolutivo o desarrollo, la vida física es inviolable desde su inicio en la concepción, hasta su fin en el morir.
El reconocimiento de que la vida física es un bien fundamental y no un principio absoluto, permite tener claro que aquellos casos de existencia precaria y penosa donde la muerte a cortísimo plazo es absolutamente inevitable, merecen ser acompañados —o asistidos— hasta su extinción natural, sin olvidarse de maximizar la prevención del daño. No entiendo otra forma de asistencia que la emanada de su mismo térmico ad‒sistere: estar siempre al lado del enfermo.
Pero también existen otras miradas en torno a la vida humana que traducen la salud a términos cuantitativos o subjetivos, obtenidos a partir de mediciones, como, por ejemplo, el acceso y la intensidad del uso de servicios de salud. Estas perspectivas argumentan que la inviolabilidad debiera supeditarse al parámetro CV y consecuentemente aplican el criterio médico eugenésico, que justifica la pérdida de la inviolabilidad de toda vida por fuera de los parámetros de perfección (Pastor, 2006), tal como serían los ancianos, los enfermos terminales, los discapacitados severos y otros, entre los cuales, se encontraba el pequeño Charlie.
Nuevamente conviene recordar la exhortación apostólica Evangelii gaudium donde se expresa contundentemente que «[…] en el vigente modelo ‘exitista’ y ‘privatista’ no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida» (Francisco, 2013, párrafo 209).
Desde tales perspectivas, la idea de CV adopta perfiles funcionalistas, utilitarios y hedonistas; donde la potencialidad para funcionar y disfrutar son sinónimos de bienestar y sentido total del vivir, en un anhelo de alcanzar lo inalcanzable: el vivir sin dolor. Entonces, es posible comprender —aún sin compartir— por qué la utilidad se convierte en el centro de todo análisis: inútil es el tratamiento, inútil sería aplicarlo, e inútil será que continúe viviendo una persona profundamente discapacitada, la cual podría haber sido Charlie Gard.
Finalizando este segmento, mencionaré una mirada bastante próxima a la perspectiva de la inviolabilidad supeditada a CV, aunque ciertamente evita la sobrestimación subjetivista. Esta perspectiva reconoce los valores y/o expectativas del sujeto e incorpora referentes objetivos determinados por la sociedad, como son los Derechos Humanos (DD.HH) (Cuenca, 2008).
Cabe recordar que los DD.HH podrán ser parámetro rector siempre que:
a) respeten a la persona como fin y nunca como medio;
b) valoren a la persona por sí misma y su dignidad no dependa del consenso social o del poder;
c) prevengan que la dignidad de la persona sea violada según la relación costo-beneficio;
d) reconozcan que todos los derechos no surgen de la dignitas humanae substantiae, puesto que algunos nacen a partir de la conciencia (Guerra-López, 2006); y
e) no se limiten al mero producto del encuentro común de fraternidad y humanización sumado al compromiso entre teóricos y opciones políticas de los estados firmantes (Adorno, 2006).
La Bioética, en tanto ética aplicada a las ciencias de la salud y la vida, está llamada a velar para que se aplique un concepto de CV que proteja al ser humano de todo lo que pudiera ocasionarle daño, sean estos los medios de vida, los otros hombres o incluso él mismo. Para tal fin, la Bioética adquiere el compromiso de unificar todos los aspectos de los que es vida; prevenir la diferenciación de una vida sobre otra; y evitar la «desigualdad, el individualismo y egoísmo» (Reyes et al., 2002) como producto de estructuras económicas, jurídicas y políticas.
Asimismo, la Bioética debe advertir que morir con dignidad no significa debatir sobre una cultura de la muerte, que para el caso significó sentenciar el retiro del soporte vital y la suspensión de la administración de líquidos y alimentos por la sonda.
El documento fue publicado originalmente en Kénosis en 2017 y se encuentra disponible en Repositorio Institucional UCA.
SALUD, FAMILIA Y CALIDAD DE VIDA (4).