IGLESIA, ¿QUÉ TE ESPERA EN TU FUTURO? (7). ¿Qué haremos con la cultura virtual?
Por Silvio Pereira.
Saliendo ya del corto plazo, donde el discernimiento del desempeño eclesial durante la crisis será central, levantemos la mirada más allá. A mediano plazo pues parece salirnos rápidamente al encuentro este interrogante: ¿qué haremos con la cultura virtual?
Prospectiva de la inserción en la nueva cultura virtual
El ‘hecho digital’, la ‘vinculación online’, la realidad ‘virtualizada’ se han terminado de imponer como una nueva cultura que llegó para quedarse. Si hasta antes de la Pandemia podíamos distinguir entre las nuevas generaciones de ‘nativos digitales’, las generaciones intermedias que hablaban este idioma apenas como segunda o tercera lengua adquirida tardíamente y quienes definitivamente no podían o querían acceder; esto ha cambiado. Una inmensa mayoría de la población ha tenido que introducirse forzosamente en este nuevo oleaje como única posibilidad de conexión con sus afectos y de relación social. Y con la prolongación de la cuarentena la cultura virtual se ha vuelto más y más cotidiana.
¿Esto es bueno? Como siempre depende de nosotros. Seguramente hallaremos oportunidades y amenazas. Vislumbro una paradoja: ¿mayor conectividad y mayor individualismo? Pienso esta situación: una persona ‘físicamente’ frente a mí y una conversación de la que quiero evadirme. Me resulta un desafío anímico. ¿Cómo ‘cortar’ el momento sin que sea violenta o desagradable la interrupción? Por dentro me digo: «¿Cuándo acabará? ¡Ya no soporto más!». Pero también: «¿Se estará dando cuenta? ¿Se me notará en la cara?» Y sin embargo en una conexión virtual la resolución parece estar a un cómodo y poco costoso clic de distancia.
Ciertamente los jóvenes ‘nativos digitales’ viven con gran intensidad estos sucesos. Una falta de respuesta o un ‘me gusta’ aprobatorio que no llega, como tantas circunstancias de la red, pueden ser vividas dramáticamente por ellos. Sin embargo no creo que ese dramatismo alcance el mismo nivel de intensidad que la ‘encarnadura’ de un rostro y una pose corporal directamente frente a mí.
Ética de lo virtual
Y por eso me pregunto si no estaremos frente a la paradoja que sostenga al unísono mayor conectividad y mayor individualismo. Pues en la cultura online se realiza oculto cierto ‘repliegue sobre el yo’. En verdad aquí la vinculación primaria se da entre el yo y el instrumento tecnológico (celular, notebook, tablet y todos los próximos por venir); y la otra persona queda aún más mediada y más disponible a mi arbitrio. Raramente ‘saldría corriendo’ de un vínculo ‘físico-presencial-directo’ y el otro me tendría ‘más atado y sujeto’ que en una conectividad virtual. En la realidad online un clic deja todo ‘más de mi lado’. Lo cual también ha dado inicio a una nueva ética de la responsabilidad en la comunicación.
Cuánto más ordinaria se torna la conectividad virtual nuevos planteos morales aparecen. También la caridad cristiana debe ser vivida en las redes. Un mundo nuevo se delinea en el horizonte y unos nuevos discernimientos sobre la encarnación del Evangelio junto con él. Negar la ‘realidad digital’ sería una necedad. Qué peso dejarle cobrar en nuestra vida y cómo vivirla cristianamente es lo que debemos descubrir.
¿Problemas de encarnación o una nueva mentalidad encarnatoria?
Ese parece ser el dilema. Si fuese lo primero –problemas de encarnación– estaríamos frente al peligro de un renaciente neo-espiritualismo, donde la virtualidad suplante la concreción de los encuentros interpersonales tal cómo los veníamos sosteniendo y el ejercicio de la caridad ya no exija ‘ese cuerpo a cuerpo’ tan característico de la praxis cristiana. Mas si fuese lo segundo –una nueva mentalidad encarnatoria– se exigiría todo un rediseño de la identidad eclesial y de la teología sacramental; lo que supondría admitir como válida y en paridad la participación virtual de los fieles en la comunidad de la fe y obviamente algún nivel de comunicación online de la gracia sacramental.
Seguramente la Iglesia planteará la nueva cultura virtual en una dinámica de complementación y no de sustitución, pues serán innegociables tantos aspectos de la praxis de fe sostenida y transmitida desde los comienzos. Sin embargo el mundo que viene es preponderantemente tecnológico y afectará profundamente con las décadas a la cultura eclesial.
El ejemplo de la Misa online
Al poco tiempo de ser dada la norma sobre la no participación de los fieles en el culto, en la cercanía de la Semana Santa y para posibilitar la participación del pueblo, comenzamos en mi parroquia el servicio de transmisión online de la Santa Misa. No fue para mí una decisión fácil pues personalmente creo que desvirtúa y distorsiona gravemente el sentido de la liturgia cristiana volviéndola antinatural. Luego por caridad decidí continuar ofreciendo la Misa dominical y algunas celebraciones relevantes. Hasta llegar a un punto donde consideré que ese recurso excepcional debía cesar. Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el sol… (Eclesiastés 3,1) Al intentar explicar las motivaciones pastorales de tal decisión pude reflexionar:
1. Debe considerarse el peligro de inducir o favorecer un ‘neo-gnosticismo’ (como ya lo ha advertido el Papa Francisco). Concretamente se trataría de un ‘neo-docetismo’, herejía cristológica que considera la Encarnación del Verbo una mera apariencia. Así la virtualidad del culto también podría volverlo etéreo, insustancial y desencarnado. Pero para que no quede en un lenguaje académico pongo tres ejemplos:
a) El error ampliamente difundido de haber equiparado Comunión sacramental (transubtanciación, presencia real substancial de Cristo en las especies) con comunión espiritual, siendo ambas realidades incomparables.
b) La virtualidad de la Santa Misa puede llevar a reforzar el participar de ella como un ‘espectáculo’ siendo por ende nosotros meros ‘espectadores’ (la presencialidad no quita esta tentación pero la ‘corporeidad’ de la Asamblea litúrgica ayuda a limitarla. La participación del pueblo en el culto supone un verdadero y real intercambio entre dos sujetos concretamente oferentes que se ofrecen a sí mismos: Dios y la Iglesia.
c) La virtualidad facilita el ‘deambular’ por las celebraciones litúrgicas de todo el mundo, quizás curioseando o eligiendo según simpatías personales, y al fin debilitando la realidad que Dios ha querido en su Providencia: una ligazón real con la cura pastoral de un sacerdote concreto. Este ‘vagabundear’ impediría una provechosa animación pastoral y sugeriría quedarse con lo que subjetivamente coincidimos; pero ahí no habría verdad.
2. Debe considerarse además que este tipo de celebración virtual es peligrosa para la salud ministerial de los sacerdotes que no solo no cuentan por períodos prolongados con la respuesta dialógica de la Asamblea sino que puede tentarlos a transformar la liturgia en una suerte de ‘escenificación o actuación frente a las cámaras’, cayendo en una exagerada centralidad y culto a su persona.
Todo tiene un límite, justamente cuando lo excepcional empieza a transformarse en lo ordinario y a desvirtuar lo que debemos conservar y transmitir.
¿Qué haremos con la cultura virtual?
La crisis del covid-19 nos ha dejado esta pregunta sobre la cultura digital: ¿qué llegó para quedarse definitivamente entre nosotros? Y no me atrevo a decir más porque apenas estamos advirtiendo cómo en la lejanía de la costa el oleaje empieza a formarse. También nuestro anclaje generacional nos dará una óptica diversa frente al creciente fenómeno. Considero que serán aquellas generaciones de ‘nativos digitales’ quienes afrontarán la problemática de evangelizar esta nueva cultura en toda su envergadura.
Quizás nosotros podamos tener una mirada más crítica en el hoy –no exenta de nuestros anquilosamientos frente a los cambios– y tal vez alguna profecía podremos anunciar. Pero sobre todo mi fe está puesta en el Evangelio de la Salvación que tiene la capacidad de ser sembrado en todo terreno como en todo tiempo.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.