LA EUCARISTÍA (TERCERA PARTE).

Por Juan María Gallardo.

f) El banquete pascual

La misa es, a la vez e inseparablemente,
– el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y
– el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Presentación de La Eucaristía (Tercera parte)

La celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada
– hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión.
– Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

El altar
– representa los dos aspectos de un mismo misterio:
– el altar del sacrificio y
– la mesa del Señor,
– y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano
– es el símbolo de Cristo mismo, presente como
– la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y
– como alimento celestial que se nos da.

– El altar representa el Cuerpo de Cristo, y
el Cuerpo de Cristo está sobre el altar.

Tomad y comed todos de él: la comunión

El Señor nos dirige una invitación urgente
– a recibirle en el sacramento de la Eucaristía:
– «En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Juan 6,53).

Para responder a esta invitación, debemos prepararnos.

– San Pablo exhorta a un examen de conciencia:
Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo (1 Corintios 11,27-29).

Quien tiene conciencia de estar en pecado grave
– debe recibir el sacramento de la Reconciliación
– antes de acercarse a comulgar.

Repetiamos humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión:
– «Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
– pero una palabra tuya bastará para sanarme».

Recemos, como en en la Liturgia de san Juan Crisóstomo:
– «Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino».

Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento,
– los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia,
– que es de una hora.
– El agua y los remedios o medicinas no cortan el ayuno.

Por la actitud corporal (gestos, vestido)
– se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento.

Los fieles, con las debidas disposiciones,
– comulgarán cuando participan en la misa.

– Pueden hacerlo fuera de la misa.

– Y pueden recibirla sólo una segunda vez, dentro de la misa.

La Iglesia obliga a los fieles
– a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia.

También
– a recibir al menos una vez al año la Eucaristía,
– si es posible en tiempo pascual.

Pero la Iglesia recomienda vivamente
– recibir la santa Eucaristía los domingos
– y los días de fiesta, o con más frecuencia aún,
– incluso todos los días.

La comunión bajo la sola especie de pan
– ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.

– Por razones pastorales, esta manera de comulgar
– se ha establecido legítimamente
– como la más habitual en el rito latino.
– En ocasiones especiales puede comulgarse bajo las dos especies.

La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo
– cuando se hace bajo las dos especies.
– Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.

Los frutos de la comunión

La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo.

Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús.

El Señor dijo:
Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él (Juan 6,56).
También:
el que me coma vivirá por mí (Juan 6,57):

Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal,
– la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual.

La comunión
– conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.

Este crecimiento de la vida cristiana
– necesita ser alimentado por la comunión eucarística,
– hasta el momento de la muerte,
– cuando nos sea dada como viático.

La comunión nos separa del pecado.

El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es «entregado por nosotros»,
y la Sangre que bebemos es «derramada por muchos para el perdón de los pecados».

Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:

Recomienda san Ambrosio:
«Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio».

Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas,
– la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse;
– y esta caridad vivificada borra los pecados veniales.

Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y
– nos hace capaces de romper los lazos desordenados:

La Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales.

Cuanto más participamos en la vida de Cristo y
más progresamos en su amistad,
– tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal.

La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales.
– Esto es propio del sacramento de la Reconciliación.

Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

La unidad del Cuerpo místico

La Eucaristía hace la Iglesia.

Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo.

Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia.

La comunión
– renueva,
– fortifica,
– profundiza
– esta incorporación a la Iglesia
– realizada ya por el Bautismo.

La Eucaristía realiza esta llamada:
El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
– Porque aun siendo muchos,
– un solo pan y un solo cuerpo somos,
– pues todos participamos de un solo pan
– (1 Corintios 10,16-17).

La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres

Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo
– debemos reconocer a Cristo en los más pobres.

La Eucaristía y la unidad de los cristianos.

Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama:
«¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!».

Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia,
– tanto más apremiantes son las oraciones al Señor
– para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.

Las Iglesias orientales
– que no están en plena comunión con la Iglesia católica
– celebran la Eucaristía con gran amor.

Las comunidades eclesiales
– nacidas de la Reforma,
– separadas de la Iglesia católica,
– «sobre todo por defecto del sacramento del orden,
– no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico».

– Por esto, para la Iglesia católica,
– la intercomunión eucarística
– con estas comunidades
– no es posible.

Si, a juicio del ordinario,
– se presenta una necesidad grave,
– los ministros católicos pueden administrar los sacramentos
(eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos
que no están en plena comunión con la Iglesia católica,
pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud:
en tal caso se precisa que profesen la fe católica
respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos.

LA EUCARISTÍA (TERCERA PARTE).

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