Por Jennifer Almendras. Iglesia greco-católica en Ucrania
La Iglesia greco-católica en Ucrania es una porción de la Iglesia católica perteneciente a su parte oriental, en absoluta unidad y total fidelidad al sucesor de Pedro. Posee unos 5.000.000 de fieles, la inmensa mayoría de ellos en Ucrania, y unos pocos en los países a los que los ucranianos emigraron, principalmente Estados Unidos, Canadá y Polonia, los cuales, a su vez, constituyen poco más o menos un 10% de la población ucraniana, y ni siquiera la totalidad de los católicos ucranianos, dado que también hay una pequeña comunidad de unos 500.000 fieles que, siendo católicos no son greco-católicos, tratándose de una iglesia minoritaria,
Tras el cisma de 1054, la Iglesia vivió momentos difíciles, pasando con los siglos a acercarse paulatinamente a Polonia. El patriarca de Kiev asistió al Concilio de Florencia en 1440 y acordó volver a la obediencia de Roma. Esto fue interpretado por los rusos como signo de enemistad. Los greco-católicos ucranianos acudieron en varias ocasiones a Roma para pedir protección, frente al expansionismo ruso por un lado y la influencia latinizadora de los polacos por otro. En 1596, toda la jerarquía eclesiástica ucraniana pasó a Roma en el Sínodo de Brest. Con la dominación rusa, los grecocatólicos sufrieron una persecución sistemática, hasta el punto de que sólo sobrevivieron en el este de Ucrania, bajo dominio austrohúngaro —Galitzia—. A finales del siglo XIX, prácticamente habían desaparecido. En Galitzia, después de la segunda guerra mundial, los comunistas persiguieron aún con más dureza a los greco-católicos ucranianos, al encarcelar a toda su jerarquía, encabezada por el cardenal Slipyj.
En 1989, acercándose la caída del comunismo, a los greco-católicos ucranianos se les concedió el derecho de registrarse ante el Gobierno. Con el apoyo de las autoridades locales, los ucranianos católicos gradualmente tomaron posesión de sus antiguas parroquias. Todo esto fue el preludio de un fuerte resurgimiento del catolicismo en la región. En 1990, la Iglesia greco-católica fue reconocida legalmente y pudieron salir de la clandestinidad. Miles de fieles abandonaron la iglesia ortodoxa y volvieron a profesar la fe de sus antepasados. Sin embargo, no fue rehabilitada e implicó que las propiedades que fueron confiscadas y entregadas a los ortodoxos después de 1946 por el dictador Stalin no se las reconocieran, y no se las devolvieron. Tras la caída del Muro, las parroquias y las iglesias, las pocas que quedaron de los tiempos soviéticos y las muchas apenas reconstruidas, eran reclamadas por unos y otros. Esta situación contribuyó a la división y conflicto entre ambos, y que aún continúan en la actualidad.
Este fue un factor que incrementó el desacuerdo entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa Rusa. La situación de la Iglesia greco-católica en Ucrania pertenece al ‘uniatismo’, es decir esas las Iglesias de rito oriental que aceptaron volver a la plena comunión con la católica romana al mantener los propios ritos, cultos y tradiciones y una amplia autonomía eclesiástica. El uniatismo fue un tema polémico entre la ortodoxia y el catolicismo. El I Concilio General de los Ucranianos Greco-Católicos, subsiguiente a los acontecimientos que conducen a la caída del comunismo en el país y a su retornada independencia de la URSS, se celebró en Leópolis en octubre de 1996. En junio del 2001, san Juan Pablo II realizó una visita pastoral a Ucrania. En 2016, el encuentro histórico entre Francisco y el Patriarca Kirill hizo concebir esperanzas de una mejora de la situación entre las Iglesias a las que representan. El arzobispo mayor de Kiev, Sviatoslav Shevchuk, lamentó que el Patriarcado de Moscú reiteró antes de esa reunión histórica que la Iglesia greco-católica es el mayor obstáculo para el acercamiento de los ruso-ortodoxos y católicos.
«Parece que no hay más objeción a nuestro derecho a existir. De hecho, para existir y actuar, no estamos obligados a pedir permiso a nadie. En el pasado hemos sido acusados de expansión en el territorio canónico del Patriarcado de Moscú y ahora nuestros derechos para cuidar de nuestra gente siempre que lo necesiten es reconocido», enfatizó Shevchuk sobre el párrafo 25 de la Declaración Conjunta, en el que se habla sobre la iglesia greco ucraniana reconocida como sujeto de las relaciones entre la Iglesia católica y la ortodoxa. «El punto 26 de la Declaración Conjunta es el más polémico. Uno tiene la impresión de que el Patriarcado de Moscú rehúsa reconocer que es parte del conflicto, que apoya abiertamente la agresión de Rusia contra Ucrania y bendice a las acciones militares de Rusia en Siria como una ‘guerra santa’. La Iglesia y organizaciones religiosas en Ucrania nunca han apoyado la guerra y trabajan constantemente por la paz y la armonía social. Indudablemente este texto ha suscitado profunda decepción entre muchos de los fieles de nuestra Iglesia y entre los ciudadanos conscientes de Ucrania. Me he puesto en contacto con muchos que me dicen que se sienten traicionados por el Vaticano, decepcionados por las medias verdades del texto y el apoyo indirecto de la Santa Sede a la agresión contra Ucrania», consideró, según publicó ‘Asia News’.