FRATELLI TUTTI: SAN FRANCISCO Y LA MISERICORDIA ENTRE LOS HERMANOS (3).

Continuación de Fratelli tutti: San Francisco y la misericordia entre los hermanos (2).

Por Alejandro Antonio Zelaya.

Es importante también lo que el Santo Padre nos propone de unir siempre la caridad a la verdad, lo cual protege de la falsedad de una emotividad sin contenidos relacionales y sociales que son universales:

«La caridad está en el corazón de toda vida social sana y abierta. Sin embargo, hoy se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. Es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si es que está unida al compromiso con la verdad, de manera que no sea presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos. Precisamente su relación con la verdad facilita a la caridad su universalismo y así evita ser relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. De otro modo, será excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad. Sin la verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y sociales. Por eso la apertura a la verdad protege a la caridad de una falsa fe que se queda sin su horizonte humano y universal» (Fratelli tutti, 184).

«La caridad necesita la luz de la verdad que constantemente buscamos y esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, sin relativismos. Esto supone también el desarrollo de las ciencias y su aporte insustituible para encontrar los caminos concretos y más seguros para obtener los resultados que se esperan. Porque cuando está en juego el bien de los demás no bastan las buenas intenciones, sino lograr efectivamente lo que ellos y sus naciones necesitan para realizarse» (Fratelli tutti, 185).

«La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón» (Fratelli tutti, 227).

Fuera todo odio, ira o venganza

Es muy interesante lo que nos dice el Papa Francisco al comienzo del capítulo séptimo de la Encíclica: Es necesario que haya artesanos de la paz para cicatrizar las heridas del mundo. Es imprescindible que esos artesanos generen procesos de sanación y de reencuentro con ‘ingenio y audacia’.

El Papa destaca que es muy sano hacer memoria del bien: «recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad» (Fratelli tutti, 249).

¿Y cómo se relacionan el perdón con el olvido, y éste último con el primero? El Papa Francisco nos dice:

«Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada» (Fratelli tutti, 251).

«Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia. Él mismo condenaba abiertamente el uso de la fuerza para imponerse a los demás: Ustedes saben que los jefes de las naciones las someten y los poderosos las dominan. Entre ustedes no debe ser así (Mt 20,25-26). Por otra parte, el Evangelio pide perdonar setenta veces siete (Mt 18,22) y pone el ejemplo del servidor despiadado, que fue perdonado pero él a su vez no fue capaz de perdonar a otros (cf. Mt 18,23-35)» (Fratelli tutti, 238).

Las características del perdón

«No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la reclama» (Fratelli tutti, 241).

«La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se reconcilia con la vida de esa manera. La verdad es que ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente legales. Así no se gana nada y a la larga se pierde todo» (Fratelli tutti, 242).

«Es cierto que no es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm. 12,21) y mediante el cultivo de las virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz. De ese modo, quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza. Es necesario reconocer en la propia vida que también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que sólo me hará daño, es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay que apagar para que no se convierta en un incendio» (Fratelli tutti, 243).

FRATELLI TUTTI: SAN FRANCISCO Y LA MISERICORDIA ENTRE LOS HERMANOS (3).

El padre Alejandro Antonio Zelaya es miembro del Equipo de Formación Permanente del Clero de la diócesis de Avellaneda-Lanús.

Foto principal: Cathopic.

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