Querido Señor:
San Juan Damasceno afirma que la oración es la elevación del alma a Dios o la petición de bienes convenientes.
En este momento estamos procurando elevar nuestra alma a Vos para pedirte –también en este momento- que nos enseñes a rezar. Hoy, para cualquier trabajo, se exige una capacitación continua que actualice y enriquezca la formación inicial. También se necesita continuar aprendiendo a rezar; por eso acudimos a Vos, Señor, para que nos sigas enseñando. Nos encantaría que nuestra oración fuera cariñosa y constante; que Vos te sientas contento con ella. Sabemos que la oración, en primer lugar, es una acción Tuya, que la nuestra es siempre respuesta. Por eso te agradecemos que te hayas dignado a acercarte y a enseñarnos.
Perdón por no haber sido buen aprendiz… Tus alumnos -nosotros- estamos muchas veces “en babia” y no te prestamos atención. ¡Qué paciencia la Tuya, Señor! Pero queremos seguir aprendiendo, queremos seguir mejorando.
El Catecismo enseña que la humildad es la base de la oración. Por eso, si somos soberbios, no podremos recibir el don de la oración.
Qué fuerte me parecen aquellas páginas del Evangelio que cuentan que Vos no pudiste hacer muchos milagros en Nazaret, por la dureza de corazón de tus paisanos. ¡Tremendo! Vos que querés pero tenés “las manos atadas”. Por favor, Jesús, que esto no me pase a mí. Que pueda aprovechar todas las enseñanzas, regalos o milagros que me querés regalar. Amén.