TEMA 26: EL SUJERO MORAL. LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS (1).

Continuación de La vida cristiana: la ley y la conciencia.

Por Juan María Gallardo.

Pasiones y acciones

Conviene aclarar inicialmente la distinción entre las pasiones —llamadas también sentimientos— y las acciones voluntarias. A veces alguien se ve sorprendido por una reacción imprevista ante personas, acontecimientos o cosas: un movimiento de cólera que viene inesperadamente ante una palabra que se considera ofensiva; sentimiento espontáneo de tristeza y desconcierto ante el fallecimiento inesperado de un amigo; movimiento de envidia ante un objeto valioso. Estos fenómenos anímicos que se producen sin que lo decidamos, ante los que somos por así decir sujetos pasivos, se llaman comúnmente sentimientos o pasiones. Otras veces, en cambio, vemos que somos sujetos activos de nuestras acciones, porque las proyectamos y realizamos por propia iniciativa: decidimos ponernos a estudiar o ir a casa de un amigo enfermo para estar un rato con él. Son también acciones los actos con los que detenemos o damos rienda suelta a las pasiones: ante una palabra ofensiva que suscita en nosotros un movimiento de ira podemos decidir no responder, sino callar poniendo una sonrisa, o bien responder a quien nos trata mal con otra palabra igualmente ofensiva.

Tema 26: El sujeto moral. La moralidad de los actos humanos (1)

Solo las acciones voluntarias son objeto de una valoración moral propiamente dicha, es decir, solo ellas pueden ser una culpa moral o una acción laudable. Esto no quiere decir sin embargo que los sentimientos sean fenómenos neutros, ni que carezcan de importancia para la vida cristiana. Las pasiones presuponen un juicio sobre la persona o cosa ante la que surgen, y sugieren una toma de posición y una línea de conducta. Ante una persona o cosa considerada como buena surge una pasión de signo positivo —alegría, entusiasmo—, que sugiere una toma de posición y una línea de acción positiva —aprobar, alabar, acercarse a esa persona—; ante una persona o acontecimiento considerado como malo, surge una pasión de signo negativo —cólera, tristeza— que sugiere una toma de posición y una línea de acción negativa —desaprobación, agresión—. En términos generales se puede decir que las pasiones que surgen de un juicio verdadero y sugieren una toma de posición y una línea de acción buena, son una ayuda para la vida cristiana, porque permiten entender con rapidez lo que es bueno y consienten realizar de modo fácil y placentero las acciones que son apropiadas para un buen hijo de Dios. Las pasiones que presuponen un juicio falso —por ejemplo, porque ven una ofensa donde no la hay— y sugieren una toma de posición y una línea de acción moralmente negativas —por ejemplo, una falta de caridad o un comportamiento violento— constituyen un notable obstáculo para la vida cristiana.

Para el estudio de la moralidad de los actos humanos es importante tener en cuenta lo que se acaba de decir sobre las pasiones y los sentimientos, porque muchas de nuestras acciones voluntarias están motivadas por pasiones y sentimientos; son como nuestro modo de reaccionar o de gobernar las pasiones que experimentamos. Por ejemplo, no se podría valorar en su justa medida unas palabras poco caritativas de una persona hacia otra si no se sabe que la primera fue ofendida gravemente por la segunda, y que ha tenido que luchar mucho para no pasar a la agresión física, y las palabras poco caritativas que ha pronunciado en el fondo expresan un auto control bastante bueno, aunque no perfecto. La poca aplicación al estudio de una persona dominada por un sentimiento vital de apatía es menos mala de lo que sería si la negligencia fuese fruto del desinterés voluntario. Con las acciones voluntarias, que se estudian a continuación, muchas veces estamos gobernando el paso al ámbito de la libertad de instancias, movimientos y solicitaciones que proceden del mundo, en sí involuntario, del sentimiento.

Moralidad de los actos humanos

Como se ha anunciado antes, solo las acciones voluntarias —llamadas también actos humanos— son propiamente acciones morales, buenas o malas. La doctrina moral católica enseña que «la moralidad de los actos humanos depende:

  • del objeto elegido;
  • del fin que se busca o la intención;
  • de las circunstancias de la acción.

«El objeto, la intención y las circunstancias son las ‘fuentes’ o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos» (Catecismo, n. 1750). Vamos a ver qué son estos tres elementos de la acción.

El objeto moral

El objeto moral «es el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto de querer de la persona que actúa». Veamos primero qué es el objeto de una acción, y luego qué es el objeto moral. Las acciones se definen y se distinguen entre sí por su objeto. Pero aquí «objeto» se refiere al contenido inmediato de una acción voluntaria, es decir, a lo que se propone inmediatamente el acto de voluntad, y no a la cosa externa que se maneja. Por ejemplo: si Juan compra un libro, el objeto de la voluntad de Juan —lo que quiere hacer— es «comprar un libro», y no el libro; si Pedro roba un libro, el objeto de la voluntad de Pedro es «robar un libro», y no el libro. Si el libro fuese el objeto de ambas acciones, tendríamos que aceptar la tesis falsa de que «comprar un libro» y «robar un libro» son acciones idénticas, pues ambas tendrían el mismo objeto: el libro.

Para poner de manifiesto la necesidad de atender a lo que el sujeto se propone hacer, san Juan Pablo II escribió que para saber cuál es el objeto moral de un acto, «hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa. […]. Así pues, no se puede tomar como objeto de un determinado acto moral, un proceso o un evento de orden físico solamente, que se valora en cuanto origina un determinado estado de cosas en el mundo externo». La expresión «objeto moral» quiere decir que el objeto de la voluntad se pone en relación con las virtudes y los vicios. «Comprar un libro» es un objeto bueno, mientras que «robar un libro» es un objeto malo, porque el primero es conforme con la virtud de la justicia, mientras que el segundo se opone a esa virtud.

La doctrina católica sostiene que el valor moral de los actos humanos —el que sean buenos o malos—depende ante todo y fundamentalmente del valor positivo o negativo del objeto moral, es decir, de la conformidad del objeto o del acto querido con la recta razón, cuyos principios fundamentales son las virtudes. Los actos que por su objeto se oponen a exigencias esenciales de las virtudes —justicia, templanza, etc.—, son intrínsecamente malos, es decir, son malos «siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa y de las circunstancias». Son intrínsecamente malos, por ejemplo, el adulterio, el aborto y el robo.

La intención

Mientras el objeto moral se refiere a lo que la voluntad quiere con el acto concreto —por ejemplo: comprar un libro—, la intención se refiere al por qué lo quiere —por ejemplo: para preparar un examen, para hacer un regalo—. La intención comporta que lo que ella quiere no se puede obtener inmediatamente, sino a través de otras acciones. Querer regalar un libro es objeto de intención si para regalar el libro hay que elegir antes otras acciones: comprarlo, trasladarse a casa de la persona a la que se quiere obsequiar, etc.

La intención «no se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último». En el comportamiento humano suele haber una serie de fines subordinados el uno al otro: se quiere un libro para preparar un examen, se hace el examen para obtener un título profesional, se quiere tener ese título para tener un buen sueldo y para hacer un trabajo útil para la sociedad, y así sucesivamente. Al final, en cada comportamiento, hay un fin último querido por sí mismo y no por otra cosa, que debería ser Dios, pero que puede ser también la vanagloria, el afán de poder o de enriquecerse, etc. Se dice por eso que un acto que, por su objeto, es «ordenable» a Dios, «alcanza su perfección última y decisiva cuando la voluntad lo ordena efectivamente a Dios».

La intención, como cualquier otro acto de voluntad, puede ser moralmente buena o mala. Si es buena, puede confirmar o incluso aumentar la bondad que la acción tiene por su objeto, pero en cambio no puede hacer «ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado. El fin no justifica los medios». Si la intención es mala, puede confirmar o aumentar la malicia que el acto tiene en virtud de su objeto moral, y podría también hacer malo un acto que por su objeto es bueno, como sucedería cuando alguien comienza a tratar con benevolencia a otra persona con el único propósito de corromperla más adelante.

Las circunstancias

Las circunstancias «son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos —por ejemplo, la cantidad de dinero robado—. Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra —como actuar por miedo a la muerte—». Las circunstancias «no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala». Hay circunstancias que pueden añadir una nueva razón de maldad a un acto, como es el caso de un acto impuro cometido por una persona que tiene un voto de castidad. Este tipo de circunstancias se han de declarar en la confesión sacramental. Se puede decir, en síntesis, que «el acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias».

Fragmento del texto original de Tema 26: El sujeto moral. La moralidad de los actos humanos (1).

  • (1) Libro electrónico «Síntesis de la fe católica», que aborda algunas de las principales verdades de la fe. Son textos preparados por teólogos y canonistas con un enfoque primordialmente catequético, que remiten a la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, las enseñanzas de los Padres y el Magisterio.

Foto principal: Cathopic.

TEMA 25: LA VIDA CRISTIANA: LA LEY Y LA CONCIENCIA.

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