DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (11).
Por Silvio Pereira.
10. VIVIR UNA VIDA NUEVA ROMPER CON EL PECADO (II)
Pues el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también ustedes, considérense como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Rom 6,7-11.
Viviremos con Él. Santo Apóstol de Jesucristo, con cuánta sencillez nos expones el fundamento de nuestro discipulado. Nos sigues recordando que estamos muertos al pecado, liberados de sus cadenas. ¿Hemos sido nosotros quienes lo hemos hecho? ¡Pues claro que no! Es obra del Señor Jesús. Pero ya nos has anunciado que por el Bautismo, hemos sido sumergidos y unidos a su Pascua, por tanto con Él morimos y con Él vivimos. «Vivir con Cristo», toda una novedad por receptar. Veo tantísimos cristianos que viven solos —por cuenta propia— como si la vida les perteneciera de forma absoluta, como si no la hubiesen recibido. ¿Cómo han caído en este desatino?
Cuando percibo lo inhabitual que resulta plantear al «pueblo fiel» que nuestra vida es para hacer la voluntad de Dios, que nuestra felicidad y plenitud es ser santos, que no nos pertenecemos sino que somos Suyos; no dejo de preguntarme por qué resulta sorprendente este dato básico de nuestra fe cristiana. ¿Será que estamos tan atrapados por la cosmovisión mundana? ¿Será que no nos han predicado el Evangelio con fidelidad y para la conversión del corazón? O aún más inquietante: ¿será que desconocemos el Amor de Dios y al Dios que es Amor? Pues quien le conoce inmediatamente descubre que su vida no le pertenece y que el Señor es la Vida, que no hay Vida sin Él.
«Vivir con Cristo, vivir los dos juntos». ¡Qué bueno sería tener esta conciencia en lo cotidiano! Cuando vivo mi vida no estoy solo, Jesús y yo vamos viviendo juntos. «Jesús y yo», siempre todo lo encaramos juntos —mientras ando los senderos de su Gracia—. El Señor es fiel y no abandona, se queda conmigo. Yo en cambio necesito perseverar en esta unión, cultivarla, dejar que crezca y que me tome todo el corazón, la mente, la vida entera. «Vivir viviendo la Vida que Él me comunica».
En el fondo es como vivir de continuo celebrando la Pascua. Cristo Hijo con su Muerte mató al pecado, y su Vida es un vivir para Dios su Padre. Nosotros, unidos a Él por la Gracia, también debemos morir al pecado y vivir para Dios.
No reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal de modo que obedezcan a sus apetencias. Ni hagan ya de sus miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofrézcanse ustedes mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y sus miembros, como armas de justicia al servicio de Dios. Pues el pecado no dominará ya sobre ustedes, ya que no están bajo la ley sino bajo la gracia. Rom 6,12-14
Poco que agregar: vivamos una Vida Nueva. Crucifiquemos las apetencias y las pasiones desordenadas. El camino del discipulado es camino de purgación. Dejar definitivamente atrás la ley de muerte que es el pecado. Vida penitencial es la vida cristiana aquí en la historia, un continuo anhelo de conversión aspirando a la santidad. Un quedarnos fielmente bajo la Gracia y establecernos firmemente en ella, es nuestra vocación de discípulos.
Pues ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! Rom 6,15
Lamentablemente desde los comienzos, el anuncio gozoso de la Gracia en Cristo, de la Vida Nueva que nos comunica por su Pascua, ha dado lugar a interpretaciones exageradas, falsos misticismos gnósticos, que atribuían cierta impecabilidad a los «espirituales» y daban licencia al libertinaje moral. Esto es desde todo punto de vista inadmisible y sin embargo, una herejía tristemente recurrente a través de los siglos. Se trata solo de una perversa utilización de la religiosidad para justificar comportamientos inmorales. Casi siempre ligada a secretas revelaciones, a inspiraciones carismáticas y fenómenos extraordinarios. Son caldo de cultivo personas poco formadas en su fe, que tienden a un pietismo desencarnado, con una conciencia pueril y fácil de manipular. Entre los pretendidos líderes religiosos que han alcanzado un estado superior de «iluminación» y sus seguidores se establece una relación de sujeción indebida y enfermiza. Este peligro siempre vigente puede estar a la vuelta de la esquina en cualquier culto cristiano, incluso en la Iglesia Católica también. Pero el pecado nunca es de Dios y el Dios Santísimo nada tiene que ver con el pecado, excepto con su aniquilación y el rescate misericordioso de los caídos que acepten conversión.
¿No saben que al ofrecerse a alguno como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen: bien del pecado, para la muerte, bien de obediencia, para la justicia? Pero gracias a Dios, ustedes, que eran esclavos del pecado, han obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fueron entregados, y liberados del pecado, se han hecho esclavos de la justicia. Rom 6,16-18
San Pablo nos plantea la conversión en el sentido de una ligazón, de un vínculo de obediencia, de un entregarse en manos de otro. Y exactamente de un cambio radical en la orientación de esa ligazón. Así insinúa hábilmente que el libertinaje los había hecho esclavos por el pecado que conduce a la muerte, pero ahora la obediencia al Evangelio les ha traído a una nueva realidad: esclavos de Cristo y liberados para vivir en su Gracia, justificados por Él.
–Hablo en términos humanos, en atención a su flaqueza natural-. Pues si en otros tiempos ofrecieron sus miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenarse, ofrézcanlos igualmente ahora a la justicia para la santidad. Pues cuando eran esclavos del pecado, eran libres respecto de la justicia. ¿Qué frutos cosecharon entonces de aquellas cosas que al presente les avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructifiquen para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. Rom 6,19-23
Tu exhortación final, querido Apóstol, nos invita con fuerza a permanecer en la Vida Nueva de Cristo. Creo que toda época —la nuestra de un modo impresionante—, nos impulsa a vivir en el exceso de los placeres, en la adicción por los gustos sensuales, en la vorágine de una mundanidad desatada y voraz. En un sentido amplio —no solo sexual— en una celebración orgiástica del consumo, en un bacanal del desenfrenado narcisismo, en una fiesta irreverente del ego prepotente, en un aquelarre del caos y la oscuridad. Y no es de extrañar porque este mundo tiene su Príncipe, que ya sido vencido por el Hijo de Dios en la Cruz, y que desesperado se hunde en la condenación eterna queriendo arrastrar consigo al mayor número posible.
En cambio nosotros, mis queridos hermanos, ya rescatados en Gracia, quizás avergonzados de nuestra vida pasada, discípulos esforzados y humildes penitentes, herederos de la Salvación Eterna, perseveremos en Cristo dando frutos de santidad. La consigna es simple y clara: romper con el pecado y vivir una Vida Nueva.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro . Su perfil en Facebook es Pbro Silvio Dante Pereira Carro.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (11).