DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (34).
Continuación de Diálogo vivo con san Juan de la Cruz: Conversaciones subiendo al monte (33).
Por Silvio Pereira.
34. Los gozos temporales y sus daños
«El primer género de bienes que dijimos son los temporales, y por bienes temporales entendemos aquí riquezas, estados, oficios y otras pretensiones» (SMC L3, Cap. 18,1).
«El hombre ni se ha de gozar de las riquezas cuando las tiene (él) ni cuando las tiene su hermano, sino si con ellas sirven a Dios» (SMC L3, Cap. 18,3).
«Aunque todas las cosas se le rían al hombre y todas sucedan prósperamente, antes se debe recelar que gozarse, pues en aquello crece la ocasión y el peligro de olvidar a Dios» (SMC L3, Cap. 18,5).
«No se ha de poner el gozo en otra cosa que en lo que toca a servir a Dios, porque lo demás es vanidad y cosa sin provecho, pues el gozo que no es según Dios no le puede aprovechar (al alma)» (SMC L3, Cap. 18,6).
No creo amigo mío que en este punto debamos abundar demasiado pues es doctrina harto famosa de nuestro Señor Jesucristo el peligro inherente a las riquezas. Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos. Porque no se puede servir a dos señores al mismo tiempo, a Dios y al dinero. Porque ¿de qué te servirá cuanto has acumulado en tus graneros si esta noche te pediré la vida? Pues la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas. Y podríamos continuar… De hecho el consejo que Cristo da a quienes llama al seguimiento es que si quieren ser perfectos vendan todos sus bienes, den limosna a los pobres y después se pongan a caminar con Él.
Tal vez para la susceptibilidad de mis coetáneos haya que aclarar que el Señor no está en contra de que poseamos bienes temporales y disfrutemos de ellos. Obviamente la idea madre es que estén referidos y ordenados a Dios, a la comunión con Él y a su servicio. Aquello también tan consabido acerca de que no nos creamos dueños sino aceptemos ser humildes administradores. La liturgia de la Iglesia reza a Dios pidiéndole que «sepamos usar de los bienes temporales de modo que nos permitan adherirnos a los bienes eternos».
Ya es innecesario proseguir en este tema tan vasto y tan predicado. Obviamente los bienes temporales pueden ser tanto una escala como un obstáculo. Aquel joven rico se volvió entristecido pues aunque tenía intención de ser discípulo no pudo desprenderse de cuanto poseía.
Ahora nos explicarás, Fray Juan, que daños se siguen de un mal uso y apetencia por los bienes temporales, poniendo en ellos el gozo al que aspira el alma.
«Un daño privativo principal que hay en este gozo, que es apartarse de Dios» (SMC L3, Cap. 19,1).
«El empacharse el alma que era amada antes que se empachara, es engolfarse en este gozo de criaturas. Y de aquí sale el primer grado de este daño, que es volver atrás; lo cual es un embotamiento de la mente acerca de Dios, que le oscurece los bienes de Dios, como la niebla oscurece al aire para que no sea bien ilustrado de la luz del sol» (SMC L3, Cap. 19,3).
Soy testigo de personas empachadas y atiborradas de bienes temporales y cómo esta glotonería materialista les va cerrando el corazón, los torna insensibles a la dimensión espiritual. Los hay que han vivido siempre así porque su ambiente familiar y social los influyó grandemente desde el comienzo.
¡Cuánto sufrirán estas personas cuando les toque pasar por privaciones, cuando la suerte se les vuelva adversa, cuando no puedan retener todo lo que han acumulado como falsa seguridad! ¡Qué pesar experimentarán cuando les arrebaten su posición de privilegio, pierdan sus prerrogativas y desciendan al llano del no-poder! Y lo peor sin duda es que buscarán ayuda y se verán tan discapacitados para abrirse a la dimensión espiritual donde encontrar un sentido para seguir viviendo.
Pues los bienes temporales van y vienen, caprichosos, y no se mantienen sino a fuer de despiadadas batallas que matan nuestra humanidad. ¿Quién es tan torpe como para colocar aquí su esperanza? Lamentablemente multitudes.
Más triste es el caso de personas que habiendo conocido a Dios y las maravillas de su gracia, retroceden y se vuelcan a estos nefastos ídolos. ¿Acaso cambian el tesoro por baratijas? Sea la tentación constante de la civilización consumista o las propias heridas de la historia que buscan compensaciones impropias, hay quienes empezando a conocer el Amor de Dios se revuelcan de nuevo en un mar de bienes temporales que pasan y no llenan verdaderamente el alma. Penosamente lo digo, he visto este mal muy arraigado entre algunos eclesiásticos que son voraces de prestigio y poder como de una vida acomodada.
«Este segundo grado es dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas temporales. Y esto le nació de haber primero dado rienda al gozo; porque, dándole lugar, se vino a engrosar el alma en él, como dice allí, y aquella grosura de gozo y apetito le hizo dilatar y extender más la voluntad en las criaturas» (SMC L3, Cap. 19,5).
«Este segundo grado, cuando es consumado, quita al hombre los continuos ejercicios que tenía, y que toda su mente y codicia ande ya en lo secular. Y ya los que están en este segundo grado, no solamente tienen oscuro el juicio y entendimiento para conocer las verdades y la justicia como los que están en el primero; mas aun tienen ya mucha flojedad y tibieza y descuido en saberlo y obrarlo» (SMC L3, Cap. 19,6).
En un segundo momento la primera afición e inclinación se vuelve más intensa, diríamos adictiva. Y las personas ya se sumergen en un estilo de vida mundano, dejando atrás el estilo de vida evangélico. Como cegados por la avidez de tener y poseer, siempre insatisfechos quieren más. Ya se desdibujan los parámetros de la justicia y la verdad en aras de una desatada codicia. Ya no solo no se comprenden los bienes posibles según recta jerarquía sino que se debilita y apaga cualquier cuestionamiento ético. «Vale todo por conseguir lo que quiero».
¡Cuán importante es estar claros sobre los fines! El fin al que aspiramos marcará nuestro camino. No descuidar algunos medios parece crucial: llevar una vida penitencial, capaz de ayuno y de austeridad. Pero claro, este tipo de medicina es inadmisible en nuestros días.
«El tercer grado de este daño privativo es dejar a Dios del todo, dejándose caer en pecados mortales por la codicia. En este grado se contienen todos aquellos que de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de Dios; y tienen grande olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo» (SMC L3, Cap. 19,7).
¿Crees que será difícil hallar personas de este tipo? Cuando joven, uno de mis primeros trabajos remunerados me llevo a estar en contacto con personajes y ambientes así, solo obsesionados con las riquezas y los puestos de poder, en medio de un mar de traiciones, corrupción y lucha sin códigos. Me refregaba los ojos no pudiendo creer lo que veía y al cabo de pocos meses, temiendo por el bien de mi alma y asqueado de tanta cruel banalidad, me aparte para siempre de tales lodazales.
Aunque tengo amigos que se han sumergido bastante en tales cumbres del averno y que hoy se lamentan del tiempo perdido a la vez que no extrañan en nada cuanto mundanamente han perdido en pos de la paz de su alma.
Porque en aquellos sitios y con esas gentes no hay lugar alguno para la Salvación de Dios. Me temo que cuanto más encumbramiento en este mundo mayor servilismo al Príncipe oscuro que le instiga y conduce a los abismos. Me preocupa además que en esta ciudad de necesidades estimuladas y renovadas, consumo creciente y búsqueda de confort, ya pocos consideren la eternidad. La temporalidad parece haberse devorado a la Gloria. Incluso gravemente en la Iglesia que peregrina se sostiene que la Salvación está asegurada sí o sí a pesar de cuanto vivas y ya el Cielo no interesa demasiado. Ahora el ‘valle de lágrimas’ es la aburrida Jerusalén Celeste de los santos.
Sin embargo los poderosos de este mundo serán rechazados y despedidos con las manos vacías, mientras los humildes y pequeños serán ensalzados, canta el Magníficat de la Virgen María.
«El cuarto grado de este daño privativo viene el alejarse mucho de Dios según la memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios» (SMC L3, Cap. 19,8).
«De este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar las cosas sobrenaturales a las temporales como a su dios» (SMC L3, Cap.19,9).
¡Dios me libre y libre a mis hermanos de semejante atrocidad! ¡Dios libre a su Iglesia que camina en la historia –perdón por la crudeza- de aquellos eclesiásticos encumbrados que busquen negociar lo sobrenatural para satisfacer su avidez de poder y su voracidad mundana! Porque Satanás sabe tentarnos habitualmente por los bienes temporales, a todos los hombres como a los hijos de la Iglesia.
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (34).
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro.