DEL SUEÑO CARTESIANO A LA MUERTE ENCEFÁLICA (2).
Continuación de Del sueño cartesiano a la muerte encefálica (1).
El sueño en la contemporaneidad
Algunas disciplinas de la contemporaneidad; como ciertas neurociencias, la Psicología evolutiva y el Psicoanálisis; han dedicado algunos tratados al alma soñadora.
Si bien no se profundizará en ese aspecto del tema, es necesario enfatizar que Descartes creía en la verdad manifestada a través de los sueños, de ahí que esos famosos tres sueños que tuviera en su juventud, marcaron el camino para toda su filosofía posterior. Hay quienes los consideran la descripción de un viaje a la vida misma del filósofo, caracterizado por una disociación mente-cuerpo -en los dos primeros- que se transformó en desintegración, en el último. Incluso han visto un paralelismo con el pasaje del Renacimiento hacia la cultura moderna y desde la modernidad hacia la post modernidad. La verdad de estos sueños fue revelarle el mandato de unificar e iluminar la ciencia y el conocimiento, a través de un mismo y único método: la razón.
El análisis que nos concierne gira en torno al sueño tangible, es decir, al mismo acto de dormir. Entonces partiremos de la representación cartesiana del cuerpo durmiente, claramente identificada con un artefacto en estado de relajación.
«[…] si esta máquina está dispuesta de modo que obedece todas las acciones de los espíritus, representa el cuerpo de un hombre que permanece despierto. Si, al menos, tienen fuerza para impulsar y tensar alguna de sus partes, mientras que otras permanecen libres y relajadas, tal como sucede con las velas cuando el viento es demasiado débil para llenarlas, en este caso representa el cuerpo de un hombre que duerme y tiene diversos sueños».
Ahora bien, ¿a cuáles espíritus se estaba refiriendo Descartes?
Para contestar esta pregunta recurriremos a la fisiología contemporánea, para que colabore en el intento de ofrecer una lectura filosófica de la máquina humana durmiente.
Con fines didácticos, restringiremos el trabajo de las neuronas cerebrales a su capacidad de generar señales eléctricas que puedan registrarse en el electroencefalograma (EEG).
La fisiología moderna define al ‘sueño’ como un estado de inconciencia rápida y reversible; caracterizado por la reducción de la capacidad motora, adopción de postura típica —yacente en el hombre— y desconexión incompleta del entorno con bloqueo de las aferencias.
El sueño se conforma por dos tipos de ciclos nocturnos: el sueño no-REM, dividido en cuatro etapas —I-II sueño superficial, III y IV delta o profundo— y el sueño REM o paradójico. En el sueño profundo se observan 4 subfases. El sueño es un proceso activo, particularmente en la etapa REM —rapid eye movements—.
Durante la fase profunda del sueño, nuestro encéfalo se desconecta del entorno, y las neuronas que lo conforman disminuyen su actividad, hasta generar un potencial eléctrico con ondas apenas oscilantes entre 1 a 3,5 veces por segundo. Entre ellas están las llamadas ondas δ /delta, que poseen un voltaje > 75 μv, lo que duplica o cuadruplica el promedio de intensidad de las ondas cerebrales. Las mismas se observan al final del sueño profundo —subfase 4—, en situaciones de anestesia o daño estructural severo como es el coma. La actividad δ demuestra que la corteza cerebral queda liberada de influencias activadoras que ejercen estructuras inferiores; normalmente no está presente en el EEG de adultos despiertos, apareciendo sólo al dormirse. Las frecuencias lentas —δ y θ— son abundantes en el EEG del recién nacido y niños de corta edad, desapareciendo con la maduración.
La técnica del EEG ha permitido usar protocolos que establecen el diagnóstico de muerte a partir de un conjunto de hallazgos neurológicos, entre los cuales figura el registro de ondas. Estos protocolos indican, en buen método cartesiano, que: existiendo una causa justificable, habiendo transcurrido un tiempo determinado, estando excluido todo efecto de drogas y alteraciones metabólicas, bajo determinadas condiciones clínicas —duda cartesiana— y siendo repetidas las respuestas compatibles con determinado examen neurológico —división en partes—, se procederá al uso de métodos instrumentales —conclusión y comprobación— para diagnosticar la muerte. Entre estos métodos instrumentales está el EEG, diciendo un protocolo al respecto:
«Su resultado debe mostrar el llamado ‘Silencio Bioeléctrico Cerebral’, que se define como ausencia de actividad electro-encefalográfica mayor a los 2 —dos— μv de amplitud, cuando es registrado por pares de electrodos en el cuero cabelludo con una distancia interelectrodo de 10 —diez— cm o más y una impedancia adecuada de los mismos».
Está claro que el fisiólogo Descartes desconocía el potencial eléctrico de la membrana celular, y habría de llegar 1781 para que Luigi Galvani comunicara con certeza a la comunidad científica sobre la presencia de electricidad en las células animales. Sin embargo, Descartes logró identificar una especie de corriente vital que se encontraba en la sangre o corría por los nervios, a la que llamó ‘espíritus animales’, estableciendo una asociación entre este flujo y la animación de la máquina corporal. Sobre esto escribió:
«En relación con las partes de sangre que llegan a alcanzar el cerebro, no sólo sirven para alimentar y conservar sus sustancias, sino principalmente para producir allí un viento muy sutil, o más bien, una llama muy viva y muy pura, llamada Espíritus Animales. […] A medida que tales espíritus penetran en las concavidades del cerebro, se van progresivamente introduciendo en los poros de sus sustancias y de los nervios; tales espíritus, a medida que penetran o tienden a ello en mayor o menor cantidad, según los casos, tienen fuerza para variar la forma de los músculos en los que se insertan estos nervios, dando lugar al movimiento de todos los miembros. […] Pero con el fin de hacer comprender todo esto con claridad, deseo referirme inicialmente a los nervios y a los músculos, mostrando cómo los espíritus del cerebro tienen suficiente fuerza para mover un miembro cualquiera en el mismo instante en que penetran en algunos nervios».
Si los espíritus animales provenientes del cerebro se encargaban de mover la máquina, bien podría pensarse que su ausencia significaría perder animación y vitalidad. Valiéndonos de los criterios electroencefalográficos para diagnosticar la muerte, y suponiendo que los espíritus sean equivalentes al impulso eléctrico emitido por las neuronas cerebrales, sería lógico inferir que la muerte consistiría en el cese de la emisión del potencial neuronal.
Siguiendo este razonamiento, si la electricidad del cerebro dormido es mayor a 75 μv y la de uno muerto menor a 2 μv, entonces lo que resta entre ambos valores ¿sería la diferencia entre quien vive y quien no? De responder afirmativamente a esta pregunta, se justificaría la asociación sueño-muerte, de modo tal que entre ellos ‘mediara tan solo una distancia’.
Mas esta conclusión, por deductiva que parezca, no fue elaborada por Descartes, y quién sabe si, de disponer los conocimientos actuales de fisiología, lo hubiese hecho.
Me aventuro a pensar que tal consideración habría estado lejos del pensamiento cartesiano, fundamentalmente por dos motivos: uno porque tiene gran similitud a un silogismo y otro por la inmortalidad que el filósofo le asignara al alma.
Al respecto del silogismo diremos que es el uso lógico de la comparación que permite pensar una verdad a la luz de otra y crear una luz nueva. Una manera en que lo ya conocido se convierte en radiante evidencia. Descartes lo asoció con el método escolástico y pensó que debía ser completamente sustituido por la evidencia subjetiva de la razón matemática.
«A mi me gustaban sobre todo las matemáticas, a causa de la certidumbre y evidencia de sus razones […] Considerando cuántas opiniones distintas puede haber sobre una misma materia, sostenidas por personas doctas sin que pueda haber nunca sino una verdadera, yo tenía casi por falso todo lo que no era más que verosímil […] respecto de todas las opiniones que yo había recibido hasta entonces en mi creencia, yo no podía hacer mejor que acometer de una vez la tarea de eliminarlas, a fin de poner en su lugar después, o bien otras mejores, o bien las mismas, cuando yo las hubiera ajustado al nivel de la razón. Y yo creía firmemente que, por este medio, lograría conducir mi vida mucho mejor que limitándome a construir sobre viejos cimientos y apoyándome solamente en principios que me había dejado inculcar en mi juventud sin haber examinado nunca si eran verdaderos».
La manifestación contra el silogismo del filósofo francés fue un repudio a la lógica y, con ello, a la potencialidad de nuestra inteligencia; es decir, eso que la hace que sea una razón. Paradójicamente, el primer paso del racionalismo consistió en desconocer la razón.
Del sueño cartesiano a la muerte encefálica (2) en PDF.
El documento fue publicado originalmente en Biblioteca digital de la UCA – ‘Ética y Vida’ en 2011.
DEL SUEÑO CARTESIANO A LA MUERTE ENCEFÁLICA (2).