DEL SUEÑO CARTESIANO A LA MUERTE ENCEFÁLICA (1).

Por Lenin de Janon Quevedo.

Entre el sueño y la muerte hay ‘sólo una distancia’. El dormir encierra un misterio que se aviva con los sueños y, al parecer, habrían prefigurado al mismo método científico moderno. Descartes pensó que en sus sueños se transmitía el espíritu de la verdad. El alma soñadora e inmortal adquirió notoriedad en su dualismo, al tiempo que dejó de asociársela con la muerte. Tres siglos después, la medicina permitió identificar individuos que estaban muertos, aunque pareciesen dormidos —coma dépassé—. Así reapareció la asociación sueño-muerte, pero ahora con médicos provistos del ‘diagnóstico anátomo-clínico» que, por su herencia cartesiana, demandará evidencias. La duda metódica integrada al pensamiento científico, aportaría incertidumbre a las formulaciones cerebrales de la muerte.

Este trabajo repasa el valor de los sueños para el pensamiento occidental, busca al ‘hombre-máquina’ dentro de los criterios neurológicos del fallecido y, con la ayuda de la Filosofía, intenta comprender algunas objeciones en torno a la licitud del diagnóstico de «muerte encefálica». Se propone una revisión sucinta de la obra del filósofo francés y su reflejo en aspectos del debate ofrecido por la literatura médica.

Introducción 

Dice El Corán que «Alá llama a las almas cuando mueren y cuando, sin haber muerto, duermen. Retiene aquellas cuya muerte ha decretado y remite las otras a un plazo fijo». De esta manera, el libro sagrado del Islam trasmite una irrefutable realidad: el parecido entre el dormido y el fallecido es tal que se hace difícil evitar su asociación.

El dormir encierra un misterio que impresiona a los hombres y estimula su curiosidad; más aún, cuando el enigma de este ensayo de muerte es avivado por su tenaz compañía: los sueños.

Los sueños han sido motivo de pasmosa dualidad, momento para el descanso y la pesadilla, la realidad y la fantasía, el presagio o el espanto. No es extraño entonces que desde tiempos remotos el hombre haya tomado a los sueños por divinos o sagrados.

La modernidad parece haberse iniciado precisamente con un sueño. En realidad fueron tres los sueños que el padre del método científico moderno René Descartes (1596-1650) habría tenido en el frío noviembre de 1619, mientras dormía al calor de la estufa de una casa de campo en Baviera, cerca de Ulm. El creador del famoso plano que lleva su nombre, valoró sobremanera esos sueños, incluso los anotó en un cuaderno y junto a ellos puso lo que interpretaba de los mismos, dando cuenta de ese registro por el resto de su vida. Adrían Baillet, su biógrafo del siglo XVII, narraba que Descartes creía que esos sueños habían anunciado un maravilloso descubrimiento, los veía como un signo del espíritu de la verdad que bajaba sobre él como un trueno.

La verdad revelada era un método para distinguir el conocimiento cierto de la ilusión, y pensaba que la base filosófica del método científico —y por lo tanto de la era moderna— fue de alguna manera prefigurada en los sueños.

Entre la prolífica obra de Descartes ocupa un lugar especial su concepción del hombre, con sus componentes: la res cogitans —cosa pensante e inmortal— que habitaba en la res extensa —cuerpo entendido como cosa extensa y corruptible—.

El sueño siguió el mismo rumbo que su dualismo cuerpo-alma: un cuerpo durmiente, constituido como máquina con partes tensas y relajadas; y el sueño propiamente dicho, que quedó bajo dominio de los pensamientos, y por lo tanto del alma. El alma soñadora adquirió apreciable notoriedad en la filosofía cartesiana, dejando de lado la milenaria relación sueño y muerte.

Tres siglos después, la Medicina aprendió a identificar a ciertos individuos que se encontraban muertos a pesar de simular estar dormidoscoma dépassé—. El progreso en la comprensión de las funciones del sistema nervioso, el avance en los cuidados de los enfermos críticos y la tecnológica puesta a su disposición, reabrían la controversia entre la inconciencia y el final de la vida.

Habiendo recuperado su vigencia, la polémica sueño-muerte fue apropiada por una Medicina que en esta ocasión se revestía con un método de impronta cartesiana: el diagnóstico anátomo-clínico. Este método habría de pedir una evidencia —si era mecánica mejor— para satisfacer y acabar con la duda con la que se había confeccionado su urdimbre. Pero la duda formaba parte del tejido científico y aportaba incertidumbre al diagnóstico de muerte basándose en formulaciones cerebrales.

Este trabajo intenta repasar el valor de los sueños para el pensamiento occidental y buscar al ‘hombre máquina’ en formulaciones cerebrales que definen a la persona fallecida. De esta manera se intentará explicar ciertos nudos en torno a la licitud del diagnóstico de «muerte encefálica».

Se propone una revisión sucinta de la obra del filósofo francés y su reflejo en aspectos del debate ofrecido por la literatura médica.

El sueño desde la antigüedad hasta el siglo XVII

En la antigüedad fueron famosos los templos con oráculos que dormían a sus fieles. En los santuarios de Asclepio, la curación era posible sólo después de dormir una noche en el templo. Los rituales comenzaban con baños purificadores para acceder a la ceremonia de la incubatio, también llamada enkoimesis, en la que los enfermos pedían al dios que los visite en los sueños e indique la manera precisa de sanar la enfermedad. En ocasiones el enfermo acudía a un sacerdote médico para que lo ayudase a interpretar el mensaje divino y descifrar el diagnóstico y tratamiento.

El poeta latino Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) nos cuenta que Morfeo, del mismo modo que adoptaba formas humanas para introducirse en las fantasías de los durmientes, habría usado el sueño para encargase de comunicar la muerte:

«… ‘Mas el padre, del pueblo de sus mil hijos, despierta al artífice y simulador de figuras, a Morfeo: no que él ninguno otro más diestramente reproduce el caminar y el porte y el sonido del hablar. Añade además los vestidos y las más usuales palabras de cada cual. Pero él solo a hombres imita’. […] ‘Él vuela con unas alas que ningunos estrépitos hacen a través de las tinieblas y en un breve tiempo de demora a esa ciudad arriba de Hemonia, y depuestas de su cuerpo las alas, a la faz de Ceix se convierte y tomada su figura, lívido, a un exánime semejante, sin ropas ningunas, de su esposa ante el lecho, la desgraciada, se apostó. Mojada parece la barba del marido, y de sus húmedos cabellos fluir pesada ola. Entonces, en el lecho inclinándose, con llanto sobre su rostro profuso, tal dice: ¿Reconoces a Ceix, mi muy desgraciada esposa, o acaso mudado se ha mi faz por la muerte? Mírame: me conocerás y hallarás, por el esposo tuyo, de tu esposo la sombra. Ninguna ayuda, Alcíone, tus votos nos prestaron. Hemos muerto’».

La tradición veterotestamentaria también registra creencias sobre el valor de los sueños en los pueblos antiguos. Los antiguos israelitas tendieron a considerarlos presagios, aunque esto solía ser reprobado por los más instruidos y religiosos. De hecho, en Levítico y Deuteronomio se prohíben la hechicería y las adivinanzas. Los profetas del siglo 8 a.C. advirtieron sobre el engaño de videntes y falsos profetas. Los judíos se esforzaron en mantener su religión libre de las supersticiones asociadas los sueños, aunque haya sido imposible en todos los sectores de la nación. No tuvieron adivinos oficiales en sus templos o sinagogas y aquellos intérpretes de sueños como José y Daniel, de quienes la Biblia habla, fueron especialmente comisionados por Dios en circunstancias excepcionales. Ni sus cualidades ni su arte, sino El Divino Intelecto, fue quien iluminó sus mentes y sugirió las interpretaciones.

Los primeros cristianos mantuvieron las prohibiciones y advertencias veterotestamentarias sobre los sueños, resguardándose de supersticiosos que los veían como vaticinios. Los Padres de la Iglesia se basaron en la Biblia, y ocasionalmente en ciertos escritores clásicos, para reconocer sin controversias, que ciertos sueños pueden ser causados por Dios, a quien le pertenece su interpretación. Sin embargo, la intervención divina en los sueños ocurre ‘excepcionalmente’ y lo que más comúnmente sucede es la simpleza de soñar. Basta nombrar las claras y enfáticas enseñanzas de Cirilo de Jerusalén, Gregorio Niseno o Gregorio Magno.

Empero, los albores del cristianismo recibieron influencias de Platón y Plotino. Un ejemplo es el tratado sobre los sueños del neoplatónico Sinesio de Cirene —que fuera obispo de Ptolemaida-actual Tolmeitha/Talmitp, Libia— quien, tomando como base la tricotomía antropológica platónica y ciertas hipótesis psicológicas, asignó a la imaginación un rol exagerado, ensalzando el soñar como el modo más simple y seguro de profetizar; ideas que más tarde hubo de rectificar.

Los escolásticos medievales aportaron un estudio más cuidadoso y científicamente más extenso, sin apartarse de los principios morales de los escritos patrísticos. Tomás de Aquino explicaba que el valor pronosticador del sueño se debe a su influencia en el actuar de los sujetos, en la medida que lo soñado preocupe a la persona. Identificó la relación del sueño con causas internas y externas. Las internas las dividió en espirituales y corporales. Las primeras eran representaciones imaginarias de lo que se detuvo en los pensamientos y afectos del sujeto cuando estaba despierto. Las segundas eran expresiones del interior de nuestro cuerpo, por lo que eran usadas por los médicos para conocer la profundidad del mismo. Las causas externas también eran corporales y espirituales. Las primeras, eran la influencia sobre el durmiente de factores ambientales. Las segundas podría ser Dios, quien a través de los ángeles revela ciertas verdades; pero también podrían ser demonios que hacen surgir representaciones fantásticas, mostrando sucesos futuros y estableciendo pactos. Termina el razonamiento con la conclusión de que la predicción sería lícita si consistiese en pronosticar cosas futuras basándose en la revelación divina o causas naturales —internas o externas—, sin exceder lo que puedan influenciar las mismas. En tanto, cualquier otro motivo de adivinación sería ilícito y supersticioso.

Del sueño cartesiano a la muerte encefálica (1) en PDF.

El documento fue publicado originalmente en Biblioteca digital de la UCA – ‘Ética y Vida’ en 2011

DEL SUEÑO CARTESIANO A LA MUERTE ENCEFÁLICA (1).

@ldejanon_qv

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