APÁRTATE DE MÍ, QUE SOY UN PECADOR.
Por Mario Ortega.
Lc 5,1-11. Apártate de mí, que soy un pecador. Jueves de la semana XXII del TO
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
-Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-No temas: desde ahora serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
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AYER, PESCADOR; HOY, PECADOR; MAÑANA, DE NUEVO, PESCADOR.
1. Es entrañable el episodio de la pesca milagrosa, en la que San Pedro, que echa las redes en nombre de Jesús, se convierte al ver el prodigio realizado. Simón era pescador, esa es su vida pasada: las redes, la barca y el mar. Hoy tiene lugar este milagro que va a cambiar su vida para siempre. Ante la abundancia inexplicable de tantos peces recogidos por sus redes, cae a los pies de Jesús y quita la s a la palabra pescador: Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador.
2. No, no ha quitado sólo la S. Se ha quitado él la máscara de su soberbia y autosuficiencia. Y reconoce su pequeñez y miseria. No lo hace desde una tristeza o amargura solitaria, sino ante Jesús, con Él y apoyado en Él. Ante la grandeza de un Dios que lo puede todo. Si ha logrado que haya abundantes pescados, también podrá perdonar y destruir mis abundantes pecados.
3. Y una vez perdonado y convertido por la grandeza de la misericordia de Dios, San Pedro va a recibir la llamada de Jesús: Sígueme, desde ahora serás pescador de hombres. De pescador en el lago de Galilea, a pecador postrado ante Jesús, y desde Jesús, de nuevo a ser pescador, esta vez en el lago de la humanidad entera.