ADORAR A JESÚS.

Por Roberto Visier.

Hemos explicado que la oración debe ser Trinitaria, porque Dios se ha revelado como tres personas divinas, pero sin dejar de ser un solo Dios. La oración de adoración y bendición puede ser dirigida a las tres divinas personas. Al Padre lo adoramos sobre todo como fuente de todo bien, por su providencia y bondad infinitas. Él es el que genera, el creador de todo.

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La oración a Jesús resulta, por muchos motivos, mucho más fácil y directa porque el Verbo se ha hecho carne, ha venido a habitar entre nosotros, tiene un cuerpo visible y un alma humana. A través del Evangelio sabemos lo que ha hecho y lo que ha dicho. Es cierto que vivimos en la fe y no vemos al Señor Jesús, pero podemos representarlo, como ha hecho durante siglos el arte cristiano.

Recientemente el Papa Francisco ha publicado la encíclica Dilexit nos ―Nos amó― sobre la espiritualidad del Corazón de Jesús. En ella nos recuerda que al mirar la imagen de Jesús que nos muestra su corazón  herido y del que brota el fuego de su amor, podemos adorarlo; no la imagen, sino a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre que nos ama con un corazón humano lleno de amor divino, pero que ama también humanamente, con sentimientos profundamente humanos. Así lo sentimos cercano, amigo, compañero de camino. 

Lo mismo cuando lo contemplamos niño en nuestros belenes navideños, o lo besamos en la Iglesia en la misa de Navidad, o crucificado o glorioso. El viernes santo, adorando la cruz adoramos a Jesús. Los iconos orientales lo representan como Rey sentado en el trono, principio y fin de todas las cosas. Mirar a Cristo representado en una imagen no es sólo la expresión del arte o de la piedad popular, es un modo sensible ―a través de los sentidos― de ponernos en oración, contemplando a Jesús, hablando con él, ofreciéndole nuestra vida, presentándole nuestra súplica, dándole gracias, etc.

Toda oración cristiana, inspirada por el Espíritu Santo, está unida a Cristo y llega al Padre a través de Él. El intercede por nosotros y con nosotros ante el Padre. Es nuestro Pontífice, puente humano y divino que nos une al Padre, nuestro Sumo y Eterno sacerdote de la Nueva Alianza. Sin Él no somos nada, con Él lo tenemos todo: la paz en la tierra  y la gloria futura en el cielo. 

ADORAR A JESÚS.

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