EL MATRIMONIO (3ERA PARTE).

Por Juan María Gallardo.

Matrimonios mixtos y disparidad de culto

El matrimonio entre católico y bautizado no católico —mixto—
– exige una atención particular de los cónyuges y de los pastores.

Los matrimonios entre católico y no bautizado —con disparidad de culto—
– exige una aún mayor atención.

Presentación de Matrimonio (3era parte)

La diferencia de confesión entre los cónyuges
– no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio,
– cuando llegan a poner en común
– lo que cada uno de ellos ha recibido en su comunidad,
– y a aprender el uno del otro
– el modo como cada uno vive
– su fidelidad a Cristo.

Pero las dificultades
– de los matrimonios mixtos
– no deben ser subestimadas.

Se deben al hecho de que
– la separación de los cristianos
– no se ha superado todavía.

Los esposos corren el peligro de vivir
– en el seno de su hogar
– el drama de
– la desunión de los cristianos.

La disparidad de culto
– puede agravar aún más estas dificultades.

Divergencias en la fe,
– en la concepción misma del matrimonio,
– pero también mentalidades religiosas distintas
– pueden constituir una fuente de tensiones en el matrimonio,
– principalmente a propósito de la educación de los hijos.

Una tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa.

Según el derecho vigente en la Iglesia latina,
– un matrimonio mixto necesita, para su licitud,
– el permiso expreso de la autoridad eclesiástica.

En caso de disparidad de culto
– se requiere una dispensa expresa del impedimento
– para la validez del matrimonio.

Este permiso o esta dispensa supone
– que ambas partes conozcan
– y no excluyan los fines
– y las propiedades esenciales del matrimonio;
– además, que la parte católica
– confirme los compromisos
– —haciéndolos conocer a la parte no católica—
– de conservar la propia fe y
– de asegurar el Bautismo y
– la educación de los hijos
– en la Iglesia Católica.

En los matrimonios con disparidad de culto,
– el esposo católico tiene una tarea particular:
Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y
– la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente ( 1 Corintios 7,14).

Es un gran gozo
para el cónyuge cristiano y
para la Iglesia
– el que esta santificación
– conduzca a la conversión libre
– del otro cónyuge a la fe cristiana.

El amor conyugal sincero,
la práctica humilde y paciente
de las virtudes familiares, y
la oración perseverante
– pueden preparar al cónyuge no creyente
– a recibir la gracia de la conversión.

d) Los efectos del sacramento del Matrimonio

Del matrimonio válido se origina
– entre los cónyuges
– un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza;
– además, en el matrimonio cristiano los cónyuges
– son fortalecidos y quedan como consagrados
– por un sacramento peculiar
– para los deberes y
– la dignidad de su estado.

El vínculo matrimonial

Del matrimonio
– nace una institución estable;
– también ante la sociedad.

El vínculo matrimonial
– es establecido por Dios mismo,
– de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados
– no puede ser disuelto jamás.

La gracia del sacramento del matrimonio

La gracia propia del sacramento del matrimonio está destinada
– a perfeccionar el amor de los cónyuges,
– a fortalecer su unidad indisoluble.
Por medio de esta gracia
– se ayudan mutuamente
– a santificarse con la vida matrimonial conyugal y
– en la acogida y educación de los hijos.

Cristo es la fuente de esta gracia:
– mediante el sacramento del matrimonio,
– sale al encuentro de los esposos cristianos.
– Permanece con ellos,
– les da la fuerza de seguirle tomando su cruz,
– de levantarse después de sus caídas,
– de perdonarse mutuamente,
– de llevar unos las cargas de los otros,
– de estar sometidos unos a otros en el temor de Cristo y
– de amarse con un amor
– sobrenatural,
– delicado y
– fecundo.
En las alegrías
de su amor y
de su vida familiar
– les da, ya aquí, un gusto anticipado
– del banquete de las bodas del Cordero:

e) Los bienes y las exigencias del amor conyugal

El amor conyugal comporta una totalidad
– en la que entran todos los elementos de la persona
– —reclamo del cuerpo y del instinto,
– fuerza del sentimiento y de la afectividad,
– aspiración del espíritu y de la voluntad—;
– mira una unidad profundamente personal que,
– más allá de la unión en una sola carne,
– conduce a no tener más que un corazón y un alma;
– exige la indisolubilidad y la fidelidad
– de la donación recíproca definitiva; y
– se abre a fecundidad.

En una palabra:
– se trata de características normales
– de todo amor conyugal natural,
– pero con un significado nuevo
– que no sólo las purifica y consolida,
– sino las eleva
– hasta el punto de hacer de ellas
– la expresión de valores propiamente cristianos.

Unidad e indisolubilidad del matrimonio

El amor de los esposos exige,
por su misma naturaleza,
– la unidad y la indisolubilidad
– de la comunidad de personas
– que abarca la vida entera de los esposos

La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada
– por la igual dignidad personal
– que hay que reconocer a la mujer y el varón
– en el mutuo y pleno amor.

La poligamia
– es contraria a esta igual dignidad de uno y otro
– y al amor conyugal que es único y exclusivo.

La fidelidad del amor conyugal

El amor conyugal exige de los esposos,
por su misma naturaleza,
– una fidelidad inviolable.

El auténtico amor tiende por sí mismo
– a ser algo definitivo,
– no algo pasajero.

También el bien de los hijos exige
– la fidelidad de los cónyuges
– y urge su indisoluble unidad.

Su motivo más profundo consiste en
– la fidelidad de Dios a su alianza,
– de Cristo a su Iglesia.

Por el sacramento del matrimonio
– los esposos son capacitados para
– representar y testimoniar esta fidelidad.

Por el sacramento,
– la indisolubilidad del matrimonio
– adquiere un sentido nuevo y más profundo.

Puede parecer difícil,
– incluso imposible,
– atarse para toda la vida a un ser humano.
Por ello
– es tanto más importante anunciar la buena nueva
– de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable,
– de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y
– de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios.

Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio,
– con frecuencia en condiciones muy difíciles,
– merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial.

Existen situaciones en que
– la convivencia matrimonial
– se hace prácticamente imposible
– por razones muy diversas.

En tales casos, la Iglesia admite
– la separación física de los esposos
– y el fin de la cohabitación.

Los esposos
– no cesan de ser marido y mujer delante de Dios;
– ni son libres para contraer una nueva unión.

En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación.

La comunidad cristiana está llamada
– a ayudar a estas personas
– a vivir cristianamente su situación
– en la fidelidad al vínculo de su matrimonio
– que permanece indisoluble.

La Iglesia mantiene,
– por fidelidad a la palabra de Jesucristo:
Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (Marcos 10,11-12).

La Iglesia
– no puede reconocer como válida una nueva unión,
– si era válido el primer matrimonio.

Si los divorciados se vuelven a casar civilmente
– se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios.
Por lo cual
– no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación,
– y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales.

La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia
– no puede ser concedida más que
– a aquellos que se arrepientan
– —de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo—
– y se comprometan a vivir en total continencia.

Respecto a los cristianos
– que viven en esta situación y
– que con frecuencia conservan la fe y
– desean educar cristianamente a sus hijos,
– los sacerdotes y toda la comunidad
– deben dar prueba de una atenta solicitud,
– a fin de que aquellos no se consideren
– como separados de la Iglesia,
– de cuya vida pueden y deben participar
– en cuanto bautizados:

Se les exhorte a
– escuchar la Palabra de Dios,
– a frecuentar el sacrificio de la misa,
– a perseverar en la oración,
– a incrementar las obras de caridad y
– las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia,
– a educar sus hijos en la fe cristiana,
– a cultivar el espíritu y
– las obras de penitencia
– para implorar de este modo,
– día a día, la gracia de Dios.

La apertura a la fecundidad

Por su naturaleza misma,
– la institución misma del matrimonio y
– el amor conyugal están ordenados a la procreación y
– a la educación de la prole.

Los hijos
– son el don más excelente del matrimonio y
– contribuyen mucho al bien de sus mismos padres.

Es una participación especial de los esposos
– en la obra creadora de Dios.

La fecundidad del amor conyugal se extiende
– a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural
– que los padres transmiten a sus hijos
– por medio de la educación.

Los padres son los principales y primeros educadores de sus hijos.

Los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos
– pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente.
– Su matrimonio puede irradiar una fecundidad
– de caridad, de acogida y de sacrificio.

f) La Iglesia doméstica

Cristo
– quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María.
La Iglesia
– no es otra cosa que la familia de Dios.

Desde sus orígenes, la Iglesia estaba constituida
– por los que, con toda su casa se convertían.
– Estas familias convertidas eran
– islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.

En nuestros días,
en un mundo frecuentemente extraño
e incluso hostil a la fe,
– las familias creyentes tienen una importancia primordial
– en cuanto faros de una fe viva e irradiadora.
Por eso
– el Concilio Vaticano II llama a la familia
Ecclesia domestica.

En el seno de la familia,
– los padres han de ser para sus hijos
– los primeros anunciadores de la fe
– con su palabra y con su ejemplo, y
– han de fomentar la vocación personal de cada uno y,
– con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada.

Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada
– el sacerdocio bautismal
– del padre de familia,
– de la madre,
– de los hijos,
– de todos los miembros de la familia,
– en la recepción de los sacramentos,
– en la oración y
– en la acción de gracias,
– con el testimonio de una vida santa,
– con la renuncia y el amor
– que se traduce en obras.

El hogar es
– la primera escuela de vida cristiana y
– escuela del más rico humanismo.
– Aquí se aprende
– la paciencia y el gozo del trabajo,
– el amor fraterno,
– el perdón generoso, incluso reiterado,
– y sobre todo el culto divino por medio
– de la oración y la ofrenda de su vida.

EL MATRIMONIO (3ERA PARTE).

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