NO LLORES.
Por Mario Ortega.
Lucas 7,11-17. No llores. Martes semana 24 del TO.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.»Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
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No llores
- Escuchar el Evangelio es hacer nuestras todas las Palabras de Jesús, es decir, escucharlas como si hoy a nosotros nos las dijera. Porque nos las dice. ¿Y hoy qué nos dice? Lo mismo que a la viuda de la ciudad de Nain, que había perdido también a su único hijo y lo estaban enterrando. Se acercó Jesús a ella y le dijo: «No llores». Se acerca Jesús hoy a nosotros y nos dice lo mismo: «No llores».
- Muchas personas nos pueden decir también lo mismo: «No llores, no estés triste, no te desanimes…». Son signo de compasión y cercanía de quienes nos quieren y quieren ayudarnos. Pero cuando lo dice el Señor, hay algo que es completamente distinto, único. La palabra de Jesús cumple aquello que significa. Su exhortación: «No llores», hace que la persona que acoge su Palabra de verdad, deja de llorar. Su llanto se convierte en esperanza, se hace luz en medio de la tristeza o el desánimo. La Palabra de Jesús obra siempre milagros, si la escuchamos y la acogemos con amor y confianza.
- Esta vida es preciosa y luminosa, porque, aunque está plagada de nuestro llanto, es un valle de lágrimas, por los anhelos de cielo y felicidad que aquí aún no se satisfacen del todo y por el sufrimiento que produce el pecado, la injusticia, la debilidad y la muerte, resuena con infinita fuerza, porque es de Dios, esa Palabra que nos dice «No llores».