Por Nicolás Lafferriere. Pequeños rebaños de ayer y de hoy
Desde que comenzó el siglo XXI, las enseñanzas de los Pontífices llaman la atención sobre el profundo cambio cultural que se ha operado en las civilizaciones que tradicionalmente eran cristianas. Ciertamente, Benedicto XVI y Francisco han hecho de este tema un eje central de sus predicaciones.
El más reciente testimonio de esta centralidad del tema lo tenemos en el discurso que el Papa Francisco dirigió a la Curia Romana el 21 de diciembre de 2019 con ocasión de las salutaciones navideñas. Allí se refirió al tema de los cambios en la Curia y, hablando de la situación cultural, afirmó:
“No estamos ya en un régimen de cristiandad porque la fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada. Esto fue evidenciado por Benedicto XVI cuando, al convocar el Año de la Fe (2012), escribió: «Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas»”.
Minorías de ayer y de hoy: ya en el siglo pasado Ratzinger se refería a este cambio cultural y a la condición de minoría en que se encontraba el cristianismo. Lo hacía en una aguda comparación entre la situación actual y la situación de los orígenes cristianos:
“Mientras que, hasta hace poco, cristianismo y mundo muchas veces casi coincidían, hoy tal ecuación se rompe por todas partes. Los creyentes no pueden ignorar ya que son una minoría en un mundo que se dirige a pasos de gigante hacia un secularismo generalizado que plasma en la actualidad la conciencia media… Ahora bien, esta situación de minoría no es nueva: la Iglesia de los primeros siglos también la experimentó. Pero la reacción de los cristianos de hoy ante esta situación es diferente de la que asumió la cristiandad primitiva. Esta última estaba imbuida de una fuerte conciencia escatológica, frente a la cual se empequeñecían las cosas de este mundo, de modo que, despreocupada, dejaba el cuidado de esas cosas a los demás o, por lo menos, no lo consideraba como una tarea principal. Hoy, la voluntad de poseer la tierra se ha hecho fuerte y viva también de manera especial entre los fieles cristianos. La preocupación por el progreso terreno… mueve a los creyentes en no menor medida que a los no creyentes” (J. Ratzinger, “Sentire Ecclesiam”, Obras completas, Tomo VII/1, p. 272/3).
Recordemos que el Papa Francisco había hablado de esta situación de ser minoría recientemente, en un mensaje a los miembros del Dicasterio para la Comunicación. El 23 de septiembre de 2019 les había dicho:
“Somos una Iglesia de unos pocos, pero como levadura. Jesús lo dijo. Como la sal. Esta es la segunda cosa que me gustaría deciros: No tengáis miedo. ¿Somos pocos? Sí, pero con el deseo de “misionar”, de mostrar a los demás quiénes somos. Con el testimonio. Una vez más repito esta frase de San Francisco a sus hermanos, cuando los envía a predicar: “Predicad el Evangelio, y si es necesario, también con palabras”. Es decir, con el testimonio en primer lugar”.
La evangelización: lejos de quedarse en una lamentación, los Papas han llamado a la Iglesia a evangelizar, siempre con renovado entusiasmo. Pero esa evangelización, ciertamente, requiere una renovación, que no es otra cosa que una conversión. Lo dice claramente Francisco en el mensaje a la Curia del 21 de diciembre de 2019:
Todo esto tiene una particular importancia en nuestro tiempo, porque no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época. Por tanto, estamos en uno de esos momentos en que los cambios no son más lineales, sino de profunda transformación; constituyen elecciones que transforman velozmente el modo de vivir, de interactuar, de comunicar y elaborar el pensamiento, de relacionarse entre las generaciones humanas, y de comprender y vivir la fe y la ciencia. … La actitud sana es, más bien, la de dejarse interrogar por los desafíos del tiempo presente y comprenderlos con las virtudes del discernimiento, de la parresia y de la hypomoné. …
Nosotros debemos iniciar procesos y no ocupar espacios: «Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. El tiempo da inicio a los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No es necesario privilegiar los espacios de poder respecto a los tiempos, incluso largos, de los procesos. Nosotros debemos iniciar procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto hace privilegiar las acciones que generan dinámicas nuevas. Y reclama paciencia, espera». Por esto, urge que leamos los signos de los tiempos con los ojos de la fe, para que la dirección de este cambio «despierte nuevas y viejas preguntas con las cuales es justo y necesario confrontarse»”.
Dos dimensiones de la evangelización: el pasaje que transcribimos de Ratzinger deja entrever que, en relación a los orígenes cristianos, hoy se presenta también un esfuerzo renovado por alcanzar el progreso humano con la fuerza del amor. En este sentido, podemos decir que la tarea evangelizadora se abre en una doble dimensión: la predicación del Evangelio para que todos conozcan y confiesen que Jesús es el Señor, y el mandato del amor que lleva a procurar un compromiso por la justicia en este mundo. Justamente estas son las dos dimensiones de la evangelización que señala Francisco en su documento programático, Evangelii Gaudium. Recordemos que en el capítulo III el Papa se refiere a “la tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque «no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor», y sin que exista un «primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización»” (n. 110). “Si la Iglesia «debe cumplir su destino providencial, la evangelización, como predicación alegre, paciente y progresiva de la muerte y resurrección salvífica de Jesucristo, debe ser vuestra prioridad absoluta»” (n. 110).
Por su parte, el capítulo IV está dedicado a la “dimensión social” de la evangelización, “Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás” (n. 178).
Un sentido eucarístico: Pero ambas dimensiones de la evangelización se unifican cuando descubrimos que la dimensión social de la evangelización se ordena, en última instancia, a unirnos al sacrificio redentor de Cristo, para que todos entremos a participar de la comunión trinitaria. Para Ratzinger, “la situación de minoría no tenía nada de extraño para ellos [los cristianos de los primeros siglos], a pesar o justamente porque tal situación exigía continuamente relacionarlo todo con la hostia viva del cuerpo de Cristo… El sacerdocio común no está en competencia con la misión litúrgica del presbítero, sino que es la ampliación del culto cristiano al ámbito del mundo y de la humanidad” (p. 275).
Un lugar fundamental ocupa, en este sentido, descubrir la dimensión eucarística de la evangelización, que nos lleva a ofrecer a Dios todas las acciones y esfuerzos que los cristianos realizamos en el mundo, para que adquieran en la Eucaristía un valor redentor, por los méritos de Cristo.
Ser parte del pequeño rebaño: una nota fundamental en este cambio de época es vivir a fondo la eclesialidad, en la conciencia de que el Señor se identifica con los pequeños, con los últimos, exhortando a que sin temor seamos parte del pequeño rebaño pues el Padre ha querido darnos el Reino (cf. Lc 12,32).
“Su proyecto [el de Cristo]a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan “los soberbios, los poderosos y los ricos”. Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: “Los que le temen”, fieles a su palabra, “los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo”, es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son “pobres”, puros y sencillos de corazón. Se trata del “pequeño rebaño”, invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12, 32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios» (Benedicto XVI, Audiencia General del 15 de febrero de 2006).
Caminar con esperanza: Finalmente, podemos decir que en esta peregrinación caminamos con esperanza, como explica a continuación Benedicto XVI:
“Al escuchar la invitación tranquilizadora de Jesús: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Lc 12, 32), nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que «el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe salvi, 2)” (Benedicto XVI, Angelus 8 de agosto de 2010).
Publicado originalmente en @tevangelizar