La arquidiócesis de Mercedes-Luján celebró la Misa exequial por el arzobispo emérito, Agustín Radrizzani, en la catedral Nuestra Señora de las Mercedes, el sábado 5 de septiembre. Los restos de Radrizzani, el primer prelado de Argentina que falleció por COVID-19 el 2 de septiembre pasado y el tercero que contrajo el virus, fueron sepultados en el altar lateral de la catedral antes de celebrar la Eucarística. El arzobispo local, Jorge Eduardo Scheinig, indicó que no hubo velatorio por las circunstancias de la pandemia de coronavirus. Aseguró que se tomaron las medidas sanitarias de prevención. La celebración fue transmitida por los medios digitales de la jurisdicción eclesiástica.
Scheinig utilizó durante la Misa exequial que presidió el báculo de Radrizzani que va a quedar en custodia en el seminario arquidiocesano Santo Cura de Ars. Las palabras del padre salesiano Luis Timossi, actualmente docente en el Centro de Formación Regional de Quito y uno de los principales especialistas en Don Bosco, fueron transmitidas durante la homilía. El padre Timossi compartió con el arzobispo emérito fallecido el camino formativo desde el aspirantado (seminario menor). Además, estudiaron juntos Teología en Turín, y a su regreso compartieron el trabajo en las casas de formación de San Miguel, en La Plata, y el Oratorio Centenario Don Bosco, en Avellaneda. Cuando el padre Agustín fue nombrado provincial, el padre Timossi fue su vicario y delegado de la Pastoral Juvenil. Timossi recordó el lema episcopal de Radrizzani: ‘Nosotros hemos creído en el Amor’, y precisó que esa frase fue «la experiencia más profunda de su vida y quizás el rasgo más saliente de su testimonio de creyente».
Sostuvo que Radrizzani desde niño «respiró el aire de la fe cristina, a la sombra de la casa salesiana de Bernal, su pueblo natal». Consideró que su personalidad tenía un rasgo compartido con su santo patrono, al que su padre Gaspar le tenía una gran devoción. «Agustín, como su santo patrono, fue siempre un buscador de Dios», reflexionó. «Don Bosco, el fundador de la Familia Salesiana, lo atraía profundamente, lo había aprendido a querer y a imitar, aunque sentía que la manera de presentarlo en aquella época, no satisfacía sus ansias de vida espiritual. Realizando ya sus estudios de teología en Turín, en preparación al sacerdocio, descubrió con otros compañeros, algo que hoy parece quizás obvio, pero que, en aquella época inmediatamente posconciliar de los años 60, no era tan evidente: que Dios es amor, que Dios nos ama. Esta experiencia fue como una chispa que revolucionó su existencia», afirmó. «Nos cuenta un compañero de esa época: Comenzamos con Agustín, a vivir todo desde y en el amor de Dios. Descubrimos que sólo importa amar, porque el que vive en el amor, vive en Dios. Comprendimos juntos, con maravillada alegría, que eso que intentábamos vivir constituía el corazón y el alma de nuestro padre don Bosco. Ahí entonces nos ‘hicimos salesianos’, desde la perspectiva de que nuestra vocación en la Iglesia, no es otra cosa que ser signos y portadores de ese amor de Dios, que experimentábamos vivo y presente en medio nuestro. Nos ayudábamos a vivir en el amor y a recomenzar cada vez que nos descubríamos fuera de él», sostuvo el sacerdote.
«Su lema episcopal no parte por tanto de una idea o una reflexión, sino de una experiencia que le penetró en los huesos, como nos decía hace poco el profeta Jeremías: era ‘como un fuego ardiente metido en mis huesos'», destacó, al destacar sus años como formador de jóvenes, e indicó que esos jóvenes testimonian hoy que «se han sentido amados, escuchados, comprendidos e iluminados por su propio modo de amar, que se fue haciendo cada vez más paterno, sabio y alegre; Agustín fue un maestro del acompañamiento». «Monseñor Agustín Radrizzani nos deja pues este legado: creamos juntos que Dios nos ama, y hagamos del amor nuestro modo de vivir, para que nuestro mundo se reconstruya sobre la base del sueño-mandamiento de Jesús: Padre, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea», destacó Timossi.