El padre Lício de Araújo Vale, de la diócesis de São Miguel Paulista, que es experto en suicidios, reveló que 40 sacerdotes se suicidaron en Brasil desde agosto de 2016 hasta junio de 2023, tras un estudio que realizó, en el que se evidenció que es «un fenómeno complejo y multifactorial», donde el estrés, la soledad y la carga excesiva se presentan como factores de riesgo, junto con el clericalismo. El estudio analizó la dicotomía entre la imagen teológica y sociológica del presbítero, que puede generar tensiones y conflictos internos. La sobrevaloración de la imagen teológica podría llevar al sacerdote a menospreciar su imagen sociológica y desear reconocimiento social, mientras que su infravaloración podría llevarlo a cuestionarla como producto de una teología exagerada.
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Araújo Vale, especializado en Prevención del Suicidio por la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), destacó la importancia de no evadir la realidad y no refugiarse sólo en la imagen teológica, sino también reconocer y abordar la imagen sociológica que la sociedad tiene de los sacerdotes, dado que el fenómeno que abordó en ese período comenzó con la muerte del padre Bonifácio Buzzi, a los 57 años, en Três Corações-MG, el 7 de agosto de 2016, y culminó con la del padre Mário Castro en la diócesis de Roraima a los 55 años el 19 de junio pasado, tal como se lee en el artículo publicado en ‘Vatican News’ en portugués. «Un ejemplo de esto es el caso de un sacerdote recién ordenado que se deslumbra con su imagen teológica y se identifica únicamente como sacerdote, alejándose de su propia humanidad con sus cualidades y defectos», consideró.
Exhortó a los sacerdotes a recordar que en la vocación sacerdotal, «el Señor llama a ‘personas’; por lo tanto, antes de ‘ser sacerdote’, es necesario ‘ser’ primero». Indicó que en el siglo XXI ser sacerdote implica enfrentar una realidad distinta, marcada por el individualismo, la urbanización, la inteligencia artificial y el metaverso, por lo que eludir esta realidad puede conducir a problemas psíquicos y a una personalidad fragmentada. El filósofo afirmó que para adaptarse a estos tiempos es fundamental una mejor formación inicial en los seminarios y noviciados, enfocándose en la dimensión humano-afectiva. Además, aseguró se requieren estrategias pastorales adecuadas para la formación permanente y el cuidado personal de los presbíteros, al incluir el abordaje de los desafíos relacionados con la salud mental.
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